lunes, 28 de febrero de 2011

Milcíades Arévalo / El guerrero de la utopía



El guerrero de la utopía
Entrevista a Milciades Arévalo
Marcos Fabián Herrera Muñoz
Los puertos, el desasosiego existencial, los desenfrenos oníricos y el erotismo, integran la urdimbre fundamental de su obra. El olfato de su magín editorial le permitió advertir el inconmensurable caudal poético de Raúl Gómez Jattín. Cuando el mundo entero tarareaba canciones de los Beatles, y miríadas de jóvenes estrechaban en sus manos, el fugaz paraíso anárquico de mayo del 68, él zarpaba en un barco por los mares del mundo dispuesto a devorar libros y a conocer historias. En 1972 fundó la revista Puesto de Combate, que con insuperable fe y tesón ha publicado en los últimos 36 años, 73 ediciones. Con igual tozudez, ha porfiado en la elaboración de una obra que quizás, de manera subrepticia, se empeña en develar en sus novelas y cuentos, el lado más esperanzador de las afugias humanas.


Es conocida su apuesta por los escritores que se refugian en la marginalidad, su padrinazgo a los desconocidos ¿Qué ha explorado en ese camino quimérico?
—Yo no diría que se refugian en la marginalidad, sino que los han marginado. Es conocido que muchos autores con excelentes proyectos poéticos y narrativos, no han tenido el espacio que se merecen, entre otras cosas por no pertenecer al club de los elogios mutuos y a la sobrevaloración banal de obras que no tienen ningún mérito y que los medios de comunicación se encargan de magnificar. En este largo recorrido por el país, he encontrado muchas voces que bien merecerían ser tenidas en cuenta, por ejemplo, Raúl Gómez Jattin, una de las voces más auténticas de la poesía colombiana actual. No hay en sus versos resonancias que en otro tiempo pregonaron y magnificaron poetas como Rimbaud, los poetas del surrealismo, la generación Beat, sino la esencia misma del que ha vivido, amado y leído mucho. He buceado libremente por la narrativa y la poesía colombiana oyendo las voces, explorando el camino, compartiendo buenos y malos autores. Este largo e inhóspito viaje, me ha permitido conocer no sólo cómo escriben, sino también de dónde son, cómo son, qué leen los autores colombianos.
Al igual que Herman Melville y Joseph Conrad, usted fue un marinero ¿Cómo ha nutrido esta experiencia su trabajo creativo?
—Me ha permitido ser metódico, perseverante, imaginero y soñador. Tuve la fortuna de que cuando fui marinero, había en el barco donde yo trabajaba una biblioteca y una imprenta. Los libros me permitieron ir más allá de los puertos, de las ciudades del orbe. Esta experiencia, tanto de la lectura como de la vida misma, me ha permitido tocar la realidad que vivo y escribir sin desesperación pero con pasión. Por otra parte, la imprenta que había en el barco y en la que se hacía la revista “Cormorán y Delfín”, dirigida por el capitán Ariel Canzani, me permitió conocer de primera mano cómo se hacían los libros y las revistas. Ahí fue donde verdaderamente aprendí el oficio de editar, corregir, etc.
La posibilidad de tejer afectos, complicidades y desventuras, desde la orientación de su revista, con escritores como Gonzalo Arango, Raúl Gómez Jattin y Evelio Rosero, lo convierte en un incomparable conocedor de la literatura Colombiana ¿Es difícil atesorar confidencias de hombres cuyas vidas suscitan tanto interés?
—He conocido personalmente a muchos escritores que me basta leerlos para saber dónde mienten y cuándo son sinceros. La mayoría de las veces, las confidencias de los escritores están en su escritura, y otras nos la da la cercanía de afectos y desafectos que podamos tener. Atesoro confidencias de muchos escritores, pero no creo que sea necesario ir por ahí con un parlante pregonando lo que no se debe. Además, considero que lo importante no es el creador como persona sino el resultado de su escritura lo que merece ser tenido en cuenta.
París fue una urbe que magnetizó a los escritores de su generación ¿Qué estampa guarda de su paso por esta imprescindible ciudad?
—Tengo que aclarar que no pertenezco a ninguna generación, ni aparezco en ninguna antología como tal. Soy un escritor marginado por todas las generaciones, inclusive por lo que meten en sus obras a París. Yo conocí a París como cualquier ser anónimo. Mis guías fueron los libros de Vallejo, Miller, Hemingway, Rimbaud, en fin… Para mí es una ciudad llena de cultura, arte y poesía; una ciudad en la que uno quisiera vivir toda la vida. Yo siempre soñé con una ciudad así en la que pudiera vivir todo el tiempo con los ojos abiertos, en la que todo fluyera. Esa ciudad es París, la que he descrito en algunos de mis cuentos.
Su obra "El Jardín Subterráneo" tuvo un aplaudido periplo por Europa y constituye una memorable pieza en el teatro Colombiano ¿Qué consideración tiene de la actividad dramatúrgica colombiana del momento?
—He sido lector de teatro desde muy joven: Shakespeare, Brecht, Arrabal, Ionesco, Camus, Becket, y he visto infinidad de montajes de excelente factura que han sido puestos en escena por sus autores, como en el caso de los montajes que hiciera en su tiempo Raúl Gómez Jattin. En Colombia hay grandes dramaturgos como Santiago García a quien admiro profundamente, especialmente por Guadalupe años sin cuenta, Vida y muerte Severina, El Paso. Al teatro colombiano actual le ha pasado lo mismo que a la poesía: hay demasiadas puestas en escena, pero planas, sin textos dramáticos que verdaderamente involucren la realidad que estamos viviendo.
Lo une una inquebrantable fraternidad con X504 - Jaime Jaramillo Escobar ¿Qué semblanza nos puede hacer de este enigmático y logrado poeta Nadaista?
—Para mí es un gran poeta, un hombre estoico y un ser humano admirable. Yo había leído muchos poemas suyos que publicaban en los suplementos, pero fue en 1964 cuando lo conocí personalmente en Barranquilla. A partir de entonces establecimos una amistad sin fronteras. Trabajé varios años con él en su agencia de publicidad y en la corrección de textos de la revista Nadaismo 70, en el libro Relatos de León de Greiff y en la Antología de Ciro Mendía. Nunca me animó para que escribiera, pero gracias a sus versos y a su forma de ser aprendí muchas cosas, especialmente a no caer ni creer en la vanagloria.
"El amor ya no tiene sentido en un país de muertos", afirma Irlena, la protagonista de su novela " Cenizas en la Ducha" ¿Qué sentido encarna la creación y la utopía en un país que ha hecho de la muerte su huésped privilegiado?
—Si no hubiera escritores, y no me refiero únicamente a los que escriben narrativa, estaríamos peor. La creación es el mejor medio para comunicar lo que siente un hombre frente a sus semejantes y que muchas veces nos permite alcanzar esos estados de plenitud que yo llamaría utopía. Podríamos citar varios casos como los poemas de Rimbaud, la honda soledad de Vallejo o el realismo mágico de García Márquez.
Además del arrojo y el estoicismo, ¿qué requiere un editor de revistas culturales?
—Muchas cosas, pero especialmente coraje. Los materiales para publicar nos llegan por cantidades. Desde cuando era vendedor de libros en la costa, establecí contactos, con las gentes, el paisaje, los escritores. Eran tiempos difíciles, si tenemos en cuenta el periodo de violencia, la misma de hoy en día, pero menos sofisticada. La mayoría de escritores asumían una posición política y denunciaban los atropellos que se venían cometiendo en la población más vulnerada. Resulta paradójico, pero yo nunca he escrito desde ninguna posición política, pues pienso que el hombre escribe desde los acontecimientos que le suceden y que a la vez les suceden a todos los habitantes de un país como el nuestro. Un editor de revistas necesita mucho tacto, haber leído muchos libros, conocido muchas gentes, desarrollar el olfato y por ende contar con los medios económicos suficientes que permitan esta aventura. Yo nunca he tenido dinero, ni becas, ni pautas, ni estudios en el exterior, absolutamente salvaje y por más señas autodidacta, pero creo en lo que hago: la difusión de la literatura en toda su dimensión.

