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Pilar Reyes |
"La literatura colombiana es de heridas profundas": Pilar Reyes
Diego León Giraldo
10 de junio de 2021
Los libros han atravesado y trazado la vida de Pilar Reyes. Incluso antes de sus siete años cuando las lágrimas se le desgranaban leyendo Corazón, regalo de la abuela Alicia, una poeta que en vacaciones montaba con sus demás nietos las obras que escribía Carlos José Reyes, padre de Pilar, dramaturgo e historiador del teatro colombiano.
“Creo que congenió conmigo porque me gustaba leer. Estudió historia y fue profesora en un mundo donde las mujeres no estudiaban. Detestaba la vida doméstica y hasta tenía un poema con los nombres de tíos y primos: Sentada al pie de mi vetusta cama / remiendo medias y overoles viejos / oyendo los boleros más pendejos / que canta Rita al pie de mi ventana / Pablo lloró porque le dio la gana / Mientras Mauricio se cayó del coche / viene Alvarito bravo como un toche / porque no quieren darle una manzana. / Suelto los hilos, tiro las agujas / y como alma llevada por las brujas / digo me voy porque me vuelven loca”.
Es domingo, horas antes del inamovible encuentro virtual en el que sus padres y hermanos almuerzan en Bogotá mientras ella cena en España. Sus ojos cambian a un color oliva intenso cuando habla del abuelo Carlos, abogado, columnista del periódico y exalcalde de Bogotá.
En Madrid, la bogotana es directora editorial de los sellos literarios de Penguin Random House (Alfaguara, Lumen, Reservoir, Lit Random House, Debate y Taurus). Una de las mujeres más importantes del mundo de la literatura hispana. Entabla conversaciones con Arturo Pérez-Reverte, Laura Restrepo, John Banville, Héctor Abad, Jorge Edwards, Gay Talese, Fernando Vallejo, Carol Joyce Oates y Mario Vargas Llosa. Con esa manera tranquila de estar, con ese saber decir las cosas, es la editora y amiga de verdad de muchos monstruos de la literatura. Una relación construida con el tiempo, el asombro de parte y parte y el respeto por el oficio del otro.
De niña probó con la actuación, en un programa de televisión, Así se hizo la historia, que dirigía su padre. “Tenía ocho años y estaba controlando que todos estuvieran haciendo lo que nos dijeron. Mi hermana Juliana, de seis —hoy dramaturga de danza—, se subía a la mesa, hacía lo que le daba la gana. Yo era el control y mi hermana, el desorden”.
Había soñado ser antropóloga, pero sin una vocación clara se inscribió en ciencias políticas y literatura. “Me gustaba leer; pero estudiar literatura, no. No quería ser crítica literaria ni profesora”.
En el 92, con 20 años, sin estar muy convencida, cursaba tercer semestre de literatura en la Javeriana y durante una Feria del Libro fue vendedora en el estand de Santillana, que distribuía Alfaguara en Colombia. Al año, ya estaba contratada para organizar el archivo y armar algunos comunicados de prensa de los lanzamientos.El editor Conrado Zuluaga vislumbró sus capacidades y la tomó bajo sus alas. Lo primero fue encargarse de las gacetillas de prensa para lanzar La virgen de los sicarios, de Vallejo, y ayudar en la edición de Cartas cruzadas, de Darío Jaramillo.
En cursos universitarios de cine descubrió el montaje. “Me di cuenta de que un editor es como un montajista de cine”. Cuando Zuluaga se fue como agregado cultural a España, Pilar ocupó su cargo. Alfaguara comenzó a posicionarla, lo primero fue el lanzamiento de Los cuadernos de don Rigoberto, de Vargas Llosa, y de ahí en adelante sumó autores, como Juan Gabriel Vásquez, que dieron peso a su curriculum vitae editorial.
A su exmarido, el entonces director de la revista Malpensante, Mario Jursich, lo conoció en el 98 durante el primer aniversario de la publicación literaria. Sin invitación, llegó a la cita con un autor para firmar un contrato. Se enamoraron hablando de obras y escritores.
Pilar escoge muy bien cada palabra. El pelo en una sencilla cola y la cara lavada, todo en ella es mesurado. “No me gusta el exceso de nada, me aturde. Nací como a dos tragos de mí misma. Soy inhibida y necesito tiempo para sentirme cómoda. Cuando me tomo una copa de vino pienso: ‘qué bueno estar así más tranquila’”.
El ascenso para dirigir Alfaguara en Madrid le llegó en el 2009, después de trabajar 16 años en Bogotá. Luego, la compra del sello por Random House le añadió más responsabilidades.
