sábado, 29 de marzo de 2025

Paloma Picasso / Mi nombre es el regalo más bello que me han hecho

Paloma Picasso posa para Vogue en su apartamento en Nueva York en 1985.

Paloma Picasso posa para Vogue en su apartamento en Nueva York en 1985.

 
GETTY IMAGES

Paloma Picasso: "Fui mucho a los toros de chica. Hace 20 años volví. Me costó un poco. Pero están en un altar. Es una teatralización de la muerte. Pienso que tienen que seguir existiendo"
La hija del artista más importante del siglo XX nos habla de joyas, de toros, del legado de su madre y de su papel pacificador al frente de la administración Picasso. Un apellido que lleva sin dramas. Paloma es mucho Picasso.

“Mi nombre es el regalo más bello que me han hecho: suena bien en todas las lenguas y representa la paloma de la paz. Y yo soy una persona muy pacífica, muy tranquila. Exigente, pero nunca alzo la voz”, me dice Paloma Picasso (Vallauris, Francia, 1949) desde su casa en Marrakech donde pasa buena parte del año con su marido, el osteópata francés Eric Thévenet. “Aquí el invierno es divino; en Suiza hace frío y humedad”, añade jovial y en un castellano perfecto. La diseñadora de joyas, empresaria y actual gestora de la Administración Picasso no dejará de sonreír, incluso de bromear, durante la charla.

La primera vez que Paloma Picasso demostró —al menos, en público— que el símbolo de la paz le venía como un guante fue el 5 de mayo de 1978, el día de su boda con Rafael López-Cambil en París, cuando consiguió que las dos tribus rivales de la moda, la de Karl Lagerfeld e Yves Saint Laurent, firmaran una tregua. Íntima de ambos —quienes, a su vez, habían sido uña y carne en su juventud; hasta que Pierre Bergé se cruzó en sus caminos— les encargó su atuendo de forma salomónica; Yves —que siete años antes la había tomado como musa de su colección Escándalo inspirada en la década de los cuarenta— se ocupó del traje de día con bolero, falda y blusa con volantes y lazada mientras que Karl la enfundó en un vestido de fiesta rojo con las mangas abullonadas, como las de un corazón gigante. En la ceremonia, celebrada en el palacete de Lagerfeld, se sentaron juntos y charlaron animadamente. En la fiesta posterior incluso bailaron.


El enlace quedó ampliamente documentado en la prensa de la época, en libros recientes, como Karl, de Marie Ottavi (Superflua), y en un capítulo de la serie de televisión Becoming Karl Lagerfeld, que se estrenó hace un año. A ella la interpreta Jeanne Damas, una it girl de tez pálida y labios carnosos que trata de emular el carisma de uno de los personajes más icónicos de los setenta. “No la vi ni lo intento. Tampoco las películas alrededor de Yves o de mi padre. A veces me salta una haciendo zapping. Y me doy cuenta de que me molesta [risas]. Yo viví la realidad. No se puede contar una vida en seis horas, hacen cortocircuitos que no reflejan cómo sucedieron de verdad las cosas”, lamenta.


Paloma Picasso con Karl Lagerfeld y una de las modelos del desfile primaveraverano 1983 de Chanel en París.

Paloma Picasso con Karl Lagerfeld y una de las modelos del desfile primavera-verano 1983 de Chanel en París.

 
PIERRE

—¿Le han pedido ayuda alguna vez?
—Sí, para la de Genius: Picasso. Pero no quise. Hicieron una sobre Einstein, la vi muy contenta, pero la de Picasso… Es muy difícil ver a gente que uno ha conocido. Para empezar, no saben la verdad, tienen que imaginarla. Otra cosa es su punto de vista.
—¿Por qué usted y su círculo (Lagerfeld, Saint Laurent, Warhol), y aquella época, despiertan tanto interés?
—Fue un periodo muy positivo que empezó en los sesenta, cuando pensábamos que todo era posible. Antes del sida reinaba una visión muy optimista de la vida. La moda empezó a… ponerse de moda [risas]. A volverse más abierta. Hasta entonces la gente se entusiasmaba por el cine, las estrellas eran las del cine. Pero llegó el momento de las modelos. Cuando yo empecé, era un mundo muy chiquito. En los setenta explotó; en los ochenta más. Y cada vez más. Yo empecé a ir a desfiles porque los diseñadores eran mis amigos, pero no había nadie. La prensa especializada, las compradoras de alta costura o de las tiendas, en el caso del prêt-à-porter. Uno no iba ahí para mostrarse.
—¿Es usted nostálgica?
—No. Viví un momento fantástico, pero a mí me parecía normal. Es cierto que yo me vestía para ir a los desfiles. Cuando uno salía a un nightclub [fue habitual de Studio 54 con Warhol: “Circulaba mucha droga, pero ni él ni yo la tomábamos; nos divertíamos igual”, ha dicho] hacía un esfuerzo. Todavía no trabajaba, había empezado a hacer joyas pero no me tomaba tanto tiempo. Así que, la verdad: yo fui mi primera creación [risas].


