Un grupo de migrantes venezolanos camina hacia la frontera de su país procedentes de Colombia.
FOTO: FERNANDO VERGARA
LA CRISIS DEL CORONAVIRUS
Desandar el camino en medio de la pandemia: el drama de los venezolanos que regresan por falta de recursos
El fenómeno, incipiente frente a un éxodo de millones de personas, saca a la luz el debate sobre la atención a los migrantes en Colombia
Santiago Torrado / Alonso Moleiro
Bogotá / Caracas, 11 de abril de 2020
Una migración masiva, miles de personas sin apenas recursos y los efectos de una pandemia que en todo el mundo golpea con mayor fuerza a los más vulnerables. El cóctel es la premisa de un fenómeno numéricamente incipiente, aunque significativo porque pone de manifiesto el debate sobre la atención a los migrantes venezolanos. Los reportes desde la porosa frontera entre Colombia y Venezuela, cerrada desde mediados de marzo como parte de los esfuerzos para contener el coronavirus, dan cuenta del retorno de más de un millar de personas, aunque según el chavismo son casi 4.000. Decidieron desandar sus pasos y regresar a su país, pues las medidas de aislamiento obligatorio decretadas por el Gobierno de Iván Duque hasta el 26 de abril les impiden ganarse la vida en las ciudades colombianas que los acogían.
La hiperinflación acelera la dolarización de Venezuela
Casi la mitad de la población tiene ingresos en divisa estadounidense, mientras el Gobierno desregula las transacciones y la justicia autoriza los pagos de alquileres
Alonso Moleiro
Caracas, 28 de octubre de 2019
El caos económico y la hiperinflación están produciendo la brusca aceleración de la dolarización en Venezuela. La circunstancia ya no es circunstancial y ha penetrado los filamentos de la economía. En el país sudamericano ya se cobran habitualmente en divisa estadounidense las consultas médicas y odontológicas privadas, los seguros, los servicios turísticos, los electrodomésticos y las cocinas, los inmuebles, las cuentas del restaurante, la educación privada. Incluso las actividades comerciales menores, como las visitas a la peluquería, las compras en el mercado y los traslados en transporte. En muchos casos, las ventas se ofrecen en dólares “o en bolívares, de acuerdo a la tasa oficial del día”.
La mirada de Hugo Chávez se difumina siete años después de su muerte
AGENCIA EFE
Caracas, 5 de marzo de 2020
La figura de Hugo Chávez, fallecido tal día como hoy hace siete años, inunda cada rincón de Venezuela en forma de pintura, mural, pancarta o canción. Pero el paso del tiempo desafina las notas y difumina la mirada del líder latinoamericano en esos retratos que, hasta hace poco, se mantenían intactos, casi nuevos.
La literatura del duelo se afianza como un género dentro de la autoficción. Seleccionamos algunos títulos publicados en la última década
Tereixa Constenla
1 noviembre de 2017
Escribir para olvidar o recordar. Escribir para revivir o sepultar. Escribir para curar o sangrar. Escribir porque un escritor no sabe hacer otra cosa. El duelo, un trance universal y al mismo tiempo único, ha alimentado algunas obras excepcionales a lo largo de la historia. Pero es en estos tiempos de la literatura del yo y de la autoficción, en estos días de intimidades descarnadas y públicas, donde el género es más frecuentado. En esta lucha contra los demonios de la pérdida, algunos autores crean pequeñas obras maestras.
Héctor Abad Faciolince: “Prefiero el perdón a la justicia”
El escritor presenta la reedición de su gran éxito, ‘El olvido que seremos’: “La memoria es importante pero el exceso de memoria es muy tóxico”
MARIBEL MARÍN
Madrid 3 OCT 2017 - 16:03 COT
El 25 de agosto de 1987 los paramilitares mataron en Medellín al médico y activista colombiano Héctor Abad Gómez, profesor de salud pública y azote de los políticos que negaban la conexión de pobreza y enfermedad. Tenía 65 años y la trayectoria de un mártir. Su esposa, Cecilia, y su hijo, el hoy escritor Héctor Abad Faciolince, lo encontraron en medio de un charco de sangre a la salida de la sede del Sindicato de Maestros. Ella se apresuró a recuperar la alianza del cadáver; él hurgó en sus bolsillos y encontró un listado de personas amenazadas de muerte y un soneto copiado a mano, que él atribuye a Jorge Luis Borges. De esa vida y ese asesinato surgió en 2006 El olvido que seremos, el libro más celebrado de Abad Faciolince y un hito en la literatura latinoamericana del siglo XXI, que ahora reedita Alfaguara y que ha traído al escritor a la España en la que se refugió tras la tragedia.
