domingo, 5 de octubre de 2025

Petro / Traición en Nueva York

 


Traición en Nueva York

Los símbolos comunican. Este quiere decir división en vez de unidad.


Thierry Ways
27 de septiembre de 2025

Lo mínimo que un ciudadano colombiano, o un ciudadano de cualquier país del mundo, espera de su jefe de Estado es que, en escenarios internacionales, al menos, se comporte como representante de toda la nación, no solo de una parte. Y menos de un individuo. Más aún si el escenario en cuestión es la Asamblea General de las Naciones Unidas, a la que se acude en representación de países enteros, no de entidades subnacionales. Lo dice el artículo 188 de nuestra Constitución: “El Presidente de la República simboliza la unidad nacional”.

El Presidente de la república colombiana, sin embargo, está tan convencido de su excepcionalidad, de que sus desafíos a las convenciones no pueden ser sino brillantes, que no se deja guiar por nimiedades como la Constitución. Por eso, al dirigirse a la ONU, en lugar de prenderse en la guayabera un broche con la bandera de su país, como habría sido lógico (o ninguno, que también era una opción), escogió destacar otra insignia. No el tricolor que “simboliza la unidad nacional”, sino un diseño ajeno y disociador: la bandera blanca, negra y roja de la ‘guerra a muerte’ de Simón Bolívar. Un estandarte que no representa a nadie salvo al ala fanática del petrismo, la gran mayoría de la cual ni siquiera lo conocía hasta que Petro lo enarboló el primero de mayo pasado.
Reiteremos: el emisario de los colombianos, el día que fue a hablarle a “la humanidad” –como él mismo dijo–, en vez de llevar el distintivo de su país, prefirió adornarse con un símbolo personal y violento, al tiempo que irrelevante y desconocido para sus compatriotas, cuyo significado inequívoco es la guerra a muerte a sus contradictores; es decir, en el más benigno de los casos, la intransigencia. Definición que ya es una concesión, pues Bolívar agitó esa bandera en sentido literal. Esperemos que Petro tenga la bondad de ondearla solo en sentido figurado.
Los símbolos comunican. Y este quiere decir división en vez de unidad. Unanimismo en vez de pluralismo. Odio en vez de concordia. Autoritarismo en vez de democracia. Esto último fue confirmado por el delirante reclamo póstumo que Petro le hizo a Stalin, el dictador rojo de la roja Unión Soviética. ¿Por haber asesinado a millones de personas? No, por haber sido insuficientemente ambicioso.


La bandera blanca, negra y roja de la ‘guerra a muerte’ de Simón Bolívar. Un estandarte que no representa a nadie salvo al ala fanática del petrismo, la gran mayoría de la cual ni siquiera lo conocía hasta que Petro lo enarboló el primero de mayo pasado
Me dirán que no hay que darle tanta importancia a un prendedor. Que las columnas dominicales de los periódicos no deberían ocuparse de unos rombos y rectángulos de colores. Que –concedería yo– toda bandera es solemne y, por tanto, algo ridícula. Pero ir al exterior en representación oficial de un país, pagado por los contribuyentes de ese país, hablando en nombre de los ciudadanos de ese país, blasonando un emblema que no es de ese país, constituye una suerte de traición simbólica a la patria. El Presidente se despertó esa mañana (o esa tarde) y decidió, de manera deliberada y provocadora, abrocharse ese prendedor y no otro. En un lugar donde las cámaras lo registraran. Para que quedara claro que, antes que representante de los colombianos, es representante de sí mismo.
Esta transgresión –no es la primera: recordemos que también quiere cambiar el escudo nacional– no tendrá, desde luego, ninguna consecuencia. Si las instituciones no han sido capaces de que Petro asuma su responsabilidad en los innumerables escándalos de corrupción que revientan a diario en su gobierno, como crispetas en un caldero, mucho menos le llamarán la atención por un broche antipatriota.
Pero sirve para que los colombianos constaten que su Presidente no respeta ni valora la unidad nacional, es decir, la colombianidad. Queda claro en el reemplazo del tricolor tradicional –amarillo, azul y rojo– por un tricolor espurio: blanco, negro y rojo.
Del actual solo le servía el rojo.


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