domingo, 14 de septiembre de 2003

Fernando Urribarri / El sabor de Cerisy

 

Paul Desjardins

El sabor de Cerisy

Fundados y autogestionados por los más prestigiosos intelectuales –de Sartre y Foucault a Barthes y Derrida– los coloquios de Cerisy cumplen cien años como la capital de la cultura europea. Entre el rigor de las bibliotecas y el fragor de la bodega, década tras década dieron nacimiento a corrientes teóricas y estéticas, instalaron y legitimaron temas, consagraron autores, fundaron grupos, iniciaron amistades decisivas y lanzaron modas que nunca adoptaron ni padecieron. Por eso, Fernando Urribarri (discípulo de Castoriadis, director del reciente coloquio dedicado al filósofo griego y único latinoamericano en dirigir una de las célebres “décadas” de Cerisy) ofrece una visita guiada por la historia de uno de los centros de la vida intelectual del siglo XX.


FERNANDO URRIBARRI
14 DE SEPTIEMBRE DE 2003


Cuando uno llega a Cerisy hay una sola cosa más impactante que el verde de las colinas normandas y la sobria majestuosidad del castillo. En el luminoso hall de entrada, las paredes de piedra están sencillamente decoradas con una colección de fotos blanco y negro en las que el Olimpo moderno de los pensadores nos saluda desde la documentada memoria de su paso por allí. Justamente allí donde uno está entrando. Donde la morosidad medieval del entorno deja lugar a un vertiginoso caleidoscopio que nos anuncia que estamos en uno de los centros de ese huracán que fue la historia intelectual del siglo XX.
“La primero que impresiona en la historia de estos coloquios es el hecho mismo de haber reunido, de haber hecho trabajar juntos y discutir a intelectuales, filósofos, académicos, ensayistas, novelistas, poetas, historiadores, politólogos, sociólogos, psicoanalistas, usualmente figuras de primer orden, de Europa entera, de América, de Asia. Es la historia intelectual del siglo XX, con sus compromisos teóricos y políticos, la que ha sido elaborada y discutida en los coloquios de Pontigny y luego de Cerisy. Es el siglo XX todo lo que esta exposición despliega.” Así dice con sencilla y autorizada contundencia Jacques Le Goff –el decano de los historiadores franceses– en la impresionante introducción del impresionante catálogo de la aún más impresionante exposición “Un siglo de encuentros intelectuales: de Pontigny a Cerisy”.
Con ánimo a la vez festivo e historiográfico, la exposición del centenario puede brindarnos una gran oportunidad para echar una mirada panorámica a esta institución legendaria y a su rol (tan reconocido como a veces inasible) en la historia cultural contemporánea. O lo que es igual, pero mejor: para colarnos y espiar tras las bambalinas de los coloquios en los que se “han elaborado y discutido” las ideas que hicieron época. “Para limitarme a la importancia de Cerisy en la historia de la filosofía –sostiene Jacques Derrida, el más célebre de los filósofos franceses vivos–, diré que es necesario aún consagrar profundos análisis a la interpretación retrospectiva de ciertos coloquios cuyo valor filosófico, ético e ideológico no puede mensurarse acabadamente, aunque su magnitud sea inmediatamente apreciada.” Coloquios fundamentales que por dar nacimiento a una corriente teórica o estética, por instalar y legitimar un tema, por consagrar un autor, por fundar un grupo o una nueva institución, por iniciar amistades decisivas (y generalmente por varias de estas cosas a la vez), han constituido verdaderos acontecimientos históricos. Hitos de la historia íntima de la vida intelectual del siglo XX.

