martes, 31 de enero de 2012

Jiri Menzel / Una novela de Bohumil Hrabal


Jiri Menzel
UNA NOVELA DE BOHUMIL HRABAL

BIOGRAFÍA DE HRABAL

Yo que he servido al Rey de Inglaterra es uno de los mejores libros de Bohumil Hrabal. Relata la historia de un ‘pequeño’ camarero checo (se trata de hecho de un hombre de baja estatura) en la Checoslovaquia del s. XX, partiendo de los años de entreguerras y finalizando en la década de 1960. Por boca del propio autor podemos saber que la novela fue escrita en un lapso de tiempo muy corto como reacción espontánea a la presión constante, tanto emocional como social, bajo la que el escritor se vio obligado a vivir durante el periodo de ‘normalización’ (es decir, los años posteriores a 1968) en el que no se le permitía publicar sus obras. Hrabal inunda su larga novela con una vasta cantidad de situaciones, escenas, historias y anécdotas a través de las que va guiando a su héroe. Para la creación de un guion cinematográfico a partir de una narrativa tan extensa, fue necesario realizar una cuidada selección con los elementos más interesantes e imprescindibles, de forma que el largometraje contara con un argumento claro y fuera accesible e inteligible, incluso para los espectadores no familiarizados con la novela.
El guion se centra en dos historias paralelas. La primera sigue las andanzas juveniles y el gradual desarrollo de un ambicioso hombre de baja estatura antes de la Guerra y durante la ocupación alemana cuando, enamorado y guiado por la estupidez más que por el oportunismo, se encuentra del lado del poder ocupante. La segunda historia, entrelazada con la primera, hace únicamente referencia a un breve periodo de su vida posterior cuando, tras años en prisión, busca la paz y la soledad en una localidad alemana abandonada cuyos habitantes fueron expulsados tras la guerra. Su paz se ve únicamente perturbada brevemente por la llegada de una joven de clase obrera. Su juventud y vitalidad le traen recuerdos de sus aventuras amorosas de cuando era joven. Está previsto que la película dure algo menos de dos horas.

              
Bohumil Hrabal es sin lugar a dudas uno de los escritores europeos contemporáneos más importantes, aunque en mi opinión en su obra también rezuman las mejores tradiciones de la literatura checa. Ya a mediados de la década de 1960 la visión del mundo de Hrabal y su manera de interpretar dicha visión fascinaron a toda mi generación. Como muestra de su admiración, siete jóvenes realizadores decidieron unirse para crear Pearls on the Bottom (Perličky na dně), un largometraje basado en varios de sus relatos cortos. Yo tuve la suerte de ser uno de esos siete y, aunque era prácticamente un novato en comparación con mis otros compañeros, más mayores, gracias al éxito de mi cortometraje Mr. Balthazar´s Death (Smrt pana Baltazara), conseguí la oportunidad de llevar al cine la novela de Hrabal Trenes rigurosamente vigilados (Ostře sledované vlaky). Durante la realización de dicho largometraje, el Sr. Hrabal y yo pasamos a ser grandes amigos, lo que nos llevaría a colaborar en subsiguientes adaptaciones de sus narraciones para la gran pantalla. Tras Trenes rigurosamente vigilados, que obtuvo un Óscar a la mejor película extranjera en 1968, además de muchos otros premios, trabajamos juntos en una adaptación de varias historias de su obra Anuncio una casa donde ya no quiero vivir (Inzerát na dům, ve kterém už nechci bydlet). Esto sucedió durante la Primavera de Praga.
En el verano de 1969 de algún modo conseguimos terminar el rodaje de Larks on a String (Skřivánci na niti), también basada en los relatos de Hrabal, que sería inmediatamente prohibida. Veinte años después, en noviembre de 1989, fue finalmente estrenada en los cines y poco después ganaría un Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín. En los primeros años de la ocupación soviética, se nos prohibió trabajar juntos, así que hasta 1980 no pudimos rodar Tijeretazos (Postřižiny), basada en la historia del mismo nombre, que obtuvo un galardón en Venecia y batió récords de público en Checoslovaquia. Esta, mi última colaboración personal con Hrabal, se vio seguida de otra adaptación más de su recopilación de relatos cortos The Snowdrop Festival (Slavnosti sněženek). Dicho largometraje se vio ensombrecido de alguna manera por otros títulos más conocidos, aunque yo creo que es el que mejor capta la esencia de Hrabal.
Amé y admiré la prosa de Bohumil Hrabal desde el primer momento en que la descubrí. No obstante, nunca fue mi deseo el llevar a la gran pantalla una mera ilustración en color de sus narraciones épicas. Más bien, intenté expresar y conservar, lo mejor que pude, la esencia del estilo narrativo de Hrabal, e interpretar su voz a través del lenguaje cinematográfico. Quería ponerme al servicio de un gran escritor haciendo llegar su obra a la mayor cantidad de gente posible – es decir, a los espectadores en el cine y la televisión. Durante más de treinta años, mi trabajo ha estado inextricablemente unido al de Bohumil Hrabal. La novela Yo que he servido al Rey de Inglaterra (Obsluhoval jsem anglického krále) es, para mí, uno de sus mayores logros – una visión del mundo moderno y una parte de la historia del s. XX reflejadas en la vida de un hombre. Mi principal objetivo al llevar esta historia a la gran pantalla era ser fiel a la respuesta lírica aunque sin sentimentalismos de Hrabal ante dicho mundo.