Un autor tiene consciencia de lo que quería hacer, pero no de lo que ha hecho
Las imágenes recurrentes entre sus recuerdos son las de sus padres frente a la chimenea, leyendo. O de las paredes pobladas de libros y los armarios atiborrados de textos, con poco espacio para la ropa y algún título que brincaba del bolsillo de un abrigo.
Por eso quería una sala con fuego para sentarse a leer. La oportunidad la instaló en el apartamento que un conocido dejaba libre en La Casa de las Flores, a pocos pasos del metro Argüelles. En el condominio de generosos patios, diseño de Secundino Zuazo, declarado monumento nacional en el 39, cada apartamento está bordeado por terrazas sembradas de geranios.
Los duendes literarios hicieron nuevamente de las suyas. “Mi casa era llamada La Casa de Las Flores”. Lo escribió Neruda, que llegó en el 34 como cónsul de Chile. Su amigo Rafael Alberti le habló de esa construcción de 288 apartamentos, levantada tres años antes: “¿Te acuerdas Rafael (Alberti)? / Federico (García Lorca), ¿te acuerdas / debajo de la tierra, / te acuerdas de mi casa con balcones en donde / la luz de junio ahogaba flores en tu boca?...
El edificio, epicentro de convites literarios en los que también participaba Miguel Hernández, fue bombardeado durante la Guerra Civil. Neruda cuenta en sus memorias lo que encontró tras un viaje: “Subimos —él y Hernández— y abrimos con cierta emoción la puerta del departamento, la metralla había derribado ventanas y trozos de pared. Los libros se habían derrumbado de las estanterías. Aquel desorden era una puerta final que se cerraba en mi vida. Después de este episodio, los que habían frecuentado la casa perdieron la vida o se vieron obligados a alejarse del país”.
Pilar reemplazó los geranios por suculentas, esas plantas de hojas abullonadas que no requieren tanto esmero. En el encierro pandémico, su trabajo no ha parado. La virtualidad la ha reunido con sus autores de esa manera tan impersonal. Al despertar, antes de mirar el Whatsapp, lee, como cuando se zambulló en la poesía de Borges.
¿Cómo ha afectado la pandemia su trabajo?
La lectura ha sido esencial en estos tiempos y el valor del libro ampliamente reconocido por la sociedad. Las formas en el consumo de libros y la manera en que el lector se informa para acceder a ellos han cambiado. Aún es pronto para determinar qué tendencias son coyunturales y cuáles cambios de largo plazo. Pero no tengo duda de que atravesamos un estimulante periodo de aprendizaje. Estamos intentando comprender algo tan fuerte y tan colectivo que la mejor literatura, por lo menos la que a mí me interesa, será aquella con la que podamos aprender algo más sobre esta experiencia: sea en términos de lenguaje, de sensibilidad o de ideas.
¿Cómo logró, en sus comienzos, que un autor le creyera?
Leyendo con rigor su manuscrito. Un autor tiene consciencia de lo que quería hacer, pero no de lo que ha hecho.
Y adquirió experticia…
La repetición no funciona. Cada libro te pone, no en punto cero, pero sí ante la necesidad de ser creativo. La interlocución con cada escritor es un universo.
¿Pensó en escribir?
Sí, pero nunca literatura. La mente de un escritor es muy precisa. Ve otra realidad, es capaz de ponerles palabras a las oscuridades, ver dentro del alma. No tengo esa cabeza ni la capacidad de expresarla.
Incluso los más grandes tienen libros regulares. Mantener un nivel de calidad de obra maestra es imposible. Es una carrera de fondo
Pero se dice que el editor es un escritor frustrado…
Es una visión falsa del oficio. Puede haber editores que escriben, como Italo Calvino, con Los libros de los otros, compuesto por las cartas que envió como editor rechazando manuscritos. Pero no creo que ese sea el lugar en el que se encuentra un editor a la hora de hablar con un escritor.
¿Ha sentido envidia de cómo escribe alguien?
¡Ah, sí! Como cuando te gusta bailar y alguien lo hace bien. Tengo muchos autores que me gustan: Dorothy Parker, Alice Munro. Le oí decir a Elena Poniatowska que Laura Restrepo escribía “de una manera tropical, como quien toca el bongó, como quien junta las palabras con la cadera”. Es verdad, parece como bailando, tiene una prosa con gracia.
¿Qué mentiras se mete alguien creyéndose escritor?
Escribir es difícil y competido. Tiene que ver con el talento, pero también con la observación y el trabajo. Hay gente que escribe libros, pero no es escritor en el sentido profundo.
¿Qué es un libro?
Un formato permeable a todo. Se ha anunciado su muerte con el mundo de Internet, y de pronto te das cuenta de que todos los influencers, que son las figuras que han nacido de las redes, quieren tener un libro. Y sus libros se venden por millones. Desde Marcel Proust hasta Luisito Comunica, todo cabe en los libros. Uno de los segmentos que más crece en casi todos los mercados, en español, en inglés, es el infantil y juvenil en papel.