Desjardins & Cía.: “Amistades intelectuales”
Nombres legendarios, sinónimos del más alto prestigio intelectual, Pontigny y Cerisy son las localidades de la primera y la segunda sede de la extraordinaria institución fundada por Paul Desjardins. Ejemplar canónico del escritor comprometido, este ardiente defensor del capitán Dreyfuss, camarada de Zola y amigo de Bergson y de Proust, fue un inventivo animador cultural de la naciente modernidad. Aprovechando la reciente separación del Estado y la Iglesia, compró y acondicionó una antigua abadía en la bellísima Borgoña. Allí creó en 1910 un lugar de retiro, accesible pero alejado de la capital, donde en los meses de sol y verano puso en marcha un dispositivo novedoso que por durar unos largos diez días llamó “Décadas”. Se trataba de coloquios temáticos que, en grupos medianos de unas 40 personas, procurarían aunar trabajo teórico y convivencia, rigurosidad, ocio y camaradería. El máximo logro esperable era el establecimiento de lo que su fundador llamaba una “amistad intelectual”.
Si el diseño del proyecto es mérito de Desjardins, su exitosa y duradera construcción es también obra de la red de pensadores y artistas que lo hizo propio: no sólo participando sino organizándose a su alrededor, logrando que los coloquios se autofinanciaran, garantizando su continuidady su independencia. En Pontigny, desde 1910 a 1939 (cuando los nazis la clausuraron) se destacaron especialmente los miembros de la Nouvelle Revue Française, con André Gide y Jean Schlumberger a la cabeza. Pero también André Malraux, Raymond Aron, Gaston Bachelard, Paul Valéry, Gaston Gallimard, Louis Aragon y Max Jacob, entre otros protagonistas de la modernidad francesa.
Pero no sólo los consagrados tenían su lugar. Como lo señala Hebert Lottman en su clásico La Rive Gauche. La elite intelectual y política en Francia entre 1935 y 1950: “Hecho importante: las jóvenes promesas eran bienvenidas en Pontigny. Podían escuchar, pero también podían expresarse. Durante los largos atardeceres de verano se encontraban en compañía de prestigiosos mayores que quizás no hubieran sido accesibles en otras circunstancias. (...) A veces el diálogo en Pontigny intimida, pero no obstante: ¡qué lugar para comenzar una carrera! ¡Tan cerca de la cima! Lo único necesario era prometer. Una fotografía tomada durante una ‘década’ de 1926 muestra, entre figuras consagradas, a un tal Jean-Paul Sartre”. Lottman cuenta también que Raymond Aron conoció allí al joven pero ya famoso André Malraux, con quien inició una amistad que lo llevaría a ser su director de gabinete cuando éste asumió como ministro de Información tras la Liberación. “Poder tomar café con leche con André Gide, jugar a los dados con Charles du Bois, eran los divinos regalos que nos esperaban cada verano”, recuerda el entonces jovencísimo filósofo Vladimir Jankelevich, invitado por el viejo Brunschvig a reemplazarlo en un seminario.
Por otra parte, las interrupciones debido a las guerras mundiales no impidieron que el renombre y la importancia de Pontigny y de su fundador adquirieran proporciones internacionales. “En la exposición he leído con gran emoción –cuenta Jacques Derrida– la carta manuscrita de Walter Benjamin en ocasión de la muerte de Desjardins, hablando de toda la gratitud a la que su obra y su tradición tienen derecho.

Cerisy: la vanguardia es así
En la segunda etapa, comenzada en 1952, Anne Heurgon-Desjardins (hija del fundador, fallecido en 1940) supo restablecer y superar lo mejor de la tradición de Pontigny gracias a una renovada y activa red de colaboradores. Entre los más célebres animadores iniciales del Centro Cultural Internacional de Cerisy –instalado ahora en un castillo normando– puede citarse a Roland Barthes, Eugène Ionesco, André Malraux y Maurice de Gandillac. La formidable evolución posterior del Centro (cuya dirección asumieron a fines de los sesenta las nietas de Desjardins, Edith Heurgon y Catherine Peyrou) se ha sostenido en unos deslumbrantes “Comités de amigos” que actualmente incluyen a Jacques Derrida, Umberto Eco, Alain Robbe-Grillet, Michel Tournier, Alain Touraine, Edgard Morin, Maurice Godelier, Paul Ricoeur, Anthony Giddens, Tzvetan Todorov y Rene Thom, entre otros próceres.
Pero de Pontigny a Cerisy el cambio no es sólo la mayor diversidad temática y el gran aumento en la cantidad de coloquios por año (71 en 20 años en Pontigny; 420 en 50 años en Cerisy). También hay una evolución en la relación con (y en la proyección sobre) la escena política y cultural. El rol de retiro y de retaguardia –muy cultivado en Pontigny– se combina fuertemente en Cerisy con una dinámica de vanguardia. Al ampliar y diversificar su red de colaboradores, profundiza su pluralismo y su independencia de las modas que lanza, pero no adopta ni padece. Puede decirse que si bien Pontigny fue muy importante, Cerisy llega a ser imprescindible. El antidogmatismo radical de Cerisy, su extraoficialidad, su extraterritorialidad, combinadas con su excelencia y su creatividad, la consagran, según el elogio de Jacques Derrida, como “la contrainstitución filosófica”. Los principales coloquios empiezan a publicarse,multiplicando geométricamente su impacto. Muchos, que llegan a tener ediciones de bolsillo, se vuelven clásicos instantáneos y mitos contemporáneos.

