Diez cosas que Nicole Kidman fue capaz de hacer en Babygirl
Babygirl es una película que puede incomodar a según que público porque no nos da respuestas fáciles. Nicole Kidman nos obliga a mirar el deseo femenino sin la lente del romanticismo, sin el filtro de la redención. Nos deja con una pregunta que arde en la boca: ¿qué pasa cuando una mujer deja de comportarse como se espera y empieza a desear como realmente quiere?
A pocas semanas de los Oscar podemos sospechar que la Academia podrá ignorarla, pero nosotros sabemos la verdad: Babygirl no es solo una magnífica y recomendable película, es un desafío. Un golpe en la mesa. Y, sobre todo, una lección sobre lo lejos que estamos de entender realmente lo que una mujer puede llegar a querer
1. El deseo como última rebeldía
La pantalla se enciende, y allí está Nicole Kidman, impecable, gélida, inalcanzable. Su personaje, Romy, es la CEO de un imperio tecnológico, esposa de un refinado (y atractivo) director de teatro y madre de una familia perfecta. Pero esa perfección es un andamio frágil que se resquebraja con el roce de un deseo incandescente. Un deseo que, como el propio filme, es incómodo, temerario, lleno de preguntas sin respuestas fáciles.
Hay algo en Babygirl que fascina y perturba a partes iguales, algo que se desliza entre el ridículo y lo sublime. En esa intersección, Nicole Kidman no solo nos ofrece una interpretación memorable, sino que nos regala una lección sobre el deseo femenino en toda su desconcertante, maravillosamente sucia y arrebatadora complejidad.
Por simplificar, podemos elegir diez cosas que Kidman hace en Babygirl para enseñarnos lo que quizá no nos atrevimos a mirar de frente tanto como convendría.
2. Se convierte en la encarnación de la paradoja
Romy tiene el poder absoluto, pero anhela perderlo. Dirige un mundo que se basa en la eficiencia de las máquinas, pero su propio cuerpo se convierte en el epicentro de una rebelión primitiva. Es una mujer que lo tiene todo, pero que solo siente algo cuando se arrodilla ante un becario de 25 años. ¿Autodestrucción? ¿Liberación? Kidman nos muestra que el deseo femenino no es lineal ni responde a lo predecible.
3. Nos recuerda que la fragilidad es peligrosa
Romy camina entre oficinas de cristal, supervisa con pulcritud quirúrgica el desarrollo de la inteligencia artificial, y, sin embargo, algo en ella se desmorona. Su cuerpo, su rostro, su compostura comienzan a mostrar grietas. Se inyecta bótox no solo para mantener la juventud, sino para entumecer el temblor de su propia vulnerabilidad. Pero el deseo la traiciona: la expone, la quiebra, la vuelve real.
4. Se deja domesticar como un animal herido
La escena es una fábula erótica en sí misma: Romy observa cómo Samuel, el becario de mandíbula esculpida, domestica con facilidad a un perro callejero que estaba atacando a los transeúntes. El mensaje es claro: él sabe cómo manejar a una criatura desbocada. Y ella quiere ser esa criatura. Quiere ser domada, guiada, rendida a un instinto más fuerte que su autocontrol.
5. Nos muestra que el deseo es un idioma lleno de ridículos rituales
Lame leche de un cuenco, mastica un caramelo y lo escupe en la mano de su amante, susurra frases que oscilan entre la humillación y el placer. El guion de Babygirl parece reírse de la coreografía absurda del erotismo, pero también la celebra. Kidman se lanza al vacío sin pudor, convirtiendo el juego sexual en una experiencia tan incómoda como hipnótica.
6. Rompe con la idea del deseo femenino como algo pasivo
Desde los relatos victorianos hasta el cine clásico de Hollywood, el deseo femenino ha sido narrado como algo que le sucede a las mujeres, nunca algo que ellas buscan activamente. Pero Romy no espera, Romy decide. Toma a Samuel como se toma un sorbo de vino envenenado: con placer, con peligro, con la certeza de que le va a destrozar la vida.
7. Nos enfrenta al miedo más grande: que una mujer desee más allá de lo permitido
La película no teme explorar las zonas turbias del deseo. ¿Puede una CEO someterse sin que esto se lea como una fantasía masculina? ¿Puede una mujer con poder elegir la sumisión sin ser vista como víctima? Babygirl no responde, pero Kidman nos lanza la pregunta con una mirada entre el éxtasis y la repulsión.
8. Nos recuerda que la risa y el deseo están más cerca de lo que creemos
Romy, en plena escena de rol erótico, es interrumpida por su hija adolescente, que la mira con incredulidad y le suelta un seco: “Pareces mi abuela”. Es un golpe de realidad que desinfla cualquier grandilocuencia, y ahí radica la genialidad de Kidman: sabe que el deseo también tiene algo de ridículo, que es patético en el mejor sentido de la palabra.
9. Nos deja claro que el cuerpo es un campo de batalla
Las escenas de sexo en Babygirl no son cómodas. Son desordenadas, sudorosas, torpes. Hay un placer casi violento en ellas, pero también una incomodidad latente. No es el sexo coreografiado de Hollywood, sino algo más caótico, más humano. Kidman entiende que el deseo es también una forma de lucha: contra el tiempo, contra las normas, contra uno mismo.
10. Nos desafía a aceptar que el deseo no tiene moral
Quizá lo más provocador de Babygirl no es su contenido erótico, sino su negativa a juzgar a su protagonista. Romy no es ni heroína ni villana. No se redime ni es castigada. La película no nos ofrece una moraleja, solo un espejo en el que mirar de frente algo que no queremos admitir: que el deseo no sigue reglas, que no siempre es limpio, que no siempre es justo.
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