miércoles, 21 de noviembre de 2018

Silvia Terrón / Escribir supone salir de viaje por un terreno que no existe

Silvia Terrón
Foto de Elena Grimaldi

SILVIA TERRÓN: «ESCRIBIR SUPONE SALIR DE VIAJE POR UN TERRENO QUE NO EXISTE»


Carlos Asensio
21 noviembre, 2018

La poeta Silvia Terrón (Madrid, 1980) ha publicado recientemente su primera novela, Umbra (Caballo de Troya). La obra, una preciosa y lúcida distopía sobre una sociedad futura donde los humanos ya no pueden emitir sonidos, es la quinta publicación de Caballo de Troya de 2018, año de Mercedes Cebrián como editora invitada en la editorial. El libro nos habla de una humanidad «puesta en una situación límite, privada de voz y de sonidos y viviendo casi a oscuras», y que sobrevive en un planeta que ha quedado dividido en dos regiones, una gobernada por la luz y otra por la sombra.
Silvia, también periodista, traductora y gestora cultural, es principalmente conocida por su faceta como poeta. En sus últimos libros, Doblez (Liliputienses, 2014) y Las veces (La Isla de Siltolá, 2015), trata de explorar, de una forma profundamente lírica y abstracta, los límites de la realidad, los secretos que se esconden en los márgenes del pensamiento. Los «otros mundos posibles».
Seguís inhalando y expirando, y a través de la repetición todo se oxida. Es claridad lo que buscáis: querríais que las cosas no se degradasen. Que estuviera todo dicho y no hubiera lugar para lo no dicho en vuestras vidas. Para eso habría que agotar el instante y, una vez exprimido al máximo, detener el tiempo. ¿Pero qué haríais en un momento suspendido en el que no pudierais serviros de trucos: ni voz, ni eco, ni luz, ni historias? Lo eterno os viene grande.
  