Paloma Picasso con Yves Saint Laurent en la presentación de su primera colección prêtàporter en la capital francesa .

Paloma Picasso con Yves Saint Laurent en la presentación de su primera colección prêt-à-porter en la capital francesa (1983).

 
BERTRAND RINDOFF PETROFF

La joven Paloma adoptó un look que ni siquiera se llevaba. “Iba muchísimo al cine. En las películas que veía las mujeres llevaban los labios pintados de un rojo muy fuerte. Encuentro que me va. Durante años no me ponía al sol porque me resultaba más lindo con la piel blanca que tostada. La gente de la moda empezó a tratarme como la experta en rojo de labios, y cuando lancé mi perfume [Paloma Picasso, 1984] el packaging era rojo. Hace 20 años más o menos me lo quité. Me reconocían demasiado. Una vez por la calle una señora dijo: ‘Es Paloma Picasso’. Otra le contestó: ‘No puede ser, no lleva el rojo de labios’. Pensé: ‘Ok, si quiero ir de incógnito, se acabó”.


En su primer día de escuela en el sur de Francia exigió ir con las uñas y los labios maquillados. “Lloré tanto que mi madre me dejó. Al volver, no dije nada. Ni que había hecho el ridículo. Tenía tres años y medio”, evoca la hija de Pablo Picasso y Françoise Gilot que, el día de esta conversación, lleva la cara lavada, sin rastro de rouge, y viste un alegre caftán de color verde pistacho que contrasta con los árboles del jardín. Está de buen humor. No es fácil, advierte, sacarla de sus casillas. “Quizá lo parezca por las fotos. Como yo era muy tímida, proyectaba una imagen muy fuerte [risas]. Los ojos, los labios rojos. Para que me temiesen un poco. Así no se daban cuenta de que yo los temía mucho más. Con los años, uno aprende a tratar con la gente”, confiesa. Su voz se mezcla con el ruido de los pájaros. “Aquí tengo mucha paz, un gran jardín, un huerto, perros, gallinas…”, enumera. Visitó por primera vez Marrakech en 1980. “Me gustó tanto la comida que decidí que no podía tener una casa aquí. ‘No, no. Va a ser tremendo. En dos años voy a estar gorda y fea”, bromea. Sin embargo, hace 20 años adquirió una propiedad. “Contraté una cocinera que hace platos light. Cuando uno viene de viaje, dice: ‘Ay, quiero cuscús’. Pero si vives aquí, no tienes que comerlo todos los días”, cuenta con humor.


 Paloma Picasso podría vivir perfectamente de las rentas o, como publicó en su día la revista AnOther Magazine, “conformarse con una vida fácil como una bella socialite, casarse bien y heredar una parte de la fortuna de su padre. Pero siempre se esforzó por hacer más, crear más”. “No sé. Mi madre nos crió sin estar pendientes de lo que pudiera venir de mi padre, así que siempre pensé que tenía que hacer cosas. Toda mi vida, desde que soy chiquita, escuchaba: ‘Va a pintar como su padre’. ‘Como su madre’. Eso es un peso [risas]. Finalmente me di cuenta de que era lo que quería hacer, así que decidí que tenía que dedicarme a ello pero siendo mi mayor crítica, para que nadie pueda decir que estoy aquí por el nombre. Hay quien va a decirlo igualmente, pero la gente que piense lo que quiera. No es mi problema. Para mí es muy importante ser recta en mi trabajo. Más que los demás. Justo porque la gente piensa que para mí todo es muy fácil, yo me lo hago muy difícil”, sostiene.


—¿Cuándo fue consciente de quiénes eran sus padres?
—Uno no podía no serlo. En los cincuenta Picasso salió del mundo del arte y se convirtió en un personaje. En una estrella. Ir con él por la calle era como estar con Mick Jagger. Así que siempre fui consciente. Y, al mismo tiempo, era mi padre. Yo lo veía pintar y crear cosas y entendía por qué la gente estaba fascinada por él. Tenía un carisma enorme. Hasta los animales lo sentían.


Con Rafael LópezCambil en el día de su boda.

