Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes. Tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.
Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo la cabeza en sus sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbe,
y los lleve al montón de basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
Wislawa Szymborska
Poesía no completa, FCE
Traducción de Abel Murcia
El dedo tembloroso de una mujer
recorre la lista de víctimas
la noche de la primera nevada.
La casa está fría y la lista es larga.
Todos nuestros nombres están incluidos.
Juan José Hoyos
SIETE ESCRITORES DE UCRANIA
En 2010, cuando era candidato a la presidencia de Ucrania, durante un discurso, Víktor Yanukóvich tuvo un lapsus y llamó al escritor ruso Anton Chéjov “gran poeta ucraniano”. Él estaba hablando de Chéjov porque una de sus promesas electorales era restaurar la casa de Yalta, en las costas de Ucrania, donde Chéjov es muy recordado porque vivió sus últimos años, tratando de curar sus pulmones, antes de morir de tuberculosis en un balneario alemán, en 1904.
Alfredo Bryce Echenique |
Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) se retiró de la escritura hace tres años. Desde entonces pasa la vida en lo que sus amigos conocen como El Rincón de Bryce, una mesa para cuatro al fondo de La Bonbonniere, un restaurante de Lima. El novelista peruano, de 83 años, bebe vodka con tónica y almuerza ligero, apenas un steak tartar. En el postre se deja ir como un niño y pide cuatro copas de café glasé. La placidez con la que vive su jubilación, sin embargo, se ha visto rota últimamente por un hallazgo sorprendente: la cuenta del banco francés donde guarda el dinero de su pensión está vacía.
Kevin Spacey |
Galo Buján
26 de febrero de 2022
El dos veces ganador del Oscar Kevin Spacey será el principal antagonista de la película independiente Control, dirigida por Gene Fallaize (Superman Requiem, Cain Hill). La película continuará su producción en 2023 en Londres, sin fecha de estreno oficial.
Alfredo Bryce Echenique |
Cabeza de una mujer vieja con gorra blanca (La partera) 1885 Vincent van Gogh |
Honoré de Balzac |
Honoré de Balzac y sus travesuras gastronómicas
Honoré de Balzac (1799-1850) es uno de los grandes literatos franceses de todos los tiempos. Mundialmente conocido por La Comédie Humaine, Balzac fue, además de novelista, un prolífico articulista y escritor de relatos. Su gran obra, La Comédie Humaine, es una serie de novelas conectadas entre sí que retratan la sociedad francesa de su época. Una de las cosas más curiosas de su obra es el protagonismo que adquiere la gastronomía a través de las experiencias de sus personajes. No solo describe en sus libros las viandas y bebidas degustadas. También usa como localizaciones de sus escenas míticos restaurantes de la época. En uno de los libros de La Comédie Humaine, Balzac hace que Lucien de Rubempré, uno de sus memorables personajes, coma en el lujoso restaurante parisino Véry. Allí, el personaje come ostras, pescado, macarrones y frutas, todo ello regado con una botella de Burdeos. La cuenta del menú era de 50 euros, una suma sobre la que el propio novelista apunta en la novela que haría vivir razonablemente bien a Rubempré durante un mes en su Angoulême natal. Balzac procedía de una familia burguesa de provincias. Nacido en Tours, se instaló en París con su familia siendo adolescente. Estudió derecho en la Sorbona, y tras graduarse trabajó con un notario a las afueras de París. Durante un tiempo compaginó el trabajo con clases de literatura, también en la Sorbona. Aunque pronto abandonó el derecho para dedicarse por completo a la creación literaria. A pesar de unos inicios algo difíciles, logró dedicarse de pleno a una prolífica carrera literaria.
Jorge Campos
18 de diciembre de 1976
Un ensayo principal que se coloca tras el propio título del libro, y tres complementarlos (Balzac y la defensa del escritor, España en Balzac y Balzac y Galdós), nos llaman la atención hacia el gran novelista francés. Su autor, catedrático de Derecho Político, de la Universidad Complutense, nos da con él los resultados de una ya lejana y constante preocupación literaria. La extrañeza que podría causarnos ver a un especialista de otras disciplinas tentar un tema que los atentos a la literatura parecen tener descuidado, se desvanece apenas pensamos en las características de la ingente obra balzaciana.Balzac se nos ofrece gigantesco y tallado a golpes, como uno de estos estudios de retrato que le hiciera Rodin. Vivió impulsado por dos afanes, coincidentes en ocasiones y destruyéndose mutuamerite en otras: alcanzar puesto de escritor glorificado y conquistar un elevado puesto social, como un reflejo en otra carrera de lo que Napoleón logró con la de las armas. De este modo extendió ante sí el campo que tenía que conquistar doblemente: el de una sociedad la de su tiempo. Lo que había que dominar en el terreno personal había de ser la misma materia con que construir el mundo de ficción que transmutaría la realidad.
