lunes, 30 de septiembre de 2013

Dora Maar / La musa doliente


Dora Maar

Dora Maar, la musa doliente

Un libro reconstruye la enigmática figura de la fotógrafa y pintora, más allá de su relación con Picasso

ÁNGELES GARCÍA Madrid 8 SEP 2013 - 23:17 CET


Pablo Picasso y Dora Maar, fotografiados por Man Ray.
Cuando Pablo Picasso y Dora Maar se conocieron, ella tenía 29 años y él 55. Fue en París en el mítico café Deux Magots en 1936, poco antes del comienzo de la guerra civil española. Ella arrastraba una tormentosa relación con el filósofo Georges Bataille y con el actor Louis Chavance. Él, ya un dios indiscutido en todo el mundo del arte, seguía casado con la rusa Olga Khokhlova, madre de su hijo Paulo, y compartía casa con la sueca Marie-Thérèse Walter, madre de Maya. La pasión amorosa entre ambos estalló con tal furia que parecía que nada de lo que ocurría a su alrededor importaba. Como a sus anteriores (y posteriores) mujeres, Picasso la retrató decenas de veces. Era su modelo y su musa. Hasta que, en 1943, todo acabó. Él la sustituyó por Françoise Gilot mientras que Dora inició un descenso a los infiernos en una dolorosa caída durante la que recaló en hospitales psiquiátricos, con aplicación de electroschocks incluida, hasta terminar refugiada en la religión en su apartamento parisino, alejada y apartada de un mundo en el que durante unos años había sido una de sus reinas imprescindibles. Murió en 1997 completamente sola, a los 89 años
Aunque su personaje ha servido de inspiración literaria en varias ocasiones y algunos historiadores del arte se han aproximado a su vida, pocas certezas se tienen de ella al margen del tiempo durante el que estuvo vinculada al artista malagueño. La leyenda en torno a su persona ha ido creciendo con el tiempo hasta adueñarse de la realidad. Los enigmas son muchos y atañen a sus orígenes, a su valía como fotógrafa y pintora, a su peso dentro del Surrealismo, a su actitud política durante la guerra civil española y la Segunda Guerra mundial, a su locura. Victoria Combalía (Barcelona, 1952), historiadora y crítica, ha dedicado veinte años a desentrañar los muchos misterios que rodean la vida de la musa más desesperada de Picasso. El resultado de este trabajo es la biografía titulada sencillamente Dora Maar (Circe) en la que a lo largo de 358 páginas vuelca los descubrimientos obtenidos en más de 2000 documentos inéditos y las numerosas entrevistas telefónicas que Combalía mantuvo con Maar en 1994.
Dueña de unos deslumbrantes ojos claros cuyo color definía la luz del día, Dora Maar era una mujer de presencia imponente y porte elegante. Nacida en París en 1907 como Henriette Markovitch, era hija de un arquitecto croata y una madre francesa dedicada a la familia. La posición económica era elevada debido a los años durante los que el padre construyó numerosos edificios en Argentina. En ese tiempo, Dora aprendió español, una ventaja para su aproximación a Picasso.
Maar tuvo una gran preparación intelectual y artística, primero en la pintura y luego en la fotografía, por la que, desde muy joven, formó parte de los círculos más vanguardistas del París de los años 20 y 30. Combalía advierte en su libro que Dora Maar no es una de las muchas modelos que se acercan a Picasso para acabar siendo devoradas sexualmente por el artista. La investigadora mantiene que junto a la pasión enloquecida que ambos vivieron, hubo un entendimiento intelectual que Picasso no alcanzó con ninguna de sus muchas otras amantes.

A finales de los años 20, Maar formaba parte del círculo de los surrealistas. Era amiga y colega de Brassaï y de Cartier Bresson. Sus fotografías de personajes de perdedores y excluidos de la sociedad eran aplaudidas y valoradas entre los expertos.
Amante del mundo de la alta costura, se movía como pez en el agua en los ambientes de la alta burguesía y entre las mesas de los cafés que frecuentaban los artistas de toda índole. Ideológicamente simpatizaba con los partidos políticos de izquierda, aunque, a diferencia de Picasso, no llegó a militar en ninguno de ellos.
Su manera de entender la fotografía y su popularidad entre los surrealistas le sirvieron a Dora para entrar en la vida de Picasso. Muy segura de sí misma en aquellos años, Dora Maar llamó la atención del artista con una curiosa anécdota que Combalía cuenta en el libro y que también da pistas sobre el carácter masoquista de Dora. Ocurrió en el café Les Deux Magots. Ella se puso a jugar con una navajita que habitualmente llevaba en el bolso. Haciendo saltar la hoja entre los dedos, no detuvo el juego pese a que la sangre chorreaba por su mano. Picasso quedó hipnotizado y le pidió sus guantes moteados de sangre.
Con los guantes, Dora le entregó su vida.
Dedicada en cuerpo y alma a Picasso, Dora documenta con su cámara la compleja realización del mural más famoso del mundo: el Guernica. Su objetivo detalla la metamorfosis de los personajes que ocupan la tela, un trabajo por el que nunca llegó a cobrar nada, ni siquiera los derechos de reproducción que tan bien le hubieran venido en sus difíciles años posteriores.
Picasso
Ambos comparten amistades, veranos, viajes, trabajo y vida. Y especialmente sexo, algo en lo que Picasso parecía ser tan insuperable como en su pintura.
Pero mientras que para ella no había más mundo, él seguía viendo a otras mujeres. A sus anteriores amantes y a las nuevas. Y la bellísima y deslumbrante Dora pasó a ser la mujer desencajada, rota y llorosa que acabó ingresada en un psiquiátrico.
En 1943 Picasso se enamoró de Françoise Gilot y para Dora se acabó el mundo. La musa divina se convirtió en una loca a la que muchos fueron abandonando. Su amigo Paul Eluard fue una de las pocas excepciones entre los que mantuvieron su amistad hasta el final.
Con el paso de los años, Dora Maar volvió a la pintura pero muy esporádicamente a la fotografía. No se le volvió a conocer ninguna relación amorosa. Para sorpresa de muchos, abrazó el catolicismo con una intensidad que ya nunca abandonaría. Después de Picasso, solo Dios.
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domingo, 29 de septiembre de 2013

La muerte de Alvaro Mutis

Álvaro Mutis

Muere a los 90 años 

el escritor colombiano Álvaro Mutis

El autor de la saga novelesca de Maqroll el Gaviero residía en Ciudad de México desde 1956 y recibió el Premio Cervantes en 2001

“No sabemos nada de la muerte”, decía Álvaro Mutis, “es inútil hablar de ella, pero es bueno invocarla para mantenerla controlada”. En la tarde del domingo, el escritor y poeta colombiano se enfrentó al fin con ese enigma. Mutis, de 90 años, falleció tras sufrir un problema cardiorrespiratorio en Ciudad de México, capital del país donde residía desde 1956. El creador de la saga novelesca de Maqroll el Gaviero, premio Cervantes en 2001, estaba hospitalizado desde el pasado día 16, según confirmó su esposa, Carmen Miracle.
El mundo de las letras en español despidió a Mutis como uno de los grandes poetas hispanohablantes, también cuando escribía en prosa. Poeta de la desesperanza, en su obra la naturaleza del trópico es metáfora del deterioro del tiempo en la naturaleza humana. Su protagonista, Maqroll, su alter ego, es un solitario viajero errante, que entre puertos y hoteles de mala muerte, sobrevive, como en el eterno vaivén de un viejo barco, entre lo efímero y la plenitud pasada.