“Si alguien pertenece a un comité de aplausos es WO, que no se cansa de (…) recibir vergonzosos premios simbólicos y pecuniarios” le dice el escritor antioqueño a su colega tolimense
Por Héctor Abad Faciolince
Enero 07, 2014
En un artículo bilioso, mal intencionado y sin asomo alguno de humor (los profetas bíblicos de la desgracia, al anunciar el Apocalipsis, no pueden permitirse jamás una sonrisa), William Ospina me acusa de aplaudir como un histérico “lo bueno y lo malo, lo útil y lo atroz, lo benéfico y lo dañino, porque no utilizan criterios sino emociones, y quieren adular su propia satisfacción.” Y agrega: “Cada quien es dueño de decidir si quiere ser protagonista de cambios históricos o apenas miembro del comité de aplausos de los poderes de este mundo.” Lo curioso es que estas afirmaciones ofensivas y sin reflexión son la respuesta a un artículo en el que yo admitía que este mundo es espantoso (y lo atroz no se aplaude), con la única salvedad de que es menos espantoso que el mundo de ayer invocado por sus críticos (el de los buenos salvajes que viven en perfecta armonía entre ellos, con la naturaleza y con el mundo).
El 5 de abril de 1768 Johann Friedrich Struensee fue contratado como médico de cámara del rey danés Cristián VII; cuatro años después era ejecutado.
El 21 de septiembre de 1782, diez años más tarde, cuando la expresión «época de Struensee» ya había hecho fortuna, el enviado inglés en Copenhague, Robert Murray Keith, informó a su Gobierno de un episodio que presenció casualmente y que le pareció desconcertante.
Trad. Martin Lexell y Cristina Cerezo. Destino. Barcelona, 2002. 357 págs.,18 euros
Desde el viaje de Platón a Siracusa, no se ha interrumpido la especulación sobre la posibilidad de reformar la política mediante la influencia de la filosofía. El fracaso de Platón no impidió que los ilus- trados recorrieran Europa, buscando monarquías dispuestas a encarnar el ideal del rey-filósofo. Per Olov Enquist (1934, Hjoggbüle, Suecia) ha optado por la novela histórica para recrear un episodio menor de esta epopeya del espíritu.
Stellan Skarsgard y Nina Hoss Regreso a Montak, deVolker Schlöndorff
Max Frisch
MONTAUK
Fragmento
Un cartel que promete una vista panorámica de la isla: OVERLOOK. Ha sido él quien ha propuesto pararse aquí. Un aparcamiento para cien coches por lo menos, a esta hora vacío. El coche de ella es el único sobre las rayas divisorias pintadas en el asfalto. Es la mañana. Día de sol. Arbustos y maleza alrededor del aparcamiento vacío; nada de vistas panorámicas, por tanto, pero hay un sendero que conduce a través de la maleza y no han necesitado largas deliberaciones: el sendero los llevará hacia la gran vista panorámica. Luego ella ha vuelto al coche. Él espera. Tienen tiempo. Un fin de semana entero. Él permanece de pie e ignora lo que en este preciso instante está pensando... En Berlín serán ahora las tres de la tarde... Por lo general, no le gusta esperar. A ella se le ha ocurrido que para ver el Atlántico no le hace falta, en realidad, su bolso de mano. A él todo le resulta un tanto inverosímil, pero transcurrido un rato lo ve como una simple certeza: susurros en los arbustos, a continuación los pantalones de ella (el azul claro ajado, por supuesto) y sus pies en el sendero, detrás de muchas ramas y tallos su pelo bastante rojo. Su marcha al coche ha merecido la pena: YOUR PIPE. Y luego echa a andar de nuevo por delante. Se agacha aquí y allá bajo las ramas enmarañadas, y él se agacha bajo las mismas ramas cuando ella camina de nuevo erguida, aún por medio de la espesura. Es una especie de sendero, no siempre distinguible, un sendero silvestre. Primero ha ido él delante: como hombre que está tan poco familiarizado con el terreno como ella. De pronto una zanja cenagosa donde ha tenido que prestarle ayuda, y desde entonces va ella delante. Él también lo prefiere. A ella le causa