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YO NO ELEGÍ VIVIR EN TÁNGER
Yo no elegí vivir en Tánger: fue una casualidad. Tenía la
intención de que mi visita fuera breve; después me iría a otro sitio y
seguiría de un lado a otro indefinidamente. Me hice perezoso y demoré la
partida. Y luego, un día advertí extrañado que no solo había mucha más gente en
el mundo que muy poco antes, sino que además los hoteles no eran tan buenos, ni
los viajes tan cómodos, y que los lugares en general eran mucho menos bellos. A
partir de entonces siempre que iba a algún otro sitio, deseaba inmediatamente
volver a Tánger. Así que si ahora estoy aquí es solamente porque estaba aquí
cuando comprendí hasta qué punto había empeorado el mundo y que ya no deseaba
viajar. En defensa de esta ciudad, puedo decir que, hasta el momento, los
aspectos negativos de la civilización contemporánea la han afectado menos que a
la mayoría de las ciudades de su tamaño. Y más importante aún, saboreo la idea
que por la noche, mientras duermo, la hechicería horada sus túneles invisibles
en todas direcciones, desde miles de remitentes a miles de receptores
desprevenidos. Se hacen conjuros, el veneno sigue su curso; las almas son
despejadas de la pseudoconciencia parasitaria que acecha en los desprotegidos
rincones de la mente.
Casi todas las noches suenan los tambores. Nunca me despiertan; los oigo y los
incorporo a mi sueño como las llamadas nocturnas de los muecines. Aun cuando en
el sueño esté en Nueva York, el primer Allah akbar! borra el telón de
fondo para trasladar lo que sea a África del Norte, y el sueño sigue.
Ahora, desde que empecé este libro llevo meses seguidos en Tánger eligiendo, de
entre el inmenso número de fragmentos de recuerdos desenterrados, los que
pueden servir a mi propósito. Los utilizo para reconstruir pieza a pieza un esquema
ordenado, procurando no forzar en él ninguna parte que no encaje. A mi modo de
ver, esta precaución supone el esfuerzo de reservar el juicio y la resolución
de destacar al mínimo las actitudes personales. Escribir una autobiografía es,
en el mejor de los casos, una tarea ingrata. Es un tipo de periodismo en el
cual el reportaje, en vez del informe del testigo presencial del suceso, es
sólo la memoria de la ultima vez que se recordó. Borges ilustra tal situación
explicando el intento de su padre de demostrarle la incertidumbre de la
memoria; pone una moneda en la mesa y la llama imagen. Pone una segunda sobre
la primera y la llama primer recuerdo de la imagen. La siguiente moneda es el
recuerdo de aquel recuerdo, y así sucesivamente. Como esta situación es
axiomática, se deduce que escribir una autobiografía no es el tipo de trabajo
con que se supone que disfruta la mayoría de escritores. Y es evidente que
contar lo que ocurrió no constituye forzosamente un buen relato. En mi relato,
por ejemplo, no hay victorias espectaculares porque no hubo lucha. Yo aguanté y
esperé. Creo que es lo que ha de hacerla mayoría de la gente; son realmente
raras las ocasiones en las que existe la posibilidad de hacer más.
Los marroquíes afirman que la plena participación en la vida exige la
contemplación de la muerte. Estoy totalmente de acuerdo. Por desgracia, me es
imposible concebir mi propia muerte sin situarla en la plena mise en scène
más espantosa de la vejez. Me veo desdentado, no puedo moverme, dependo por
completo de alguien a quien pago para que me cuide y que en cualquier momento
puede salir de la habitación y no regresar nunca. Por supuesto, esto no es en
absoluto lo que los marroquíes entienden por la contemplación de la muerte;
considerarían mis fantasías una forma especialmente contemplativa de temor. La
terapia de una cultura es el tormento de otra.
"Adiós - le dice el moribundo al espejo que sostienen delante de él-. No volveremos a vernos". El epigrama de Valéry me parecía una fantasía
profunda cuando lo cité en El cielo protector .Ahora que no me veo como
espectador sino como protagonista, me parece repugnante. Para que su breve
despedida fuera correcta, el moribundo tendría que añadir tres palabras. Y
tales palabras son: "¡A Dios gracias!"
Paul Bowles
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