Menzel nació en Praga, el 23 de febrero de 1938. Guionista y realizador, es uno de los más conocidos cineastas checos y nombre destacado de la llamada "Primavera de Praga" en su aspecto cultural y cinematográfico. Ganó un oscar a la mejor película extranjera con una película basada en otra novela de Bohumil Hrabal, "Trenes rigurosamente vigilados", de 1966. "Alondras en el alambre" y "Mi dulce pueblecito" son otros de sus éxitos. Ahora lanza en España "Yo serví al Rey de Inglaterra".


lunes, 30 de enero de 2012

Lucy Leite / Releyendo a Bohumil Hrabal


Bohumil Hrabal

Lucy Leite
RELEYENDO A BOHUMIL HRABAL
BIOGRAFÍA
Literatura de la compasión


Todos tenemos nuestras manías, excentricidades o locuras, pero nos relacionamos con los otros intentando ocultarlas o, como mínimo, convertirlas en meros hechos anecdóticos. ¿Qué pasaría si nos abriéramos del todo, exponiéndonos? Sacaríamos a la luz lo que nos hace diferentes, únicos. Nos haríamos personajes de las historias de Bohumil Hrabal, escritor checo indispensable. Cuando lo leo, siempre me acuerdo de Fernando Pessoa, o del poeta Manuel de Barros, o de Sócrates, pensadores que creaban a partir de su condición de polvo, de su pequeñez, con una compasión visceral por los infelices, por los miserables que tienen vidas llenas de milagros a pesar de sí mismos, por aquellos que no saben nada de la gran filosofía, ni de religión ni de literatura, simplemente porque viven inmersos en ello. Así fue la vida de Hrabal, al que, de joven, le gustaba salir todo engalanado con sus mejores trajes, pero con los pies descalzos, aunque sintiera mucha vergüenza y sus ojos estuvieran siempre fijos en el suelo.
                 Su obra retrata la ironía de los tiempos en los que él vivió durante sus 80 años, con personajes lacerados por deseos (a menudo pequeños) que no logran concretarse simplemente porque hay fuerzas (el poder instituido o la misma ironía de la vida) que no permiten su concreción. Como una vez, en 1946, en que Hrabal, que había abandonado la carrera de derecho, estaba muy contento por haber sido ascendido de su puesto de soldado de artillería y por comenzar a usar un uniforme más importante, solo para finalmente, como en una historia cómica, su ascenso ser revocado. Después trabajó como obrero, metalúrgico, prensador de papeles, vendedor de juguetes, de redes para el bigote, y de todo tipo de cachivaches que lo tenían viajando por la Bohemia, en contacto con las personas que más le interesaban, los seres más sencillos, en los que se ve el dolor y la alegría de lo cotidiano. Por eso, los personajes de sus novelas tienen las profesiones más insólitas, como el viejo que trabaja en una prensa de papeles (Una Soledad Demasiado Ruidosa), el mesero Ditie (Yo que he Servido al Rey de Inglaterra), el anciano zapatero Jiri (Lecciones de Baile para Mayores), el empleado de la ferroviaria (Trenes Rigurosamente Vigilados).
                Sus narraciones en primera persona, en las que se desgarra para mostrar pequeñas particularidades que son tan universales, nos acercan a un mundo melancólico, surrealista, lleno de belleza.
                “[...] estaba tendido desnudo y miraba el techo, la rubia acostada a mi lado, miraba igualmente el techo, y de buenas a primeras me levanté y saqué del florero una peonía y quitándole los pétalos, cubrí el vientre de la señorita, todo él, aquello era tan hermoso que me sorprendí y la señorita se levantaba y miraba también su propio vientre, pero las peonías se caían, así que la volví a acostar tiernamente, para que quedase tendida, y fui a coger un espejo colgado de una escarpia y lo puse de tal manera que la señorita pudiese ver qué hermoso era su vientre decorado con los pétalos de peonías, le dije que sería hermoso, que siempre que viniese y hubiera flores a mano, le cubriría la tripita con ellas, y ella dijo que esto aún no le había sucedido nunca, semejante honor a su belleza, y me dijo también que se había enamorado de mí por aquellas flores y yo le dije que sería hermoso que, cuando en Navidades cortase ramitas de abeto, le cubriese la tripita con aquellas ramitas, y ella dijo que sería más hermoso si le decorase el vientre con muérdago, pero que lo mejor de todo sería, y esto lo tenía que encargar, que hubiese un espejo colgado desde el techo justo sobre el canapé, para que nos viésemos acostados, sobre todo ella, para que pudiera contemplar qué hermosa es cuando está desnuda con la corona de flores en torno al conejito, corona de flores que variaría según las estaciones del año y las flores típicas de cada mes, qué hermoso sería cuando más adelante la cubriera con margaritas y lagrimitas de la Virgen María, crisantemos y dalias y también con hojas de colores otoñales… y entonces yo me levanté y la abracé y me sentía grande [...] comprendí que con dinero no sólo puede adquirirse una bella muchacha, sino que con dinero también es posible comprar poesía.” (Yo que he servido…)