Al velatorio, instalado en San Jerónimo, acudieron amigos como Mercedes Barcha, esposa de Gabriel García Márquez, que no hizo declaraciones, o Philippe Ollé-Laprune, director de la Casa Refugio, institución que hospeda a autores exiliados. Ollé evocó al Mutis de los últimos años, alejado de la vida pública pero abierto a la plática y a las visitas y que “mantenía la risa de un niño”, informa Sonia Corona. También asistió el escritor Juan Villoro, quien afirmó que “Neruda y Borges encontraron en los versos de Álvaro una conversación perfecta”. Desde la Feria Internacional del Libro, su directora, Marisol Schulz, anunció que este año Guadalajara rendirá un homenaje al escritor.

Nacido en Bogotá en 1923, de padre diplomático, Mutis cursó sus primeros estudios en internados de París y Bruselas. Tras la muerte de su padre, regresó a Colombia donde dejó el bachillerato por la poesía y el billar. Comenzó a trabajar en una radio y en varias multinacionales, lo que le supuso viajar sin cesar.


El director de la Casa Refugio para escritores, Philippe Olle (segundo a la izquierda), y el escritor Juan Villoro (derecha) en la capilla ardiente de Álvaro Mutis. / SONIA CORONA
Mutis empezó a escribir, desde muy joven, versos de los que apenas ha quedado una línea: “Un dios olvidado mira crecer la hierba”. No se decidía a publicarlos y fue el crítico Casimiro Eiger quien le animó. “Alvarito, deje de guardar cosas en los cajones, que ahí se pudren. O se queman, o se publican”. Con ese impulsó, en 1948 vio la luz La Balanza, su primer libro de poemas. Y, siguiendo el consejo al pie de la letra, en su vida destinó al fuego algunos manuscritos.
Así arrancaba una carrera por momentos prolífica, por momentos silenciosa, porque escribir era para él un hecho natural, no un deber, “algo que ocurre y deja de ocurrir”. Vinculado con jóvenes poetas en la revista Mito, colaborador de periódicos, en 1953 publicó Los elementos del desastre, donde aparecía por primera vez Maqroll el Gaviero, el personaje que nunca abandonaría. “El Gaviero viene de mis lecturas de Conrad, de Melville (sobre todo de Moby Dick); es el tipo que está allá arriba, en la gavia, que es el trabajo más bello del barco, entre las gaviotas, frente a la inmensidad y en la soledad más absoluta”, decía Mutis del protagonista de siete de sus nueve libros de narrativa.


Mutis con Botero y García Márquez. / EL ESPECTADOR
En 1956 se estableció en México a donde llegó con varias cartas de recomendación, una de ellas dirigida a Luis Buñuel, con las que consiguió trabajo en la publicidad. En esos años conoció a dos de sus grandes amigos, Octavio Paz y Carlos Fuentes. Tres años más tarde fue encarcelado 15 meses en el Palacio Negro de Lecumberri, acusado de malversación de fondos en la petrolera Esso. Su estancia en prisión, que recogería enEl diario de Lecumberri (1960), cambiaría su vida, hasta el punto de que sin aquella experiencia ni sus novelas de Maqroll ni su poesía posterior hubieran existido. “En la cárcel”, decía, “estamos ante la verdad absoluta. La recuerdo como una gran lección”.
En Lecumberri conoció a Elena Poniatowska. “Yo iba a la cárcel a visitar a presos políticos”, recuerda la escritora. “Me pidió À la recherche du temps perdu, de Proust, y yo le llevé los tomos de Gallimard”, cuenta. “Era un hombre alegre, el alma de las fiestas, hacía estupendas imitaciones de escritores, sobre todo de Neruda, y todas las mujeres se enamoraban de él. Como escritor, Maqroll nos permitió tener un mar en México y se convirtió en el Conrad Latinoamericano”.

Galardones


    • Premio Nacional de Letras de Colombia, 1974
  • Premio Nacional de Poesía de Colombia, 1983
  • Orden de las Artes y las Letras, del Gobierno de Francia, en el grado de Caballero, 1989
  • Premio Médicis Étranger de Francia, 1989
  • Premio Nonino de Italia, 1990
  • Premio Príncipe de Asturias de las Letras de España, 1997
  • Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de España, 1997
  • Premio Cervantes de España, 2001
  • Desde 2005 la biblioteca del Instituto Cervantes de Estambul lleva su nombre
En 1986 publicó su primera novela de la serie, La nieve del Almirante, a la que seguirían Ilona llega con la lluvia y La última escala del Tramp Steamer. Desde entonces, los premios literarios se sucedieron. En 1997 recibió el Príncipe de Asturias y en 2001 el Cervantes. Dos años después fue designado miembro de la Legión de Honor con grado de oficial, la más alta distinción que otorga el Gobierno francés.
Marinero existencial, Mutis llevaba años en un apacible retiro. En los últimos tiempos se sentía enfermo y más de una vez declinó amablemente los intentos de este periódico por entrevistarle. Bogotano de nacimiento, llevaba en el corazón la tierra de Tolima, patria fundacional de su obra. En la finca Coello de su abuelo materno vivió de niño momentos tan felices que decía que se sentiría estafado si, invitado al Paraíso, no encontrara allí el olor a naranjas y el ruido de los dos ríos que cruzaban aquella hacienda en medio de los cafetales.

