sábado, 31 de enero de 2004

Henning Mankell / Asesinos sin rostro / Novela policiaca sobre el racismo

Henning Mankell publica una novela policiaca sobre el racismo

'Soy un escritor político', afirma el creador del inspector Wallander



ROSA MORA
Madrid 31 ENE 2001

Autor de una veintena de libros, que incluyen obras de teatro y narrativa juvenil, Mankell ha viajado a Madrid para promocionar el libro. Cuenta que se fue a África bastante joven y que cuando regresó a Suecia se quedó impresionado por cómo había aumentado el racismo. 'Quise escribir sobre eso. Creo que la historia que cuento en Asesinos sin rostro es más importante que el propio Wallander'.
Esta novela, que le mereció importantes premios en Suecia, donde se ha hecho incluso una serie de televisión de cuatro capítulos, narra una ola de racismo que sigue al asesinato de una anciana pareja de granjeros. Antes de morir, la mujer logra contar que ha sido 'un extranjero'. Un campo de refugiados que esperan que se les conceda asilo político es incendiado, un somalí es abatido a balazos y Wallander y su equipo trabajan bajo una gran presión para solucionar ambos casos. 'La inseguridad en este país es grande. La gente tiene miedo', dice en cierto momento Wallander en el libro, en el que Mankell reflexiona largamente sobre la crisis de la sociedad de bienestar. 'Suecia nunca fue un paraíso. Pero durante mucho tiempo hubo una conciencia de solidaridad. Ahora se ha perdido'. 'Es una vegüenza que un país tan rico como el mío no pueda ayudar a los inmigrantes y a los refugiados', añade,' pero éste es un problema que afecta a toda a Europa, que se ha convertido en un castillo con las puertas cerradas'.
Mankell no quiere ser encasillado en el género policiaco, pero en los libros de Wallander describe minuciosamente la investigación policial, con un exhaustivo seguimiento de todas las pistas posibles, desde una colilla al corazón de una manzana. Wallander, que en esta novela tiene 42 años, es un personaje que engancha: divorciado, con problemas con el alcohol, con sobrepeso, inseguro, tenaz. Los únicos puntos en común con su personaje, explica Mankell, son que a ambos les gusta la ópera, 'Verdi, sobre todo, y también Puccini'. 'Y los dos somos muy trabajadores'. 'Creo que es más fácil escribir sobre un personaje que no te gusta. Los malos son más interesantes que los buenos'. El policía, que a los ojos de los lectores no parece malo, sino un hombre que vive una gran crisis personal, se inscribe en la generación del comisario Brunetti, de Donna Leon, o de Montalbano de Camilleri. 'Mis novelas son más políticas que las de Donna Leon. No quiero contar únicamente crímenes, sino historias ligadas a la sociedad'.
En La quinta mujer abordó la violencia contra las mujeres y en otros títulos que irá publicando en Tusquets ha tratado 'los problemas después de la caída del muro de Berlín, el apartheid en Suráfrica o la violencia en los jóvenes'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 31 de enero de 2001




lunes, 5 de enero de 2004

Julio Cortázar / La isla a mediodía


Julio CortázarBIOGRAFÍA

La isla a mediodíoa


La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo. La pasajera lo había mirado varias veces mientras él iba y venía con revistas o vasos de whisky; Marini se demoraba ajustando la mesa, preguntándose aburridamente si valdría la pena responder a la mirada insistente de la pasajera, una americana de las muchas, cuando en el óvalo azul de la ventanilla entró el litoral de la isla, la franja dorada de la playa, las colinas que subían hacia la meseta desolada. Corrigiendo la posición defectuosa del vaso de cerveza, Marini sonrió a la pasajera. «Las islas griegas», dijo. «Oh, yes, Greece», repuso la americana con un falso interés. Sonaba brevemente un timbre y el steward se enderezó sin que la sonrisa profesional se borrara de su boca de labios finos. Empezó a ocuparse de un matrimonio sirio que quería jugo de tomate, pero en la cola del avión se concedió unos segundos para mirar otra vez hacia abajo; la isla era pequeña y solitaria, y el Egeo la rodeaba con un intenso azul que exaltaba la orla de un blanco deslumbrante y como petrificado, que allá abajo sería espuma rompiendo en los arrecifes y las caletas. Marini vio que las playas desiertas corrían hacia el norte y el oeste, lo demás era la montaña entrando a pique en el mar. Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte podía ser una casa, quizá un grupo de casas primitivas. Empezó a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borró de la ventanilla; no quedó más que el mar, un verde horizonte interminable. Miró su reloj pulsera sin saber por qué; era exactamente mediodía.

domingo, 4 de enero de 2004

Julio Cortázar / La señorita Cora

Obra de Pedro José Ibáñez Torres


Julio CortázarBIOGRAFÍA

La señorita Cora


We'll send your love to college, all for a year or two,
And then perhaps in time the boy will do for you.

