EL SABOR DEL MIEDO
Porque traigo
en el pecho
amor del bueno,
me muevo por donde
va la noche.
Camino sin temor
sobre piedras calizas
que arden a la luz de la luna.
Voy decidido rumbo
a la última choza
de la serranía.
Allá vive mi amada.
Esta tarde,
mientras bailaba con ella,
en el frente del río,
le pedí que fuera mi mujer.
Ella dijo que sí,
poniendo su mirada sobre
mi pecho,
sin levantar la vista.
Ahora me espera su familia
hasta el amanecer,
con venado y tesgüino;
y a mí me sobra fuerza
para echarme en la espalda
una manada de jabalíes
hasta su puerta.
Este es amor del bueno,
no hay nadie que se oponga.
Ella es mujer, yo soy hombre
y ya bailamos juntos el Yumari
en el frente del río.
II
Plena de humedad
la noche
se apodera del campo.
Mientras yo camino
con una lámpara
en la frente
opacando la luz
de cada estrella.
He renunciado por amor
al vuelo,
ahora mis alas
penden de tu corazón.
Ahí palpitan.
III
Dormí,
sin darme cuenta,
junto a la madriguera
de una serpiente.
Desperté cuando salió
del nido y la sentí
deslizarse sobre
mi cuerpo.
A la velocidad del instinto,
acaricié en el aire
su lomo caliente.
Ella me atravesó
como a un tronco seco
y se alejó voraz
entre los matorrales.
Aún siento su calor
en mis manos
como el de una mujer
desnuda
en el frío de la noche.
IV
Un viento fuerte,
un ventarrón de altura
no permite
que llegue hasta tu casa.
Al viento en contra mía,
voy a cortarlo
con una cruz de humo,
con el puro machete
si es preciso.
Voy a desviar su ruta
con el poder que tengo
y mi palabra
de hombre de la tierra.
Desde este instante
todo propósito del mal
queda sellado.
El viento desciende
vertiginosamente;
para el amanecer
habrá perdido fuerza
y no podrá tumbar
a las mujeres
que recogen el trigo
en la planicie.
V
Cuando caí
en el agua
tuve una visión
que no puede ser cierta.
Tú me esperabas
con el sabor del miedo,
pero algo me dice
que estás destinada
a otro.
Otro te poseerá
frente a la hornilla
caliente de su choza.
Mientras yo, acaricio
el mango del machete
y abandono el venado
a los pies de tus padres.
VI
Entre gritos
y aullidos de coyote
se anuncia mi llegada.
Presiento que van a matarme.
No hay lucero ni estrellas
en el cielo.
Sólo el relámpago
y el trueno
mantienen las miradas
al acecho.
VII
ólo un rayo de luna
ilumina el sendero
que en este momento
se bifurca.
Y yo, parado en esta
horqueta de la tierra
no sé por cuál decidirme.
Uno me lleva al corazón
de mi amada,
otro, a la carrera veloz
que empieza con el alba.
¿Cuál será mi destino
si llego vivo hasta el
amanecer?
El amor o el vuelo.
¿Cuál será la carrera
que le gane a la muerte?
VIII
En el camino trillado
está la verdad,
en cada estrella
que observo
desde mi resguardo,
tumbado sobre la malva fresca.
Estoy hasta el tope
en la profundidad de la noche.
Mi simiente de hombre
no corre peligro.
Vine aquí porque el sitio
es seguro.
Ni los perros de presa
habrán de olfatearme.
Simulacro de muerte
ejerzo yo.
Si me alcanza la ley,
caigo rendido
ante el colmillo de la serpiente.
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