William Someset Maugham |
I
De todos los novelistas que han enriquecido con sus obras los tesoros espirituales del mundo, Balzac es para mí el más grande. Es el único a quien sin vacilar le atribuiría genio. Genio es una palabra que hoy en día se usa con mucha vaguedad. Es atribuido a personas para quienes un juicio más sensato estaría satisfecho con talento. El genio y el talento son dos cosas muy diferentes. Muchas personas tienen talento; no es raro, el genio lo es. El talento es diestro y ágil; puede cultivarse; el genio es innato, y a menudo extrañamente aliado a graves defectos. Pero ¿qué es genio? El Oxford Dictionary nos dice que es «un poder intelectual natural de una clase elevada, como el que se le atribuye a quienes son considerados los más grandes en cualquier departamento del arte, la especulación o la práctica; (una) instintiva y extraordinaria capacidad de creación imaginativa, pensamiento original, invención o descubrimiento». Pues bien, una instintiva y extraordinaria capacidad de creación imaginativa es precisamente lo que Balzac tenía. No era un realista, como lo era en parte Stendhal, y como Flaubert en Madame Bovary, sino un romántico; y veía la vida no como era realmente, sino con los colores, a menudo chillones, de la predisposición que compartía con sus contemporáneos.
[A Writer’s Notebook]. Obra de William Somerset Maugham (n. 1874).
El conjunto de los cuadernos de notas del novelista inglés viene a representar, como él mismo confiesa en el prólogo del presente libro — publicado el año 1949 —, unos quince gruesos volúmenes. De esta masa de recuerdos, notas y experiencias, el autor ha hecho la selección que integra en Carnet de un escritor, suficiente para darnos idea justa y bastante completa de su formación, métodos de trabajo y dotes observadoras. La obra brinda un particular interés para todos los lectores familiarizados con las novelas y cuentos de Somerset Maugham. Aquí se encontrarán con los personajes que el autor ha conocido en sus viajes y conocerá episodios vividos por el propio novelista o que le fueron referidos, para inmediatamente irrumpir en su obra imaginativa transmutados, convertidos ya en «materia literaria». La lectura del Diario (v.) de Jules Renard, del que nos habla repetidamente en su libro, vino a confirmar en Somerset Maugham su deseo de retener y fijar de un modo breve y conciso cuantas observaciones y datos significativos pudieran servirle para su propia «filosofía de la vida» o, como material, para la elaboración de obras futuras. A partir de 1892, comienza a «llevar su diario» aunque no de un modo rutinario y sistemático, sino fijando sólo aquello que por entonces — a los dieciocho años — juzgaba importante: ideas originales, observaciones críticas inspiradas por sus lecturas, trozos de obras literarias que ya comenzaba a escribir, en su mayoría de piezas teatrales (es curioso que este escritor, que presenta todas las características del narrador nato, se creyese en principio con vocación decidida para el teatro: sus comedias y dramas raramente son creaciones originales y, por lo general, provienen de «arreglos» de sus cuentos o novelas). El primer carnet, fechado en 1892, se remonta a la época en que el escritor era estudiante de medicina, y en él se registran anotaciones de tipo psicológico, agudas, matizadas de una ironía a veces cruel, reveladoras de una facultad de observación viva y lúcida.
El autor permanece durante cinco años estudiando medicina en el hospital Saint Thomas. Pero el virus de la literatura se ha infiltrado en él, según pone de manifiesto su diario, lleno de proyectos de libros y fragmentos de relatos. La curiosidad acuciante de entrar en contacto con nuevos seres y paisajes le impulsa a viajar, trabando conocimiento con numerosos personajes célebres y tipos pintorescos. De unos y otros, esboza sus retratos, compuestos con un arte breve, pero intensamente evocadores, así como de cuantos lugares visita, sobre todo en los países de Oriente y en las islas de los mares del Sur, escenarios éstos de su predilección y en donde situará la acción de numerosas obras futuras. Sus dibujos ambientales aparecen trazados con un sentimiento muy pintoresco del color local y poseen la virtud evocadora del misterio que en ellos se integra. Esta viva curiosidad por los hombres, países y circunstancias parece ganar en avidez y concentración a medida que los años se acumulan. Leyendo las páginas de su Carnet, sobre todo las de los años postreros — las últimas anotaciones se remontan al año 1944 — se descubre en Somerset Maugham una especie de irrefrenable pasión por la vida ardorosa y abigarrada, por la misteriosa complejidad de destinos y almas. Ansioso de nuevas enseñanzas y descubrimientos, el autor se vale de todos sus encuentros con nuevos desconocidos — sea un gran biólogo o un vulgar aventurero — para tratar de calar más hondamente en el conocimiento de los hombres. Incluso se podría afirmar que de su curiosa manera de considerar el destino a través de las enseñanzas que le ha suministrado una existencia fecunda en las más innumerables y variadas experiencias, se desprende una especie de filosofía. De este modo el libro no se revela sólo como un repertorio fortuito de observaciones, y nos permite penetrar en la personalidad de su autor, de manera viva y completa, casi como si él mismo fuese un personaje más de sus novelas.