viernes, 9 de septiembre de 2005

Almudena Grandes / "Las novelas deben tener una coherencia aritmética"

 

Almudena Grandes


Almudena Grandes

"Las novelas deben tener una coherencia aritmética"



Winston Manrique Sabogal
9 de septiembre de 2005

Una estantería poblada de mujeres gordas en mil poses escolta la mesa en la que Almudena Grandes da rienda suelta a su segunda pasión, escribir. Ya lleva seis novelas y dos libros de cuentos en 16 años. Estaciones de paso (Tusquets) es su más reciente colección de relatos en los que ha vuelto a su edén literario, la adolescencia. Ha ido al centro de ese laberinto de búsquedas, descubrimientos, confusiones y deseos donde se prefigura lo que será cada uno. Pero ese afán de contar de la autora madrileña sólo es superado por su pasión de leer. Uno de sus sitios favoritos para hacerlo es ese vanidoso sillón rojo que está en un rincón del estudio de su casa en Madrid. El otro es la cama.


RESPUESTA. Para una escritora de novelas largas como yo, el cuento corto siempre me ha resultado odioso porque no lo domino bien, mientras que en este formato, que son como novelas cortas, estoy más a gusto. Y escribirlos entre novelas me sirven para desengancharme de ellas y los personajes. Me da un nuevo aliento. Mi primera fase como escritora tiene un carácter testimonial muy fuerte. Mi anterior libro de cuentos, Modelos de mujer, forma parte de esa tendencia que da vueltas a los conflictos de las mujeres más o menos de mi edad o generación en un momento histórico concreto. Esa veta se acabó y empecé otra más amplia.


P. ¿Y como lectora qué le gusta?


R. Me interesa más un libro emocionante, y la osadía de un escritor primerizo y torpe que los encajes de bolillos donde nunca pasa nada. La crítica contemporánea valora poco eso, se centra en el argumento y el estilo, no hay consideraciones sobre la estructura o el perfil de los personajes. La audacia y la ambición son consustanciales del trabajo del novelista.


P. ¿Cuál fue el primer libro que le impactó?


R. La Odisea; bueno, una versión infantil-juvenil que me regaló mi abuelo paterno en la primera comunión, tendría unos 8 años. Mi abuelo es el modelo de todos los abuelos de mis libros, un reflejo del amor que yo le tenía. Con él sentí por primera vez que alguien creía en mí. Yo era una niña muy gorda, lo cual en principio no es muy bueno para andar por la vida siendo niño, y un poco acomplejada, que mostraba poco interés por las cosas. En la primera comunión me regaló esa Odisea. Me sentí un poco decepcionada, y tardé en leerla dos o tres años, fue una fascinación absoluta y una identificación con el personaje.


P. Surgió la lectora consciente.


R. Y sufrí muchísimo. Me identifiqué con Ulises porque es una historia injusta con el pobre hombre que lo único que quiere es volver a su casa. Lloré con su venganza. Sentí que él me estaba vengando a mí también. Es una metáfora del ser humano, un héroe con ausencia de grandeza con quien uno se puede identificar. Ulises es cualquiera que haya estado solo alguna vez y que haya sido tratado arbitrariamente, que no haya tenido suerte, en ese sentido, cuando mata a los pretendientes de Penélope es como una venganza colectiva. Además, la Odisea es la primera novela de la historia como la entendemos hoy.


P. ¿Le gustó la Iliada?, lo digo porque Alessandro Baricco la ha revitalizado en otra versión.


R. La original no me emocionó tanto. Sería una novela excesivamente coral. Una de las normas de la novela son las puertas que se abren y se cierran. Yo tengo una relación obsesiva con la estructura de lo que escribo. Las narraciones, sobre todo las novelas largas, deben tener una coherencia incluso aritmética. Capaz de que si la novela fuera una suma o una resta tendría que dar cero o cien, pero nunca 37 con 94. Es importante que cuando se abra una puerta sea por algo. Si yo escribiera una versión de la Iliada la centraría en Héctor. Es un personaje inconmensurable.


P. ¿Algún libro clave en su vida?


R. Mujercitas, de Louise May Alcott. Yo quería ser escritora, pero no sabía cómo, quién. Los niños eligen una vocación por emulación, y yo no tenía a ninguna escritora a mano. Cuando leí la novela dije: "¡Yo quiero ser una escritora como Jo March!". Fue revelador.


