sábado, 13 de octubre de 2007

Hilary Mantel / Tras la sombra / Reseña


Hilary Mantel

TRAS LA SOMBRA

La era de los videntes



CECILIA DREYMÜLLER
13 OCT 2007



En quinientas páginas, la corrosiva británica Hilary Mantel retrata las trampas de una médium profesional que recorre las ferias de esoterismo vecinas a Londres.


En la narrativa inglesa surgió, a finales de los años ochenta, una novelística femenina dúctil, entretenida y antisistema. Unía la mordacidad con lo folletinesco, el realismo descriptivo con la sátira, y su campo de tiro lo constituía los efectos de la devastadora política social de Thatcher y Mayor: la decadencia moral y económica de la clase media y la depauperación obrera. A Hilary Mantel (Derbyshire, Reino Unido, 1953) habría que contarla entre este grupo corrosivo, nunca constituido como tal. Su especialidad es el mundo de los espíritus con mensajes de ultratumba y apariciones de muertos. ¿Quién no va a apostar por los habitantes del mundo etéreo, si "por cada persona a este lado hay treinta y tres al otro"? En Tras la sombra retrata magistralmente a Alison, una médium profesional que recorre con su mánager los pueblos que rodean Londres, para actuar en ferias de esoterismo y shows espiritistas donde emboba con generalidades hábilmente endosadas de fenómenos paranormales, a una clientela deseosa de ser rescatada de sus anodinas existencias.


TRAS LA SOMBRA

Hilary Mantel
Traducción de Damián Alou
Global Rythm. Barcelona, 2007
527 páginas. 23 euros

Funda su holgada existencia en las abuelitas, los suicidas, asesinados y niños abortados que se manifiestan a través de ella, aunque otros espíritus viven a su vez de ella, y se las tiene que ver con ellos. Los más habituales son una pandilla de criminales descerebrados al servicio de Nick, encarnación barriobajera de Belcebú. La descripción de las trastadas de este grupo -una transferencia del realismo sucio de los bajos fondos ingleses al mundo de los espíritus- constituye el genial resorte cómico de la novela. Este humor negro, aderezado de una medida dosis de mal gusto, atenúa el cuadro desolador que dibuja como de pasada de la Inglaterra de los suburbios: la insolidaridad, el oscurantismo televisivo, la intoxicante vulgaridad. Lamentablemente, se deja llevar por la manía detallista y la obra está sobrecargada de calderilla psicológica, diálogos chatos y pormenores disparatados. De modo que, en sus más de quinientas páginas, se diluye hasta lo irreconocible la lúcida crítica sobre el abandono social y el retroceso al irracionalismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 13 de octubre de 2007

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