The trees that grow so high.(Canción folclórica inglesa.)

No entiendo por qué no me dejan pasar la noche en la clínica con el nene, al fin y al cabo soy su madre y el doctor De Luisi nos recomendó personalmente al director. Podrían traer un sofá cama y yo lo acompañaría para que se vaya acostumbrando, entró tan pálido el pobrecito como si fueran a operarlo en seguida, yo creo que es ese olor de las clínicas, su padre también estaba nervioso y no veía la hora de irse, pero yo estaba segura de que me dejarían con el nene. Después de todo tiene apenas quince años y nadie se los daría, siempre pegado a mí aunque ahora con los pantalones largos quiere disimular y hacerse el hombre grande. La impresión que le habrá hecho cuando se dio cuenta de que no me dejaban quedarme, menos mal que su padre le dio charla, le hizo poner el piyama y meterse en la cama. Y todo por esa mocosa de enfermera, yo me pregunto si verdaderamente tiene órdenes de los médicos o si lo hace por pura maldad. Pero bien que se lo dije, bien que le pregunté si estaba segura de que tenía que irme. No hay más que mirarla para darse cuenta de quién es, con esos aires de vampiresa y ese delantal ajustado, una chiquilina de porquería que se cree la directora de la clínica. Pero eso sí, no se la llevó de arriba, le dije lo que pensaba y eso que el nene no sabía donde meterse de vergüenza y su padre se hacía el desentendido y de paso seguro que le miraba las piernas como de costumbre. Lo único que me consuela es que el ambiente es bueno, se nota que es una clínica para personas pudientes; el nene tiene un velador de lo más lindo para leer sus revistas, y por suerte su padre se acordó de traerle caramelos de menta que son los que más le gustan. Pero mañana por la mañana, eso sí, lo primero que hago es hablar con el doctor De Luisi para que la ponga en su lugar a esa mocosa presumida. Habrá que ver si la frazada lo abriga bien al nene, voy a pedir que por las dudas le dejen otra a mano. Pero sí, claro que me abriga, menos mal que se fueron de una vez, mamá cree que soy un chico y me hace hacer cada papelón. Seguro que la enfermera va a pensar que no soy capaz de pedir lo que necesito, me miró de una manera cuando mamá le estaba protestando... Está bien, si no la dejaban quedarse qué le vamos a hacer, ya soy bastante grande para dormir solo de noche, me parece. Y en esta cama se dormirá bien, a esta hora ya no se oye ningún ruido, a veces de lejos el zumbido del ascensor que me hace acordar a esa película de miedo que también pasaba en una clínica, cuando a medianoche se abría poco a poco la puerta y la mujer paralítica en la cama veía entrar al hombre de la máscara blanca...

jueves, 1 de enero de 2004

Julio Cortázar / La autopista del sur



Julio CortázarBIOGRAFÍA

La autopista 

del sur


Gli automobilisti sembrano nom
avere sotir… Come realta, un ingorgo
 automobilistico impressiona ma non ci
dice gran che.

Arrigo Benedetti, "L’Espresso", Roma, 21/6/64


Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo, aunque al ingeniero del Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa, fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de querer regresar a París por la autopista del sur un domingo de tarde y, apenas salidos de Fontainbleau, han tenido que ponerse al paso, detenerse, seis filas a cada lado (ya se sabe que los domingos la autopista está íntegramente reservada a los que regresan a la capital), poner en marcha el motor, avanzar tres metros, detenerse, charlar con las dos monjas del 2HP a la derecha, con la muchacha del Dauphine a la izquierda, mirar por retrovisor al hombre pálido que conduce un Caravelle, envidiar irónicamente la felicidad avícola del matrimonio del Peugeot 203 (detrás del Dauphine de la muchacha) que juega con su niñita y hace bromas y come queso, o sufrir de a ratos los desbordes exasperados de los dos jovencitos del Simca que precede al Peugeot 404, y hasta bajarse en los altos y explorar sin alejarse mucho (porque nunca se sabe en qué momento los autos de más adelante reanudarán la marcha y habrá que correr para que los de atrás no inicien la guerra de las bocinas y los insultos), y así llegar a la altura de un Taunus delante del Dauphine de la muchacha que mira a cada momento la hora, y cambiar unas frases descorazonadas o burlonas con los hombres que viajan con el niño rubio cuya inmensa diversión en esas precisas circunstancias consiste en hacer correr libremente su autito de juguete sobre los asientos y el reborde posterior del Taunus, o atreverse y avanzar todavía un poco más, puesto que no parece que los autos de adelante vayan a reanudar la marcha, y contemplar con alguna lástima al matrimonio de ancianos en el ID Citroën que parece una gigantesca bañadera violeta donde sobrenadan los dos viejitos, él descansando los antebrazos en el volante con un aire de paciente fatiga, ella mordisqueando una manzana con más aplicación que ganas.