¿Qué tan determinante como editora es la primera frase?
Es un mito. Hay escritores cuya marca de estilo es una primera frase. Las de Javier Marías contienen el libro. Hay libros que pueden tener una más bien anodina y luego irse llenando de sentido.
¿Y el título importa al editor, al autor o al público?
Un título es como un nombre. Entre más fuerza tenga, tiene más ventajas de ser recordado. Un mal título, que le peleé bastante a Germán Espinosa, fue La balada del pajarillo; porque pajarillo es una palabra que no usamos. Como cursilona, y el libro no solo no tenía eso, sino que era una novela tremenda.
Como lectora, ¿cuánto tiempo de beneficio le da a un libro para seguir o desecharlo?
Daniel Pennac dice que uno de los derechos del lector es abandonar un libro cuando le dé la gana. No he podido aplicarlo. Me pasa igual con los manuscritos, por más malos que sean y haya decidido no publicar, los acabo.
Con el autor, uno es mil cosas: una figura de autoridad, un psicólogo, un alcahueta
Y cuando un libro la decepciona, ¿se le genera resistencia con ese autor?
No, porque incluso los más grandes tienen libros regulares. Mantener un nivel de calidad de obra maestra es imposible. Es una carrera de fondo.
¿Y los egos del autor?
Difícil ser escritor sin un ego muy configurado; porque cómo estar tres o cuatro años metido en su casa escribiendo, creando un mundo, salir a mostrarlo y pensar que eso va a interesar a otros.
¿Cómo no enamorarse del autor cuando es seducida por la inteligencia o el talento?
Mi hermana dice, hablando de su trabajo como dramaturga de danza, que uno pone la libido en otro lugar. Con el autor, uno es mil cosas: una figura de autoridad, un psicólogo, un alcahuete.
¿Y cómo no comerse el cuento de su poder al decidir qué, cómo y cuándo se publica?
Descreo de la figura del editor todopoderoso e infalible. No sé si es por carácter, pero si uno siente que está en un lugar donde juzga y marca qué debe ser y qué no, es fácil perder la curiosidad.
¿Cuántas vueltas les da a las recomendaciones que luego les hará a figuras de la talla de un Vargas Llosa?
Juan Gabriel Vásquez dijo que tenía la sensación de que al comienzo de su carrera era muy difícil publicar y fácil escribir; y a medida que han pasado los años siente que es muy fácil publicar y más difícil escribir. Javier Marías dice que cuando mira sus libros antiguos, siente que escribía mejor antes; por esa sensación de no querer repetirse. Un autor no se sienta a escribir una novela diciendo ‘es que soy el Premio Nobel’. Y en la relación con el editor tampoco se sienta pensando eso. Allí, la materia es como una cera maleable y todavía conversable.
¿Estos grandes toman bien un no?
Por fortuna no me he tenido que ver avocada a decirle no a uno de estos autores. Puede que una novela interese más o menos, pero son libros impecables.
¿Qué autor le ha generado alguna expectativa o susto?
Susan Sontag. La invité a Colombia en el 2003. Me parecía un personaje fascinante. Alma Guillermoprieto, quien la conocía bien, me dijo: “Que te vaya bien toreando a la panterota”. Su visita fue inolvidable.
¿Cómo es el trabajo de edición con Laura Restrepo?
Una experiencia increíble, porque ella va compartiendo mucho de su proceso de escritura. Cada nuevo libro es una conversación larga y estimulante.
¿Cómo la ha marcado Vargas Llosa?
Me ha acompañado en momentos decisivos de mi carrera como editora: mi primera responsabilidad en solitario fue lanzar en Colombia Los cuadernos de don Rigoberto, su primer libro con Alfaguara. Fui editora de sus textos a partir de El sueño del celta —el primero de sus libros que yo contraté—. Esa obra estaba en imprenta cuando se anunció el Premio Nobel. Yo estaba en la Feria de Fráncfort, lo llamé varias veces, pero no pudimos hablar. Al día siguiente, recibí una llamada del propio Mario que con su voz abierta y generosa me dijo: “¡Pilar, nos ganamos el Nobel!”.
Y la contratación de ‘El sueño del celta’ coincidió con la muerte de Saramago…
Después de una negociación larga con Carmen Balcells (agente de Vargas Llosa en ese momento), recibí una llamada anunciándome que cerrábamos el contrato. Ese mismo día, pocos minutos después, me enteré de que José Saramago acababa de fallecer en su casa de Tías, en Lanzarote. A José lo conocí mucho, también a Pilar del Río, su formidable compañera. Mi recuerdo imborrable fue su primera visita a Colombia, para lanzar La caverna, pocos meses después del Premio Nobel. La presentación fue en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Se quedó tanta gente afuera como la que pudo entrar. Casi tumban la puerta. Una hora después, resignados, se retiraron dejando pintadas con lápiz de labios en las paredes: “Saramago, te amamos. Alfaguara no nos dejó entrar”.