Aquí vivió Hrabal

                 En este tramo de Yo que he Servido al Rey de Inglaterra, vemos el heroísmo del personaje, un éxtasis alcanzado a través de un simple acto de atención hacia una prostituta que se ve coronada de flores. Sus personajes están sumergidos en el absurdo a tal punto que sus corazones no logran dar cuenta de la realidad, sino que, más bien, la realidad los engulle mientras ellos intentan aprehenderla desde la sencillez de sus emociones.
               Hrabal contaba sus historias como lo hacía su tío Pepin, con una verborrea en la que encadenaba relatos de muchas experiencias vividas, pero, principalmente, de alguien que ve la vida como una fiesta o una sorpres, también como hacían los escritores surrealistas con su escritura automática. Pepin era su ídolo, tanto como André Breton o Dali. En Lecciones de Baile para Mayores, por ejemplo, hay una sola oración que empieza y no termina, sin puntos seguidos ni apartes: un hombre va recordando su pasado y una cosa le recuerda otra. Ese estilo está presente en todo Hrabal y hace que sus libros sean una pequeña explosión de milagros y uno se quede siempre pensando en lo sorprendente que es la vida.
              “Los libres pensadores reprochaban a la Iglesia que Cristo, si era Dios, tuviera relación carnal con una mujer perdida, pero yo decía que en eso no había nada que hacer, que ante una belleza yo también me rendía, como no iba a sucumbir Cristo, Nuestro Señor, el hombre más seductor de su época, y ya ven, María Magdalena, aunque de oficio fue ramera en un bar, logró, no obstante, la santidad y conquistó popularidad en el cielo y no traicionó a Cristo; con su propio cabello limpió su sangre y él, pobrecito, clavado en la cruz por haber predicado a favor del progreso social y que todas las personas fueran iguales.” (Lecciones de baile para mayores)
                Hrabal ha sido criticado por haberse mantenido ajeno a la política en su país, por haber cedido ante el régimen para poder seguir publicando, cuando tantos escritores se vieron obligados a exiliarse para sobrevivir. Para él, irse de su país natal era la muerte y allí se quedó ante el miedo, que lo empujó a escribir. Se fue a su casa en los bosques de Kersko, con sus gatos y su mujer Pipsi, y allí escribió dos de sus grandes obras, Una Soledad Semasiado Ruidosa (1971) y Yo que he Servido al Rey de Inglaterra (1976). Pero el pavor no lo abandonó nunca. En Cartas a Dubenka él lo describe muy bien. Lo que quería era ser publicado en su país y nunca traicionó lo que llevaba dentro: las ganas de libertad y de tomar cerveza en el Tigre de Oro sin que nadie le molestara.

El Tigre de Oro, Praga
El Tigre de Oro, Praga

                Si los libros de Hrabal no tienen un tono consternado de denuncia, jamás dejan de abordar el peso de la cultura o del poder sobre el individuo. No el individuo político en tanto parte de una “clase para sí”, sino el hombre común, el que sufre cuando se le muere un gato o que aún intenta buscar dignidad en la humillación inventándose explicaciones que hagan el mundo un poco más plausible. Porque, antes que la política, es el sufrimiento humano lo que nos hace iguales.
              Hrabal se destripaba en sus libros, en los que hablaba de sí mismo, de las personas que conocía, de las historias que escuchaba en los bares. Si su obra fuera pictórica, sería un Hieronymus Bosch, con esas personas con caras de cerdo, tan patéticas y tan dignas de compasión, en un cotidiano mágico, lleno de posibilidades.




domingo, 29 de enero de 2012

Bohumil Hrabal según Monika Zgustová / Un escritor debe ser una persona humilde


Bohumil Hrabal
BIOGRAFÍA
Un escritor debe ser una persona humilde
CONVERSACIÓN CON MONIKA ZGUSTOVÁ

Por Andrea Fajkusová
10-04-2004

"Es un poema en prosa. Cada línea tiene un sentido", dijo el escritor Arnost Lustig acerca del libro "Los frutos amargos del jardín de las delicias" en el que la autora Monika Zgustová relata las peripecias de la vida de una de las mayores personalidades de la literatura checa del siglo 20, Bohumil Hrabal. Con la escritora y traductora Monika Zgustová, que nació en Checoslovaquia, posteriormente vivió y estudió en EE.UU., y en la actualidad reside en Sitges, España, conversamos con motivo de la presentación de la segunda edición de "Los frutos amargos del jardín de las delicias" en checo.
Escuchar: RealAudio

¿Cómo recuerda su primer encuentro con Bohumil Hrabal?
Monika Zgustova, foto: CTK
Monika Zgustova
"Fue un encuentro muy triste porque su mujer estaba muy enferma, tenía cáncer. Y Hrabal estaba tan, tan apenado que casi no veía a la gente. Pero al mismo tiempo era muy entrañable todo, porque Hrabal recibió un plato típico checo, y con un par de cubiertos y una sola cerveza lo hizo circular por toda la mesa donde me encontraba yo, un amigo con quien había venido y otros invitados, y todos comimos del mismo plato, con el mismo cubierto y bebimos del mismo vaso de cerveza".

Este primer encuentro suyo con el escritor se efectuó en su chalet en Kersko ...

"Sí, era allí donde se produjo esta escena, en aquel chalet donde tenía tantos gatos, el chalet que está rodeado por un bosque profundo y frondoso".

¿Y cómo surgió la idea de escribir un libro biográfico sobre Bohumil Hrabal?

"Yo le estaba traduciendo. Traduje unos diez libros suyos, o sea que bastantes, y estaba como fascinada con este escritor. Entonces, de mi fascinación surgió la idea de escribir su biografía, y bueno, poquito a poco se hizo y ahora ya tenemos la segunda edición".

"Nos encontrábamos en una taberna", contó Monika Zgustová."A Hrabal no le agradaba cuando alguien apuntaba lo que él estaba diciendo. Entonces, aprovechaba las pausas cuando tenía que ir al baño para hacerme los apuntes. Y las había bastantes, porque Hrabal bebía mucho cerveza y los que lo acompañaban tenían que seguir su marcha".
Bohumil Hrabal
Bohumil Hrabal
¿En qué difiere esta segunda edición de su libro "Los libros amargos del jardín de las delicias" de la versión original que fue publicada en 1997?

"Las primeras ediciones se hicieron en catalán y en castellano, y el tercer idioma en que se publicó fue el checo. Esto fue aproximadamente dos meses después de la muerte de Bohumil Hrabal. Luego siguieron otros idiomas europeos. La diferencia es que en esta nueva edición checa hay un capítulo nuevo. Es el último capítulo, que se refiere a la relación de amistad, y también un poco de fascinación por una joven norteamericana, April Gifford, que Hrabal llamaba Dubenka o Aprileta".


Arnost Lustig, escritor y amigo de Bohumil Hrabal: "Le gustaban las mujeres, pero permanecía fiel a la suya. Creía que la amistad y el amor son un milagro y que participar en este milagro es un obsequio".