Como escritora, ¿qué temas te interesan especialmente, sobre qué te surge escribir?
Me pregunto siempre por otros mundos posibles, los exploro con palabras y los pongo a prueba. Hasta ahora he publicado tres poemarios: La imposibilidad gravitatoria (Torremozas) trata sobre lo difícil que resulta creer en el mecanismo de la gravedad si se piensa mucho en ello, igual que las palabras dejan de tener sentido al repetirlas una y otra vez. Doblez (Liliputienses) explora la forma que tendría un mundo plegado: de dónde vendría la fuerza aplanadora, dónde estarían las dobleces, qué cosas disparatadas se tocarían pliegue con pliegue. Las veces (La Isla de Siltolá) cuestiona el sentido de las acciones que se repiten, tanto las trascendentales como las cotidianas. ¿Sería mejor poder hacer cada acción solo una vez, agotando el potencial de todo lo bueno y lo malo que puede aportarnos, para poder dedicarnos plenamente a la acción siguiente? En Umbra cambia el género literario, pero en su génesis sigue habiendo una pregunta: ¿cómo de necesaria es la voz para los humanos? Puestos en una situación extrema, ¿encontraríamos nuevas formas de decir?
¿De todas las actividades relacionadas con la cultura y la literatura que llevas a cabo (escribir, editar libros, organizar eventos culturales…), cuál dirías que es la más gratificante?
Son experiencias muy distintas. Como editora o gestora cultural el trabajo implica ir al encuentro de otros y trabajar con ellos. Resulta muy enriquecedor porque se aprende muchísimo al vivir de cerca la creatividad ajena. Aún así, la propia escritura es probablemente la actividad más gratificante. Escribir supone salir de viaje por un terreno que no existe, con la esperanza de que va a ir materializándose bajo los pies palmo a palmo, según se van armando las frases. El proceso nos hace alternar entre el optimismo y la fatalidad, coronando colinas pero sintiendo también el vértigo en las caídas. Se tropieza mucho, se vuelve sobre los propios pasos una y otra vez y a veces el terreno se embarra y no podemos avanzar. El escritor crea un viaje para compartirlo con otros, pero vive también su viaje propio en primera persona.
¿Cómo definirías tu estilo literario en una única frase? ¿Y cuánto de autobiográfico hay en tu literatura?
En mi manera de escribir, tanto en poesía como en narrativa, suele haber un personaje implícito: la posibilidad, lo que Duchamp llamaba «lo infraleve». La posibilidad de que la realidad sea otra, de que las cosas sean de otra manera, de que lo que defina una vida no sean las grandes decisiones, sino gestos cotidianos sobre los que reposa una responsabilidad desconocida. Esas posibilidades, lo que no ocurre pero podría ocurrir, están tan presentes como lo que ocurre. En cuanto a lo autobiográfico, siempre hay elementos de lo que hemos visto y vivido, más o menos destilados. Pienso bastante en lo que ha ido configurando mi imaginario, y en cómo se fue armando sin que me diera cuenta. Un buen día me percaté de que estaba allí y empecé a entender por qué escribía sobre ciertas cosas. Por ejemplo, sin el programa infantil El planeta imaginario, que me marcó cuando tenía cinco años, probablemente Umbra no existiría.
Has escrito tres libros de poesía y, recientemente, tu primera novela (Umbra), ¿en qué género te sientes más cómoda? ¿En cuál de ellos dirías que emerge tu verdadera voz literaria?
La experiencia de escribir narrativa es reciente, y me hace sentir la excitación de la novedad. No sabía si sería capaz de escribir una novela y, aunque tenía todas las dudas del mundo, tampoco tenía limitaciones, por eso conseguí ir avanzando. Ahora que el proceso ha terminado tengo la intuición de que tengo otras historias que contar, pero eso no me aleja de la poesía. La poesía va a estar siempre ahí y es a través de la escritura poética que consigo poner en orden –o en desorden– el mundo.
En Umbra planteas un futuro en el que el ser humano ya no puede emitir sonidos y donde el planeta ha quedado dividido en dos regiones, una gobernada por la luz y otra dominada por la sombra (Umbra). ¿Qué querías contar sobre la especie humana en esta novela casi apocalíptica?
Quería imaginar la cotidianeidad de una humanidad puesta en una situación límite, privada de voz y de sonidos y viviendo casi a oscuras, entre matices de sombra. Me preguntaba qué argucias pondrían en marcha para construir el relato de su sociedad y su tiempo, aun en condiciones dificilísimas. Es una distopía, pero tiene también un componente utópico. Sin la capacidad de contar nuestro relato, lo que hacemos y nos ocurre, perderíamos la condición humana. Busco estirar los límites del lenguaje más que abocarnos a lo animal.
¿Cómo ves el panorama literario actual? ¿Qué opinas de la mal llamada nueva poesía?
En general creo que estamos en un momento interesante. Cada vez salen más libros que me apetece leer y editoriales nuevas que están descubriendo, traduciendo o recuperando autores. Además, de América Latina nos siguen llegando otras maneras de trabajar nuestro idioma y nuestro imaginario, lo que resulta muy enriquecedor. En cuanto a la «nueva poesía», el problema reside en esa dicotomía y en la oposición de «nueva poesía» con lo que otros defienden como «poesía de verdad». Creo que se trata de perspectivas muy distintas, que llegan a públicos muy diferenciados. No deberían contraponerse, igual que en narrativa no se compara a Joyce con Dan Brown. Por otra parte, la idea de «lo nuevo» implica una renovación de la poesía, algo que no creo que sea el caso. Ramón Gómez de la Serna fue un firme defensor de la novedad toda su vida, pero siempre y cuando la novedad implicara nuevas formas de mirar las cosas. Aquí, a mi parecer, lo que hay es una lente que mira al mundo de una manera muy concreta, que no es nueva y que a otros nos puede parecer reduccionista o limitada, pero que funciona para su público. Debe verse como una corriente entre muchas, no como un cambio esencial. Las otras maneras de entender la poesía siguen su rumbo y sus búsquedas. No deberíamos enzarzarnos en ese debate.
¿Qué es para ti el feminismo y cómo de importante es en tu vida y en tu obra literaria?