alegría, así muestra su andar ligero y ágil. El Atlántico no puede quedar lejos. En la altura, una gaviota solitaria. Mientras camina, él carga la pipa y se admira sin querer saber de qué se admira. En algunos lugares huele a flores. Ni idea de lo que florece por aquí. Se trata de plantas extrañas. Él se ha comprometido a encontrar el coche en cualquier momento y ella parece confiar en él. Para encender después la pipa tiene que detenerse un instante. Sopla viento. Le han hecho falta cinco cerillas y ella, entretanto, ha continuado la marcha, de forma que durante unos momentos él no alcanza a verla. Durante unos momentos le parece una fantasía o un recuerdo lejano: ese caminar en compañía de una mujer joven. A decir verdad, hay muchos senderos o lo que tiene apariencia de sendero. Por eso ella se ha parado: ¿hacia dónde, ahora? El mapa que él compró ayer está en el coche. Tampoco sería de gran ayuda en este paraje. Se dirigen hacia donde hay sol. No es un sendero adecuado para entablar diálogo. Donde no hay espesura se ve el terreno en rededor: no resulta extraño, por más que él no ha estado aquí en toda su vida. Esto no es Grecia. La vegetación no se parece en nada. Sin embargo, él piensa en Grecia, después otra vez en Sylt. Le molesta que le vengan de continuo los recuerdos. Los dos llevan ya media hora de camino. Quieren ver el Atlántico. No tienen otra cosa que hacer; tienen tiempo. Tampoco esto es Bretaña, donde él estuvo hace un año junto al mar por última vez. El mismo aire costeño. Puede ser que lleve la misma camisa, los mismos zapatos, todo un año más viejo. Sabe dónde se encuentran:
MONTAUK
un nombre indio. Designa la punta norte de Long Island, distante ciento diez millas de Manhattan, y él podría precisar también la fecha:
11.5.1974
No sólo hay ramas que cuelgan sobre el sendero, haciendo que uno tenga que agacharse; aquí y allá, una rama seca caída en tierra. Entonces ella salta por encima. Es muy delgada, pero no huesuda. Tiene los vaqueros recogidos hasta las pantorrillas; su pequeño trasero en los pantalones ceñidos que lleva sin cinturón, y, metido en un bolsillo lateral, un peine. No es más alta ni más baja que él, pero sí ligera. Sus cabellos, cuando los lleva sueltos, le llegan hasta las caderas. Ahora se los ha anudado arriba. Una roja cola de caballo que oscila al caminar. Como hay que estar atentos al sendero, si es que esto merece tal nombre, y como además él tiene que andar con ojo para adivinar por dónde convendría tal vez avanzar para salir de la espesura...
Volker Schlöndorff rodó El viajero en una etapa muy confusa de su carrera. Los ochenta supusieron un cambio radical en su siempre combativo y políticamente incorrecto cine. Quizás el inesperado triunfo internacional que supuso El tambor de hojalata abrió un pequeño punto de inflexión. Fue el decenio de Círculo de engaños, su película más identificable de estos años. Tras ella decidió viajar a Francia para dirigir un ostentoso drama de época con un cartel repleto de estrellas, El amor de Swann. Para finalmente desembocar en la televisión estadounidense, donde rodó dos telefilmes muy recordados como La muerte de un viajante y Viejos recuerdos de Luisiana. Eran los tiempos en los que la TV parecía iba a sustituir al cine. Produciendo películas de calidad ideadas para ser exhibidas en el medio televisivo. Y Volker parece fue seducido por esos cantos de sirena. Luego todo esto sería mutilado por las degradantes piezas de consumo vespertino que todos conocemos a raíz de la programación de Antena 3 los fines de semana. La experiencia americana no fue por tanto nada positiva para el autor de Tiro de gracia, retornando a su país en 1990 para sacar adelante una pieza tan extraña como magnética: El cuento de la doncella. Una cinta que aún permanece como uno de los trabajos más vilipendiados del germano si bien contenía algunas trazas de bastante interés.
