sábado, 16 de febrero de 2008

Benjamín Prado / Libros-venganza

J.D. Salinger



Libros-venganza


Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas, dice en su libro Si acaso la premio Nobel polaca Wislawa Szymborska, y uno puede ser cegado por la belleza de esos versos hasta el punto de creer que las pequeñas respuestas de las que hablan siempre son un acto de humildad, la réplica inteligente que una persona extraordinaria da a los temas esenciales de la vida, cuando lo cierto es que también pueden ser una expresión de orgullo, de soberbia o, en algunos casos, un ejercicio de pura venganza. O las tres cosas a un tiempo, como suele ocurrir con los libros que a menudo publican sobre los escritores célebres sus antiguas parejas, sus hijos o sus amantes ocasionales, y que a menudo no son más que un sombrío ajuste de cuentas, una revancha tomada a deshora y al amparo de la negra espalda del tiempo. No hay más que leer las Memorias de la hija de Octavio Paz y Elena Garro o la autobiografía de la hija de J. D. Salinger, El guardián de los sueños, para ver hasta qué punto el rencor personal puede ir evolucionando hasta convertirse en un desquite justiciero: todo el mundo va a saber cómo eras en realidad; yo voy a proclamarlo a los cuatro vientos y cuando acabe mi historia todos los que te admiran quizá te sigan admirando, pero tendrán que hacerlo a la vez que te desprecian.
La visión de Salinger que da su hija, por ejemplo, es la de un monstruo, y como además es una imagen que concuerda en casi todo con la que ofrece una de sus jóvenes amantes, Joyce Maynard, en Mi verdad, resulta que después de leer sus libros es difícil quitarse de la cabeza a ese Salinger cruel, avaro hasta la locura, egoísta, insensible y paranoico que construyen las dos mujeres. Más dudoso resulta el retrato de Octavio Paz que hace su hija, porque cuesta emparentar al autor de El arco y la lira, ese intelectual culto, refinado y brillante que era del dominio público, con el hombre brutal e histérico, "cobarde y envenenado", xenófobo, oportunista, "retorcido e inescrupuloso" que nos pone delante Helena Paz Garro, quien entre otras intimidades del Nobel mexicano cuenta su noche de bodas, descrita como una violación en la que tras golpear, insultar y forzar a su esposa sale de la alcoba nupcial con una sábana ensangrentada en la mano y gritándole a su madre: "¿Lo ves como sí era virgen?".
Menos mal que también se pueden escribir obras sobre padres y ex maridos o mujeres en las que se dé una visión humana de ellos. Es el caso de Así fueron las cosas, de Maryann Buck Carver, la primera esposa de Raymond Carver, que cuenta los maravillosos y terribles días de vino y rosas que vivió junto al autor de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, pero lo hace con respeto, con cariño y hasta una cierta gratitud. Su obra ha coincidido ahora en las librerías españolas con Carver y yo, de la segunda mujer del autor norteamericano, la poeta Tess Gallagher, y el personaje sale bien parado de ambos matrimonios, lo cual es casi un milagro.
Para todos los que no son Carver, cuidado: nunca sabes lo que un hijo o un amor del pasado puede hacerte en cuanto mueras, sobre todo si tu apellido cotiza en el mercado de la cultura. Porque un libro puede ser cualquier cosa, también una herramienta del rencor, del deseo de notoriedad fácil o de la simple venganza, siempre tan compleja.
Benjamin Prado (Madrid, 1961). Sus últimas obras son la novela Mala gente que camina (Alfaguara) y el poemario Marea humana (Visor).




