domingo, 18 de mayo de 2014

Xavier Moret / Que vienen los ingleses

Ian McEwan, Christopher Hitchens y Martin Amis

¡Que vienen los ingleses!



Una visita a las librerías permite constatar que la rentrée literaria tiene este otoño un marcado acento inglés. La escuadra de autores del Reino Unido se ha permitido un desembarco fulgurante, con lo mejor de cada casa y con la visita a Barcelona, anunciada para las próximas semanas, de pesos pesados de la categoría de Julian Barnes, Martin Amis y Hanif Kureishi. O sea que no sólo podremos tener el placer de leer sus libros, sino que tendremos ocasión de asistir en directo a sus lecturas en el Instituto Británico. A este paso, se nos pondrá cara de ingleses y hasta es posible que sucumbamos a la tradición del te de las cinco. Julian Barnes, el más afrancesado de los autores ingleses, tiene una de esas obras amplias y variadas que se degustan siempre con placer, con parada especial en su superéxito El loro de Flaubert. Nos trae ahora Inglaterra, Inglaterra, obra que desde el mismísimo título puede calificarse de muy inglesa. Se trata de una divertida novela en la que un millonario excéntrico se permite recrear en la isla de Wight una reproducción de lo más emblemático de Inglaterra. Aunque esta visión cómico-futurista pueda parecer absolutamente desmadrada, no hay más que irse a Las Vegas para darse cuenta de que, una vez más, la realidad supera la ficción. En la ciudad más kitsch de Estados Unidos ya hay hoteles que reproducen en medio del desierto de Nevada los canales de Venecia, la torre Eiffel y las pirámides de Egipto. La locura global, en definitiva, y siempre a mayor gloria de los casinos y del dólar. Ian McEwan, de la cosecha de 1948 y autor de novelas como El inocente y Los perros negros, publica ahora Amsterdam, una obra avalada por el prestigioso Premio Booker. McEwan está en forma y lo demuestra con esta sátira social en la que sabe mezclar perfectamente lo negro y lo cómico, algo que siempre se le ha dado bien. Martin Amis, un valor sólido que lleva años en primera fila y que ha sobrevivido a toda clase de polémicas, nos trae los relatos de Mar gruesa, publicados en buena parte en revistas norteamericanas. Amis demuestra ser un maestro también en este terreno. El siguiente en la lista es Hanif Kureishi, que como autor de Mi hermosa lavandería y El buda de los suburbios se ganó ya un buen club de lectores. En su nueva novela, Intimidad, Kureishi riza el rizo y pone su intimidad en primer plano, con la crónica de una separación de un escritor que se parece mucho a él. Graham Swift, último de los desembarcados y autor de la inolvidable El país del agua, novela en Fuera de este mundo el horror de la guerra, con un atentado del IRA como punto de partida y con un fotógrafo en la primera línea de una visión en teoría objetiva. Los cinco autores, en conjunto, componen un grupo generacional variado y de calidad. Podríamos añadir otros seis nombres -por ejemplo, William Boyd, Kazuo Ishiguro, Salman Rushdie, Timothy Mo y Jonathan Coe- y ya tendríamos un equipo titular inglés capaz de desafiar a cualquier selección nacional. En el grupo hay de todo: tradición, toques afrancesados, rastros de Oxford, influencia norteamericana y restos del imperio británico sabiamente asimilados por autores de origen chino, paquistaní o japonés. Desde España hemos visto otros intentos similares de desembarco generacional -de autores italianos, sin ir más lejos- que se han desinflado con el tiempo.Los ingleses, en cambio, siguen siendo un valor sólido y variado. ¿Cuál es la fórmula? Éste es el secreto por el que pagaría una fortuna cualquier editor. Los responsables de la cultura oficial de por aquí han intentado crear de un modo artificial generaciones literarias de calidad, pero me temo que la cosa no ha funcionado. Y es que no es nada fácil. Los ingleses, de hecho, surgieron por generación espontánea cuando todo el mundo daba por hecho que la literatura inglesa ya estaba acabada y que lo que se llevaba era la norteamericana. Quizá ésta sea la fórmula: jugar al despiste, proclamar que el país no da para más y empezar desde cero a asimilar los restos de una decadencia para dejar que cada escritor haga su vida sin interferencias oficiales. Sólo entonces, cuando ya se pueda formar una selección vistosilla surgida de modo espontáneo, será el momento de que los organismos oficiales se atribuyan el mérito. Antes no, no vayan a estropearlo todo.



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