La novela más popular del dramaturgo y escritor suizo
Andrés Padilla
28 de noviembre de 2002
Frisch es, con Dürrenmatt, probablemente, la pareja más importante de los dramaturgos en lengua alemana surgidos tras la Segunda Guerra Mundial y, sin ninguna duda, los dos creadores más universales de la literatura suiza del mismo periodo. Si hubiera que completar la terna, habría que incluir a Robert Walser, si bien este último realiza su obra más significativa en la primera mitad del siglo pasado. En el caso de Frisch, todo parece indicar que el conocer a Bertolt Brecht en el transcurso de la mencionada Segunda Guerra Mundial condicionó su dedicación y concepto de la dramaturgia, y ratificó su obsesión por los problemas de la identidad humana y las relaciones entre individuo y sociedad. Sus primeros textos de teatro aparecen entre 1945 y 1953 (Ahora vuelven a cantar, La muralla china, Don Juan o el amor a la geometría y Los incendiarios). En 1954 publica No soy Stiller, y en 1957, Homo Faber, la novela que adaptaría al cine en 1991 el realizador alemán Volker Schlöndorf con el título de El viajero. En cierta ocasión, el propio Frisch comentó que "cada vez con más frecuencia me asaltan recuerdos que me horrorizan. Por lo general, estos recuerdos no son horrendos en sí mismos, sino nimiedades que uno no relataría en la cocina, o si va de pasajero en un coche. Lo que me horroriza es, más bien, el descubrimiento de que he estado ocultándome a mí mismo mi propia vida", una reflexión que suscribiría Walter Faber, el protagonista de su novela.
Muere por coronavirus Iris Love, la arqueóloga que descubrió el templo de Afrodita
La famosa historiadora del arte y personaje de la ‘socialité’ neoyorquina ha fallecido a los 86 años en Manhattan
Antonia Laborde
Washington, 26 de abril de 2020
El 20 de julio de 1969, el día que el hombre llegó a la Luna, la arqueóloga Iris Love descubrió una plataforma circular de mármol en Knidos, en la costa suroeste de Turquía. Ese primer hallazgo y las piezas que aparecieron después correspondían al templo de Afrodita, construido en el siglo IV a. C. La prensa jugó con una idea: “Love Finds Temple of Love”. La famosa historiadora del arte y personaje de la socialité neoyorquina falleció a los 86 años por coronavirus el 17 de abril en un hospital de Manhattan. Sus intereses fueron tan diversos que revistas culturales y caninas la han despedido con cariño. En la segunda parte de su vida, Love se dedicó a criar y patrocinar perros de raza para que compitieran en el concurso anual de Westminster Kennel Club, entre otros. Tenía una fascinación por los perros salchicha -llegó a tener cerca de 40-, a los que solía bautizar con nombres de personajes de la mitología griega.
Per Olov Enquist muestra en 'La visita del médico de cámara' cómo la luz de la Ilustración solo iluminó oscuridades
Patricio Pron
15 de marzo de 2018
El 5 de abril de 1768 Johann Friedrich Struensee fue contratado como médico de cámara del rey danés Cristián VII; cuatro años después era ejecutado”. La visita del médico de cámara se remonta algo más atrás en el tiempo y narra algunos hechos posteriores, pero la mayor parte de lo relatado en esta novela se desarrolla en los cuatro años de la “revolución danesa” de Struensee, un ilustrado de origen alemán que aprovechó la enfermedad mental del joven rey danés para adquirir plenos poderes: los 632 decretos que firmó durante ese periodo garantizaron la libertad de expresión de la prensa así como la de culto, fortalecieron el Estado en detrimento de la nobleza, avanzaron en la mejora de las condiciones sanitarias de los sectores más bajos de la sociedad y en dirección a la abolición de la servidumbre, constituyéndose en una de las primeras puestas en escena de unas ideas que algunos años después acabarían inextricablemente asociadas a la Revolución Francesa. La “época de Struensee” no terminaría de forma muy distinta, naturalmente: un golpe palaciego separó al médico del rey al tiempo que la reina era enviada al exilio; en 1789 ya no quedaba nada de las reformas que Struensee había llevado a cabo durante su breve periodo en el poder, excepto las ideas, que no pudieron ser segadas ni siquiera con la separación pública de la cabeza del ilustrado del resto de su (según se dice) muy armónico cuerpo.
Per Olov Enquist narra en 'La partida de los músicos' la llegada de las reivindicaciones sindicales al norte de Suecia
José María Guelbenzú
10 de octubre de 2016
Per Olov Enquist (Hjoggböle, Suecia, 1934) es un novelista y dramaturgo sueco de gran prestigio dentro y fuera de su país. En España se conocen algunas de sus novelas, La biblioteca del capitán Nemo (Nórdica), La visita del médico de Cámara (Destino), sus memorias (Otra vida, Destino), libros juveniles como La montaña de las tres cuevas (Siruela). Es autor de una treintena de obras, además de colaboraciones con Bille August o Ingmar Bergman, y está considerado como el más grande de los novelistas suecos vivos.
