lunes, 8 de febrero de 2016

Marta Sanz / Sexualidad creadora








Sexualidad creadora


Un texto real sobre una francesa en los años veinte contrapone seducción y ruptura de tabúes


Marta Sanz
8 de febrero de 2016

Tal vez la mayor peculiaridad de este libro radique en su condición de manuscrito encontrado. Pero no de manuscrito encontrado a la manera cervantina, sino de manuscrito verdaderamente encontrado, testimonio real de la sexualidad creadora de una mujer francesa de clase alta en los años veinte. Simone, Mademoiselle S., mantiene una relación adúltera con Charles, casado infiel. A medida que se aman y se escriben cartas, Simone se empodera de sí misma. Sólo se conservan las cartas de Simone, editadas por Jean-Yves Berthault, que en el prólogo abre la puerta a la desconfianza como acicate de lectura: “Uno de mis mejores amigos (…) me dijo: ‘¡Vamos, reconócelo, las has escrito tú mismo! ¡Esto no pudo haberlo escrito una mujer en 1928!’, y tuve que enseñarle las misivas originales…”. Lo mismo hace con los lectores que en esta edición analizan la letra regular, los renglones rectos, los respetuosos márgenes. Si estas cartas no diesen testimonio de una realidad que imita las ficciones libertinas, poniendo de manifiesto cómo vi­da y literatura copulan incesantemente, entonces La pasión de Mademoiselle S. como obra de imaginación por­nográfica podría quedarse corta ante la crueldad sexual, de repercusiones éticas, de Sade, Crébillon, Apollinaire o Bataille. Damos la vuelta al prejuicio de si la realidad supera la ficción y al margen de unos posibles valores literarios que residirían en que las cartas no fueran verdad sino construcción verosímil, el interés de Mademoiselle S. sería sociológico: una mujer se reivindica como sujeto sexual activo. Además, el compilador Berthault, en nota al pie, explica cómo los avances técnicos —correo neumático, el tranvía y la posibilidad de mantener contacto visual con extraños— propician nuevos modos de vivencia erótica. Como Internet, pero de otra manera…





Sexualidad creadora


Simone —¿o Berthault?— entra en plasticidades y detallismos que estimulan tanto al lector como a la lectora, cómplice con el elogio clitoriano, el cunnilingus y las succiones del “botoncito”. La docilidad inicial de Simone, su obsesión por complacer a Charles, dentro del aprendizaje de la sexualidad libertina, la filosofía del tocador y otras “azotainas” dieciochescas, se trasmutan en una búsqueda del propio placer que pasa por la feminización de Charles, metamorfoseado en Lotte y enculado por una consoladora verga auxiliar que Simone maneja hábilmente. La mayor corrupción es la sodomía y el deseo más vicioso — el vicio es el sustento del amor— consiste en las pulsiones homosexuales de los amantes que sin embargo se proporcionan placer en una polimórfica relación heterosexual. La transgresión del adulterio se sofistica y la mecánica del sexo se convierte en aventura porque la palabra adereza el un, dos, tres de las rutinas sexuales. Se escribe para imaginar, y tanto escribir como imaginar son dos momentos de la acción. Se escribe para, con, en el cuerpo, como Valmont sobre el culo de Cécile. No podemos olvidar Las amistades peligrosas, la depravación como didactismo, las contenciones como placer civilizatorio: la Merteuil se hiere el muslo con un tenedor y sonríe; al gozar permanece hierática. La amante es la escritora y el escritor siempre es el amante. El sexo y la escritura son comunicación, aprendizaje, abandono, herramientas de excitación, en las que se asientan tanto el vínculo de Simone y Charles como el del lector con el texto. La escritura es sustitución, recreación y acción sexual. Masturbación y entrega erótica. Escamoteo y vivencia plena. Muro de contención y mazo para demoler ese muro. Paraliza e incita. La palabra es gozo en sí. Tanto que posmodernamente llegamos a poner en duda la existencia de un más allá del lenguaje: la existencia de una verga real que penetre un orificio. En la experiencia de Simone también hay lecciones metaliterarias y el lector barrunta que el sexo escrito siempre acaba teniendo algo de académico.
En La pasión de Mademoiselle S. la literatura se entiende desde una perspectiva de seducción y destrucción de los tabúes, aunque el significado subversivo de los textos eróticos hoy ha cambiado: ahora seducir es imposición del mainstream y merecería la pena reflexionar sobre hasta qué punto vivimos una época en que somos cada vez más mojigatos y eufemísticos en la enunciación del sexo mientras que obscenamente buscamos que desde la cultura sacien nuestras satisfacciones primarias. Por eso, la gracia de estas epístolas consiste en decidir si son un artificio complaciente —qué oportuno el hallazgo de este manuscrito en la era del éxito de ciertas sombras— o un corrosivo documento histórico en el que las prohibiciones se dinamitan con la práctica del vicio de escribir. Dudar. Apretar el lápiz contra el blanco del papel, disfrutar de esa fisicidad y pensar, al contrario que hace un instante, que reducir este libro a la sociología del hecho real sería desmerecerlo, porque en su faceta artificiosa reside su inteligencia dentro de su campo literario, así como el encanto de la sexualidad narrada y de toda la literatura. •
La pasión de Mademoiselle S. Anónimo. Edición y comentarios de Jean-Yves Berthault Traducción de Isabel González-Gallarza. Seix Barral. Barcelona, 2016. 244 páginas. 17 euros


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