1955: Heidegger pregunta ¿qué es la filosofía?
En 1955 se crea un nuevo tipo de coloquio: dedicado a un gran autor y en presencia del mismo. Se convertirá inmediatamente en distintivo de Cerisy y en sinónimo de consagración. El primero fue acerca del filósofo alemán Martin Heidegger. En su Historia de la filosofía en el siglo XX, Christian Delacampagne escribe: “El éxito de Heidegger en Francia comienza verdaderamente en 1955 con el famoso coloquio de Cerisy organizado en su honor por Kostas Axelos y Jean Baufret”. Entre las cincuenta y cuatro personas inscriptas se encuentran Lucien Goldman, el joven Gilles Deleuze, Jean Starobinsky, Gabriel Marcel, su protegé Paul Ricoeur y Maurice de Gandillac. 
“El alcance histórico y filosófico, incluso político, de la presencia de Heidegger en Cerisy –sostiene Derrida– no acabó de ser evaluado ni cesará de ser interpretado en el porvenir. Este encuentro con Heidegger en Francia no ha dejado de ser citado y revisado hasta hoy por cierta Europa filosófica. Pues sigue representando una referencia ineludible, como un pico, la cumbre de una montaña.” Recordemos que el período 1945-1960, dominado por la fenomenología y el existencialismo, ha llegado a ser conocido como el de “las tres H” (por Hegel, Husserl y Heidegger). Y puede decirse –como suelen ironizar en Cerisy– que sin el coloquio de 1955 probablemente las “H” habrían sido sólo dos.
La importancia histórica del coloquio consiste en (re)establecer a Heidegger en el mapa de la filosofía del que arriesgaba a caerse por su compromiso con el nazismo. Su obra, afirman los organizadores, no podría evaluarse exclusivamente en base al rechazo ideológico del nazismo militante de quien fue rector de la Universidad de Friburgo en 1933 –tras la llegada de Hitler al poder– y mantuvo su afiliación al Partido Nacionalsocialista hasta 1945 (sin jamás amagar con autocriticarse). Tras su fascinación inicial, ésta venía siendo la tendencia de Jean-Paul Sartre y sus seguidores. Especialmente desde que el propio Heidegger desacreditara abiertamente su lectura “humanista” en la célebre “Carta sobre el humanismo”. De todos modos, el coloquio –organizado por un exiliado revolucionario griego y un combatiente de la Resistencia– no omitía ni excusaba la dimensión ideológica y política. Entre los momentos legendarios del encuentro se recuerda la intervención de Lucien Goldman, descolocando magistralmente al invitado, leyendo en plena sesión su discurso para la asunción del Rectorado. 
Hilando aún más fino: la trascendencia del coloquio se debe a la calidad del aporte del “homenajeado”, quien preparó para la ocasión su hoy clásica conferencia “¿Qué es la filosofía?”. Y a la maestría de los asistentes que lo sometieron a discusión. Una de las principales consecuencias “filosóficas” del coloquio fue la de establecer una nueva lectura de Heidegger, antihumanista, que resultará inmensamente influyente a lo largo de la segunda mitad del siglo. Ella es una de las fuentes principales del “antihumanismo teórico” reivindicado por los autores estructuralistas. Y su huella puede hallarse tanto en el “deconstruccionismo” de Jacques Derrida cuanto en las obras de los grandes renovadores de la fenomenología como Paul Ricoeur y Emanuel Levinas.