Juan Gabriel Vásquez fue uno de sus hallazgos. ¿Qué le impactó para querer firmarlo?
Había leído sus dos libros publicados hasta el momento, Persona y Alina suplicante, y me habían llamado mucho la atención. Lo conocí y me deslumbró su ambición. Quería escribir los mejores libros, a la altura de su muy rica experiencia lectora. Sentí que era un escritor en toda regla, y para él, la literatura una pasión de dedicación completa, construida con dosis iguales de talento y trabajo.
Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte son de esos amigos que ahora tiene en España…
Son dos de los más grandes escritores españoles actuales. Trabajar cada uno de sus libros es una experiencia formidable. Los he entrevistado junto a Mario Vargas Llosa en dos ocasiones: para los 50 años de Alfaguara y para una entrevista en el XL Semanal. Tienen personalidades muy distintas, pero una amistad muy cómplice entre ellos. En la entrevista para el Semanal les pregunté por palabras del español que les gustaran. A Javier le gusta el verbo “emular”, como gesto activo de admiración. A Arturo la palabra “ultramarinos”, porque carga en sí misma una historia.
¿Cómo es el Fernando Vallejo escritor, de carne y hueso, en relación con el que refleja en sus libros?
Desde el primer momento en que nos conocimos, con Fernando me ha unido una amistad y un cariño inmensos. El narrador de sus libros, el que dice yo, es un personaje literario.
¿Cuál es el autor más enigmático con el que ha tenido relación?
Fogwill (Rodolfo), el escritor argentino. Él quería estar a la altura del personaje excéntrico que había construido. Así que más que enigmático, diría raro.
¿Y el que, aparte de su prosa, la ha deslumbrado como persona?
Svetlana Alexievich. Nada hay de insustancial en lo que dice, en lo que piensa. Me parece una escritora soberbia y una intelectual absolutamente necesaria.
¿Qué le gusta leer?
Soy ecléctica. Cada vez me gusta más el ensayo. Ahí se están haciendo cosas creativas y maravillosas. Me gusta la novela en español. Leo a los
jóvenes autores.
¿Hay una literatura o unas temáticas actuales?
Con Internet, cada vez los referentes son más globales y las novelas deben ser más personales. El del feminismo es un gran tema, desde el ensayo y empieza a serlo desde la novela. O el animalismo y el ecologismo tienen reinterpretaciones en la novela. Hay libros que le toman el pulso a la política, como Sumisión, de Michel Houellebecq, o el Premio Nacional de Cristina Morales (Lectura fácil), que es arriesgado y de este tiempo.
Ha dicho que la literatura latinoamericana no existe, sino más bien las literaturas nacionales…
Viviendo en España me doy cuenta de las razones profundas que unen a los países de América Latina. Con referentes, realidades políticas y sociales parecidas, que van construyendo puntos de vista similares. Sigue habiendo una idea de que Latinoamérica es el mundo del realismo mágico. Y ese hiperrealismo en el que hemos vivido después interesa en Europa en la medida que pueda dar cuenta de la realidad donde pasa; como La hija de la española, de Karina Sainz Borgo, vendida a diecisiete idiomas y que al mismo tiempo toma el pulso a la situación venezolana. O como Valeria Luiselli con el tema de los migrantes.
¿Cómo ve la literatura colombiana?
La cantidad de muertos que hay en la literatura colombiana reciente es asombrosa. Es una literatura atormentada, melancólica, de heridas profundas, reflejo de nuestra historia. Me gustaría leer alguna vez novelas frivolonas en Colombia; eso querría decir que estamos superando cosas.
¿Qué tan importante es la Feria de Bogotá?
Las ferias son importantes, sobre todo en países con pocas librerías, como Colombia; que además están en barrios con mayor poder adquisitivo. La de Bogotá es una feria de público, no profesional. No tiene incidencia en la malla de negocio, de venta de derechos; pero sí en circulación. Por eso cuenta en la agenda de los escritores.
¿Qué está leyendo?
La primera novela que escribió Javier Marías y que reeditaremos en septiembre, Los dominios del lobo. La escribió con 19 años, y es asombrosa la capacidad de observación que ya se anunciaba desde entonces.
La perra y Los abismos son dos libros de una sutileza inmensa, donde el poder evocador de la literatura cobra vuelo.
¿Qué libro le hubiera gustado editar?
Me hubiera encantado ser la primera editora de El olvido que seremos y de algún libro de Cortázar. También de Lluvia fina, de Luis Landero.
EL TIEMPO
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