¿Cómo describiría la relación que existía entre Ud. y Bohumil Hrabal? Ud. expresó que quizá no pudiera hablarse de una amistad, sino más bien que Bohumil Hrabal era para Ud. como un maestro.
Arnost Lustig
Arnost Lustig
"Exacto. No podía hablarse realmente de amistad porque había mucha diferencia de edad. Y además él era un gran maestro, y yo en realidad nunca hubiera podido tratarle de amigo. Le tenía demasiado respeto, y además era una persona muy especial, ¿no? Porque a veces estaba de buen humor, a veces estaba de muy mal humor, y entonces mandaba a todo el mundo al cuerno, y ... La verdad es que él se convirtió en mi maestro. Lo noto mucho tanto en los propios textos que escribo, como sobre todo en situaciones de la vida. Muchas veces, cuando tengo que solucionar alguna situación le pido consejo a mi Maestro Bohumil Hrabal".

Josef Zumr, filósofo y amigo de Bohumil Hrabal: "Bohumil Hrabal se interesaba muy intensamente por la filosofía. Jean-Paul Sartre, Karl Jaspers o Ladislav Klíma, eran sus filósofos preferidos. Del último sabía citar largos pasajes. Además sabía de memoria todo el escrito del filósofo chino Lao-Tse traducido al checo".

¿Cuál de los capítulos de la vida de Bohumil Hrabal le impresiona más?

"Yo creo que lo que más me ha impresionado es su humildad. El, aunque sobre todo al final de su vida, sus últimos 25 años, cuando ya publicaba su obra en el extranjero, era una persona que tenía más dinero de lo que era común, nunca jamás ha dejado de vivir como una persona humilde. Siempre decía que un escritor tenía que ser una persona humilde y debía tener el mismo nivel que una persona normal y corriente. El nunca dejó de ser humilde, por eso en su chalet de campo, muy pequeño y pobre, no tenía ni siquiera agua corriente".

Bohumil HrabalMilan Jankovic, fotógrafo y amigo de Bohumil Hrabal: "Hrabal estaba siempre en alerta, sabía muy bien que le estaban tomando fotos. Pero no era un modelo, mantenía una postura natural e indiferente como si no se percatara del fotógrafo".

¿Por qué cree Ud. que Bohumil Hrabal es uno de los escritores checos más populares en Cataluña, o en España, en general?

"Yo creo que es porque describe tan bien la vida, porque habla muy a fondo de la condición humana, porque tiene algunas anécdotas muy vivas y porque tiene tanta vitalidad, tiene una vitalidad como muy pocos escritores".

Arnost Lustig: "Me acuerdo cuando en marzo de 1989 Hrabal vino a visitarme a EE. UU. Lo esperábamos con mi hijo en el aeropuerto, ya todos los pasajeros se habían ido, hasta que por fin vimos a un empleado empujando un carro para el equpiaje. En el carro yacía Hrabal, ebrio porque detestaba viajar en avión, y con el alcohol había tratado de matar esa aversión, antes y durante el vuelo".

Ud. escribe en su libro sobre Bohumil Hrabal que para él el hecho de escribir era como una manera de confesión o de exploración, que incluso se curaba escribiendo. Y para Ud., ¿ qué significa el arte de escribir o de traducir?

"Para mí es como una búsqueda de lo que es la vida, la condición humana, qué es el amor, cuál es la postura del hombre, qué es la amistad, qué es el hombre ante la historia, o sea que todas estas preguntas que siempre se pueden ir contestando desde nuevos ángulos".

http://www.radio.cz/es/rubrica/legados/un-escritor-debe-ser-una-persona-humilde



sábado, 28 de enero de 2012

Piedad Bonnett / La docta ignorancia de Hrabal

Bohumil Hrabal
Piedad Bonnett
La docta ignorancia de Hrabal
El malpensante No. 54
Mayo - Junio de 2004

Una noche, cualquier noche solitaria del año 93, me decidí por fin a leer Trenes rigurosamente vigilados. El libro se veía apetecible, con sus apenas cien páginas, su letra cómoda, y aquel título sugestivo, y pensé que me bastarían unas dos horas para despacharlo y saciar mi curiosidad: unos meses antes había traído en mi carro hasta el norte de la ciudad a un muchacho llamado Juan José de Narváez, a quien vi sólo aquella vez, y la recomendación que me hizo de Bohumil Hrabal fue tan vehemente y bien argumentada que, en cuanto pude, fui a una librería a averiguar qué obras suyas se conseguían. Me ofrecieron esa novela corta, que se hizo famosa por la película de Jirí Menzel, premiada en 1967 con el Oscar a la mejor película extranjera. Pues bien, aquella noche no sólo devoré aquel libro, llena de fascinación y asombro, sino que hice algo que no he vuelto a hacer jamás: lo releí de un tirón en las horas siguientes, con la convicción plena de que estaba haciendo un descubrimiento significativo. Sabía ya, mientras leía, que no olvidaría nunca algunas de sus imágenes: ni al jefe de estación, que pesa 100 kilos pero que baila con una suavidad desconcertante, cubierto totalmente por sus amadas palomas mensajeras, ni a la seducida Zdenicka, que muestra a la policía el trasero estampado de sellos, ni al joven soldado moribundo que mueve sus piernas como si aún corriera. Supe también que su forma de narrar, llena del encanto y la frescura de los mejores narradores orales, iba a aportarle mucho a mi propia escritura.