Con Rafael López-Cambil en el día de su boda

Con 15 años aprendió una valiosa lección en ese sentido. Entonces protagonizó su primera sesión fotográfica para Vogue. Después de ella era el turno de Geraldine Chaplin. “Me quedé para conocerla y vi la luz. Si a mí me interesaba conocer a Geraldine Chaplin, tenía que entender que la gente quisiera conocer a Paloma Picasso por ser una Picasso. Eso no quita que cuando comencé a dibujar pedí firmar solo con mi nombre, Paloma”, ha contado. Poco después apareció por primera vez en los medios por méritos propios, cuando diseñó su primera joya: un collar de terciopelo y diamantes falsos para Barbara. Por aquel entonces, trabajaba en París como asistente del escenógrafo Luc Simon. “En un artículo sobre el espectáculo apareció una línea dedicada a las creaciones de Paloma Picasso. Sabía que, si no hubiera sido la hija de Pablo, me habrían ignorado. Pero esa oportunidad fue preciosa: de hecho, al poco tiempo, un amigo me hizo saber que había nacido en París una escuela para aprender a crear joyas: ahí tuve la oportunidad de diseñar y hacer joyas. Había encontrado un camino personal para expresarme”, confesó en su día. “La joya es lo más importante, lo más creativo que he hecho. Y que sigo haciendo”, asegura hoy.


Paloma heredó su vocación de su madre. “Yo de chica era muy tomboy. Como tenía un hermano… Pero hay bastantes fotos mías de niña con joyas. Siempre me gustaron. Y mi madre tenía piezas muy lindas. En su habitación había muchos espejos. Le pedía verlas, y me las probaba esperando que me dijese: ‘Cuando seas grande, serán tuyas”, evoca.


La joven Paloma.

La joven Paloma.

 

La cuarta hija del pintor, a quien Picasso retrató en Paloma à l’orange y Paloma en bleu, “admiraba a papá (que era admirado por todos)”, pero “sentía una admiración especial” por su madre, una “complicidad”. Françoise Gilot falleció en junio de 2023 a los 101 años. “Su obra es muy importante. Yo sigo celebrándola y dándola a conocer, y lo vamos a hacer más y más. Pero esas cosas toman mucho tiempo. Estamos todavía con los abogados, pero vamos a crear una fundación para asegurarnos de que su obra se representa como debe. El MoMA ha comprado una pintura, o dos, pero por el momento está todo enrollado. Me piden organizar exposiciones, pero por ahora está parado. Yo hice una con Claude hace dos años en Francia y tuve que dar un discurso…”, comenta antes de recitar parte del mismo: “Imagino que se dan cuenta de que no es fácil ser la hija de Pablo Picasso. Pero ser la hija de Françoise Gilot no es mucho más sencillo”, dije. “Mi madre se marcó unas metas muy altas. Gracias a ella me empeñé en valerme siempre por mí misma. Ella nos hizo crecer así. Cuando arrancó el movimiento por la liberación de la mujer de Estados Unidos, yo tenía 13 años y me preguntaba: ‘¿Qué les pasa a esas señoras?’. No entendía. Cuando cumplí 16, me di cuenta de que lo que querían era mi vida: una madre moderna, que vivía de su arte. Al principio eso era lo excepcional. Para mí, era mi vida cotidiana. Se lo agradezco mucho. Estoy muy orgullosa de ser su hija”, insiste.


Paloma con su madre en Nueva York en los años ochenta.

Paloma con su madre en Nueva York en los años ochenta.

Gilot, la hija bohemia de un adinerado industrial cosmético, conoció a Picasso en 1943 en un café de París; ella tenía 22 años. El pintor, 61. Doce años y dos hijos después, lo abandonó. Fue la única mujer que se atrevió a hacerlo, hecho que contó con todo lujo de detalles en sus memorias Vida con Picasso. Su publicación en 1964 —que el protagonista trató de impedir sin éxito— cortó de cuajo toda relación entre el artista y sus hijos Claude y Paloma, que hasta ese momento pasaban los veranos con él en el sur de Francia.

—En una ocasión dijo que su padre amaba a las mujeres fuertes como su madre y Dora Maar, “que se atrevían a enfrentarse a él”. Usted, ¿se lo hizo alguna vez?
—No. Los últimos años no lo vi. Antes, era una niña. Mimada por él [risas]. Si después habría sido más difícil, o si él me hubiese querido a su lado o no, no lo sé, porque no lo viví.

Hoy Paloma, que sigue siendo el vivo retrato de Pablo Picasso, ríe cuando le pregunto cómo se relaciona con la fama una persona que lleva los apellidos escritos en la cara. El parecido resulta especialmente elocuente en sus fotos de infancia, que no ha dudado en describir como mágica. “Recuerdo con emoción esas horas que pasábamos juntos: él con el pincel y yo con los lápices de colores en la mano. Una atmósfera mágica, dominada por el silencio. Pablo me dejaba quedarme con él porque era una niña tranquila, que no lo molestaba”, rodeada por los “amigos de papá” —los artistas Henri Matisse o Jean Cocteau, el poeta Jacques Prévert—, que eran “como tíos para nosotros. Los veíamos sobre todo en verano, porque a Pablo le encantaba el mar y pasaba mucho tiempo charlando en la playa. También le fascinaba la tauromaquia”, ha recordado. Matadores como su amigo Luis Miguel Dominguín le brindaban la faena o el capote.


