jueves, 31 de agosto de 2000

Juan Benet / Kafkiana


Franz Kafka

Juan Benet
KAFKIANA
31 de agosto de 1988

Nada menos que en los dos huecos de la derecha de la planta baja del palacio Kinski, en el centro de la Staroméstské námésti (plaza de la Ciudad Vieja), tuvo a partir de 1912 y hasta finales de los veinte su almacén de telas y chucherías femeninas Herman Kafka, el padre de Franz. Existe una foto de la plaza, recogida en la exhaustiva antología publicada por Klaus Wagenbach, con el prominente nombre del negocio do minando tan privilegiado inmueble donde, por si fuera poco, estuvo instalado el liceo imperial que frecuentó K. entre 1893 y 1901. Pero de todo eso nada se dice en la guía Olympia, editada por Rudé právo, que en cambio informa que desde uno de sus balcones se dirigió Klement al pueblo de Praga en febrero de 1948. Un busto en la casa donde nació, en la calle Uradnice, muy cerca de aquella plaza, una lápida en la costanilla de los Alquimistas donde su hermana Ottla alquiló un estudio en el que Kafka escribió Un médico de aldea -hoy convertido en tienda de postales y souvenirs entre los que no hay un sólo libro suyo- y una insípida calle Kafkova (supongo que dedicada a él) en Stresovice, son los únicos testimonios de su paso, verdaderamente breve, por su ciudad natal. El número 7 de la calle Porc, donde se hallaba la sede de la compañía de seguros obreros, la Urazová Pojistovna DéInická, donde Kafka trabajó desde 1908 hasta su retiro en 1922, está en la actualidad ocupado por una entidad oficial; un portero poco versado en idiomas extranjeros me impidió el paso a la primera planta, donde estoy convencido -a juzgar por lo entrevisto desde el portal- de que se conserva el despacho y la mesa donde trabajó, hoy seguramente utilizado por un funcionario que tal vez ejecuta un cometido parecido sin sentirse abrumado por el pasado del lo cal. (Un primo de Kafka, descendiente de el tío de Madrid, que trabajaba en el MOP, ignoró la existencia de su pariente hasta que Juan García Hortelano se impuso el deber de informarle de ella.)La plaza Staroméstské no conserva el aspecto que presentaba en vida de Kafka aunque se mantienen todos sus edificios, con excepción de cinco módulos del gótico Ayuntamiento viejo volados por los alemanes en 1945. Pero toda ella ha sido tan remozada y pintada que, como la ciudadela de Buda, "es más hermosa y hasta más antigua que antes de la guerra". Ha desaparecido la columna de la Inmaculada, donde a menudo se citaban Kafka y Brod, ya no se celebra el mercadillo de tenderetes que aparece en tantas postales rancias y en el centro de su espacio se alza el enfático y obstrusivo monumento a Jan Hus, que forzosamente recuerda a los burgueses de Calais, en cuyas gradas se sientan los turistas de mochila y camiseta y apenas se oyen otras lenguas que las españolas. Pues por no se sabe qué razón media España se ha volcado a visitar Praga este verano. Siendo nuestros compatriotas los más numerosos y habladores este año han conferido a Praga un cierto aire a Santiago de Compostela, bien apoyados por la magnificencia barroca de la ciudad y la altemancia de cielos plomizos y despejados; afinidad que se rompe en todo lo que se refiere a los materiales de construcción y a la gastronomía.
Presencia española
La presencia española en Praga es más muda y constante que la impuesta por las masas de turistas. Es tan consistente que bien podían nuestras autoridades concederle una mayor atención, ahora que tanto se cuida la arqueología de nuestro pasado, aunque sea ominoso, en otras latitudes. No estaría de más un colegio español de Praga; pero ni siquiera la sede de nuestra representación diplomática, un chalé con goteras y cortes de agua en el barrio de Stresovice, reviste la menor dignidad en una ciudad sobrada de grandes mansiones abandonadas que están pidiendo a gritos una utilización de ese carácter. El paso de los españoles por Praga tuvo una motivación religiosa, política y militar en un momento en que las tres ideologías se fundían en un solo cuerpo con una única ejecutoria que culminó en la batalla de la Montaña Blanca y la elección de Praga como capital de la contrarreforma. De suerte que la fortificación del espíritu cristiano, la invasión de jesuitas, la barroquización de la ciudad y la implantación por doquier del estilo y la simbología de la ecclesia triunfans no alcanza en ningún otro lugar, ni siquiera en Roma, la importancia que en Praga, dominada por la Inmaculada, la Santísima Trinidad, los padres de la Iglesia, todo el santoral cristiano que inspira los 31 monumentos del puente Carlos. El de San Vicente Ferrer, debido a Brokov, no puede ser más representativo de ese espíritu contable que la contrarreforma infunde a la religiosidad: en las tres caras del plinto visibles al peatón se inscriben las leyendas con los prodigios numéricos del santo: 25.000 judaeos ad Christum. 8.000 saracenos ad fidem catholicam. Demones domint.