Los libros de Mutis


1948.- La balanza
1953.- Los elementos del desastre
1959.- Memoria de los hospitales de ultramar
1960.- Diario de Lecumberri
1965.- Los trabajos perdidos
1973.- La mansión de Araucaima
1981.- Caravansary
1982.- La verdadera historia del flautista de Hammelin
1984.- Los emisarios
1985.- Crónica regia y alabanza del reino
1985.- Sesenta cuerpos
1986.- Diario de Lecumberry
1986.- La nieve del almirante
1987.- Un homenaje y siete nocturnos
1988.- Ilona llega con la lluvia
1989.- Un bel morir
1990.- Amirbar
1990.- El último rostro
1991.- Abdul Bashur, soñador de navíos
1993.- Tríptico de mar y tierra
1995.- La muerte del estratega y otro relato
1997.- Summa de Maqroll El Naviero: Poesía, 1948-1997
1999.- Última escala del Tramp Steamer
2000.- De lecturas y algo del mundo

Alvaro Mutis

Discreta despedida a Mutis 

en la Ciudad de México

Amigos y familiares acuden a las exequias del escritor colombiano



Rafael Tovar, director de CONACULTA (izquierda) al lado de Carmen Miracle, viuda del escritor, en la capilla ardiente. / SONIA CORONA
Todos los asistentes a la capilla ardiente del escritor colombiano Alvaro Mutis -ha fallecido este domingo 22 de septiembre- coincidían al hablar de él: era un hombre alegre, conocedor de la música y un gran conversador. Este lunes, amigos y familiares del premio Cervantes 2001 acudieron a un velatorio al sur de la Ciudad de México para su funeral. A cuentagotas y discretos fueron llegando algunos amigos, escritores y editores para acompañar a su viuda Carmen Miracle en una sala llena de flores blancas.
Mercedes Barcha, esposa de Gabriel García Márquez, fue de las primeras en entrar -rápidamente y sin hacer comentarios- al velatorio y sin la compañía del Nobel de Literatura, quien fuera gran amigo de Mutis. “Están realmente muy afectados porque es una amistad de toda una vida, carreras y vidas paralelas, familias unidas y son dos parejas que fueron entrañables”, comentó Rafael Tovar, director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), a la salida de la capilla. Tovar aseguró que el Gobierno de México organizará un homenaje al escritor en el Palacio de Bellas Artes, el principal recinto cultural del país, cuando la familia de Mutis lo decida.
A las exequias también asistió el escritor mexicano Juan Villoro que tenía previsto reunirse con Mutis este miércoles. “Eso quedará para un whisky en el otro mundo”, lamentó. Villoro recordó que el legado del poeta y novelista ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997 está íntimamente ligado a las obras de Pablo Neruda y Jorge Luis Borges. Además, destacó su trabajo como novelista en La nieve del Almirante. “(Mutis) fue un enamorado de las causas perdidas, algo muy latinoamericano, apostarle a las derrotas y convertirlas en una forma secreta del triunfo”.
Villoro participó en una breve guardia al lado del ataúd de madera de Mutis junto con miembros de la Casa Refugio Citaltépetl, una asociación civil que hospeda a escritores perseguidos en sus países de origen y de la que Mutis era parte como miembro del patronato. Philippe Ollé- Laprune, presidente de la organización, recordó al escritor colombiano en sus últimos días. Lo había llamado en su cumpleaños el pasado 25 de agosto y el escritor se opuso a hacer alguna celebración por sus 90 años. “Era un antisolemne total”.
Además de la decena de galardones con los que se hizo, ha asegurado Ollé-Laprune, el legado de Mutis para la literatura es muy amplio a pesar de que su obra no es muy extensa. “Es de los últimos gigantes de la literatura mundial. Es un caso muy raro que su obra poética se haya vuelto narrativa, es una obra no muy extensa, como lector lo descubrí como poeta aunque es un extraordinario novelista”, describió.
Últimamente a Mutis le gustaba recibir visitas en casa para mantener largas conversaciones, leía y escribía poco, pero escuchaba mucha música, principalmente clásica. De ello da fe el chelista mexicano Carlos Prieto, que hace 15 años le llevó el borrador de Las aventuras de un violonchelo y Mutis se ofreció a escribir el prólogo de su libro. “Era un aficionado y conocedor de la música”, ha expresado Prieto. La familia de Mutis decidirá en los próximos días el destino de sus cenizas.
Alvaro Mutis

Por qué hay que leer a Álvaro Mutis, 

según los escritores

Escritores de España y América hacen una valoración de la obra del autor colombiano y dicen por qué hay que leerlo: Juan Gelman, Piedad Bonnett, Javier Reverte...



