Bruno Schulz |
Bruno Schulz: La contraofensiva de la fantasía
12 de enero de 2008
Hace algunos meses, descubrí fascinado los cuentos del escritor polaco Bruno Schulz (1892-1942). Leí en inglés The Street of Crocodiles (1934), y quise hacerme de una buena edición de sus cuentos en español. Los últimos tres meses tuve la oportunidad de viajar en un par de ocasiones a México, y recorrí sin suerte sus generalmente bien surtidas librerías. Al final, la búsqueda se convirtió en una obsesión. En un texto reciente en Babelia, Francisco Solano señala que Schulz está a la altura de Kafka y Borges, pero que, al contrario de ellos, parece "condenado a perpetuarse en una devoción restringida". Leo que la editorial Siruela acaba de publicar Madurar hacia la infancia, un libro muy completo que incluye todos los relatos de Schulz, más algunos textos hasta ahora inéditos en español -sobre todo de crítica literaria y de política--, y sus dibujos. Ojalá que este libro logre al fin hacer que Schulz sea más conocido en Hispanoamérica.
Nacido en Drohobycz, en el sur de Polonia, Schulz enseñó dibujo durante mucho tiempo, en un colegio en su ciudad natal. Vivía en el anonimato hasta que en 1932, a los cuarenta años, conoció a la novelista Zofia Nalkowska y le envió sus cuentos. Nalkowska, una escritora importante, quedó deslumbrada y ayudó a que los cuentos fueran publicado en 1934, en un libro que llevaba como título Las tiendas de color canela. A partir de ese momento, Schulz se convirtió en un escritor respetado en Polonia. La llegada de la segunda guerra mundial truncó su destino: Schulz fue confinado al ghetto judío en su ciudad. Gracias a que un oficial de la Gestapo admiraba sus dibujos, Schulz recibió una protección especial; sin embargo, en 1942, otro agente de la Gestapo con quien su "protector" se hallaba enemistado, lo mató de un disparo en plena calle.
La obra de Schulz comenzó a difundirse internacionalmente a fines de los años cincuenta, cuando aparecieron traducciones de sus cuentos al francés, inglés y alemán. Los críticos parisinos y londinenses quedaron admirados: ¿cómo era posible que un escritor tan poco cosmopolita, un judío de provincias que escribía en polaco, hubiera sido capaz de una obra tan llena de alusiones literarias, de referencias religiosas y culturales? Hace rato que ya sabemos, por suerte, que el gran arte puede florecer en cualquier parte. Incluso en las grandes capitales de Occidente.
Hay cierta atmósfera que recuerda a Kafka en los cuentos de Schulz, pero lo que en el escritor de Praga termina siendo sombrío y opresivo en Schulz se transmuta en algo liberador. Es cierto que algunas de sus mejores páginas tienen un aliento fatalista: el cuento "La calle de los cocodrilos", por ejemplo, que trata de cómo las aspiraciones de progreso de la ciudad del narrador no son más que "falacias", pues lo único que se puede lograr es una "imitación de papel, un montaje de ilustraciones" sacadas de viejos periódicos. Sin embargo, en general, en la obra de Schulz la vida ordinaria en una provincia perdida de la Europa de entreguerras se convierte en una mágica reinvención de lo cotidiano.
En esa labor, el padre del narrador de los cuentos es un artista, un hombre extravagante que vive en su propio mundo de manera tan intensa que bordea en la locura. Al padre le gusta importar huevos de extrañas especies de pájaros, y cree que los maniquíes de los sastres deben ser tan respetados como los seres humanos. Todos sus actos son vistos con preocupación por su familia; el narrador es el único que entiende que lo que hace el padre es llevar a cabo una "contraofensiva espléndida de la fantasía... contra las trincheras y defensas de un invierno vacío y estéril". El padre es un héroe "solitario en su batalla contra el aburrimiento elemental que estrangulaba a la ciudad".
La literatura, en Schulz, es eso: una continua rebelión contra lo ordinario, una forma privada de transformar la realidad en un mito digno de ser vivido.
(La Tercera, 12 de enero 2008)
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