Milcíades Arévalo nació en El Cruce de los Vientos (1943). Periodista cultural, fotógrafo, narrador, dramaturgo y editor, director de la revista Puesto de Combate de la Sociedad de la Imaginación, fundada en 1972. Entre sus libros publicados se destacan El oficio de la Adoración (Relatos, 1988), Inventario de Invierno (Cuentos juveniles, 1995) y Cenizas en la Ducha (Novela, 2001. Tiene varios libros inéditos, entre ellos: Manzanitas verdes (Cuentos), El Jardin Subterráneo (Teatro) Galería de la memoria (ensayos), La Loca poesía (Antología) y El Héroe de todas las derrotas (Novela).
Ha participado en diferentes encuentros, entre otros: Conmemoración de los 10 años de la muerte de Pablo Neruda, Universidad Autónoma de Santo Domingo (República Dominicana, 1983); Viaje por la Literatura Colombiana, realizado por el Banco de la República (1984); Primer Encuentro Iberoamericano de Teatro (Madrid, 1985), con presentación de su obra El Jardín Subterráneo en Madrid, Granada, Palma de Mallorca, Toledo; Realizador del 1o, 2º y 3º Encuentro de Revistas y Suplementos Literarios en la Feria del Libro de Bogotá, durante los años 1988, 1989 y 1990; Primer Encuentro de Revistas Culturales de América Latina y el Caribe, invitado por Casa de las Américas (La Habana-Cuba, 1989).

© Marcos Fabián Herrera Muñoz 2009
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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