Álvaro Mutis en los años cincuenta. / ARCHIVO 'EL ESPECTADOR'
El primer poemario que publicó Álvaro Mutis apenas duró un día en las librerías de Bogotá antes de quedar hecho cenizas. Todo porque apareció la víspera del día en que el 9 de abril de 1948 asesinaran al candidato a la presidencia Jorge Eliécer Gaitán, lo que desató el caos en todo el país.
Ceniza primero y memoria después, la obra del autor colombiano ha dejado un legado en la literatura en español que varios escritores elogian y dicen por qué hay que leer a Mutis.
Maqroll es el hombre que ve más allá del horizonte. Un testigo errante del tiempo y del destino que una vez conoce la gente se queda para siempre con ellos. A través de él, Mutis revela el mundo del hombre contemporáneo. Es la visión de quien, dice el propio Maqroll en su diario, tiene “una fervorosa vocación de felicidad constantemente traicionada, a diario desviada y desembocando siempre en la necesidad de míseros fracasos”.
Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) Poeta y Premio Cervantes 2007
Es uno de los grandes de la literatura en castellano. Su obra poética es admirable y su prosa tiene un brillo pocas veces encontrado. Aunque no fuimos amigos sino conocidos, su muerte para mí es realmente un golpazo. Estoy muy dolido. Él era como un hijo escéptico, resignado; y en un poema dice: “Que te coja la muerte / con todos tus sueños intactos”, y yo creo que así fue en su caso. Era un hombre de mucho humor y vitalidad. Hay un dato, quizás no muy conocido, que fue periodista y que puso la voz a Eliot Ness en la serie de televisión Los intocables. En México la parca se ha llevado a grandes poetas en los últimos tiempos, como Alí Chumacero, Víctor Sandoval, Rubén Bonifaz Nuño y ahora a Álvaro Mutis. Yo le pido a la parca que empiece a ocuparse de los críticos y dejé tranquilos a los poetas, al menos por un tiempo. Hay que leer a Mutis porque su literatura es muy refrescante, Maqroll el Gaviero es alguien que sí te hace navegar interiormente.
Piedad Bonnett (Amalfi, 1951). Poeta y novelista colombiana
Creó un mundo poético muy particular que no tiene equivalente. Eso es lo que nos otorgó. Un mundo que tiene su centro en el trópico, un lugar de exuberancia vital pero también de deterioro y muerte. Y creó a Maqroll el Gaviero, que encarna las visicitudes humanas. Su mundo está entre la narración y la lírica, con un verso muy amplio, podríamos decir  barroco, que precisamente se corresponde con la exuberancia del trópico.
Juan Manuel Roca (Medellín, 1946). Poeta y narrador colombiano 
El aporte mayor a las letras continentales e hispanoamericanas tiene que ver más con su poesía, donde logra unos acentos nuevos y le da una vuelta de tuerca a cierta retórica desgastada de la poesía colombiana y continental. Allí fundamenta todo lo que desplaza a la narrativa, una mezcla entre el contar y el cantar. Sus dos grandes libros están en la poesía - Los trabajos perdidos y Los elementos del desastre-, donde hay unos paisajes tropicales y ruinosos que hablan del hombre y sus derrotas. Son una historia clínica del mundo vista desde Colombia. Si un colombiano que está fuera del país quiere volver sin regresar físicamente, que lea Nocturno, para que reciba una bocanada de aire. Es un documento lírico que le hace  un poeta universal pero a la vez muy, pero muy, colombiano.
Francisco Ferrer Lenín (Barcelona, 1942). Poeta y narrador español
Oigo "Álvaro Mutis" y veo la obra selvática del aduanero Rousseau. Quizá esta sea la más perfecta de las sinestesias que me acorralan.
Alberto Ruy Sánchez (Ciudad de México, 1951). Escritor y editor
Justo cuando el periodismo marca mayoritariamente a la novela, la voz narrativa de Álvaro Mutis, proveniente de la poesía y alejada de todo periodismo, se impuso como escritura vital, a la vez cuidada como composición pero abierta a lo imprevisto. Sus novelas, en cuyas venas late la poesía, hicieron a la vez que sus poemas fueran leídos como parte de un mismo universo de rigor y pasión, una poética única en nuestro tiempo. Maqroll es más que un personaje, es una actitud en la vida, una manera de estar en el mundo.
Javier Reverte (Madrid, 1944), Narrador y ensayista
Es uno de esos raros escritores en los que uno no distingue muy bien la línea en dónde termina la prosa y nace la poesía, o el revés. Supo escribir como muy pocos sobre el dolor y la soledad. Y su saga de Maqroll el Gaviero es un verdadero monumento en la literatura latinoamericana contemporánea.
José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) Poeta, narrador y Premio Cervantes 2012
La palabra Ultramar transita por la poesía de Mutis como por un territorio legendario y le otorga un peculiar sentido universal. Todo lo que ocurre en esta poesía depende de la adjetivación, de una adjetivación desusada, magnánima, que le da a los objetos una significación hiperreal. La órbita de la naturaleza colombiana, entre los grandes ríos y la inmensa cordillera, sirve -tácita o expresamente- de escenario, de telón de fondo de esa alegoría de la aventura perpetua que se aloja en la poesía de Mutis.
Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) Escritor colombiano
Hasta después de los 60 años Mutis estuvo dedicado a "oficios tiránicos" como los llamó García Márquez. Cuando se jubiló fue como si saliera de la cárcel y liberó su prosa: ocho novelas en 10 años. Su poesía la había escrito despacio y casi siempre en aeropuertos, mientras le daba la vuelta al mundo. Ganó los premios más importantes de nuestra lengua concedidos por jurados que se deslumbraron por su prosa majestuosa y por las aventuras de Maqroll. Aunque él sostenía que toda obra está condenada al olvido, yo apostaría a que dentro de un siglo se leerán más sus versos que su narrativa. Aun así creo que el Diario de Lecumberri, donde cuenta su experiencia de más de un año en la cárcel, es su libro más intenso, auténtico y conmovedor.
José Ramón Ripoll (director de Revista Atlántica)
La poesía, como toda la obra de Mutis, es en sí misma una transgresión idiomática y vital, en cuanto crea un mundo que funciona según otras leyes de la naturaleza y no se conforma con retratar, ni siquiera transformar la realidad que le rodea. De ahí que las opiniones del poeta nos parezcan a veces extemporáneas y desentonadas. Para él, la palabra funda e inicia “la danza de una fértil miseria”, que es la única vida posible: germen generativo, pero mísero y resbaladizo, que nos aprieta y libera al mismo tiempo Creo que esta actitud más que literaria de Álvaro Mutis trasciende la época posmoderna que le tocó vivir y apunta a un nuevo pensamiento, un ímpetu vital que surge de su propio paisaje, pero que se universaliza en “ultramar”. Leer su poesía supone hoy inyectarnos de esa fuerza renovadora que se debate entre contrarios y nos impulsa a vivir entre los bordes, en el límite, en la frontera de lo pactado y establecido. Mutis es un escritor absolutamentr distinto a los demás, que se ve venir desde su primer poema, La creciente, donde un río eterno arrastra belleza y podredumbre, la alegría de los carboneros y el hediondo barro que nos inunda. Ahí está ya todo Mutis. Y hay que andar por el borde para no caerse
PIlar Resyes Forero (Editora de Alfaguara)
Álvaro Mutis solía decir que todo cuanto había escrito estaba destinado a celebrar y perpetuar a Coello, un punto de la geografía colombiana donde se encontraba la finca cafetera de su familia, en la que pasó los días felices de su infancia. Ubicada en el piedemonte de la cordillera central, en los Andes colombianos, de este lugar de tierra caliente emana el paisaje y la substancia misma de su literatura.
Mutis fue un poeta mayor. Desde sus primeros poemas en los que evoca ese universo de naturaleza desbordante ("al amanecer crece el río, retumban en el alba los enormes troncos que vienen del páramo"), hasta sus últimos versos, escritos al comenzar el siglo, ("pienso a veces que ha llegado la hora de callar"), su obra se cimenta sobre poderosas imágenes, en las que la lengua castellana crece con el paisaje que intenta describir. Ese paraíso perdido en el que habita su personaje, Maqroll el Gaviero, cuyas andanzas cuentan siete novelas hermosas. Fue un narrador tardío (aunque escribió en sus inicios un par de relatos formidables e incluso una novela, Dios bajo a La Gaima, de la que publicó un único capítulo) y escribió todos sus libros de ficción en un lapso muy corto. Pero toda su obra, la poética y la novelística, goza de
una coherencia interna admirable. Tanto que parece que su autor hubiera diseñado una hoja de ruta desde sus primeros versos. Un camino que su protagonista, el errante por naturaleza, nunca creyó que existiera.
Oscar Hahn (Iquique, 1938) Poeta chileno
Ha muerto Alvaro Mutis. Ha muerto el estratega de la palabra. Escribió la crónica regia y la bitácora de este reino y del otro. Maqroll lo ve perderse en el horizonte. Ha muerto Alvaro Mutis de un bel morir.


