domingo, 25 de febrero de 2018

Mauricio Vargas / Yo no fui




Mauricio Vargas

Yo no fui

Santos se queja de la polarización, pero olvida que es culpable de al menos la mitad del fenómeno.

El Tiempo, 25 de febrero de 2018

Esta semana, la agencia Moody’s mantuvo la calificación crediticia para Colombia, pero redujo su perspectiva de estable a negativa y advirtió que si el país no eleva la tasa de crecimiento del PIB, esas notas pueden empeorar en la siguiente evaluación. El presidente Juan Manuel Santos no tardó en reaccionar: “La polarización –dijo– lo único que nos trae son malos resultados y problemas”. Según el mandatario, Moody’s alerta a los colombianos para que “dejen de pelear y dejen esa polarización”, que, agregó, “afecta la gobernabilidad”.
Yo no sé si Moody’s quiso decir eso, pero el Presidente está en su derecho de interpretarlo así. El problema es que al culpar a la polarización, Santos habla de ese engendro como si nada tuviera que ver con su gestación. A los pocos meses de iniciar su primer mandato, cuando su antecesor y mentor, el expresidente Álvaro Uribe, comenzó a lanzarle dardos envenenados, Santos cometió el mayor pecado estratégico de su doble cuatrienio: decidió contestarle.

Desde entonces, Uribe y Santos han protagonizado una garrotera sin tregua que ha mezclado críticas válidas y cuestionamientos discutibles, con ligerezas y mentiras, de lado y lado. Así como para el amor hacen falta dos, para pelear también. A modo de ejemplo, recuerdo una entrevista, en 2011, en que Santos dijo que las declaraciones de Uribe le hacían más daño internacional a Colombia que las acciones terroristas de la guerrilla.

Cuando Santos comenzó a responderle cada ataque con un contrataque, Uribe comprendió que tenía una oportunidad de oro: adueñarse de la agenda política, pues mientras que el expresidente ponía los temas, siempre en tono crítico contra su sucesor, el Presidente respondía no en el terreno ni en los asuntos que su gobierno quería, sino en los que Uribe imponía. Si Uribe hablaba de deterioro de la seguridad, Santos hablaba de seguridad. Si Uribe criticaba el manejo económico, Santos hablaba de economía. Si Uribe cuestionaba a la Canciller, Santos hablaba de relaciones exteriores.

Incluso cuando tomó la iniciativa y centró casi todos sus esfuerzos en la negociación de La Habana, Uribe le había tomado tanta ventaja que recibió el tema como un regalo: la oportunidad de ponerse del lado de millones de colombianos que, aun si veían con ilusión el proceso de paz, detestaban a las Farc. Como lo demostró el triunfo del No en el plebiscito, un poco más de la mitad de los electores asumió la misma postura crítica que Uribe frente a los acuerdos.

Esos votantes no eran necesariamente uribistas, pero al día siguiente del plebiscito, el expresidente amaneció como ganador y dueño de ese bloque de colombianos. A inicios de 2016, en esta columna planteé que la Constitución le daba al Presidente amplias facultades para negociar con las Farc y que el plebiscito no solo era innecesario, sino peligroso. La prueba de que esa votación carecía de valor es que, aunque ganó el No, con muy pocos ajustes, los acuerdos se mantuvieron.

Ahora, Santos se queja de la polarización. Y es que con ella le ha ido mal: en todas las encuestas, Uribe cuenta con una imagen favorable que se acerca y muchas veces supera el 50 por ciento, mientras que Santos sufre con cifras que van del 14 al 24 por ciento. Pero, si bien es entendible que se queje, ni el Presidente ni los colombianos deben olvidar que él tiene cuando menos la mitad de la responsabilidad de esa polarización a la que ahora el propio mandatario culpa de los problemas del país.

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Romaña. Son de enorme gravedad las revelaciones de la Fiscalía sobre los negocios por donde las Farc han lavado cientos de miles de millones de pesos. La justicia debe actuar, y si el tristemente célebre ‘Romaña’ está metido en ese asunto, debe quedar por fuera de los beneficios judiciales y políticos pactados en La Habana.


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