Larry Clark |
O
s equivocáis si procuráis fingir que lo hago para generar controversia. Solo intento ser honesto y explicar la verdad sobre la vida». Son palabras de Larry Clark extraídas de su sitio web. Clark es un fotógrafo y cineasta nacido en Oklahoma, uno de esos estados donde Donald Trump dejó a cero a los demócratas de Hillary Clinton. Su obra es el retrato de los adolescentes nacidos entre los años ochenta y principios del siglo XXI. Larry Clark es conocido en gran parte por el revuelo que causó su primera película, Kids (1995). Desde entonces ha realizado siete más de las que me gusta destacar Ken Park (2002) porque la vi en un pequeño cine de Helsinki, donde viví unos meses lejos de casa y de los anclajes de la buena conducta. Ahora que el artista norteamericano ha cumplido 75 años y que la vida lo debe invitar a endulzar las fantasías amargas que, como ramos de flores muertas, nos ha ido entregando a lo largo de una dilatada carrera, tal vez le apetece tomarse una infusión de vez en cuando.
Los expertos no se ponen de acuerdo a la hora de poner calendario a la generación central de la obra de Larry Clark, la posterior a los primogénitos de los baby boomers de después de las guerras mundiales. Para referirse a ella, algunos hablan de generación «Y» y los más actuales llaman a sus integrantes millennials.
Hay una marca de infusiones que se diferencia de la competencia porque envía mensajes optimistas a través de la etiqueta que cuelga del final del hilo. Uno de los que más me gusta dice algo así como: «No ha habido nadie como tú, no hay nadie como tú y no habrá nadie como tú». La filosofía zen promueve esta forma de presentar al individuo en el contexto global, y me parece acertado. Sin embargo, la realidad nos dice que, salvando algunas singularidades, los objetivos de los mercados económicos determinan el desenlace de los que pertenecemos a un período de tiempo concreto, aunque a veces sea el resultado de experimentos fallidos. Por eso hablamos de generaciones, conjuntos y subconjuntos de identidades que se han visto forjadas y que responden aportando voz propia en el arte, el pensamiento, la relación con el medioambiente, las relaciones interpersonales, etc.
Los expertos no se ponen de acuerdo a la hora de poner calendario a la generación central de la obra de Larry Clark, la posterior a los primogénitos de los baby boomers de después de las guerras mundiales. Para referirse a ella, algunos hablan de generación «Y» y los más actuales llaman a sus integrantes millennials. Sea como fuere, en el año 2008, cuando todavía no se había extendido ni el concepto «Y» ni mucho menos el concepto millennial, cayó en mis manos un libro de Jeroen Boschma, un consultor holandés formado en arte, en el que los jóvenes que hoy en día tienen como mucho treinta años eran objeto de análisis: Generation Einstein: smart, social and superfast. Communicating with Young People in the 21st Century (Pearson, 2006). Eran las conclusiones de diez años de estudio y conversaciones que la agencia de comunicación Keesie, de la que Boschma es cofundador, mantuvo con jóvenes nacidos a partir de 1988. Todo indicaba que se consolidaba un cambio de comportamiento con respecto a la generación precedente, distinguida por los altibajos emocionales y el pesimismo, el vacío ideológico, los valores tradicionales y la dicotomía entre sentirse herederos de una familia y el deseo feroz de apostatar de la misma.
Todo indicaba que se consolidaba un cambio de comportamiento con respecto a la generación precedente, distinguida por los altibajos emocionales y el pesimismo, el vacío ideológico, los valores tradicionales y la dicotomía entre sentirse herederos de una familia y el deseo feroz de apostatar de la misma
Hace ocho meses decidí dejarlo todo en Barcelona y viajar. Eso me ha permitido entrar en contacto con los hombres y mujeres que fueron objeto del estudio teórico de Boschma y de la interpretación emocional de Clark. Hemos coincidido practicando yoga en un ashram de Rishikesh, los he visto decididos a hacer los Anapurna con una criatura a la espalda y hemos contemplado juntos las maravillas de Milford Sound dentro de una furgo desvencijada. Me he comparado con ellos y me he sentido víctima y poca cosa. He experimentado, e incluso grabado, ganas de alejarme de los clichés aprendidos como modelos de éxito a seguir.
En Cataluña los hombres y mujeres de Clark y Boschma son una rareza. Eso es consecuencia de un retraso secular en la evolución cultural con respecto a los jóvenes del centro y norte de Europa, los canadienses, los estadounidenses y algunos asiáticos.
Los resultados de Boschma en el 2006 ya apuntaban que el modelo de vida de esos jóvenes se centraba en el presente y punto. He podido constatar que es así y que lo han convertido en una virtud: rehúyen las expectativas. También he percibido secuelas del retrato macabro de Larry Clark: los que hoy tienen 18 y 30 años no comparten en absoluto nuestro sistema estructurado y sujeto a la disciplina. El resultado de sus actos no es resultado del esfuerzo, sino de su propia existencia. Son autodidactas por convicción, renuncian a modelos que no van con ellos y tienen éxito (oh, paradoja) porque no lo buscan. Estos hombres y mujeres apuntan hacia una nueva revolución cognitiva. Están preparados para acelerar un cambio de tendencia mundial que renovaría completamente los patrones de vida occidentales. Ante este escenario solo puedo sentirme esperanzado.
No obstante, lamento tener que puntualizar dos cosas. La primera es que en Cataluña los hombres y mujeres de Clark y Boschma son una rareza. Eso es consecuencia de un retraso secular en la evolución cultural con respecto a los jóvenes del centro y norte de Europa, los canadienses, los estadounidenses y algunos asiáticos. No es un comentario liviano, es el reflejo de una temeridad que tiene origen en la raíz viva del franquismo. La segunda es que esta generación ha aprendido a vivir y, por ahora (al menos entre los europeos), no he visto ganas de abordar la política. La entienden, pero la consideran aburrida, insignificante e inútil. Para ellos sería como dejar de vivir, y con razón.
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