Un magnetizador en esta historia es alguien que mediante imanes consigue manipular el fluido invisible del cuerpo humano. La pretensión de quien hace esto es sanar enfermedades. Un magnetizador avanzado puede utilizar sus manos en vez de imanes. Franz Anton Mesmer (1734-1815) fue un reconocido oficiante de este tratamiento. En la novela de Per Olov Enquist el protagonista se llama Friedrich Meisner y, como el original curandero, sanará, seducirá, y será aplaudido y cuestionado.
El libro de las parábolas: ¿Quién no ha vivido un amor prohibido? Sin amar lo imposible, lo prohibido o incluso lo repudiable (siempre a la vista de los demás), probablemente nunca se podrá decir que se ha amado o vivido, o ambas cosas.
Olov Enquist hace un más que probable gesto de honestidad consigo mismo. Un reconocimiento del amor romántico (en lo espiritual y en lo físico. O desde lo físico hacia lo espiritual) El amor que fue entre la mujer madura y el adolescente podría haber sido considerado en su momento como un encuentro bochornoso, inmoral o reprobable.
Per Olov Enquist murió de cáncer este sábado en Estocolmo. Tenía 85 años, pero, en sus propias palabras, llevaba 20 viviendo “de propina”. Concretamente, desde el 6 de febrero de 1990. Ese día dejó de beber y comenzó una segunda vida. Había estado tan enganchado al alcohol durante una década que pensó que nunca volvería a escribir. Se había escapado de dos centros de rehabilitación y en el tercero -donde no le quitaron ni los zapatos ni la máquina de escribir- se lanzó a redactar La biblioteca del capitán Nemo. Aquella novela autobiográfica, publicada en 1991, le devolvió la confianza en sí mismo. Tanto que en 2008 decidió contarlo todo en Otra vida, unas memorias escritas en tercera persona que ya forman parte del canon universal del género. En España las publicó Destino, la editorial que, junto con Nórdica, más ha hecho por difundir en el ámbito del español la obra de un autor que muy pronto se convirtió en un clásico en Escandinavia.
Per Olov Enquist, retratado en Estocolmo.FOTO DE SOREN ANDERSSON
Per Olov Enquist: “Suena cursi, pero un libro me salvó la vida”
Novelista y dramaturgo de éxito, el autor sueco pensó que el alcoholismo no le dejaría volver a escribir. Ahora publica sus memorias y la novela de su "resurrección"
Javier Rodríguez Marcos
Estocolmo, 12 de marzo de 2015
Más que levantarse para saludar, Per Olov Enquist se despliega desde el sillón hasta sus casi dos metros. No aparenta los 80 años que tiene ni los récords que lleva a la espalda: los 1,96 metros que le valieron en 1959 la quinta plaza en salto de altura durante los campeonatos universitarios mundiales de atletismo; las 30 lenguas a las que están traducidas sus novelas; los 225.000 dólares que invirtió un productor en 1977 para montar en Broadway La noche de lastríbadas, la obra que lo convirtió en el dramaturgo sueco más representado del siglo XX; los 1,91 gramos de alcohol que cargaba cada litro de su sangre cuando llegó al primero de los tres centros de rehabilitación por los que pasó en los años ochenta. Tras huir de dos de ellos, el paso por el tercero lo sacó del hoyo. La redacción torrencial de las primeras 30 páginas de La biblioteca del capitán Nemo en el sanatorio danés de Kongsdal le demostró que la bebida no le había arrasado el cerebro: “Suena cursi, pero un libro, ese libro, me salvó la vida”.
TEATRO
En 1975 Per Olov Enquist escribió La noche de las tríbadas, su primera obra de teatro (hay traducción española en la editorial Nórdica a cargo de Francisco J. Uriz). La terminó en 11 días para analizar dramáticamente la feroz misoginia de August Strindberg y una posible relación homosexual de su mujer. Para su sorpresa, fue un éxito mundial. Uno de los momentos más divertidos de sus memorias narra la delirante preparación del estreno en Broadway en 1977. Puro Birdman. En Nueva York, “el vertedero más fascinante del mundo”, Enquist trabajó con dos actores fetiche de Ingmar Bergman: Max von Sydow y Bibi Andersson. La mala crítica de The New York Times condenó la función al fracaso pero no evitó que la obra se estrenara en medio mundo, incluido el bloque del Este menos la Unión Soviética. Cuando el agente del escritor preguntó a las autoridades, recibió esta respuesta: “Aquí no interesa. En la URSS no hay lesbianas”.
