jueves, 2 de julio de 2015

James Salter / El tiempo en que no escribo es tiempo perdido

James Salter
Poster de T.A.
James Salter

"El tiempo en que no escribo es tiempo perdido"


Tras publicar Todo lo que hay, el autor de 88 años fue redescubierto como grandes escritores de EE.UU.


Por Roberto Careaga C
La Tercera, sábado 29 de marzo de 2014


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Estuvo a punto de perder la vida varias veces, en cada uno de los casi 100 vuelos que piloteó su avión de caza American F86 en la Guerra de Corea. Nunca después se sintió tan en control de sus actos, cada gloria era sólo suya, cada desastre también. Sólo derribó a un enemigo en batalla, pero hacia fines de los 50 era un comandante de la Fuerza Aérea de EE.UU. que se movía por distintas bases en Europa junto a su familia. “Fueron años maravillosos”, recuerda James Salter, quien en esa experiencia en los límites encontró el impulso para cambiar de vida. Se dedicó a a escribir. Hoy, con 88 años, es el nuevo gigante redescubierto de la literatura americana.
Autor de una decena de libros, en 2013 Salter regresó en grande: tras años de silencio, en que su nombre ganaba cada vez más admiradores silenciosos, saboreó más atención que nunca por Todo lo que hay, su nueva novela en 35 años. “Es un libro sorprendentemente original, que prueba que este león todavía está al acecho”, dijo The New York Times, que también lo alojó en los primeros puestos de su ranking de libros más vendidos. “El héroe olvidado de las letras estadounidenses”, lo llamó The Guardian, en un artículo que recogía elogios de Richard Ford, John Banville, Julian Barnes, etc.
Desde Bridgehampton, un pueblo cerca de Nueva York, Salter pone paños fríos. “Toda esta nueva atención coincide con que mis libros empiezan a ser más conocidos en España y otros países. Los críticos estadounidenses y británicos han sido particularmente amables conmigo esta vez, al igual que varios escritores, sintiendo seguramente que Todo lo que hay es el final”, dice.
Si es lo último de Salter, es una despedida con estilo. En la historia de la vida de un editor, se asoma al solitario corazón masculino americano forjado en la posguerra. Nada de estridencias, es la épica silenciosa del paso del tiempo en la biografía de un hombre. La luminosa escritura Salter hace el resto. Todo lo que hay también es la historia de un veterano de guerra, pero ese eco biográfico está apagado. Salter hace mucho tiempo dejó el pasado atrás: “La guerra me dio el ímpetu para escribir mi primer libro. Ese fue el efecto de esos años. A los pilotos con los que volé nunca más los vi”, cuenta.
Cambió de vida. Dejó de pilotear en 1961, para dedicarse por completo a la literatura, pero Salter también coqueteó con Hollywood, lle- gando a escribir un guión para Robert Redford (Solo faces, que nunca se filmó) y ponerse él mismo tras las cámaras en Three(1969), una cinta de escasa repercusión. Paralelamente, se abrió un espacio entre las sendas de Hemingway, John Cheever o Saul Bellow, a través de novelas como Juego y distracción (1967), Años luz (1975), la memoria Quemar los días (1997) o los cuentos deLa última noche (2005). Todos ellos ahora son reeditados en español por Salamandra, que acaba de lanzar Todo lo que hay.
Personajes reales
En las novelas y los cuentos, Salter usa tramas sencillas para retratar universos complejos: el lento quiebre de un matrimonio, en Años luz, le sirve para mostrar los grises de la clase acomodada americana de los 60 y los engaños de la felicidad. Un fogoso romance en Francia, en Juego y distracción, lo lleva a explorar los límites de las convenciones sociales. Sus solitarios personajes nunca son oscuros. No es raro que vengan de su vida.
“No soy capaz de escribir ficción pura. Necesito la fuerza de la vida real. De lo contrario, me deja de interesar. Mis personajes vienen de gente real”, dice Salter, quien a fines de los 90 llevó la realidad al extremo al contar su vida en Quemar los días. En esas memorias está su vida como piloto, sus años de Hollywood, sus devociones literarias -Faulkner, Dylan Thomas, Camus.
También en ese libro están los días en que fue periodista y entrevistó a gigantes como Vladimir Nabokov. “Su esposa, secamente, me instruyó: ‘Mi esposo no improvisa’. Nos sentamos en su hotel en Montreux y hablamos”, cuenta por mail. “Fue amable, le gustaba bromear. Vera era impávida. ‘Mírala’, me dijo, ‘nunca se ríe. Está casada con el mayor bufón de Europa y nunca se ríe’. Hablar con Nabokov fue como hacerlo con cualquier persona, la única diferencia era lo que zumbaba sin cesar en su cabeza”, agrega.
Usted es parte de la generación de John Updike, Philip Roth, Cormac McCarthy. ¿Se siente ligado a ellos?
Yo era un poco mayor cuando empecé a escribir. Me fue difícil aprender. Hice un poco de cine, nunca hice clases, no crecí cerca de mi generación de escritores ni tampoco los frecuenté. No me sentí parte de la comunidad literaria sino hasta que tuve 45 años. Y resulta que soy el último de los escritores de posguerra, pero no me siento parte de esa tradición. No conozco a Roth, tampoco a McCarthy. Mi camino no se parece al de ninguno de ellos.
Como dice, demoró en llegar a la escritura. En los años de la guerra, cuando escribía para el cine y hoy, ¿qué papel ha ocupado la literatura en su vida?
Hubo cosas que parecieron urgentes, que nunca más habría tenido la oportunidad de hacer. Lo que no haces en esta vida nunca lo harás. Pero escribir siempre ha sido lo central y es a lo que siempre vuelvo. Escribo a mano y mis cuadernos de notas son los más importantes que tengo. Si se quema la casa, es lo que salvo. Que se quemen los libros y el dinero. El tiempo que paso sin escribir es tiempo perdido.



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