Eduardo García Aquilar / Vargas Llosa / El transeúnte de Saint-Germain

Mario Vargas Llosa


VARGAS LLOSA 

EL TRANSEÚNTE DE SAINT-GERMAIN


Por Eduardo García Aguilar
París, 16 de febrero de 2008

Hace unas horas, cuando estaba en la barra de un café de Saint Germain de Prés tomando una cerveza Leff, cerca de mis librerías preferidas, vi cruzar por la calle de enfrente, en este viernes primaveral, a Mario Vargas Llosa, una verdadera institución latinoamericana. Iba solo y cruzaba con lentitud el bulevard, muy elegante, con un soberbio saco azul claro y un pantalón beige, sin duda recién comprados para la temporada, impecable de pies a cabeza entre finísimas ropas de marca, pero sin corbata, y con un aura inconfundible de alegría, confort y plenitud.
Traía el cabello blanco níveo que brillaba bajo el sol y cargaba una pesada bolsa roja llena de libros en la mano izquierda que lo hacía trastabillar. Caminaba con cierta torpeza, como suelen hacerlo los escritores que han pasado la vida sentados frente a la máquina y que de tanto estar en esa posición parecen cargar la historia de todas las sillas del mundo. Se le veía feliz en este fin de abril fresco y soleado, en que todos se agitan de felicidad ante la ida del invierno y la cercanía de la larga temporada veraniega. Las chicas se deshacen de sus abrigos y salen con su ropas ligeras y ceñidas cada vez más sexys, perfumadas y coquetas, colgadas de sus celulares, y todos, jóvenes y viejos, se agitan en las calles mirando vitrinas con ilusión o hablando radiantes en los cafés, como si salieran al fin de la hibernación. ¿Como no venir a caminar un viernes 28 de abril entre calles y terrazas que vieron pasar a todas las generaciones literarias de Francia y el extranjero y de paso visitar las estanterías para ver las novedades?
Vargas Llosa se veía en su hábitat perfecto al detenerse un momento a respirar el aire perfumado de flores recientes y retoños de hojas, en esa esquina que frecuenta desde 1958, cuando a los 21 años ya estaba en Paris buscando entrevistarse con Jean Paul Sartre y Albert Camus, los futuros Premio Nobel franceses de moda en aquellos lejanos tiempos de mediados del siglo XX. Aquí, salvo algún profesor francés muy informado, un estudiante o turista latinoamericano, nadie lo reconoce en la calle y puede caminar tranquilo como en sus viejos tiempos, pero convertido ya en un venerable y sólido anciano mucho más que próspero, cubierto por todas las condecoraciones, los elogios y los honores posibles.
De repente me di cuenta, al verlo cruzar rumbo al café de Flore, frente a la iglesia casi milenaria de Saint Germain, en la pequeña plaza Beauvoir-Sartre, que el autor de La ciudad y los perros, La casa verde y Pantaleón y las visitadoras tiene ya 70 años de edad. Que ese eterno joven nacido en 1936 que nutrió de historias y de éxitos a varias generaciones y siempre estuvo en la primera plana de los debates, cruzaba la séptima década por las calles del barrio latino, no lejos de su casa del Jardin de Luxemburgo, que es, según dicen, uno de sus refugios secretos para huir de la celebridad en España, donde los diarios sacan su foto día a día y cada semana se informa que recibió un nuevo premio de 50.000 dólares en Berlín, Jerusalén, Londres, Cali, Buenos Aires o Nueva York, o un doctorado honoris causa en Tasmania o Yakutia. Todo eso lo merece, pues ha sido el más aplicado de los autores del boom : excelente novelista, muy ameno para todos, ensayista de rigor, experto en Flaubert o las novelas de caballería, articulista y panfletario de miedo, siempre hace la tarea como se debe sin ninguna falla, sin importar las horas que le tome el trabajo.
Vargas Llosa es una verdadera institución en Francia, y los franceses y su mayor editorial, la prestigiosa y altiva Gallimard, lo quieren y lo miman incluso más que a los suyos. Termino la cerveza pensando en todas esas cosas, como en la primera vez que lo vi en el Festival de Teatro de Manizales a inicios de los años 70 del siglo pasado, cuando unos maoístas lo atacaron con vociferaciones en la Universidad y tuvo que ser defendido por un jovencísimo Juan Gustavo Cobo Borda o en un coctel del congreso internacional del PEN club en 2003 en el palacio de Bellas Artes de México, en medio de una muchedumbre de señoras ricas que le sonreían a él, tan fatigado y harto por los viajes. Vargas Llosa, al que todos los adolescentes queríamos imitar y seguir ; el mismo que le pegó trompadas a García Márquez en México, terminando con una amistad apasionada y condenando al ostracismo el mamotreto de su tesis sobre el colombiano, llamada Historia de un Deicidio.
En todo eso pensaba y al terminar la Leff me dirigí por la misma ruta hasta la librería. Allí, en el lugar de las novedades, Gallimard expone un libro que acaba de salir en honor de su 70 cumpleaños y los 40 de haber publicado en francés La Ciudad y los Perros. En el prólogo, Antoine Gallimard celebra la frescura de sus siete décadas y dice que esa casa editorial no podía dejar pasar la fecha, por lo que el volumen está lleno de fotos de la infancia, adolescencia y juventud de este hombre que ama y es amado por Francia. El peruano, el inca, el muchacho que en los 60 trabajaba en la Agence France Presse y abordaba con timidez a Albert Camus a la salida de un teatro. Un gran escritor, una leyenda que ha vivido por y para la literatura e incluso se ha dado el lujo de querer ser presidente y fracasar, por fortuna, en el intento.