—¿Qué le parece que el actual ministro de Cultura de España, Ernest Urtasun, esté en contra de los toros?
—Yo he ido a muchas corridas, sobre todo cuando era chica. Hace tiempo que quiero volver, pero nunca tengo tiempo. Fui hace 20 años. Me costó un poco. Si uno piensa en el pobre toro, es tremendo. Pero está en un altar. Uno tiene que recordar que es un rito. Una teatralización de la muerte. Mucha gente puede sentirse agredida, pero también tiene su belleza. Pienso que los toros tienen que seguir existiendo.

En 1958 en los toros con su padre y Jacqueline la ultima mujer del artista.

En 1958 en los toros con su padre y Jacqueline, la ultima mujer del artista.

 
ARCHIVO

—En una exposición reciente en Grecia la presidenta declaró que su padre “era más griego que los griegos”; los franceses pensarán probablemente lo mismo, pero ¿qué hacía de Picasso un español de pura cepa?
—[Risas]. Más que español, andaluz. Cuando fui a Andalucía por primera vez, me di cuenta de que yo también lo soy. El modo de tratar a la gente me recordó a él.
—Las polémicas, ¿prueban su vigencia?
—Es fascinante que después de tantos años Picasso siga siendo el artista más conocido del mundo. El hecho de que continúe siendo moderno es fabuloso. La gente se aferra al nombre. Y, a pesar de las cientos de exposiciones sobre su figura, siempre surge un nuevo punto de vista. Hizo tantas cosas… Nunca se relajó, siempre se cuestionaba. Jamás se sentía satisfecho, seguía inventando, luchando. La principal motivación de un artista es descubrir cosas. Después le puede gustar a la gente. O no.




Paloma tomó las riendas de la Administración Picasso un mes antes de la muerte de su hermano Claude y en plena conmemoración del 50º aniversario de la de su padre. El genio, a quien no cuesta identificar con el mito del minotauro, fue objeto de una exposición, It’s Pablomatic, que “creía demostrar que mi padre era un macho terrible. No me gustó”, ha dicho.

Estuvo tentada de ir camuflada con una peluca rubia. Finalmente desistió. Habría sido una pequeña distracción en un trabajo “enorme, pero muy interesante. Picasso no es solo el artista más importante, también el más reproducido. Nosotros debemos marcar el camino en ese sentido. Paso mucho tiempo hablando con abogados con lo que mi padre habría aceptado en mente. Ya se hacían licencias cuando estaba vivo. Y los museos no pueden vivir sin el merchandising”, explica.

Aunque es una mujer muy ocupada, no se le pasa por la cabeza dejar su colaboración con Tiffany & Co., que arrancó en 1980 y se traduce en piezas ya icónicas con la rama de olivo, el corazón o la paloma como motivo. “Olvidarme de ese lado para dedicarme solamente a mi padre no sería bueno. Soy creativa, pero también sé llevar un negocio. Esa es mi aportación a la familia”, desarrolla. También sus dotes pacificadoras en una saga cuya relación no ha estado falta de desencuentros ; lo natural, si tenemos en cuenta que el pintor, que dejó al morir 45.000 obras y miles de millones de euros, no hizo testamento. “Ahora colaboramos mucho más. Yo, la última de sus hijos, mis [sobrinos] nietos y nietas. No puedo trabajar sola. Nos vemos mínimo una vez al mes”. Días después de esta entrevista viajará a Venecia a reunirse con los otros herederos: Marina y Bernard. En la cita, tratarán todo tipo de asuntos. “Siempre surgen problemas nuevos. La mayoría, sobre el derecho moral: eso es mi responsabilidad; si alguien quiere reproducir una obra solo yo puedo autorizarlo. O no. Hay cosas que me parecen bien, otras que no puedo aceptar”, clama. “Hemos tenido que inventar nuevos modos de defendernos. Picasso no es un comercio, es una persona, un pintor. No fabricamos nada”, desarrolla.

—Karl Lagerfeld la describió como “la persona con más talento que conozco; podría diseñar cualquier cosa". ¿Qué se le ha resistido?
—En la entrada de esta casa hay dos cosas de cerámica china que compré hace 30 años. Quería hacer dos mesas, y no me sale [risas]. Espero tener el diseño perfecto algún día, y ver que funciona.


VANITY FAIR



No hay comentarios:

Publicar un comentario