Seducida, pues, quise saber todo sobre aquel escritor checo, del que sólo se informaba en la solapa que nació en una ciudad de nombre impronunciable, Brno, el 28 de marzo de 1914 —es decir, hace exactamente noventa años—, y que fue “oficinista, ferroviario, viajante de comercio, obrero siderúrgico, jornalero y tramoyista” antes de dedicarse a la literatura. La lectura de sus numerosas obras, todas con un trasfondo autobiográfico, algunas entrevistas, y el libro sobre su vida y obra, escrito por Monika Zgustová, su traductora, me han servido después para dar forma a un Hrabal más definido: por un lado, el hijo natural, criado por sus abuelos, que hace de su tío Pepin personaje de muchas de sus novelas, y que una vez clausurada la universidad por los alemanes, abandona sus estudios de derecho y se dedica a los más diversos oficios; el autor vetado por la censura comunista durante años, que luego encontramos, siempre humilde y un tanto rudo, en fotografías que lo muestran al lado de Mitterrand, de Warhol, de Bill Clinton o de Antoni Tàpies. Y por otro, el Hrabal más entrañable: el mal estudiante, el tímido, la víctima eterna de una “culpa metafísica” (como Kafka), el que descubre la literatura a través de un poema de Ungaretti, el que toca el piano, adora la música y la pintura, el que atraviesa países enteros en bicicleta, escribe sus novelas sobre el tejado porque ama el sol por sobre todas las cosas y disfruta más que nada de las cervecerías, adonde va todas las noches a beber y a escuchar a la gente corriente, la que más le interesaba. Un hombre tierno, libre de todo esnobismo y todo deseo de poder, que alguna vez, según nos cuenta, dio gracias a Dios cuando comprobó que el que lo esperaba a la puerta de su casa era un policía y no un maestro para invitarlo a una tertulia.
En algunas de las fotografías publicadas vemos a un niño gracioso o a un joven apuesto que mira a la cámara con coquetería. Pero en la mayor parte de las solapas aparece un Hrabal ya anciano, con una barbilla afilada, pómulos salientes y cabeza redonda como un bombillo. Sus ojillos maliciosos y muy claros y la boca menuda, surcada de arrugas, hacen que muchos hablen de su cara de gato. A mí me gusta ese rostro de viejo, a la vez sabio y escéptico, porque me remite a Hanta, el personaje de la novela suya que más aprecio, Una soledad demasiado ruidosa, escrita en 1976, a la edad de 62 años. “He vivido sólo para escribir este libro”, ha dicho Hrabal. “A causa de la Soledad ruidosa sigo viviendo, gracias a ella he aplazado mi muerte”.
               Los temas del tiempo y la vejez están en el corazón de esta pequeña obra maestra que tiene como protagonista a Hanta, un viejo borracho y desastrado que prensa papel viejo en un sótano nauseabundo, muy cerca de las cloacas por donde corren y batallan legiones de ratas. A fuerza de estar en contacto con los libros que allí arrojan, el protagonista descubre que “es culto a pesar de sí mismo” y que aquel trabajo ha dado sentido a su existencia, pues le permite crear belleza: cada bala que arma tiene en su centro un libro de Schiller, de Nietzsche, de Séneca, o está envuelta en una reproducción de Rembrandt, de Rubens o de Cézanne. “Yo soy al mismo tiempo el artista y el único espectador —dice Hanta—, y por eso cada día termino rendido y muerto de cansancio, agotado y trastornado y, para moderar y disminuir ese terrible desgaste de mí mismo, me tomo una jarra de cerveza tras otra y por el camino de la taberna Husensky tengo tiempo suficiente para meditar y soñar con el aspecto, con la belleza de mi próxima bala de papel”.
Allí, entre moscas zumbonas y ratoncitos, se le aparecen al personaje, en un delirio ebrio, el joven Jesucristo, “un romántico”, “un campeón de tenis que acababa de ganar Wimbledon”, y Lao Tsé, un anciano “abandonado por las glándulas”, que busca con serenidad una buena tumba para su regressus ad originem. En la contraposición dialéctica de los contrarios, Hrabal-Hanta pareciera identificarse con este último, con su docta ignorancia. La misma que le permite escoger, cuando es obligado a prensar papel blanco, vacío de sentido, la misma muerte de Séneca, consciente de que va allí, al otro lado, para “saciar mi curiosidad”.




