Juan Fernando Merino
De la Primavera Árabe al Otoño Neoyorquino
Univision, 4 de octubre de 2011
Ya el mundo entero está al tanto de su existencia y de su creciente presencia en las conversaciones y en los medios de comunicación, incluso desde que hace un par de días 700 de sus integrantes fueron arrestados por la policía neoyorquina en pleno puente de Brooklyn. Se trata por supuesto del ya célebre movimiento Occupy Wall Street, como se le llama en los países de habla inglesa, o Los Indignados de Nueva York, como se les ha denominado en España y Latinoamérica en referencia y homenaje a los iniciadores en Madrid de este movimiento, que luego se propagaría a más países de Europa y a otros continentes.
Pero la cuestión viene aún de más lejos. Los Indignados de uno y otro lado del océano reconocen que una de sus grandes inspiraciones es la serie de revueltas en Oriente Medio conocida como la Primavera Árabe, cuya chispa inicial se produjo cuando se inmoló al estilo bonzo el joven tunecino Mohamed Bouzizi después de que la policía cerrara a la fuerza su puesto callejero de verduras, con el que se ganaba la vida. Su muerte provocó la ira de decenas de miles de tunecinos, sobre todo jóvenes, hartos ya de la falta de empleos y libertades, los precios crecientes de comida, medicinas y la corrupción del régimen de Abidine Ben Ali, en el poder desde hacía 23 años.
Después de 28 días de movilizaciones masivas y de una represión que no daba abasto, Ben Ali se vio obligado a huir del país. La Primavera Árabe cobraría así un impulso inusitado y la ola de malestar y protestas callejeras se expandiría primero a Argelia, luego a Egipto y a varios otros países del Medio Oriente (algunos de los cuales continúan envueltos en cruentos conflictos), se trasladaría a España con los naturales cambios y adaptaciones a una situación tan diferente y terminaría por llegar a Nueva York, donde se ha centrado hasta el momento en una protesta contra el abuso de las grandes corporaciones así como el poder y la avaricia de Wall Street.
En un principio este “otoño neoyorquino” parecía casi insignificante y destinado al fracaso (a la convocatoria inicial en lugar de los miles de personas que se esperaban llegaron sólo un par de cientos), pero poco a poco ha ido creciendo de una manera imparable –con mayor razón después del arresto masivo– y algunos comentaristas políticos empiezan a hablar del arranque de una fuerza con consecuencias imprevisibles tanto social como cultural y políticamente al estilo del Partido del Té, aunque por supuesto de signo contrario, pues estos últimos en lugar de culpar a los grandes capitales achacan la culpa de todo al gobierno en general y el presidente Obama en particular.
La prensa de derecha con frecuencia ha caracterizado al movimiento Occupy Wall Street como hippies o extremistas. Y desde luego que puede haber entre sus filas hippies, extremistas, anarquistas, “manifestantes profesionales” y lo que sea. Pero esto no le quita peso a la indignación y al deseo de organizarse y hacerse oír de tanta y tanta gente sin perspectivas, desempleada, viviendo en la pobreza, harta de Wall Street o harta de que el sector financiero y los inversores multimillonarios se estén quedando con una tajada cada vez mayor de los beneficios económicos del país mientras los ciudadanos de a pié encuentran cada día más difíciles las condiciones de existencia. Recordemos por ejemplo que según los datos del último censo el 15 % de la población de Estados Unidos vive por debajo del índice pobreza.
A partir de este otoño neoyorquino, que ya se ha ido extendiendo a otras ciudades y ha ido ganando adeptos día tras día, puede pasar casi cualquier cosa. Podría ser que las manifestaciones callejeras y el ímpetu se fueran diluyendo poco a poco a causa del cansancio y del frío creciente, sobre todo cuando se acerque el invierno. Como también podría ocurrir que el movimiento se extienda y se transforme de maneras impredecibles, tal como ha ocurrido con sus antagonistas del Partido del Té y con Los Indignados de España. A veces las acciones decididas de unas cuantas personas, o incluso de una sola, pueden traer consecuencias trascendentales. Pensemos lo que sucedió después de la inmolación y la muerte del tunecino Bouazizi. Y pensemos también en la respuesta que un manifestante en Madrid le dio a un periodista del diario El Peso: “No hay nada más peligroso que un hombre sin nada qué perder”.
Juan Merino es escritor, periodista y traductor literario. Durante siete años fue redactor de El Diario La Prensa de Nueva York y recibió varios premios nacionales José Martí de periodismo hispano.
http://blog.univision.com/noticias/2011/10/04/de-la-primavera-arabe-al-otono-neoyorquino/
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