Publicada en Suecia en 1991, la aparición en España de esa novela salvadora coincide con la traducción de Otravida, sus memorias, una cumbre del género autobiográfico y uno de esos libros que habría que dar a un marciano para explicarle la vida en la Tierra en la segunda mitad del siglo pasado. Enquist vivió en Berlín la tensión de la Guerra Fría, en California las protestas contra Vietnam, y en Múnich, ya como cronista estrella, el asesinato de los atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de 1972. “Solo cuando pasa el tiempo eres consciente de que aquello era el centro de algo”, dice sentado en las oficinas de Norstedts, su editorial, en Estocolmo. Jugueteando con una taza de café ya vacía, Enquist cuenta que se decidió a escribir sobre su vida porque en una mudanza encontró tres cajas llenas de cartas. Algunas sobre episodios que recordaba bien, otras sobre días que se le habían borrado: “La memoria funciona como esos calendarios de adviento que abren ventanitas con una sorpresa. Tienes cierta información, pero hay que zambullirse para sacar algo”. Lo que sacó él es la historia de un hombre nacido en septiembre de 1934 en Hjoggböle, una aldea a mil kilómetros al norte de la capital sueca. “Tiene ochenta habitantes pero ha dado cinco escritores”, explica con una sonrisa. “Bueno, seis si contamos a Stieg Larsson, que era de cerca de allí: su padre era de mi edad y jugábamos juntos; al hijo no llegué a conocerlo”. Enquist tiene, además, una teoría para tal abundancia de literatos: “Era un sitio muy aislado, y la endogamia produce locos y artistas”.
En ese pueblo se desarrolla La biblioteca del capitán Nemo —una historia de infancia— y allí arranca Otravida, que se cierra con lo que Enquist llama sus “años con el alcohol”. Dos cosas llaman la atención de esas memorias: la crudeza del autorretrato y el hecho de que estén escritas en tercera persona. “Empecé usando el yo, pero no funcionaba”, explica. “Era demasiado doloroso y todo sonaba dramático o pintoresco. Con la tercera persona gané distancia y capacidad crítica. Puedes ser más sincero. Ese del que estaba escribiendo a veces era odioso, pero a veces me caía bien”. Paradójicamente, el relato de su alcoholismo fue, dice, el “más fácil” de escribir: “Acabé esas 150 páginas en tres semanas, espontáneamente, sin autocensura. Y no toqué una coma. Me di cuenta de que no podía escribir esas memorias sin contar mi historia con el alcohol. Fueron 10 años y estuvo a punto de matarme. En Islandia estuve cerca de morir, y matarse bebiendo es terrible. Mejor pegarse un tiro”. En Islandia, aislado en la nieve, estaba el segundo sanatorio en el que ingresó. Le quitaron incluso los zapatos para que no se escapara. Aun así, se fugó una noche.
NOVELA
La desinformación consiste en “tomar fragmentos de la verdad y juntarlos de una manera mentirosa”. Esto dice Enquist, que en 1968 saltó a la fama en Suecia con una polémica “novela documental”: Los legionarios. En ella el escritor se atrevía a arrojar luz sobre un episodio especialmente vergonzoso para su país, que lo había tapado bajo un manto de desinformación: la extradición a la URSS en 1946 de un centenar de refugiados bálticos alistados en las SS durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie dudaba del destino que les esperaba —la muerte o la deportación—, pero nadie había querido saber qué había sido de ellos. Enquist sí. Junto al ambiente rural que marcó su infancia (La biblioteca del capitán Nemo, La partida de los músicos), la historia ha sido el otro gran filón de su obra: de La visita del médico de cámara a El libro de Blanche y Marie (ambos en Destino). Marie no es otra que Madame Curie.
Todo había empezado en París, donde vivió tres años con la segunda de sus tres esposas, una periodista danesa. La había conocido cuando ella viajó al Dramaten, el mítico teatro de Estocolmo, para entrevistarlo. Enquist canceló la cita por pura pereza pero se topó con ella al salir al pasillo equivocado. Se enamoró al instante, dejó a su mujer y a sus dos hijos y se fue a Copenhague; luego a Francia. Allí empezó a beber en serio. Los amigos le decían que era la depresión la que lo había llevado al alcohol, pero él cree que era lo contrario: “Pamplinas sobre artistas. Te dicen que es normal, que la creación te lleva a la depresión, y la depresión, a la bebida. Lo que nadie te dice es que dejes de beber de una puta vez”. Una noche viajó al estreno de una de sus obras de teatro en la ciudad alemana de Wurzburgo y se despertó en Hamburgo, a 500 kilómetros, tirado en un vagón de tren en una estación de carga. “Hora de sobreponerse”, pensó. “Era normal que contara esa historia”, insiste. Una historia que terminó un día que recuerda con toda precisión: “6 de febrero de 1990, hace 24 años. Desde entonces he estado sobrio. No he probado una gota y he escrito muchos libros cuando pensaba que no volvería a escribir”.