1963: Operación Estructuralismo: Barthes + Foucault + Tel Quel 
Durante los años sesenta, la literatura y su estudio tendrán un lugar central en Cerisy. Uno de los puntos memorables será el coloquio impulsado en 1963 por Roland Barthes, colaborador asiduo de Cerisy, con el título “Una nueva literatura: Tel Quel”. Su éxito impulsa decisivamente al “frente literario” de la aún naciente ola estructuralista.
Barthes había “descubierto” y promocionado la obra de Alain Robbe-Grillet y el Noveau Roman (Nueva Novela) a fines de los cincuenta. Entonces propone su correlación necesaria con una “Nueva Crítica” de inspiración estructuralista. Basada en la “aplicación” del modelo de la lingüística de Ferdinand de Saussure a los fenómenos culturales y sociales en general, la Nueva Crítica postula que no es el autor ni la obra sino el lenguaje, el texto, el verdadero objeto de la teoría literaria.
El anuncio del coloquio –redactado por Barthes y Sollers– convoca a “establecer el estado de situación de la literatura después del Noveau Roman”. Es decir: a “establecer” ese “después”, a instituir una nueva correlación de fuerzas en el campo literario. El autor de Mitologías busca consagrar a la Nueva Crítica para instalarse –según Antoine Compagnion– como “guía y guardián” de la literatura de vanguardia. Sueña con ser “el garante de su radicalidad”. Para ello promoverá la asociación de la Nueva Crítica ya no sólo con la Nueva Novela sino con lo que él mismo propondrá llamar (justamente en ocasión del coloquio) la Nueva Literatura. Y buscará aliarse con el grupo de jóvenes críticos y escritores de la revista Tel Quel (dirigida por Philippe Sollers y su futura esposa Julia Kristeva) a los que promoverá como el relevo de la Nueva Novela. En los sintéticos términos del título del coloquio: “La nueva literatura: Tel Quel”.
El evento resultará la magistral puesta en escena de la alianza entre Nueva Literatura y Nueva Crítica. Pues no sólo asisten los “telquelianos” en pleno. Para subir (y garantizar) la apuesta, Barthes invita como coprotagonista a su amigo Michel Foucault a dar una de las conferencias centrales. Éste acaba de publicar un libro sobre el escritor Raymond Rousell y atraviesa lo que se conoce como su “período literario”. El encuentro consolidará el “eje literario” del naciente estructuralismo al articular las autodenominadas vanguardia literaria con la vanguardia teórica. “La nueva crítica –sostiene Barthes en Cerisy– tiene el mérito de tener el mismo lenguaje que los creadores y las creaciones de nuestra época. Una novela verdaderamente actual tiene un segundo plano marxista o psicoanalítico (léase: estructuralista).” Una de sus principales consignas será “La muerte del autor”.
En la minuciosa cronología que abre “Entre filosofía y literatura”, el primer volumen de Obras esenciales de Foucault, sus editores D. Defert y F. Ewald consignan las consecuencias personales y teóricas del coloquio: “Invitado al encuentro de Cerisy, Foucault inicia relaciones personales con los miembros del grupo Tel Quel (Sollers, Pleynet, Thibadeau, Baudry y Olliers) sobre cuyos libros escribirá desde entonces numerosos artículos”. Inmediatamente después, en 1964, escribe en sintonía con la nueva crítica “Distancia, Aspecto, Origen”: su primer ensayo sobre Sollers y Cía.
Por otra parte, el coloquio sellará una suerte de acuerdo estratégico entre Barthes y Tel Quel (en cuyo comité editorial ingresará). El inventor de la semiología incorporará en 1965 a su seminario de la Ecole des Hautes Etudes a Kristeva, sobre la que escribirá en 1970 el elogioso texto “La extranjera”. Sobre Sollers publicará el libro Sollers escritor. Por su parte, Tel Quel (que será sucesivamente el “órgano oficial” de la semiología estructuralista, de la semiótica post-estructuralista, del maoísmo literario y luego de la des-construcción) dedicará a Barthes un celebratorio número especial en 1971. Además, el coloquio de 1963 será el primero de una significativa serie de coloquios sobre la Nueva Literatura, Tel Quel, los autores del Noveau Roman, las “ciencias del texto”... y en 1977 sobre el propio Roland Barthes.
Al coloquio “Pretexto: Roland Barthes” asiste el mismísimo Robbe-Grillet. En una florida intervención, declara: “Tuve siempre la convicción de que Barthes no decía nada sobre mí sino, por el contrario, que empezabaa hablar de un modo poco riguroso, flotante, en el que el Barthes novelista empezaba a emerger. Tus textos sobre mis primeras novelas –le dice directamente al homenajeado– son extraordinariamente personales. Vos tomabas un cierto número de elementos, los comías, los digerías y los representabas bajo otra forma totalmente distinta; y es eso lo que me apasiona de un escritor”. Esta vez, como bromearía años más tarde el novelista, “la consigna hubiese podido ser: la muerte del crítico”.