Ya para Trenes rigurosamente vigilados se había valido Hrabal de los recuerdos de los tiempos en que trabajaba en la estación de ferrocarriles de Nymburk. Para escribir Una soledad demasiado ruidosa utilizó, en cambio, su experiencia como empleado en un depósito de papel viejo situado en la calle Spálená de Praga. Pero de los muchos oficios que debió desempeñar, uno lo marcó especialmente: de 1949 a 1954 fue obrero en los altos hornos Martin, en una fábrica siderúrgica en la ciudad industrial de Kladno. Allí, a manera de castigo, trabajaban con él antiguos profesores universitarios, hombres de empresa, científicos, rechazados por el nuevo régimen. A estos seres marginados, que aparecen también en las novelas de Kundera —y por medio de los cuales se denuncia el totalitarismo comunista—, los llamó Hrabal en Una soledad demasiado ruidosa, “ángeles caídos”: “Mis mejores amigos —dice Hanta— son los que limpian las cloacas, dos académicos que aprovechan los conocimientos de su trabajo para escribir un libro sobre las cloacas y las alcantarillas de Praga, ellos me han contado que los excrementos que fluyen hacia las depuradoras de Podbaba son diferentes los domingos y los lunes, que cada día laboral tiene su idiosincrasia, y que estudiando la porquería se puede llegar a establecer un gráfico que define el flujo de los excrementos, y según la cantidad de preservativos se puede precisar en qué barrios de Praga la gente es más activa sexualmente y en cuáles lo es menos...”.
La experiencia que recrea Hrabal es, pues, tanto personal como histórica: en algunos de sus relatos está presente la historia checa, con sus escritores Capek, Halas, Vancura, y sus héroes y sus verdugos: desde Jan Hus hasta Dubcek, pasando por Masaryk, la horrible invasión alemana y la paulatina estalinización del Partido Comunista. Es en Yo que he servido al rey de Inglaterra, sin embargo, donde la tragedia de la guerra está pintada con tintes más dramáticos, si bien matizados por un agudo humor negro y una implacable ironía. El pequeño camarero que hace de protagonista en la novela termina por servir en los hoteles de los alemanes: en el primero de ellos, las rubias mujeres arias que han sido embarazadas por hombres del ejército del Tercer Reich nadan en piscinas transparentes y beben vasos de leche esperando que nazca el esperado “hombre nuevo”. En el otro, los hombres que van a la guerra pasan la última noche de amor con sus amadas. Luego el personaje los volverá a ver bañándose en el río, cientos de hombres mutilados, nadando lentamente, pues “les faltaba una pierna, o las dos desde las rodillas, algunos no tenían piernas, quedaban sólo los torsos, movían las manos en el agua como ranas...”.
En estos escenarios pinta Hrabal a sus protagonistas, que son, por lo general, personas del montón, a veces, incluso, seres aparentemente insignificantes: hombres que enrojecen cuando los mira una mujer, que tartamudean y tropiezan, capaces de ternura y, mal que bien, de reflexión sobre sí mismos. Todos estos personajes tienen un fondo autobio­gráfico, pero en Bodas en casa esto es llevado hasta el extremo: Hrabal se pinta a sí mismo y cuenta muchas peripecias de su propia vida desde la perspectiva de su mujer, recurso que le permite, tomando distancia, retratarse con crueldad, ternura, humor, a la vez que rendirle un homenaje a su esposa mientras la caracteriza.
               “Presten atención a lo que voy a contarles ahora”: así comienza Yo que he servido al rey de Inglaterra, dejándonos entrever que su prosa va a estar determinada por el tono del relato oral. “Cháchara de cervecería” llamó Václav Cerný a sus escritos; de “verborrea de taberna” los calificó Emanuel Frynta. Y es que sus narradores hablan con la imaginación, la gracia, la recursividad expresiva y la libertad de ciertos personajes salidos de la entraña popular; tal vez la de aquellos contertulios de las cervecerías praguenses a los que Hrabal iba a oír silenciosamente, noche a noche, o la del tío Pepin, personaje extravagante que hilaba una cosa con otra con gran ingenio y sabiduría.
Adivinamos en sus textos la influencia de Céline, uno de sus autores favoritos, y la desmesura de otro de sus autores de culto: Rabelais. “Sabe decir las cosas más groseras como un verdadero amante— dice de Hrabal el escritor Jiri Kolar—, de modo que en sus labios las palabras más fuertes no resultan nunca vulgares”. La manera en que sus personajes hablan nos hace siempre sonreír: abundan la digresión, la anécdota, la reflexión lapidaria, y por supuesto, como en los relatos de Rulfo —quien también trató de llegar al fondo de personajes sencillos, rústicos—, mucha, mucha poesía.
Cuenta la biógrafa de Hrabal, Monika Zgustová, que el escritor tenía gran afición a las películas grotescas. Y grotesco es el humor único de su narrativa; el que lo lleva a mostrar a Hanta raspando con una espátula los restos de su tío, que ha muerto en pleno verano y se ha desleído como “un queso camembert”; a la hermosa Maruja, que ha untado de excrementos las puntas de sus trenzas en la letrina, salpicando sin darse cuenta a los demás mientras gira en brazos de su enamorado; o, en Personajes en un paisaje de infancia, a los convidados a la matanza de un cerdo, ebrios, jugando a echarse la sangre del animal entre carcajadas jubilosas que terminan por producirles llanto. “Soy anfibio, vivo en dos casas al mismo tiempo —dice Hrabal—. La risa rabelaisiana, el llanto heraclitiano. Y es que... el gran SÍ y el gran NO van juntos”.

            


             La desmesura invade, pues, sus relatos, llevándolos al borde de lo que en estas latitudes hemos llamado realismo mágico, hasta el punto de encontrarnos en el centro mismo de Yo que he servido al rey de Inglaterra con un enorme camello relleno que un batallón ha asado para homenajear al embajador de Abisinia, Hailie Selassie, y “en cada porción siempre había un trozo de camello y de antílope, y en el antílope de pavo, y en el pavo, pescado y relleno y guirnaldas asadas de huevos hervidos...”.
La narrativa de Hrabal, a pesar de la sencillez de su lenguaje, nos conecta con lo profuso, lo múltiple y fragmentado. En las conversaciones con sus críticos el escritor repite que trabajaba con “tijeras en mano”, para armar textos con “recortes de realidad”. Influido como estuvo por las vanguardias europeas, se dejó tocar por las técnicas asociativas del surrealismo, por los métodos del psicoanálisis, y por el “action painting” de Pollock, que lo llevaron a una escritura-río, catarata verbal con un fondo de escritura automática que, domada por la racionalidad, resulta de gran capacidad expresiva. “Me esfuerzo por alcanzar un profundo inconsciente trasladando todas esas cosas al subconsciente y sólo después intento iluminar mi vida pasada desde una clara conciencia, lo hago para salvarme, para curarme con su explicación, curarme y cicatrizarme poco a poco”, escribe en su libro Quién soy yo, suerte de texto-collage donde reflexiona, narra, cita, en fin, da cuenta de sí mismo de manera fragmentada pero significativa.
Alguien dijo que los escritores jóvenes imitan y los maduros roban. Hrabal se declara a sí mismo “... un ladrón de cadáveres, un profanador de nobles sarcófagos”, y confiesa haber saqueado a Céline, a Ungaretti, a Camus, a Erasmo de Rotterdam y a muchos más. Como Borges, el escritor checo pensaba que todo intento de innovar es vano; como Hanta, su personaje, que el cerebro es “un fajo de pensamientos prensados” y que esos pensamientos, cuando son verdaderos, provienen siempre del exterior. Él, como tantos autores de primera, no tenía el miedo a las influencias de que habla Harold Bloom.
En febrero de 1997 Bohumil Hrabal murió al caer del quinto piso del hospital donde se recuperaba de una enfermedad que no parecía grave, mientras daba de comer a las palomas en la ventana. Su larga vida le había permitido escribir casi veinte libros, y publicarlos casi todos a pesar de la censura, que tantas veces lo silenció o mutiló. Sabemos que no temía a la muerte, que como Hanta sabía con Lao Tsé que “nacer es salir y morir es entrar”, que el progressus ad originem es el regressus ad futurum. “Ya no evito nada que sea mortalmente peligroso, ignoro todo peligro, he perdido el miedo. Sólo deseo habitar en la no libertad de la luz”, escribió alguna vez, cuando ya era viejo, y probablemente había logrado la sabiduría que tanto buscó a través de sus personajes. La misma que lo hizo escribir, pensando en el cielo estrellado y la conciencia moral de que hablara Kant, pero también en el Tao te king: “El cielo no es humano, y el hombre que piensa tampoco lo es”.