sábado, 28 de septiembre de 2013

Alvaro Mutis / En la crudeza de la tierra caliente

foton
Álvaro Mutis
Ciudad de México, 2009
Fotografía de Daniel Mordzinski

Angustia inapelable de la aventura

No es hasta 1986 cuando publica el largo libro de su vida

La trilogía del Gaviero es también centro de gravedad de su poética



Entre 1960 y 1982, Álvaro Mutis publica, al margen de su tarea lírica, una serie de textos en prosa de diversa índole temática. Pero no es hasta 1986, cuando aquellos textos preparatorios, incluida su poesía hasta ese momento, cuando el gran escritor colombiano publica lo que podríamos denominar el largo libro de su vida. O el centro de gravedad de su poética. Estamos hablando de su trilogía formada por La nieve del AlmiranteIlona llega con la lluvia(1988) y Un bel morir (1989). En estas novelas, Mutis crea su personaje capital y uno de los más significativos que dio la narrativa latinoamericana en el siglo XX: estamos hablando de Maqroll el Gaviero. Lo que publique años más tarde no es sino variaciones sobre un mismo tema: la supervivencia de Maqroll en su eterno viaje iniciático. De ahí la forma de su trilogía, sobre todo de La nieve del Almirante: estructura de diario, de fragmentos donde se registra el devenir diario de las desilusiones, la nostalgia implacable. Maqroll siempre es el protagonista de toda su narrativa, aunque en algunas novelas últimas, como Abdul Bashur, soñador de navíos (1990) o Tríptico de mar y tierra (1993), su comparecencia apenas se haga notar. Así que hablar de Álvaro Mutis es hablar de su “alter ego” Maqroll.
Decía Lichtenberg que hacer lo contrario puede que sea también una forma de imitar. Por su parte, Harold Bloom apelaba a la enfermedad romántica de la angustia ante la tradición. Pues bien, en 1997 se publica en nuestro país un libro esencial para entender la estirpe de Maqroll y también, de paso, la mecánica ficcional de Mutis. Se trata de Contextos para Maqroll (Igitur, Montblanc). En este libro de artículos y conferencias, Mutis nos ayuda a descifrar a su héroe. A contextualizarlo, a detectar cómo nace, de qué tensión contradictoria, de qué angustia inapelable se ha echado a la aventura. Porque en el fondo cuando hablamos de Maqroll estamos hablando de un aventurero del espíritu. Por ello Mutis en su libro sobre Maqroll nos remite a Valery Larbaud, autor de A. O. Barnabooth (además de traductor de Ulises, de James Joyce, autor al que Mutis homenajea en su obra) y de André Malraux, el autor de La condición humana. Dos autores, dos libros, que ayudaron no poco a configurar el derrotero de Maqroll. Ellos le aportaron su cosmopolitismo intransigente con la frivolidad del mundo (que no de su levedad) y el sentido del dolor y la muerte.

Un reaccionario entrañable

La habilidad literaria de Mutis descansaba en su apasionada vocación de heterodoxia



El escritor colombiano, Álvaro Mutis, en su casa de México D. F. / MARCELO SALINAS
Hace apenas dos meses crucé mis últimas palabras con Álvaro Mutis. Fue telefónicamente y sonaron desde el principio a despedida. Un viaje a México me llevó a quererlo ver como otras veces, pero esta vez me pidió que no me acercara a su casa. Estaba muy cansado después de un accidente doméstico del que no acababa de recuperarse. Carme, su mujer, ya me había advertido de que todo iba lento. Demasiado lento. Cuando escuché su voz comprendí que no habría probablemente más oportunidades de disfrutar de su conversación de criollo virreinal. Aquel hilo de voz no podía esconder que la edad pesaba sobre los hombros de Mutis con las alas de la eternidad. Se le notaba apagado, sin ganas de desplegar aquel aliento infatigable con el que disfrutaba bromeando con sus oyentes. “Seguro, nos veremos pronto”, me dijo con ese saber estar colombiano que ponía en cuanto hacía y decía. Y entonces, mientras la luz del atardecer del D. F. se adueñaba de las cosas con un colorido estremecedor, los dos supimos que no habría otra vez. Y así fue.
Hoy, al evocar su figura solo puedo decir que Álvaro Mutis fue un seductor de la palabra. Uno de esos caballeros del pasado, que todavía creían posible los milagros de la belleza intemporal que es capaz de plasmar la literatura cuando se afronta con vocación de trascendencia. Su voz como poeta y su talento como novelista le valieron premios acá y allá de nuestro Atlántico hispano. Unos y otros certificaron lo que se palpaba con la experiencia mágica de leerlo: que era grande, muy grande. De hecho, sus novelas son una reflexión sobre la inevitabilidad de la decadencia. De cómo abordarla con la elegancia de la épica aventurera, también en el corazón de los trópicos. Precisamente, una de las cosas que más le agradeceré como lector es haberme devuelto la dicha de asomarme a ella gracias a ese personaje que bautizó como Maqroll el gaviero. Y no solo porque resuenen a su paso las pisadas literarias de Conrad, Melville, Stevenson, Mac Orlan o Mohrt, sino porque en su alma late el aliento de ese Mediterráneo milenario en el que se entrecruza la sabiduría de quienes miran la línea del horizonte sin la ansiedad de rendir cuentas al presente.
Reaccionario entrañable para el que el mundo dejó de tener interés tras la caída de Constantinopla o la degollina de Luis XVI y María Antonieta, su habilidad literaria descansaba en su apasionada vocación de heterodoxia compulsiva. Una heterodoxia provocadora que nunca dejaba de sonreír ante el espectáculo de las ideologías y de lo políticamente correcto, criaturas a sus ojos de una Modernidad suicida que no le interesaba lo más mínimo. Quizá porque era de otra estirpe. La de aquellos que, como su amigo Nicolás Sánchez Dávila, no dudaban en afirmar que: “El progreso es el azote que nos escogió Dios”. Lo dicho: un fascinante provocador. Lo echaremos de menos.