1972: Derrida vs. Deleuze (o “un deseo llamado Nietzsche”)
Ciertamente, el coloquio “¿Nietzsche hoy?” ha dejado también una fuerte marca en la historia de la filosofía (al punto de que en el 2002 se realizó en Alemania un multitudinario congreso para analizarlo y festejar su 30º aniversario). Pero primero y antes que nada dejó una marca en sus participantes. “Tenía 32 años –recuerda emocionado el filósofo Jean-Luc Nancy– y apenas comenzaba mi trabajo de investigación. Aquel coloquio fue para mí el descubrimiento de la fiesta en el trabajo. Estaba impulsado no sólo por Nietzsche sino por el humor dionisíaco de la época: la estela incandescente del Mayo del ‘68. Klossowsky baila el tango con Dense en las calles de Cerisy el 14 de julio. Todos bailamos como locos en la bodega del castillo. Deleuze, Lyotard, Derrida se confrontan entre sí. También van juntos a confrontar al gran Karl Lowit y a algunos otros de su generación. Maurice de Gandillac abandona la sala porque Jean Maurel habla de la ‘mierda’ en la obra de Victor Hugo. Descubrí de golpe que allí había generaciones, y que había fuertes conflictos de interpretación de Nietzsche. Se hablaba y se discutía por todos los rincones y todos los sentidos. Era una orgía intelectual.”
Con un mayor caudal interpretativo, el propio Jacques Derrida evoca también aquel evento. “Fue una Década memorable. En el contexto ideológico-político post-Mayo ‘68 y post-estructuralismo, en una movida de gran renovación de los estudios nietzscheanos, se opondrán amigablemente dos grupos. Dos éticas o políticas de la lectura. De un lado estaban los que se sentían cercanos a Deleuze (¡era el año de El Anti-Edipo!) Y cerca también de Lyotard, quien venía de publicar Discurso, Figura y publicaría pronto Derivas a partir de Freud y Marx. Del otro lado nos encontrábamos con un grupo en el que cierta complicidad nos acercaba a Bernard Pautrat, Sara Kofman, P. Lacoue-Labarthe, Jean-Luc Nancy, Jean-Miche Rey y a mí. Todo fue muy amistoso (como suele ser siempre en Cerisy). Recuerdo por ejemplo haber visto a Lyotard en tren de trabajar en un salón. ‘Trabajás hasta último momento’, le dije. Y me respondió sonriente: ‘Apresto mis armas’.”
¿Qué era lo que estaba en juego en aquellas amistosas batallas? Ni más ni menos que el relevo del estructuralismo, cuyo prestigio pulverizó la inesperada revuelta del Mayo del ‘68 al demostrar en las aulas, las usinas y las calles que la historia estaba vivita y coleando. La referencia al autor de Más allá del bien y del mal es el terreno común entre dos corrientes que se confrontan disputando el espacio vacante. Por un lado la “filosofía del deseo” de Deleuze, Guattari y Lyotard (a la que se acercará también Foucault). A tono con los aires post-’68, en el cruce entre Freud y Marx (pero criticando duramente a Lacan y a Althusser), el deseo será el nuevo nombre de aquello que motoriza la historia y “subvierte las estructuras sociales”. Por el otro lado Derrida y los suyos fundarán el Post-estructuralismo, suerte de paradójica profundización y relevo crítico del estructuralismo. “No hay nada fuera del texto. Ni nada antes del texto. No hay pre-texto que no sea ya un texto”, rezará el dogma de esta corriente que, conocida como “Deconstruccionismo”, llegará a ser moda en los ochenta. (Cuando eso ocurra, el brillante arquitecto y teórico argentino Tomás Maldonado reaccionará con un resonante ensayo-panfleto titulado “La arquitectura no es un texto”).

