Peter Handke |
Reeditan la novela de Peter Handke que recrea la vida y el suicidio de su madre
En "Desgracia indeseada" (o "Desgracia impeorable", según la traducción), el escritor austríaco Peter Handke recrea la vida y el suicidio de su madre, a los 51 años, con un lenguaje austero, preciso y extrañado.
Por Pablo E. Chacón
9 de febrero de 2016
En "Desgracia indeseada" (o "Desgracia impeorable", según la traducción), el escritor austríaco Peter Handke, luego de una depresión que lo dejó paralizado, recrea la vida y el suicidio de su madre, a los 51 años (cuando él pasaba apenas los 30), con un lenguaje poco artificioso, austero, preciso y extrañado que nada debe al periodismo o la crónica de costumbres.
El libro, publicado por primera vez en castellano en 1975 por Barral Editores, ha sido recuperado recientemente por la editorial Alianza, que ha publicado casi toda su obra en prosa. El autor también es poeta, dramaturgo y traductor.
Handke nació en Griffen, en la zona de Carintia, en Austria, en 1942. Pronto se fue de su país (al que detesta); empezó la carrera de abogacía, que abandonó, para concentrarse en la escritura, el teatro y la novela sobre todo.
Entre sus libros se destacan "Los avispones", "Lento regreso", "El chino del dolor", "La mujer zurda", "Ensayo sobre el cansancio", "Ensayo sobre el jukebox", "Ensayo sobre el día logrado", "El vendedor ambulante", "El año que pasé en la Bahía de Nadie" y "La pérdida de la imagen".
"Bajo el título 'Varios' salió en la edición dominical del 'Diario del Pueblo' de Kartner, lo siguiente: 'El viernes por la noche se suicidó a la edad de 51 años un ama de casa, de A (comunidad G), ingiriendo una fuerte dosis de barbitúricos'". Así, de una manera falsamente objetiva, arranca Handke esta suerte de memorial.
"Ya han pasado casi siete semanas desde que murió mi madre y quisiera ponerme a trabajar, antes de que la necesidad de escribir sobre ella, que tan apremiante fue durante el entierro, se convierta en una forma abúlica de quedarse sin habla, con la que reaccioné ante la noticia de su suicidio", apunta.
Eso hará entonces en poco más de dos meses, un poco contra sí mismo, contra las ganas de abandonarse o irritarse contra su país natal, cuna de connotados nazis, ruido de fondo de una posguerra que lo expulsó de joven hacia tierra francesa, donde vive hasta el día de hoy, en la periferia de París.
En "Desgracia...", el escritor recupera la historia de su familia, los saberes y los oficios del campesinado austro-bávaro, y cómo, en ese entramado más bien violento y misógino, su madre se las arregló para educar a sus hijos, transmitirles su amor por el idioma esloveno y soportar las cobardías de su marido.
Una estancia en Berlín, en 1948, en la zona oriental, y la vuelta a Carintia, donde la mujer le consigue un trabajo a uno de sus hermanos -alcohólico- permiten que durante un tiempo soporte la compañía de algún hombre, siempre inestable; ganar garbo y cierta soberanía y finalmente, abandonar las ilusiones que de joven la habían hecho soñar con una vida menos apremiante.
"En el desamparo tuvo que hacerse fuerte y eso sobrepasó sus fuerzas. Se hizo vulnerable, lo que ocultó con una dignidad tímida y sobreexcitada bajo la que, con la más mínima ofensa, aparecía de inmediato un rostro de pánico, desvalido. Era muy fácil humillarla", escribe Handke.
"No estaba recluida en su soledad; sin embargo se sentía como un ser a medias. No existía nadie que la complementara. '¡Nos complementamos tan bien!', decía de la época que estuvo con el empleado de la caja de correos; eso hubiera sido su ideal del amor eterno".
Con todo, tiene tiempo y deseo de leer con su hijo libros de Charles Dickens, Goethe o William Faulkner, en los que busca figuras que puedan decirle a ella algo que ella no sepa o crea no saber. Pronto empezará una deriva por la melancolía que la hace pasar largo rato paseando o bien encerrada.
Los abortos que sostiene en secreto, los encuentros con el machismo ambiente, la pérdida de sus capacidades para encantar a los demás sólo con su presencia y la pobreza persistente empiezan, quizá, a resquebrajar sus sistemas de alerta y de defensa: Handke lee en esa posición una especie de destino.
Ese destino, en cualquier caso, es el que suavemente la empuja, casi con timidez a planear, con todo cuidado, luego de recibir de un médico un diagnóstico de 'depresión nerviosa', su suicidio, consumado con barbitúricos o somníferos.
Handke vuelve a sus orígenes y en una de las estampas más conmovedoras del libro, pide a sus parientes que lo dejen solo con el cadáver de su madre. "Incluso el cuerpo muerto me dio la impresión de estar terriblemente solo y necesitado de amor", escribe.
"El ritual del entierro por fin la despersonalizó a ella y nos alivió a todos (...) Las velas se apagaban una tras otra y nadie las volvió a encender más. Recordé haber leído varias veces, que alguien contraía en un entierro la postrera enfermedad mortal", prosigue.
Después, el silencio, y algunas anotaciones sueltas, sobre la madre muerta, sobre su propio estupor, acaso condensado en el último párrafo del texto, donde Handke se promete o promete escribir sobre esto más tarde, en otro momento, algo más preciso. Si fuera posible.
TÉLAM
no conocemos a todos los escritores del mundo , ahora a raiz del novel empiezo a leer a Peter Handke y es otra forma de contar las cosas su estilo y como todos escribimos de lo que nos pasa aunque a veces le pongamos una cuota de ficción
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