DE OTROS MUNDOS

viernes, 27 de enero de 2012

Monika Zgustová / Bohumil Hrabal y el espíritu del siglo XX

Monika Zgustová
Bohumil Hrabal y el espíritu del siglo XX
BIOGRAFÍA DE BOHUMIL HRABAL

El País, 21/07/2007

El autor de títulos como Una soledad demasiado ruidosa es uno de los escritores checos más singulares de la Europa del siglo pasado. La revisión de su obra, una década después de su muerte, realza el acierto de su mirada sobre el alma de una centuria ruinosa para la humanidad. Bohumil Hrabal buscó el arte en la decadencia, la marginación, la dejadez, la derrota y en la miseria urbana visual y verbal en que el hombre había convertido al hombre.




Hace diez años que Bohumil Hrabal (1914-1997) sorprendió a decenas de miles de lectores en toda Europa con su insondable muerte: ¿se cayó casualmente por la ventana mientras daba de comer a los pájaros, como lo quisieron las primeras noticias sobre el asunto, o se suicidó? Hoy ya sabemos que, con toda probabilidad, Hrabal abandonó la vida por voluntad propia. Ahora, diez años más tarde, Hrabal sigue siendo un escritor de culto; ninguno de sus lectores puede resistirse a la magia de su narración en primera persona y al atractivo de sus personajes inauditos, estrafalarios, originales, esos quijotes de la cotidianidad, provenientes de las fábricas y las cervecerías.


Sabía que no tenía que escribir como las llamadas personas correctas, debía transgredir convenciones y tabúes.


Para Hrabal, la gran literatura universal tiene la tendencia a acercarse al "vertedero de la época": el protagonista, cuanto más baja en la escala social, más gana en carga eléctrica. Según el autor checo, en una época en la que el cielo se había derrumbado y la humanidad sólo dependía de sí misma, el arte y la literatura habían bajado al nivel de la gente corriente y de los marginados. Y por ello, la Praga golpeada por la ocupación nazi y por la Segunda Guerra Mundial, y sometida al comunismo, era el escenario ideal.
Hrabal, que vivió el siglo XX de lleno y se apoderó de su estética y de sus grandes contradicciones, deambulaba por la Praga de los cincuenta y sesenta, y le parecía que todo lo que veía existía para iluminarle: cada peatón derrotado era para él una piedra preciosa, cada persiana rota, cada montón de chatarra y los trastos viejos que flotaban mansos sobre el Moldava eran para él el más bello assemblage. Caminaba por Praga y devoraba con la vista las decenas de torres con su pintura desconchada y los centenares de casas cubiertas de oxidados andamios de pies a cabeza... En sus estrechas callejuelas se daba cuenta de por qué la miseria urbana había inspirado a Rimbaud y a Baudelaire, de por qué Lautréamont había inventado la metáfora de lo que para él representaba la belleza: el encuentro insólito de una máquina de coser con un paraguas sobre la mesa de operaciones. Erraba por Praga y le deslumbraban todos esos assemblages y collages y montajes, que habían creado en las calles de la capital checa por error y por dejadez y que podrían considerarse un azar objetivo, capaz de evocar un poema simultáneo, e hizo suya esa estética, tan propia de la segunda mitad del siglo XX, en una apuesta muy cercana a la que, en el ámbito de la pintura, haría en España Antoni Tàpies, a quien Hrabal admiraba.
Se fijaba en los multifacéticos aspectos de aquel desorden no sin estilo para intentar darle forma, al llegar a su casa, a través de la corriente horizontal del hablar vivo, en fragmentos que expresaban el trueno de la calle y el ruido de las muchas soledades que aprendía en los monólogos escuchados cotidianamente en las cervecerías de Praga. Así nacieron los embriones de sus grandes novelas, como Yo que he servido al rey de Inglaterra, Una soledad demasiado ruidosa o Bodas en casa.
Aunque con la publicación de cada libro adelgazaba varios kilos, porque cada vez le asaltaba la mala conciencia de haber insultado o indignado a alguien, Hrabal sabía que tenía que escribir sobre la gente que no hablaba como las llamadas personas correctas, que debía emplear el argot y los vulgarismos y transgredir las convenciones y los tabúes: sabía que debía provocar y luego beber hasta la última gota el cáliz del sufrimiento. Hrabal siempre intentaba robar el fuego, violar las prohibiciones y así crearse a sí mismo y a su obra; sólo así su firmamento podía quedar apaciguado.
Bohumil Hrabal, uno de los autores europeos del siglo XX más lúcido y brillante, en sus textos procuró dejar en segundo término el brillo del intelecto para intentar captar la vivencia y, a través de ella, igualarse al polvo en el que se iba a convertir. Su obra es el testimonio de ello.