Alvaro Mutis
Foto de Daniel Mordzinski

En la crudeza de la tierra caliente

Mutis, el Gaviero, nos enseñó el desamparo que viene desde muy adentro pero que se corrobora con un desastre que nunca llega


Álvaro Mutis retratado en Madrid en abril de 2009. / GORKA LEJARCEGI
El trópico no es solo exuberancia. También es humedad, lento deshacerse, podredumbre. Detrás de aquél verdor de postal, muy lentamente, los árboles se entregan a una muerte parsimoniosa e inexorable que les vendrá con los años pero que desde siempre está allí, fatal, invisible, disfrazada de un esplendor que disimula la decadencia y un horror que se impone como ley sin necesidad de manifestarse explícitamente a los sentidos.
Allí, entre la lluvia, también el destino de los hombre se debate entre un pasado que regresa ("entre el vocerío vegetal de las aguas me llega la intacta materia de otros días salvada del ajeno trabajo de los años"), un presente donde la humedad ha invadido todo con el óxido de la destrucción y un futuro que nunca es, que nunca llega, que pesa más por su lentitud que por su inminencia. Esto sucede afuera, sí, "pero al cabo es en nosotros donde sucede el encuentro y de nada sirve prepararlo ni esperarlo. La muerte bienvenida nos exime de toda vana sorpresa".
Mutis, el Gaviero, nos enseñó la desamparo que viene desde muy adentro pero que se corrobora con un desastre que nunca llega y que se escenifica en los ríos "que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales", en "la lluvia sobre los cafetales", allí, con "un gótico recogimiento bajo la estructura de vigas metálicas invadidas por el óxido".
Una pasión rabiosa pero, a la vez, estoica. Un tono de delirio que elude la grandilocuencia enunciando apenas el hostil retrato de una miseria que parte de las raíces de la selva húmeda: "sólo entiendo algunas voces. La del ahorcado de Cocora, la del anciano minero que murió de hambre en la playa, cubierto inexplicablemente por brillantes hojas de plátano; la de los huesos de mujer hallados en la quebrada 'La Osa'; la del fantasma que vive en el horno del trapiche", dice Mutis en un poema escrito antes de sus veinticinco años.
Se necesitaba un tono nuevo para mencionar así la crudeza de la tierra caliente, su fatal descomposición. Una voz que el joven Mutis inventa y entona a partir de los poemas de Saint John Perse y los de Neruda, pero que se ajusta a sus temas y a su propia manera de sentir y que se torna personalísima desde su primer libro, La balanza.
Sin embargo, no se queda allí, en ese paisaje húmedo. La voz del poeta retrocede hasta la muerte de Felipe II, recrea los viajes de El Gaviero, y se detiene en la elegía a Marcel Proust: "algo de seca flor, de tenue ceniza volcánica, de lavado vendaje de mendigo, extiende por tu cuerpo como un leve sudario de otro mundo o un borroso sello que perdura". Entonces, lo que Mutis dijo de Proust, hoy, particularmente hoy, se torna en un lamento por él mismo: "el silencio se hace en tus dominios, mientras te precipitas vertiginosamente hacia el nostálgico limbo donde habitan, a la orilla del tiempo, tus criaturas".



viernes, 27 de septiembre de 2013

Alvaro Mutis / Saudade

Álvaro Mutis con sus padres

Álvaro Mutis
SAUDADE

Tengo un sueño recurrente que, por cierto, hace rato no viene. Es algo que me produce alegría y tristeza al mismo tiempo. Sueño que regresa mi padre. Se sienta en el estudio y empieza a hablarme de mis libros, mientras yo me pregunto en dónde habrá estado todos estos años. Pero pienso que ya está aquí, y que no tiene sentido pedirle una explicación. Entonces, más bien, le cuento que he seguido leyendo a Chateubriand, a Saint-Beuve y a Michelet, que tanto le gustaban. Al cabo de un rato pienso que mi padre se va a quedar en casa, pero al despertar compruebo que tan sólo ha venido de visita.


Fernando Quiroz
El reino que estaba para mi
Conversaciones con Álvaro Mutis
Editorial Norma, Bogotá, 1993, p. 15


Lea, además
Biografía de Álvaro Mutis



jueves, 26 de septiembre de 2013

Stephen Hawking / Nunca he querido sentir pena de mí mismo


Stephen Hawking

“Nunca he querido sentir pena de mí mismo”

Stephen Hawking, el científico más famoso del mundo, nos recibe en su territorio

La enfermedad que sufre avanza y aumenta la dificultad para comunicarse. Pero nada le impide charlar con el planeta

Acaba de presentar sus memorias y el Festival de Cine de Cambridge ha proyectado un ‘biopic’ sobre su vida

Hawking en el ‘Potter room’, punto neurálgico del departamento de matemática aplicada y física teórica del Centro de Ciencias Matemáticas de Cambridge. / JAIME TRAVEZÁN
En el primer piso del Centro para las Ciencias Matemáticas de Cambridge, una puerta sobresale en la confusa coreografía del sinfín de oficinas idénticas. Aún se aprecian en ella cuatro pequeños agujeros en los que, hasta hace poco, otros tantos tornillos sostenían una discreta placa dorada con caracteres negros grabados en tipografía clásica que decían “Lucasian Professor”. El mismo rótulo había sido atornillado, en 1669, en la entrada del despacho de un veinteañero llamado Isaac Newton. Desde entonces, ser el titular de la Cátedra Lucasiana se ha convertido en una distinción legendaria que han compartido gigantes de la ciencia como quien me espera al otro lado de la puerta, Stephen Hawking.
Al entrar en su despacho lo encontré frente a su escritorio, recién llegado. El primer contacto visual tuvo un ingrediente inesperado. El científico más célebre de nuestro tiempo tenía enfundadas unas gafas muy oscuras. Ante mi inocultable extrañeza, Jonathan Wood, el asistente técnico que custodia con celo su sistema de comunicación, señalando la cegadora claridad que se colaba por los amplios ventanales, se apresuró a aclarar: “Las necesita para poder utilizar el sistema de comunicación”.

“Esta es mi voz”, sostiene. No quiere mejorar el sonido del sintetizador que habla por él
Mucho se ha escrito sobre su vida y llegó el momento de hacerlo él mismo. La semana pasada presentó sus memorias, My brief history (Mi breve historia), editadas por Random House, y el jueves se le esperaba en el Festival de Cine de Cambridge para la proyección de Hawking, un biopicsobre su vida que cuenta con su colaboración en el guion, estrenado al día siguiente en todo Reino Unido. Dos proyectos autobiográficos que lo devuelven al centro de la escena. ¿Hace falta mejor excusa para hablar con él?
Hawking padece desde los 21 años una esclerosis lateral amiotrófica que le ha inmovilizado progresivamente casi todo el cuerpo. A pesar de ello, sus hallazgos le colocan entre los más grandes teoricos de la segunda mitad del siglo XX. Los aspectos teóricos más importantes que conocemos sobre el origen del universo y los agujeros negros han sido obra suya. Desolado ante el pronóstico de dos años de vida con el que se encontró al llegar a Cambridge, se apoyó en tres pilares: el amor de Jane Wilde, el incentivo intelectual de Roger Penrose y, no menos importante, su indómita y obstinada rebeldía, que le llevó a enfrentarse a la autoridad académica del momento, Fred Hoyle, principal crítico de la entonces denostada hipótesis del Big Bang. En un ar­­tícu­­lo escrito con Penrose casi íntegramente por teléfono demostraron matemáticamente que eventos en los que el espacio y el tiempo nacen o mueren son sencillamente inevitables en la teoría de la relatividad general. Poco tiempo antes, Penzias y Wilson habían descubierto accidentalmente que el universo emitía radiación térmica, indicio de que en el pasado debía haber sido cada vez más pequeño y caliente.

