jueves, 27 de junio de 2024

Cómo informar del supremacista jefe sin normalizarle

 


Steve Bannon el pasado marzo en Zurich durante el festival del semanario suizo 'Die Weltwoche'.
Steve Bannon el pasado marzo en Zurich durante el festival del semanario suizo 'Die Weltwoche'.MORITZ HAGER (REUTERS)

Cómo informar del supremacista jefe sin normalizarle

La polémica sobre la participación del ultra Steve Bannon en el festival de 'The New Yorker' refleja el debate que consume a los medios


ANDREA AGUILAR
19 de septiembre de 2018

La polémica que ha levantado la inclusión y posterior exclusión en el festival de la revista The New Yorker del ideólogo de la derecha alternativa estadounidense Steve Bannon ha levantado una tormenta de críticas. Muchas de ellas han ido dirigidas al director de la publicación, David Remnick, una de las voces más firmes y lúcidas frente a Trump. Otras han cargado contra quienes pusieron el grito en el cielo tuitero (Bret Stephens proclamaba en The New York Times que parece que el semanario lo dirige Twitter, no Remnick) por la participación del supremacista jefe; y también ha habido recriminaciones por la decisión última de retirarle la invitación, y no tratar de romper las trincheras y cajas de resonancia que polarizan al electorado.

¿Debe brindarse a un conocido xenófobo supremacista la posibilidad de aparecer fuera de las páginas de la revista en el renombrado foro?

Este incidente, claman algunos, parece haber refrendado la opinión de los seguidores de Trump de que los medios liberales censuran y ha logrado presentar a Bannon como una víctima. Lo que reverbera de fondo en todo esto es el intenso debate que consume a buena parte de los medios estadounidenses sobre cómo cubrir la actualidad política.

La cuestión sobre quién debe ocupar las tribunas y escenarios está en carne viva. Las armas están en alto, a juzgar por la explosiva reacción de algunos de sus lectores, de otros invitados del festival —como el presentador Jimmy Fallon o el director Judd Apatow, que alegó que no participaría en un festival que “normaliza el odio”— e incluso de redactores de la revista. “Llámenme anticuado, pero yo habría pensado que un festival de ideas trata de exponer al público distintas ideas. Si solo invitas a tus amigos, eso se llama una cena”, escribió en Twitter Malcolm Gladwell, ensayista superventas y miembro de la redacción de The New Yorker. Su comentario respondía a una de sus colegas que dijo, en la misma red, sentirse “aliviada” por la nota de Remnick que anunciaba que había retirado la invitación a Bannon.

En su escrito, el director de The New Yorker argumentaba que entrevistar no significa apoyar a alguien, pero aceptaba que el festival no era el marco adecuado. La revista ha dedicado varios artículos a Bannon, artífice del giro ultra y populista del Partido Republicano, máximo responsable de la campaña de Trump, jefe de estrategia en su Gabinete durante siete meses y director del medio digital ultra Breitbart News hasta enero. Remnick llevaba tiempo tratando de cerrar una entrevista con él, pero ¿debe brindarse a un influyente y conocido xenófobo supremacista la posibilidad de aparecer fuera de las páginas de la revista en el renombrado foro de The New YorkerLa respuesta de Margaret Sullivan, columnista que analiza los medios en The Washington Post, fue un tajante y radical no, porque “ya hemos oído bastante de Bannon” y de sus ideas. “Ya es hora, más que hora, de dejar de prestar las plataformas mediáticas más importantes y prestigiosas a racistas y mentirosos”, escribió.

El público europeo puede que no haya tenido tanta exposición directa a las ideas y persona de Bannon, pero en el contexto estadounidense el argumento de la columnista no puede ser despreciado. Lo que de alguna manera Sullivan obvia es el hecho de que Bannon ha probado que no necesita esas plataformas para propagar sus ideas: desde Breitbart News hizo el trabajo. “La cuestión es si merece tener un espacio en otras plataformas, porque en las suyas sus argumentos no están siendo cuestionados”, explica por teléfono Pete Vernon, redactor que analiza desde hace dos años la cobertura de Trump en Columbia Journalism Review. “Los periodistas están aún intentando adaptarse a la nueva realidad política y tratando de ver qué cobertura debe hacerse de los movimientos de ultraderecha”.