De los monumentos contrarreformistas de Praga ninguno resulta tan espectacular como la iglesia de Sv. MIkuláse, San Nicolás, en la plaza de Malá Strana, el templo barroco más imponente que yo he visitado. Fue comenzado en 1625, tras la victoria de la Montaña Blanca, y otorgado a los jesuitas que allí tenían uno de sus colegios para establecer su parroquia. A fin de ganarse a la feligresía del barrio lo colocaron bajo la advocación de san Nicolás, patrono de los comerciantes, y no regatearon el menor esfuerzo para conseguir la mayor monumentalidad. La decoración de muros y pilares esviados se prolonga, por encima del furioso oleaje de las comisas, en las bóvedas de planta oval y estructura vaída y toda la ondulante e inquieta nave, con todos sus elementos confundidos, surge como la emanación de un imprevisto e incontrolable esfuerzo, equivalente al de una segunda naturaleza, y en cierto modo lo es; a primera vista todo está construido con mármoles, piedras ricas, serpentinas y alabastros; pero se trata de trampantojos; todos los lienzos son de estuco pintado simulando el exquisito veteado de los mármoles y la estatuaria es de madera pintada de esmalte blanco para que parezca carrara. El dinamismo de la estructura se corresponde con la decoración; todo es batallador, violento y triunfante: el infiel alanceado, las cabezas de turcos ruedan por los suelos, los judíos humillados, los conversos estupefactos; y bajo la bóveda del falso crucero, las figuras de los cuatro gigantes, más que padres, de la Iglesia: san Gregorio Nacianceno, san Juan Crisóstomo, san Cirilo de Alejandría y el temible san Basilio, el de la epístola a los ortodoxos; un cuarteto que si hoy todavía es digno de respeto aterroriza al pensar de lo que era capaz en otros tiempos más intransigentes e impositivos. Quizá los únicos capaces de esquivar su disciplina y tomar su ley con un poco de alegría eran sus propias jerarquías, como ese obispo en un alto, recostado sobre el trasdós de un frontón curvo partido, como si se balanceara en una hamaca o, como el barón de Calvino, se hubiera encaramado hasta aquel inaccesible punto para observar con regocijo la insensata historia de sus propias creencias.
Lo que hoy es sin duda la ciudad barroca más bella de Europa, la joya del imperio, se mantiene en pie gracias a su vejez, a su falta de recursos. "Sólo la ruina nos preserva de una ruina mayor", decía Temístocles. La renovación de fachadas en torno a Staroméstské námesti y la restauración de todo el recinto del castillo pone de manifiesto la dilapidación y el deterioro de los otros barrios históricos de Praga: la Malá Strana, Josefov, incluso Nové Mesto y Vyséhrad. Desde tiempo inmemorial buena parte del caserío de esos barrios está cubierto por los andamios, oxidados y vetustos, sin asomo de actividad en ellos. Es una manera, un tanto socialista, de señalar que el proceso de restauración está en marcha y que nada se sustrae al celo de las autoridades patrimoniales, tan llenas de buenos propósitos como carentes de fondos. Todo plan debe establecer unas prioridades y nadie se extrañará de que determinadas obras no se lleven a cabo con la deseada rapidez o no se hayan iniciado todavía aun cuando el edificio haya causado baja por enfermedad hace medio siglo. Como decía un conocido informe de un oficial sanitario inglés en la guerra de 1914: "Los hospitales de campaña se habrían demostrado plenamente eficaces de no haber sido por el número de heridos".
Entre las numerosas diferencias que median entre las dos Europas me permito señalar el distinto tempo que rige la vida de una y otra. Si la Europa capitalista suena como un allegro la socialista lo hace como un adagio, cuando no un largo. Y vaya por delante que yo prefiero, sin ninguna duda, los tempos lentos, cualquiera que sea la composición. Un ritmo vivaz es característico de un pueblo en marcha, de una sociedad pujante y rica que apenas tiene tiempo para detenerse, regida por el equilibrio de la aceleración. El lento es propio del empobrecimiento, de quien sobre todo espera algo no muy definido; es también un consuelo. Lo de Praga, como lo de Budapest, es otra cosa; por debajo de su animación estival late un pulso frío y lento, propio del invierno, apenas audible, propio de quien, como san Juan en su sepulcro, tan sólo deja escapar un hilo de vida y retiene sus fuerzas para el día de la reencarnación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 31 de agosto de 1988

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