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Stephen Hawking en su despacho, durante la conversación con el autor del texto, el también físico teórico José Edelstein. / JAIME TRAVEZÁN
El Big Bang, como fruto de este teorema y estas observaciones, se convirtió en una teoría científica. Pero sus contribuciones más características tienen que ver con los agujeros negros, criaturas fantásticas del bestiario universal cuya atracción gravitatoria es tan intensa que ni la luz puede escapar. Ya confinado en una silla de ruedas, Hawking descubrió que estos debían tener entropía, un concepto estadístico asociado a sistemas compuestos. Pero, a diferencia de todos los sistemas conocidos, esta residía en su frontera, como si la información de la materia engullida por este monstruo voraz quedara registrada en una superficie imaginaria que lo rodea. Dedujo que los agujeros negros deben tener temperatura y, como todo sistema caliente, emitir radiación. Las aportaciones teóricas de Hawking dieron entidad a estas criaturas que, al radiar, eventualmente se evaporarían, llevándose consigo todo lo deglutido. Esto lleva a problemas conceptuales que aún tienen a mal traer a los físicos y que parecen encerrar la clave de una comprensión más profunda de la naturaleza.
Ninguna de sus predicciones ha podido ser comprobada. Más fríos que el espacio exterior, es imposible detectar la emisión térmica de los agujeros negros. Esto no quiere decir que no haya sólidas evidencias de su existencia: las estrellas que habitan en las inmediaciones del centro de la Vía Láctea, por ejemplo, describen órbitas muy pronunciadas alrededor de un punto en el que los telescopios no ven nada. Esta es la razón por la que no ha ganado el Nobel. Ha sido galardonado, no obstante, con una distinción más prestigiosa, la Medalla Copley, el premio científico más antiguo. Mientras que el Nobel premia cada año a entre seis y nueve científicos, la Copley se concede a una sola persona. La han ganado Darwin, Franklin, Einstein o Pasteur. Cuando fue difícil inclinarse por un candidato, como en 1838, la compartieron Faraday y Gauss. Hawking la recibió en 2006.

“Estamos en peligro de destruirnos a nosotros mismos por nuestra codicia y estupidez”
Hace tres décadas se propuso escribir un libro que explicara la física de frontera al gran público. Habituado al uso de un lenguaje metafórico y cargado de imágenes en sus charlas, se sentía preparado para solventar la enorme distancia que separa la física moderna del ciudadano de a pie. El proceso de escritura fue lento y se vio dificultado por una neumonía que lo puso al borde de la muerte. Fue necesaria una traqueotomía para salvarlo. Desde entonces quedó mudo. A pesar de ello, en 1988 salió Una breve historia del tiempo, que catapultó la divulgación científica a la categoría de best seller. El impacto que tuvo sobre la vocación de miles de jóvenes es incalculable.
Lo saludé, me senté a su lado y me observó con atención. El efecto que producen sus ojos claros al posarse sobre los nuestros, realzado por la quietud del resto de su cuerpo, es sobrecogedor. En ese momento, uno tiene la certeza de que él está con uno. Es un breve instante de comunión, de conexión intensa. Hawking se comunica a través de un ordenador integrado a su silla de ruedas y un programa especial con el que arma frases finalmente emitidas por un sintetizador, con una distintiva voz metálica y acento estadounidense. No ha querido saber nada con la posibilidad de mejorar la calidad del sintetizador o modificar el acento. “Esta es mi voz”, sostiene con lógica aplastante.
Hasta comienzos de la década pasada podía mover los dedos con suficiente agilidad como para manipular un ratón. Pero al perder movilidad hubo que recurrir al reconocimiento facial. Su anterior asistente, Sam Blackburn, diseñó un detector que sobresale de sus gafas como un minúsculo flexo, registrando el movimiento de su mejilla. Al depender de una única acción, el nuevo sistema le impedía navegar en la pantalla como lo hacía hasta entonces. La velocidad de escritura cayó en picado, hasta la palabra por minuto. Han explorado sin éxito toda clase de alternativas, desde el escaneo cerebral hasta el seguimiento ocular, pasando por un sofisticado monitoreo de su rostro que aproveche toda su gestualidad.


En el ángulo superior derecho de la pantalla hay dos cuadrados pequeños. En el superior tiene las letras del alfabeto, en cuatro grupos de siete. En el inferior, los números y algunas teclas de función. Un cursor pestañea realizando una danza perpetua sobre esos cuadrados. Cuando el flexo detecta un movimiento del maxilar que repercute en su mejilla, activa un clic. El cursor se queda en el cuadrado seleccionado y empieza a recorrer acompasadamente las distintas líneas. Una vez elegida una, recorre cada letra o signo. Cuando comienza a escribir, se abre una ventana, pegada a las anteriores, con diez palabras sugeridas, numeradas. Si se equivoca, debe esperar a que el cursor reinicie su danza imperecedera para dirigirlo hacia el icono de borrado.