1981: Castoriadis y la revolución (científicas)
Si hay un coloquio cuya importancia histórica y rango legendario puede compararse con el de 1955 sin duda es “La Auto-organización: de la física a la política”. Suerte de reunión cumbre y congreso fundacional, es reconocido como un acontecimiento revolucionario: el nacimiento de un nuevo paradigma científico.
Este coloquio reúne por primera vez a un grupo impresionante de reconocidos pensadores heterodoxos cuya convergencia crea una nueva e innovadora corriente transdisciplinaria (a la vez científica, epistemológica y político-filosófica). El todo que será más que la suma de las partes saca su fuerza de la notable confluencia de descubrimientos y teorizaciones que vienen desbordando los paradigmas dominantes. Por ejemplo, en la termodinámica, el reciente Premio Nobel, Ilya Prigogine, postula (contra la ciencia clásica que excluye la noción de tiempo y de irreversibilidad) la existencia de estructuras disipativas y bifurcaciones, de fenómenos irreversibles que conducirán a la revolucionaria introducción de una “dimensión histórica” y del azar en el mundo físico. El biólogo y epistemólogo Henri Atlan teoriza las relaciones paradojales orden-desorden-organización en las que (contra la lógica clásica) el caos es productivo. En la biología molecular, Francisco Varela introduce (contra el “paradigma informático”, basado en la metáfora de la computadora, que veía en lo viviente un sistema receptor de información que le es impuesta desde el exterior) la idea de autonomía y auto-poiésis: demuestra que a nivel bioquímico la vida es un proceso de auto-organización en la que un organismo emerge y perdura creando un cierre (autonomía) relativo respecto del medio, del cual tomará y procesará la información de un modo no predeterminado por éste, creando un sentido que le es propio (auto-poiésis). Por su parte, Cornelius Castoriadis elucida lo histórico-social como espacio de creación radical y autoinstitución del imaginario social. No hay “leyes de la historia”. La historia no es destino sino creación, emergencia de nuevas significaciones imaginarias e instituciones: es el devenir –condicionado, pero no predeterminado– del conflicto instituyente-instituido propio del obrar efectivo de los colectivos humanos.
A estos autores se sumarán en el coloquio numerosos científicos y notables como Edgard Morin, Rene Girard, Isabel Stangers, Jean-Pierre Dupuy, Pierre Rosanvallon y Marcel Gauchet. El resultado será la constitución y legitimación de un nuevo paradigma científico, superador del paradigma clásico que postula un universo homogéneo y ordenado según leyes simples y universales, cognoscibles con objetividad absoluta. Una “Scienza Nova” (como la llama Morin) que descubrirá un universo heterogéneo, inestable, complejo, con leyes “locales” y rupturas, cognoscible con una cuota de subjetividad no sólo ineliminable sino necesaria. Una ciencia post-determinista, abierta a cuestiones inéditas como el tiempo, el azar, el caos, la emergencia de lo nuevo y la creación de sentido. Además, “desde la física hasta la política” se articulará una Nueva Alianza entre las ciencias y las humanidades que creará una inédita matriz transdisciplinaria e impulsará una profunda renovación de la epistemología a la que Morin bautizará “Pensamiento Complejo”.
Si la resonancia de este nuevo paradigma fue inmediata y su influencia no dejó de crecer durante toda esa década de brutal regresión ideológica e intelectual, fue en parte por constituir un bastión alternativo al discurso posmoderno. Recordemos que este último decreta el “fin de la historia” y sentencia que para legitimarse el saber y la ciencia se independizan del “lastre moderno” de su relación con la filosofía (cuyos “meta-relatos” estarían caducos). Por el contrario, los científicos como Varela y Atlan reconocen y reivindican su deuda con los filósofos: “Si pude avanzar en mi investigación –confiesa el primero– en temas hoy aceptados como la auto-poiésis y la auto-organización microcelular, fue gracias a las precedencia de las ideas de Castoriadis sobre la imaginación y la autonomía”.
La publicación en 1977 de La institución imaginaria de la sociedad ha permitido a Cornelius Castoriadis superar el estatuto mítico de pensador político post-marxista, consagrándolo además como Filósofo (con mayúsculas, a la francesa). Y este coloquio pone esta consagración en escena. “No sólo las reconocidas tesis de Castoriadis sobre el imaginario social nos llevan a consagrarle una sesión especial, única en nuestro programa”, anuncia en la apertura del coloquio su director, Jean-Pierre Dupuy. Por su parte, en dicha sesión de honor, Morin describe el itinerario de su mejor amigo griego (a quien califica como un “Aristóteles caliente”) en tanto pionero filosófico del nuevo paradigma. “La reelaboración personal de Castoriadis se opera en la metabolización y desarrollo de su gigantesca y polimorfa cultura, que es a la vez científica, filosófica y política. Aquello a lo que Castoriadis arriba –tras descubrir y teorizar la imaginación radical de la psique y el imaginario social instituyente– es a un nuevo paradigma que permite separar y ligar a la vez lo formalizable y lo magmático, a pensar juntos de modo complementario y antagónico (lo que podemos llamar “complejo”) lo que es determinado/limitado y lo abierto/indeterminado.”
Castoriadis dedica su conferencia a las cuestiones de lógica y ontología. Pero dedicará unas palabras a su relación con la política. “Pienso que no se puede extraer o deducir una política de una filosofía o de una teoría. Pues en la política hay una decisión última que no tiene garantías ni fundamentos externos a ella misma. Ahora bien, es cierto que en el saber contemporáneo hay una gran división entre, por una parte, aquellos para quienes toda la fantástica riqueza de formas del ser conocidas –desde las galaxias hasta las sinfonías– es reducible a elementos simples regidos por leyes simples; y, por otra parte, está la idea de que el ser es creación, de que la propiedad esencial del ser es hacer surgir formas nuevas. ¿En qué sentido esto tiene consecuencias políticas? Sencillamente, esta última opción filosófica nos da libertad para pensar la política. Pues nos libera de la idea de un determinismo absoluto. Esta opción afirma que nada en el saber –científico o filosófico– se opone a la idea de que podríamos crear una sociedad en la que seres humanos libres podrían colectivamente autoorganizarse y gobernarse en forma autónoma.”