(Paris, abril 1986)
BLOG LITERARIO DESDE PARÍS



viernes, 15 de febrero de 2008

Julio Cortázar / El hechizo sigue vivo


El hechizo de Cortázar sigue vivo

García Márquez, Fuentes y Saramago rinden homenaje al escritor en el 20º aniversario de su muerte

JUAN JESÚS AZNÁREZ México 15 FEB 2004
El décimo aniversario de la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara (México)coincidió con el homenaje rendido ayer en su paraninfo a Julio Cortázar en el 20º aniversario de su muerte. La casa de estudios mexicana reunió, en una sucesión de coloquios, a viejos amigos o admiradores del argentino universal. Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez rememoraron los episodios vividos junto al autor de Rayuela y glosaron su colosal obra. El portugués José Saramago y el argentino Tomás Eloy Martínez abordaron también el legado de uno los autores más importantes del siglo XX en un acto en el que estuvo Aurora Bernárdez, viuda del escritor, fallecido en París el 12 de febrero de 1984.

Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes tenían 36 años menos durante aquel viaje ferroviario de París a Praga en que el argentino Julio Cortázar los embelesó con una cátedra sobre la incorporación del piano en la orquesta de jazz, el misterio de los trenes en las novelas de Agatha Christie o la apoteosis sinfónica de Charlie Parker y Louis Armstrong. El talento revolucionario del gaucho de la leyenda, que lo sabía todo y había nacido para no aceptar las cosas tal como le eran dadas, deleitó hasta el alba la travesía del convoy latinoamericano hacia el rostro humano del socialismo. Lo recordaban ayer en Guadalajara aquellos dos pasajeros que le escucharon en el año 1968 con la boca abierta.
Muchos años después de aquella expedición, mientras el autor de Rayuela (1963) descansaba en el cementerio de París, el mexicano habría de recordarle como la versión risueña de Dorian Gray o el Erasmo de otro renacimiento. "Cortázar vivió un conflicto al que pocos escaparon en nuestro tiempo: el conflicto entre el afuera y el adentro de todas las realidades, incluyendo la política", dijo Fuentes. Y mucho antes de aquella operación de rescate de la primavera de Praga, Gabo ya había leído Bestiario (1951), el primer libro de cuentos de Cortázar, en un hotel de Lance de Barranquilla. Terminó la última página con el suspiro de la primera: cuando fuera mayor, quería escribir como el argentino.
Los dos ilustres latinoamericanos fueron amigos y admiradores del pensador, cuya memoria honraron ayer en la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara, instituida para constatar que la muerte del genio fue sólo invención de quienes no creen en los Cronopios. "Carlos, no creas lo que dicen los periódicos", le dijo a Fuentes García Márquez cuando aquél, terriblemente apesadumbrado, le comunicó la muerte del amigo. El argentino Tomás Eloy Martínez, el nicaragüense Sergio Ramírez, el portugués José Saramago; Saúl Yurkievich, albacea de su obra literaria; su viuda, Aurora Bernárdez; el ex presidente colombiano Belisario Betancur, y 30 editores, estudiosos, traductores y leales acompañaron, en el Paraninfo Enrique León, el vigésimo aniversario de la desaparición de un autor intenso, arrebatado, aventurero y, paradójicamente, contrario a los fastos.
También lo veneraron en España, Argentina, Bélgica, México, Chile, Polonia y Brasil. García Márquez y Fuentes hubieran necesitado de varias jornadas para rememorar sus vivencias con aquel grandullón refinado y erudito, nacido en Bruselas de padres argentinos el 26 de agosto de 1914, cuyas manos grandes y expresivas tanto asombraron al Nobel colombiano. Lo recordó ayer en la tarima de un parque sandinista, en Managua, hipnotizando con un cuento sobre las desventuras del boxeador Mantequilla Nápoles: "La muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo". El mundo de Cortázar maravilló en el coloquio.