El feminismo es una convicción y una manera de ocupar mi espacio. En casa, mientras crecía, mis padres me inculcaron la certeza de que podría hacer todo lo que me propusiese, de una manera muy natural. Por eso, una vez comenzó mi vida adulta, tardé un poco en darme cuenta de las limitaciones a las que me enfrentaba por el mero hecho de ser mujer y hasta qué punto la desigualdad estaba infiltrada en la lengua, la sociedad y la cultura. Mi primer trabajo fue como periodista musical a principios de los años 2000, que en la práctica percibí entonces como un mundo bastante masculino. Sin embargo, el haber sido educada de ese modo me permite no preguntarme si un espacio me pertenece o no por el hecho de ser mujer. Puedo tener muchas otras dudas, pero no esa. Intento en mi escritura reflejar también esto. No me gusta cuando se habla de personajes que son «mujeres fuertes». ¿Es como contraposición a «mujeres débiles», como si esa fuera la condición femenina? Los personajes masculinos se califican con muchos otros adjetivos. Es eso lo que busco, que mis personajes femeninos sean muchas otras cosas, pero no «fuertes» o «débiles».
¿Dirías que existe desigualdad de género en el mundo de la literatura? ¿Crees que hay una falta de mujeres en el canon literario actual?
Por supuesto. No hay más que mirar los libros de texto. Por más que se esté intentando recuperar a autoras del pasado o incluir a autoras del presente, no se enseñan en la escuela. Con las clases de literatura estamos formando a los lectores de mañana, y les estamos diciendo que los libros más valiosos que existen han sido escritos por hombres, y por alguna que otra mujer, casi de manera anecdótica. ¿Qué fue de las mujeres de la generación del 27, o del surrealismo, por poner sólo dos ejemplos? Y no es sólo en la literatura: los museos y los auditorios están llenos mayoritariamente de exposiciones y conciertos de artistas y músicos masculinos. Ursula K. Le Guin resumió la importancia de un canon más igualitario con una frase magnífica: «Somos volcanes. Cuando nosotras las mujeres ofrecemos nuestra experiencia como nuestra verdad, como la verdad humana, cambian todos los mapas. Aparecen nuevas montañas.»
¿Crees que el público y la crítica leen –y juzgan– igual un libro escrito por un hombre que uno escrito por una mujer? ¿Cuál es tu experiencia al respecto?
Recomiendo un documental magnífico de Sofía Castañón, Se dice poeta, en el que entrevista a 21 poetas mujeres sobre la creación, la crítica y la recepción de su poesía y sobre la contraposición de «poeta» y «poetisa». Poetisa es una palabra cargada y reduccionista, de mujer ociosa que escribe sus versitos sobre asuntos menores y domésticos… Como nos recuerda el título, el femenino natural de «poeta» es «poeta». En general, hay que estar atento, porque la promoción de libros escritos por mujeres corre siempre el riesgo de acabar en el coto cerrado de la «literatura femenina». La literatura escrita por mujeres no es un género literario. Es importante dar visibilidad a las mujeres que escriben, pero nuestro espacio no puede ser una esquinita en la que estamos todas juntas. Representamos todo el espectro, por lo que tenemos que estar en todos sus puntos. Vuelvo una vez más a los adjetivos. Que se nos den todos los adjetivos posibles, y que nuestro nombre indique nuestra condición femenina, igual que indica un origen geográfico, pero que el adjetivo que nos califique no sea «femenino» u otras palabras asociadas tradicionalmente con esta condición. Y la responsabilidad de avanzar de este modo recae tanto en los hombres como en las mujeres. Que los hombres incluyan a mujeres en los espacios que ellos ocupan de manera natural es lo que más puede normalizar esa realidad compartida en la que no somos amenaza, sino compañeras de pleno derecho.
¿En qué proyectos estás trabajando actualmente? ¿Hacia dónde se dirige Silvia Terrón?
Estoy traduciendo un par de poetas del francés, y espero que las traducciones puedan ver la luz en 2019. Seguiré editando y organizando eventos literarios. Y estoy con los ojos muy abiertos para ir alimentando de nuevo la imaginación, pues Umbra dejó las reservas el mínimo. Tengo ya una idea que me ronda, pero no sé aún qué forma tomará. 
Silvia Terrón
CUESTIONARIO BREVE
Una escritora contemporánea por el que sientas predilección.
Clarice Lispector.
Una escritora clásica.
Sei Shōnagon.
Un verso o cita que no se te vaya de la cabeza.
El poema «El poder» del poeta británico Paul Farley. Ahora que tenemos que reconsiderar y reinventar muchas cosas es importante recordar el poder que tenemos para crear y destruir mundos con tan sólo imaginarlos:
Un libro escrito por una mujer que no te canses de recomendar.
El cuento de nunca acabar de Carmen Martín Gaite.
El libro que te hubiera gustado escribir.
Las ciudades invisibles de Italo Calvino, o Cosmos de Gombrowicz.
El libro de poesía al que siempre vuelves.
La Poesía vertical completa de Roberto Juarroz.
Una editorial que te apasione.
En Francia, P.O.L., que ha publicado a Emmanuel Carrère, Georges Perec, Mircea Cărtărescu, o Kiko Herrero. La trágica muerte de su fundador, Paul Otchakovsky-Laurens, a principios de este año, ha sido una gran pérdida. Y en España, Ediciones Liliputienses, que desde Extremadura ha ido construyendo un catálogo de poesía latinoamericana impresionante.
Una revista literaria imprescindible.
McSweeney’s Quarterly Concern, tanto en el fondo como en la forma. Y, aunque yo forme parte de ella, también me parece importante destacar la labor de la red de revistas Alba, que promueven la literatura hispanoamericana en Francia, Reino Unido, Alemania o China.
Alguien que haya influido decisivamente en tu forma de escribir.
La poeta cubana Juana Rosa Pita, con la que me escribo desde que tenía catorce años. Me ayudó muchísimo a encauzar en palabras todo aquello que yo intuía sin saber darle forma, ni nombre.
Una cita o verso tuyo.
«Si todo cabe

en el diámetro

minúsculo de un nombre

somos gigantes

que avanzan sin ropas»
De Doblez (Liliputienses)


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