P. Más que escribir parece que lo que le gusta es contar historias.


R. Primero escribí y luego me pregunté por qué escribía. Porque había llorado con Ulises, porque me gustaba leer más que ninguna otra cosa en el mundo, porque no hay nada que me dé tanta felicidad y vida como los libros. Siempre he querido escribir más por emulación, o por envidia, que es más fuerte. He sido una niña muy fantasiosa y tiendo a hablar sola, me hablo a mí misma. Es que tengo gran capacidad para vivir las historias ajenas y las mías.


P. Por ejemplo, de su paraíso literario que es la adolescencia, mientras en otros es la infancia.


R. Disiento del concepto de infancia como paraíso perdido, es una idealización. ¡La infancia es la edad de la perplejidad! Disiento también de que la adolescencia sea la época amarga y terrible. La verdad es que los adolescentes son conquistadores, de sus vidas, de su entorno. Tienen que esforzarse pero acaban adquiriendo la comprensión del mundo. Son supervivientes. Siempre me han gustado esos personajes. Los adolescentes tienen la ventaja de que están en la encrucijada clásica de que ya no son niños pero todavía no tienen la capacidad de manipular lo que les sucede, están debutando en la vida. Tienen episodios reveladores que los obligan a buscar recursos para enfrentarse a su futuro. Y sin duda es también la etapa de aprender de los errores.


P. ¿Cómo fue su adolescencia?


R. No tuve una adolescencia ni una infancia demasiado brillantes. Si me dijeran a qué edad me gustaría volver, diría que a los 20 años, ¡y mejor todavía a los 30! Es verdad que nada se echa tanto en falta como lo que no se ha vivido. Nada se pierde tanto como lo que no se ha tenido. Estos cuentos tienen algo autobiográfico.


P. En sus historias siempre hay algo característico de la adolescencia, ese despertar a la atracción, al deseo, a la sexualidad, al erotismo.


R. Y de manera distinta en estos cuentos. Un violinista afronta el sexo de manera más descarnada. Una chica vive una situación más sensual. Y en otro lo que cambia su vida es ver a una mujer desnuda, para él es la luz, la felicidad. Creo que lo que funciona en estos relatos es que esos fogonazos de sexualidad son conocimiento. Quería ligar ese descubrimiento de los jóvenes más a la emoción que a la excitación. Es un libro que surge en Los aires difíciles, donde escribí sobre adultos que recuerdan su niñez; ahí surgió la idea de estos cuentos de adolescentes que es cuando empieza la vida de verdad. Jamás escribiré historias de gente deprimida, ni de mujeres que bordan junto a la ventana, ¡me interesan mujeres que se levanten y abran la puerta! Me interesa más la voluntad que la compasión.


P. En los últimos años los escritores han participado mucho en la vida cívica. ¿Los escucha la gente?


R. Pues no lo sé. Menos que a los actores, como se ha visto. Cuando la gente se manifiesta, un escritor, un actor o cualquier creador lo que hace es servir de altavoz porque su trabajo lo facilita. Pero no creo que un intelectual tenga que ir por delante de la sociedad civil sino detrás.


Y ahora Almudena Grandes vive el tiempo de hablar de sus cuentos. De sus etapas lectoras: la novela del XIX, su gran obsesión, el boom latinoamericano y los españoles del medio siglo que tanto admira. De cómo se ha enganchado a los libros sobre la República, la Guerra Civil, la División Azul y los exiliados mientras se documenta sobre su próxima novela. De cómo gracias al fútbol y a que no sabía dibujar, empezó a escribir. Los domingos iban a la casa del abuelo paterno para que padre e hijo vieran el fútbol, mientras los niños eran desterrados al comedor para que dibujaran. Pero a ella no se le daba bien, así es que un día le dieron una hoja y un lápiz. Escribió un cuento. Siempre el mismo. Trabajó para guías de viajes hasta que en 1989 debutó con Las edades de Lulú.


BIBLIOGRAFÍA

Castillos de

cartón (2003).

Los aires difíciles (2002).

Atlas de geografía humana (1998).

Modelos de mujer (1996), relatos.

Malena es un nombre de tango (1994).

Te llamaré viernes (1991).

Las edades de Lulú (1989),

Premio La Sonrisa Vertical.

Todos los libros

están editados en Tusquets.


EL PAÍS


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