Otra vida se publicó en Suecia en 2008. Cayó como una bomba porque Enquist recibe en su país trato de clásico vivo: su nombre suena cada octubre para el Premio Nobel. Cuando hace cuatro años lo ganó Tomas Tranströmer, muchos pensaron en Enquist. Él pone cara de póquer: “Tranströmer es un gran poeta. Leí su primer libro con 20 años y me impresionó. En los próximos 40 ganará otro sueco, estoy seguro. Eso sí, yo estaré muerto. Tampoco me importa”. ¿La muerte? “No, el Nobel. La muerte… Mucha gente me pregunta si le tengo miedo y les digo: ‘Llevó 25 años viviendo de propina”. Según Per Olov Enquist, el shock que produjeron sus memorias se debe a que nadie en Suecia sabía de su alcoholismo: “Entre 1978 y 1993 viví en Dinamarca y nunca había escrito sobre ese tema. Sacarlo fue un alivio. El riesgo es que aquí diera lugar a un escándalo desagradable en los periódicos y así fue. Me daba igual. Estaba preparado. Mientras escribía me decía: ‘Cuéntalo como fue’. Hubo quien dijo que era valiente, pero solo estaba siguiendo el consejo de mi madre: ‘Si dices la verdad, Jesucristo te perdonará’. Dije la verdad y no sé si Jesucristo me perdonó, pero mucha gente me comprendió”.
CINE
El día de Navidad de 1987 se estrenó en Suecia Pelle el conquistador, que meses después ganó la Palma de Oro en Cannes, y en 1989, el Oscar a la mejor película extranjera. Basada en una novela del danés Martin Andersen Nexø, los créditos atribuyen la adaptación al director, Bille August. Enquist aparece como colaborador. Cuando se entera de que sus editores hablan de ambos como de “examigos”, el escritor se sorprende: “¿Eso dicen? Qué raro, pero en cierto sentido es así. Él me pidió un guion para una serie de televisión. Escribí 120 páginas y le dije que no podía más. Fue en mis tiempos con la bebida. Bille me dijo que él continuaría con el resto, pero lo que hizo fue usar mi parte para la película, que es estupenda. Max von Sydow está soberbio. Lo adoro. A ambos nos educaron para ser agradables y decir la verdad, qué aburrido. En los tiempos en que ya estaba sobrio escribí Hansum y Max lo hizo muy bien”.
—Y usted ¿ha perdonado a Jesucristo?
Enquist escucha sorprendido. Sabe de dónde viene la pregunta. Su madre lo educó en un pietismo extremo cuyo puritanismo pasaba por prohibirle el cine, el teatro, bailar y jugar al fútbol. Ella, que nunca supo que él se masturbaba mirando las ilustraciones del diluvio en el Génesis, es uno de los grandes protagonistas de sus memorias. Él aclara que no cree que “haya un Dios ahí arriba, ni siquiera en el piso de arriba; el cristianismo debe menos a Cristo que a san Pablo”. Eso sí, le interesan la religión y la fe. “Si te educan como a mí leyendo y releyendo la Biblia, es muy difícil desentenderse de todo eso. He visto que gente tan metida como yo en el cristianismo se rebela a los 18 años. No fue mi caso. A mí se me fue desvaneciendo. Pero te quedan las cuestiones existenciales: lo bueno, lo malo, el cielo, el infierno. No sé las respuestas, pero nunca te desentiendes de las preguntas”.
Su madre murió en 1992 y Enquist apenas va ya una vez al año al pueblo, pero admite que sus grandes influencias ideológicas han sido ella y Marx: “Toda la vida he sido socialdemócrata”. ¿Sus grandes influencias morales? La Biblia y el deporte. “Lo que te ha influido de joven no te lo quitas de encima. En el deporte aprendí el valor de las reglas”. Todavía le interesa. Vive en Vaxholm, una isla cercana a Estocolmo, y allí se ha buscado un circuito para correr a diario dos kilómetros: “Cuesta arriba solo camino, eh, que tengo 80 años. También juego al tenis, pero soy muy malo”. Al principio alternó la literatura con el salto de altura: “A la gente del atletismo le ocultaba que escribía. A los escritores, que hacía atletismo. Me ahorré las risas de los unos y el desprecio de los otros”. Fue, sin embargo, esa doble vida lo que llevó a Olof Palme a proponerle que formara parte del Consejo de Cultura sueco. Pensó, le dijo, que un deportista no sería “tan estrecho de miras como el resto de los escritores”. Enquist trabajó durante años con el primer ministro socialdemócrata, pero aclara que no eran amigos: “Nuestra relación fue estrecha pero profesional. Fue como mi servicio militar. Cuando lo asesinaron se convirtió en un mito. Todos piensan que era un intelectual, pero no, era una mente brillante. El que era un gran lector era Tage Erlander, su antecesor. Leía y comentaba cada novela que se publicaba”.