Los noventa: para terminar con el fin de la historia 
Se sabe que es con posterioridad que un acontecimiento puede revelarse significativo históricamente. La angosta perspectiva que la proximidad con la década del noventa nos deja hace difícil establecer aún la relevancia de tal o cual coloquio. Sin embargo, puede apreciarse una tendencia que profundiza la posición antiposmoderna de Cerisy: numerosos encuentros apuntan a interrogar y explorar las nuevas formas posibles de pensar desde la izquierda la crisis de la sociedad contemporánea. Entre éstos se destacan sin duda varios coloquios centrados en grandes autores como el celebradísimo “La modernidad en cuestión: Rorty vs. Habermas” (con la presencia de ambos); los coloquios dedicados a Jacques Derrida y a Castoriadis (los únicos autores contemporáneos que han merecido un nuevo coloquio en el nuevo siglo); así como los coloquios sobre los principales sociólogos de Francia e Inglaterra: Pierre Bourdieu y Anthony Giddens. En cualquier caso, como el reciente testimonio del fundador de la Tercera Vía y decano de la London School da cuenta, la estimulante vitalidad intelectual y humana de Cerisy ha seguido intacta: “Tengo fuertes recuerdos del tiempo que pasé en Cerisy. Sobre todo en ocasión del coloquio que me fue dedicado. Fue realmente importante en mi desarrollo intelectual y en mi carrera. Fue la primera vez en que especialistas franceses se reunieron a discutir mis trabajos. Muchas ideas interesantes que surgieron de aquel encuentro fueron luego elaboradas en mi obra. Recuerdo una animada discusión acerca de la subjetividad y la identidad en la modernidad de la que valoré mucho las críticas, los contra-argumentos y las sugerencias. Había un clima de gran camaradería y fue una gran ocasión para hacer amigos. Uno de mis recuerdos favoritos es el de los muchos partidos de ping-pong que por las tardes jugué en la bodega. Siento que Cerisy marcó un importante momento de transición en mi vida y le estaré siempre agradecido”.
En fin: hablando de gratitud, creo que ésta no debería ser exclusiva de quienes hemos estado allí. Pues, como escribió Walter Benjamin (quien no conoció Pontigny) en la ahora famosa carta manuscrita que al morir Desjardins envió a su viuda: de la tradición que éste fundó somos todos beneficiarios.

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