“Intento llevar una vida plena. Soy más feliz ahora que antes de desarrollar la enfermedad”
Cuando uno habla con él, lo habitual es ponerse a su lado, viendo la pantalla del ordenador. Muchas veces, la lectura de la primera mitad de una frase preanuncia inequívocamente el final. Sin embargo, continúa su titáni­­co esfuerzo hasta acabarla. Recordamos su visita a Santiago de Compostela en 2008. A pesar de las dificultades que conlleva el momento de la comida, allí asoma su obstinada determinación. No dejó marisco sin probar y se aseguró de comer pulpo y percebes hasta el hartazgo. Mi inocultable acento argentino nos llevó a recordar su gusto por la carne y el tango, “… y el Papa. Soy miembro de la Academia Pontificia de Ciencias y espero verlo en la próxima reunión”. No sé si me sorprendió más que tuviera presente al Papa o que un agnóstico hubiera optado por esta referencia, pudiendo recurrir a otras.
Quizá por una cuestión de fatiga muscular se le entrecierran los párpados, en un movimiento involuntario que interfiere con su sistema de comunicación y le induce al error. Aprovecha su gestualidad limitada de sutiles movimientos, imperceptibles para quien no está habituado a ellos, para comunicarse con su gente. Para poder asentir o disentir rápidamente, o cuando no está en su silla de ruedas. Allí recurre también al método que utilizaba antes de disponer de un ordenador, el reconocimiento de las palabras, letra por letra, en una cartulina. La rigidez de su rostro se borra de manera explosiva cuando ríe. Quienes conocen su sentido del humor logran su carcajada con inusitada facilidad. En esos momentos, al igual que al sostener la mirada, asoma en toda su plenitud el ser humano que yace en las profundidades de su cuerpo inmóvil.
Stephen Hawking ha convertido en un hábito el apostar con sus colegas por alguna predicción científica. Con una particularidad: jamás ha ganado. La última, cuando apostó contra la existencia del bosón de Higgs. Siempre tuve la impresión de que tiene por sistema apostar contra lo que considera más probable. Como si desafiara a la naturaleza a tomar una senda inesperada, empujado por su obstinada rebeldía y su espíritu provocador. Lo comento y parece asentir con una muda carcajada.

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Una imagen de 1977 del científico con sus hijos Robert y Lucy
y su primera esposa, Jane Wilde.

Su espíritu lúdico es extraordinario. Parece muy orgulloso de su presencia en Los Simpson, a juzgar por los muñequitos en su despacho. También de su participación en Star Trek y The Big Bang theory. Hace pocas semanas participó por videoconferencia en laComic-Con de San Diego, anunciando que no podía estar allí porque de camino había pinchado. Su presencia en la cultura popular es icónica. Sus charlas siempre contienen momentos llenos de gracia que él disfruta demorando el silencio propio para escuchar las risas del público.
Si su conexión con el universo abstracto de la física teórica es milagrosa, no lo es menos su preocupación por asuntos sociales que uno podría suponerle remotos. Su compromiso social y político puede apreciarse en algunas de sus declaraciones y también en sus elegidos silencios. Es un férreo defensor de la sanidad pública y de la necesidad de invertir en investigación científica. Se define ideológicamente como socialista, lo que no le impidió manifestar su firme rechazo a la guerra de Irak impulsada por Tony Blair. “El futuro de la humanidad y de la vida en la Tierra es muy incierto. Estamos en peligro de destruirnos a nosotros mismos por nuestra codicia y estupidez”.
A principios de mayo se vio envuelto en una polémica. Había aceptado una invitación a participar en una conferencia organizada bajo el auspicio de Simón Peres en Jerusalén. Envió una carta a los organizadores anunciando que declinaba su participación, tras consultar a científicos palestinos que había conocido en Ramala en 2006. La carta trascendió a la prensa y la plataforma Boicot, Desinversión y Sanciones señaló que Hawking se había adherido a su causa. Las críticas arreciaron de inmediato. Nadie se detuvo a leer su declaración en el contexto que supone el pacifismo militante de alguien que, además, ha visitado Israel en diversas ocasiones, ha recibido su máxima distinción científica y mantiene estrechos vínculos con sus investigadores. Alguien que nunca se adheriría a boicoteos que representan la negación del diálogo. Hawking dedicó, con conmovedor esmero, tres cuartos de hora a explicarme su posición, que, en definitiva, busca contribuir a su restablecimiento. “Yo iba a ir a Israel con la condición de dar una conferencia en Cisjordania porque siento que las universidades palestinas necesitan contactos con el mundo exterior, pero todos los académicos palestinos me dijeron que debía respaldar el boicoteo. Sentí mucho no haber ido. Si lo hubiera hecho, habría dicho que Israel necesita hablar con los palestinos y con Hamás, como Reino Unido hizo con el IRA. No haces la paz hablando con los amigos, sino con los enemigos. Estoy feliz de que las conversaciones de paz estén ahora retomándose. Si esto hubiera ocurrido antes, yo habría ido a Israel”.

“La ciencia debe prevenir o curar las discapacidades. Nadie quiere serlo si puede evitarse”
Su relación con la discapacidad ha cambiado con los años. Durante tiempo fue reacio a que se lo identificara con ella. Desafiante, se diría, le dio la espalda y optó por ignorarla. “Nunca he querido sentir pena de mí mismo”. Impresiona la dignidad y fuerza de voluntad con las que lleva adelante su vida. “Quiero hacer las cosas de la mejor manera posible. Siempre he intentado sobreponerme a las limitaciones de mi condición y llevar una vida lo más plena posible. Soy más feliz ahora que antes de desarrollar la enfermedad”. Con el correr de los años, la creciente dependencia de cuidadores y la consciencia de su privilegiada posición, se convirtió en voz de referencia en la lucha por la integración de las personas discapacitadas. Aceptó con orgullo la solicitud de participar en la inauguración de los Juegos Paralímpicos de Londres. “Los Juegos han mostrado que los atletas discapacitados son como cualquier otro y deberían ayudar a que la gente con alguna discapacidad sea aceptada. Creo que la ciencia debe hacer todo lo posible para prevenir o curar las discapacidades. Nadie quiere serlo, si puede evitarse. Espero que mi ejemplo dé ánimo y esperanza a otros que estén en situaciones similares para que nunca se rindan”.
Su postración le confiere cierto aire atemporal. Uno olvida con facilidad su edad. El año pasado, quien debió morir antes de los 25 celebró su cumpleaños número 70. La cena tuvo lugar en el imponente comedor del Trinity College, el más distinguido de la Universidad de Cambrid­ge, con 32 premios Nobel y figuras como lord Byron, Nabokov, Russell y Wittgenstein entre sus antiguos miembros. El único invitado al que el riguroso esmoquin le quedaba como un guante era Daniel Craig; no lucía extraño ataviado como James Bond. El principal ausente de la cena fue el agasajado, por problemas de salud. Estuvo su madre, Isobel, con quien mantuvo una relación muy cercana hasta que falleciera, hace pocos meses, a los 98 años.
Nos mudamos al Potter room, punto neurálgico del departamento de matemática aplicada y física teórica. Las lámparas están apagadas y las ventanas laterales producen un juego onírico de luces y sombras en su rostro. Hawking parece estar a gusto posando y dejándose llevar por los comentarios risueños que a menudo convocan su risa franca y su mirada atenta. Luego las voces se apagan y el científico más famoso del planeta vuelve a centrarse en la pantalla de su ordenador, señal inequívoca de que sus pensamientos transitan los pliegues de la urdimbre del tiempo y el espacio.