TELEVISIÓN
Un año consagró Per Olov Enquist a leer los 56 volúmenes de las obras completas de August Strindberg para preparar sus clases de 1972 en la Universidad de California en Los Ángeles. “Allí los grandes debates intelectuales brillaban por su ausencia, pero brillaba todo lo demás”, dice. “La playa, la vida social, la bebida”. Aquellas clases lo convirtieron a él en dramaturgo. Su ilustre compatriota fue el protagonista de su primera obra, La noche de las tríbadas, en 1975, y a él consagró también una serie de televisión de seis episodios diez años después. En 2000 fue su amigo Ingmar Bergman el que llevó a la pequeña pantalla una pieza de Enquist, Creadores de imágenes, de nuevo con dos personajes históricos al frente. El encuentro entre el cineasta Victor Sjöström y la escritora Selma Lagerlöf —premio Nobel de literatura en 1909— es una sangrienta disquisición sobre el cine y la literatura, la verdad y la mentira. Y de fondo, el alcohol.
El que sí fue su amigo fue Ingmar Bergman, con el que trabajó en el teatro y la televisión. Aunque llegaron a ser íntimos, Enquist tardó en romper el muro de respeto que le inspiraba el cineasta. Todavía recuerda entre risas el ensayo de Constructores de imágenes que recrea en Otravida: “Yo era el autor pero no me dejó asistir a los ensayos. Cuando aceptó se sentó detrás de mí para vigilar mis reacciones. En la escena más dramática me entraron unas ganas horribles de orinar, pero no podía levantarme. Él no me lo hubiera perdonado. Pensé incluso en hacérmelo encima o en dejar que se deslizara por el patio de butacas. Aguanté. Luego se lo conté y se partía de risa”. ¿Tenía sentido del humor? “Mucho. Cuando se fue a la isla de Farö hablábamos todas las semanas por teléfono, una o dos horas, de rumores y cotilleos. Al final fue una tragedia, se quedó en la isla hasta el final y la cosa ya no tuvo gracia. En el fondo odiaba aquello. Yo le decía que se fuera de allí. Dos años antes de morir empezó a buscar un apartamento en Estocolmo, cerca del Dramaten, pero estaba demasiado cansado para otra mudanza. Se quedó en aquella aburrida casa, un monumento que él mismo se había construido en vida. A mí me daba miedo”.
El humor es importante para Enquist. Hasta los momentos más dramáticos de sus memorias están atravesados por una sutil retranca. ¿Es otro modo de distanciarse o su manera de ser? “La pregunta es quién soy de verdad. En mis libros trato de limar el humor, pero normalmente soy bastante gracioso. ¿Se lo parezco?”. Una cosa más atraviesa Otra vida. Esta pregunta: ¿cómo algo que empezó tan bien acabó tan mal? Enquist no tiene respuesta fuera de esas casi 600 páginas magistrales. Tal vez porque no acabó mal. En uno de sus ingresos su segunda mujer le escribió hablándole del luminoso futuro que tenían por delante. Ya no están juntos, pero Enquist habla de ella como de “una heroína”. ¿Ha sido luminoso el futuro? “Ha sido intenso. Algunos de los libros que he escrito me gustan todavía y no me he repetido, que es típico de escritor viejo. Una de las cosas que me hicieron salir del alcohol fue pensar que tenía un par de cosas por escribir. Un par. Al final ha sido un montón: novelas, teatro, dos óperas, libros infantiles para mis nietos…Y todo, de propina”.
Per OlovEnquist.Otra vida. Traducción de Martin Lexell y Mónica Corral. Destino. Barcelona, 2015. 576 páginas. 22 euros (digital: 12,99).
La biblioteca del capitán Nemo. Traducción de Martin Lexell y Mónica Corral. Nórdica. Madrid, 2015. 277 páginas. 19,50 euros.