Jennifer Egan / El tiempo es un canalla / Reseña




El tiempo es un canalla

Jennifer Egan

Traducción de C.A. Saburit. Minúscula. Barcelona, 2011. 407 páginas, 20 euros
NADAL SUAU | 27/01/2012 | 


Jennifer Egan. Foto: Pieter M. Van Hatt

Cuando, al final de esta novela, Jennifer Egan (Chicago, 1962) hace que un viejo emboscado, un llanero solitario, airado y derrotado que nunca tuvo página ni perfil en la red, se suba a un escenario al aire libre de Nueva York, en 2020, para lograr que toda una generación pueda creer de nuevo en la pureza y el dolor, el lector ya ha entendido hace mucho que El tiempo es un canalla no es el ligero divertimento generacional que parece en sus primeras páginas, ni tampoco un simple esqueleto que la HBO cubrirá de piel visual en forma de serie. No, El tiempo es un canalla es una magnífica novela con derecho, no sólo a ganar el Pulitzer, sino a que la leamos con pasión. 


Y es verdad que estamos ante una de esas novelas con banda sonora propia, de The Stooges a Blondie, de los Dead Kennedys a The Steve Miller Band, y que en ella se encuentra toda la mitología del rock, tan aglutinadora, tan impregnada de historia personal y universal. Además, la peripecia personal de Bennie Salazar y otros personajes nos descubre entresijos del negocio de la música. Pero este libro no se centra en la industria musical. En realidad, también nos podrían vender la novela como un libro atravesado por la sombra del World Trade Center, y sería cierto. O por las redes sociales, perfectamente entendidas e incorporadas en la estructura narrativa, en sus consecuencias morales o en fragmentos como este: “los días en que la gente perdía el contacto ya casi son historia [...]. Todos nosotros nos reuniremos en ese lugar nuevo, y al principio te parecerá extraño, pero muy pronto lo que realmente te parecerá extraño será que antes pudieras perder a alguien, o perderte tú”. Y sin embargo, en El tiempo es un canallaimporta, sobre todo, la soledad de esa hija que se hizo mayor, dejó de agitarse en conciertos punk y ahora toma un Virgin Mary con sombrillita junto a su madre; la soledad de las victorias ridículas, la de una vieja gloria que concibe su propia muerte como un espectáculo (cualquier cosa a cambio de un minuto más de gloria), la de todos esos hombres intentando forzar una nueva erección. E importa la memoria, claro, no en vano el epígrafe inicial es de Marcel Proust. Porque, en fin, esta novela habla del tiempo y de lo que éste hace con nosotros. 

Todo esto, Jennifer Egan lo explica con humor, con un prodigioso sentido del ritmo que convierte su novela en un objeto listo para ser devorado, y con una estructura, ya lo hemos dicho, compleja. Nada nuevo bajo el sol: desde que somos modernos, las estructuras narrativas fragmentarias vienen significando de todo: siempre hay una teoría física, lingüística, semiótica o sociológica que las justifique. Y siempre reciben el calificativo de “novedosas”. A mí no me parece que Egan haga nada nuevo: lo valioso es que lo hace muy bien, logrando que al lector le parezca necesario este tejido complejo que salta de personaje en personaje y de década en década, de los setenta al futuro pasando por nuestro presente. Por supuesto, es probable que esta estrategia refleje con certeza el entramado de relaciones en tiempos de Facebook, pero, sobre todo, funciona como un buen grupo de rock: “unas personas, unos instrumentos y unos aparatos de aspecto desvencijado se combinaban de repente para generar una estructura única de sonido, flexible y viva”. Come together.

Egan tiene recursos de sobra, y sabe llevarnos de Washington o Nueva York a una dictadura bananera; escuchamos multitud de voces, y se nos cuelan finísimas reflexiones dispensadas sin pedantería. A veces, ese dominio absoluto de sus armas la lleva a permitirse jueguecitos como parodiar el estilo periodístico de D F Wallace o presentarnos un largo capítulo en formato power-point. Esto último no es más que una muestra de ingenio y, como sabemos, el ingenio tiene mucho de espectáculo pero no necesariamente transmite verdad. Yo no creo que El tiempo es un canalla gane nada por introducir unas diapositivas informáticas elaboradas por una niña de 12 años... Pero lo que se dice en esas diapositivas sí me interesa, porque contiene tanta verdad como el resto del libro, y tal vez más. Vean a esta niña mirando una foto de su madre cuando era joven y escribiendo: “tiene aspecto de alguien a quien querría conocer, o incluso de alguien que me gustaría ser”. El tiempo es un canalla, sí, que nunca se queda pero nunca se va.




jueves, 26 de enero de 2012

Así comienza / Una soledad demasiado ruidosa

Bohumil Hrabal
BIOGRAFÍA
UNA SOLEDAD DEMASIADO RUIDOSA
Traducción de Monika Zgustová


Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos. Por regla general, prenso unas dos toneladas por mes, y para tener fuerzas para este bendito trabajo, durante treinta y cinco años he bebido tanta cerveza que con ella se podría llenar una piscina olímpica o una buena cantidad de viveros de carpas navideñas. De esta manera, a pesar de mí mismo, me he vuelto sabio y ahora me doy cuenta de que mi cerebro es un fajo de pensamientos prensados en la prensa mecánica, mi cabeza calva es la nuez de Cenicienta, y sé bien que los tiempos en los que el pensamiento estaba inscrito en la memoria humana tenían que ser mucho más hermosos; si en aquel tiempo alguien hubiese querido prensar libros, tendría que haber prensado cabezas humanas, pero tampoco eso habría servido para nada, porque los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.


Bohumil Hrabal
Título original: Prílis hluoná samota
Una soledad demasiado ruidosa
Buenos Aires, Ediciones Destino, 1990, 160 p.