“No se puede ignorar que el ascenso de los ultras es noticioso, pero informar sobre ello exige cuidado y experiencia”, dice Pete Vernon del Columbia Journalism Review

A este respecto hay dos posturas enfrentadas. “Unos aplican aquello de que el oxígeno alimenta el fuego. Otros consideran que una cobertura seria ayuda a desinfectar el discurso. No se puede ignorar que el ascenso de los ultras es noticioso, pero informar sobre ello exige cuidado y experiencia”, explica Vernon. La máxima que hace unos meses proclamó el director de The Washington Post (“no estamos en la guerra, sino en el trabajo”) apuesta por ignorar los constantes ataques de la Administración a la prensa. “Los medios deben defenderse, pero deben hacerlo exponiendo la relevancia de su oficio. A veces esto se consigue informando sobre asuntos que afectan a la vida diaria de los ciudadanos, como que una compañía contamine su río”, concluye Vernon. La cuestión hoy, por tanto, está en decidir dónde poner el foco, qué es noticia y el grado de noticiabilidad, espectáculo al margen.

La campaña de Trump en 2016 y su llegada a la Casa Blanca han forzado a muchos medios a hacer un examen de conciencia. Aunque el candidato gastó poco en publicidad, quedó claro que las informaciones sobre el magnate-estrella de la telerrealidad atraían audiencia, y las televisiones empezaron a dar en directo sus mítines, regalándole un valioso tiempo de antena. El público se enganchaba al esperpéntico show. ¿Qué tipo de relación simbiótica estaba en marcha? ¿Quién alimentaba a quién? “Se ha reflexionado y, excepto Fox, las cadenas ya no cubren en directo los mítines íntegramente, ni todos los tuits de Trump son considerados noticia”, apunta Vernon. “Ahora se acerca una candente campaña para las elecciones de noviembre y la clave estará en ver cómo se priorizan las informaciones”.

Más allá de valorar si los medios estadounidenses se han excedido en la cobertura de la derecha alternativa ayudando a propagar su credo, hay otro asunto que late tras la polémica de The New Yorker. “La cuestión de fondo es qué es el festival, ¿es periodismo u otra cosa?”, apunta al teléfono Wendy Wyatt, profesora en la Universidad de St. Thomas especializada en ética y periodismo. “Los festivales de las publicaciones se organizan para atraer publicidad, consolidar las cabeceras y ganar dinero, pero si no son periodismo como tal, deberían dejarlo claro”.

Bannon, como el resto de los invitados al festival, cobraría, y la revista correría con sus gastos de su viaje y alojamiento

En el otoño de 1999, hace ya casi 20 años, arrancó la cita de The New Yorker y desde entonces se ha ganado un hueco indiscutible en el calendario de la frenética rentrée cultural neoyorquina. Atrae a un notable número de espectadores (dispuestos a pagar entradas que van de 39 a más de 200 dólares) y a patrocinadores, y ha ido ampliando su oferta de debates y entrevistas en vivo a conciertos e incluso tours gastronómicos con los críticos de la revista. Escritores, políticos, actores, comediantes, cocineros y músicos desfilan por distintos escenarios de Manhattan. Desde hace un par de años, la grabación de algunas entrevistas es editada y emitida en el podcast que presenta el director, Remnick. Él debía ser quien entrevistara a Bannon en lo que prometía ser un combate dialéctico con alta dosis de morbo político. Bannon, como el resto de los invitados al festival, cobraría, y la revista correría también con los gastos de su viaje y alojamiento. “Muchos medios organizan este tipo de actos y luego usan el material, pero pagar a un entrevistado es algo francamente problemático periodísticamente”, señala Vernon.

El semanario británico The Economist ha mantenido la invitación a Bannon para su festival en Nueva York. Por el momento, queda pendiente la cuestión de si este tipo de actos promovidos por empresas periodísticas en última instancia comprometen su labor. El tema daría, eso sí, para un buen panel.


EL PAÍS


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