martes, 6 de junio de 2000

Las evasiones de Graham Greene


Las evasiones de Graham Greene

JOSÉ MARÍA DE AREILZA
11 DIC 1980

Ways of escape (Caminos de evasión) es el título que encabeza la autobiografía literaria de Graham Greene, recién aparecida. El escritor británico escribió el primer resumen de su vida a los veintisiete años de edad en un gesto de parada, después de una intensa y azarosa juventud. Ahora ha querido reflexionar de nuevo desde los 75 años de la serenidad, analizando conjuntamente la trama de su existencia física y la de su creatividad imaginativa. El título de la obra, que recoge en parte artículos y ensayos, en los que había explicado episodios aislados de su trayectoria de viajero impenitente y de novelista fecundo, responde a lo que el autor piensa del oficio de escribir: «Escribir», dice, «es una terapia. Algunas veces me pregunto cómo todos aquellos que no escriben, componen o tocan música o pintan pueden escapar de la locura, de la melancolía, del miedo, de la angustia inherentes a la situación del hombre». Greene afirma que para él sus viajes incesantes, muchas veces disparatados, eran asimismo una evasión de lo cotidiano. Cita la frase conocida del poeta Auden: «El hombre necesita del escape como una exigencia fisiológica, la de la comida o la del sueño».¿De qué escapa el hombre? De sí mismo, responden algunos. De la implacable red en que se halla aprisionado por la civilización moderna, contestan otros. De la soledad radical en que le sume la desesperanza de lo material. La rutina mecánica del habitante activo de la gran ciudad fue resumida en el terceto «Metró -Boulót - Dodó» por los cancioneros franceses, exponiendo una verdad bien sabida. La evasión es la ruptura temporal, y a veces ficticia, de esa realidad que nos opirime y sujeta. Greene nos explica con su ironía congénita a dónde marchaba y para qué en sus aventuras y exploraciones. También revela su adscripción a los servicios secretos del imperio durante la segunda guerra mundial. Es interesante anotar esa actividad paralela que también ejerció otro gran escritor inglés, Somerset Maugham, durante la primera guerra, y muy probablemente también David Cornwell, mas conocido como John le Carré. Espionaje y creación literaria pueden asociarse con alguna frecuencia. La cobertura periodística ha servido, corno es notorio, de apoyo profesional a grandes agentes del Este que luego hubieron de refugiarse tras el telón, como Kim Philby y otros. Greene asegura que su misión confidencial en el Africa negra francesa sometida, a Vichy obtuvo magros resultados por su escaso conocimiento de la infraestructura de aquellas colonias. Asimismo nos cuenta que en los años estudiantiles tuvo durante algunos meses el carne del PC británico.
Otro aspecto de las evasiones humanas poco comentado son las amistades que irrumpen de pronto en nuestra vida de relación. No acertamos a entender por qué un hombre o una mujer anudan, sin aparente motivo, un vínculo permanente y sólido con otros seres que aparecieron esporádicamente en el horizonte vital de cada uno. Y es quizá la necesidad de la evasión lo que explica ese contacto inesperado y fecundo. La búsqueda de diálogo es muchas veces la que anuda ese acercamiento. O la capacidad de escuchar nuestro monólogo, como decía don Miguel de Unamuno. Cada hombre busca su Eckermann, unos como frontón intelectual de rebote; otros, como cronista verbal de las intimidades. Greene nos describe uno de esos amigos que descubrió de repente y que murió joven. Era un hombre de muchos talentos y extraordinaria cultura, llamado Herbert Read. No posaba ni afectaba erudición. Lo describe entrando discretamente en una tertulia literaria y política de Londres y tomando asiento en silencio. Al cabo de un rato, la atmósfera había cambiado. El tono violento de las discusiones se apagaba. Y nadie hablaba ya para la galería. Era uno de esos seres que irradian responsabilidad y sentido común con su sola presencia.
El largo periplo geográfico y creativo de Greene es un itinerario fascinante y abrumador. Viaja al continente africano; al Próximo y al Lejano Oriente. Vive como corresponsal la guerra de Vietnam. Conoce los entresijos de la guerra fría; del Berlín bloqueado; de la Viena cuatripartita; de la Polonia bajo Stalin; reside unos meses en Moscú; visita las dictaduras del Caribe, la América anglosajona y protestante y la América morena y católica. Sus libros reflejan esa pululante movilidad. El poder y la gloria y The End of the Affair, juntamente con The heart of the matter, fueron la base polémica de su calificación ante la opinión y ante los críticos como «novelista católico». Se vio por ello sometido a la vez a la exaltación y a ser zarandeado por los discrepantes a causa de sus juicios irrespetuosos y la convencionalidad chocante de algunos de sus personajes. En este reciente Ebro suyo refiere dos anécdotas sabrosas sobre el asunto. Pío XII le dice en los años cincuenta al entonces obispo británico Heenan: «Estoy leyendo The End of the Affair, de Greene, y me parece que este escritor está angustiado. Si algún día acude a usted, ayúdele, que lo necesita». Muchos años después visitó el autor a Pablo VI, que le dijo haber leído El poder y la gloria. «Pues el Santo Oficio lo condenó», replicó Greene. «¿Quién lo condenó?», preguntó el Pontífice. «El cardenal Pizzardo». Pablo VI guardó silencio unos segundos y dijo: «Mister Greene: algunos pasajes de sus novelas pueden ofender a ciertos lectores. Pero no haga usted caso de ello y siga escribiendo».
Greene mantuvo una viva pero cordial discusión con Evelyn Waugh, escritor de fe intransigente que le reprochó sus presuntos errores teológicos y la equívoca versión de sus personajes sacerdotales. Pero Greene, gran lector de Unamuno, se defiende de esos ataques citando pasajes del rector de Salamanca en su Sentimiento trágico de la vida. «No había leído antes ese libro de Unamuno», escribe, «con el que me identifico en ese punto. El escritor español dice, en efecto, que aquellos que piensan creer en Dios sin pasión en el corazón, sin angustia en el conocimiento, sin dudas ni incertidumbres, sin algo desesperado en el mismo consuelo, creen realmente en el Dios-idea más que en Dios mismo. Esa es la tesis que sostienen algunas de mis criaturas de ficción, como el profesor Morin y los principales protagonistas del drama de la leprosería africana que constituye la trama de The burnt-out case. Me encuentro, pues», dice el novelista británico, «con que, sin quererlo, me han situado en las tragicómicas aventuras de La Mancha quijotesca, acompañando al inmortal caballero». Y es que nada hay tan equívoco y perjudicial como identificar la función de un novelista con la del profesor de moral o la del teólogo.
Desde la escritura de la novela, Greene nos cuenta cómo se asomó al cine y al teatro, redactando guiones como El tercer hombre y comedias como El cuarto de estar. «El novelista escribe en soledad», nos dice. «Si tiene suerte, encontrará quizá otra persona con la que discutir pasajes y personajes de su obra agraz. El guionista de cine discute únicamente con el director del filme, pero al terminar el rodaje queda apartado del proceso final de la creación. No puede seguir directamente ni controlar las escenas que él ha imaginado. En cambio, el autor teatral tiene otra función radicalmente diversa. Yo descubrí que el rodaje de un filme tiene algo de enfrentamiento con el trabajo de una gran factoría, con señales, luces, palmadas, grúas y la jerarquía de las sillas de lona. No conocía, en cambio, el calor, la diversión y la camaradería del mundo del teatro. Ni el hecho de que el proceso creativo -para el que vive el hombre de letras- continúa mucho tiempo después de los ensayos y del estreno de la obra teatral».
Además de la tremenda condición solitaria del novelista, existe el hecho bien conocido de la irrupción en la psique del autor de los caracteres, cuya elaboración dura mucho tiempo -varios años- en algunos casos. Esa identificación de las figuras imaginarias de la novela en ciernes, con el espíritu del escritor pareja al rastro que deja en el talante de algunos actores la reiterada encarnación un día tras otro, en la escena, de un personaje de ficción es atroz para la vida interior del autor. del argumento. Las contradicciones y las flaquezas de las sombras inventadas recaen sobre quien las dio la vida. Además, en el largo tiempo de la elaboración cambia el ánimo y el tono del que escribe. Greene recuerda las veces que se ha visto enfrentado con las cuartillas o cuadernos. en los que escribió los primeros capítulos de una novela sin terminar muchos meses ha. «No seré nunca más el mismo hombre que fui cuando estos seres salieron de mi fantasía, aunque los haya llevado conmigo durante todo ese tiempo en mi subconsciente». De Flaubert se dijo que en algunas de sus cartas parecía convertirse en un personaje bovarista ganado por la pasión destructora de aquella vanidosa provinciana salida de su magín.
Esto le hizo inclinarse a Graham Greene hacia un último escapismo literario que enriqueció su fama: el de la Short-story o Cuento breve. «El cuento es para el novelista una evasión al no tener que vivir quien lo escribe ligado por mucho tiempo, como ocurre con los personajes novelísticos. El cuento, por su corta dimensión, permite dominar el tema con gran facilidad, y los protagonistas no conviven tantos meses o años en la mente de su autor».
¿Cuándo acaba la función creadora del escritor, el escapismo terapéutico del hombre de letras? Georges Simenon se retiró públicamente del oficio al cumplir los setenta años. Pero inmediatamente después empezó a redactar una serie dictada de volúmenes que reiteran cansinamente los viajes alrededor de su casa y de su cuarto mechados de reflexiones generales. Graham Greene tenía decidido hacer lo mismo después de publicar El factor humano. Pero nos cuenta cómo en 1971, durante un almuerzo familiar de Navidad celebrado en Suiza, la dramática historia de El doctor Fischer de Ginebra vino a su mente casi de golpe, cómo una trama satírica contra la avaricia humana. «La imaginación del escritor, como el cuerpo del hombre, luchan contra la muerte, contra toda razón». Valéry llamaba a los escritores «artesanos de las ideas», practicantes de una maestría que dura toda la vida. El éxito fue avaro para Greene y tardó muchos años en llegarle plenamente. Pero él pensaba, como Camus, que todo el que escribe guarda una esperanza, aunque sea de momento desconocido. Y que un día sus obras testimoniarán ante los lectores diciendo lo que fue.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de diciembre de 1980

No hay comentarios:

Publicar un comentario