El colombiano supo que Cortázar, "el ser humano más impresionante que he tenido la oportunidad de conocer", fecundaba la narrativa tradicional en el café Old Navy, del bulevar parisiense Saint Germain, y montó guardia durante semanas para encontrarle. Pero antes, durante más de una hora, en el año 1956, lo observó escribiendo sin pausas, hasta el anochecer. No se atrevió a interrumpirlo. Después habían de establecer una amistad duradera y cómplice. "Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba, además, otro menos frecuente: la devoción", dijo García Márquez.
También lo quiso Carlos Fuentes, que editaba, en 1955, la Revista Mexicana de Literatura. Le enviaron el manuscrito de una novela de Cortázar que, finalmente, éste retiró porque no creyó en ella. "¿Cuántas páginas magistrales quemó, desfiguró, mandó a un cesto o a un archivo ciego?", se preguntó siempre el autor de La región más transparente(1958), su primera novela, que Cortázar elogió en una inolvidable carta al mexicano. El cruce epistolar continuó y Fuentes depositó ese intercambio de reflexiones en la Biblioteca de la Universidad de Princeton (EE UU), con instrucciones de no se publiquen hasta 50 años después de su muerte.
Fuentes habría de conocer a Cortázar personalmente en el año 1960. Preguntó por él a un hombre lampiño y de juvenil aspecto que le atendió en una casa de Buenos Aires. "Pibe, quiero ver a tu papá". "Soy yo", le contestó, grave, Cortázar. Le acompañaba su esposa, Aurora Bernárdez. "No he conocido ojos más largos que los de Cortázar. Un gato sagrado. Con razón, pensé, está viendo lo que nosotros no vemos", dijo ayer. El latinoamericano en Europa que sabía más de Europa que los europeos tenía esos ojos largos para mirar la realidad paralela y latente, y la contigüidad, y "la inminencia de formas que esperan ser convocadas por una palabra, un trazo de pincel, una melodía tarareada, un sueño".
Políticamente, Fuentes, García Márquez y el Cronopio Mayor coincidieron en mucho, según propia confesión, pero no en todo, y sus visiones sobre las revoluciones latinoamericanas o la Europa bajo el imperio soviético no eran idénticas. Pero las diferencias fueron siempre respetuosas y no mellaron una fraternidad sin mezquindades, festiva y calavera a veces. Algunas anécdotas son reveladoras y no hubo tiempo para desarrollarlas en Guadalajara. Invitados por Milán Kundera a un concierto en Praga, Gabo y Cortázar fueron arteros al pedir a Carlos Fuentes que les representara en un parlamento sobre América Latina ante obreros metalúrgicos y estudiantes trotskistas. "Che, Carlos, a ti no te cuesta hablar en público; hacelo por Latinoamérica...", le animó el hombre del tango malevo.
La delegación de funciones acabaría compensando a Fuentes, porque fue testigo del inesperado hilo musical que durante horas amenizaba los tajos fabriles checos: un disco de Lola Beltrán cantando Cucurrucucú, paloma. El trío tuvo un perfil retozón en algunas sobremesas parisienses, según consta en una grabación, todavía no difundida. En ella, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes atacan varias rancheras y Cortázar se arranca con el tango.
José Saramago abordó en Guadalajara uno de los cuentos de Cortázar, No se culpe a nadie, que el Nobel portugués encontró perturbador y relaciona con Franz Kafka. Saramago piensa que el jersey de aquel hombre del que nadie se ocupa en el cuento es el caparazón del coleóptero en que se transformó Gregorio Sansa en La metamorfosis."Y si no es cierto, y si no tiene nada que ver una cosa con la otra, me da gusto reflexionar sobre una y otra porque en el fondo ése es el objetivo de la literatura".
Tomás Eloy Martínez leyó Rayuela cuando era ya objeto de culto, cuando su compatriota de corazón había instalado "el sabor de la libertad y la utopía en una América Latina sumida en la opresión y la oscuridad", cuando avizoró antes que nadie los cambios de vientos en la literatura y la política, y cuando escribió con una audacia que ni siquiera pudo superar la audaz argentina Macedonia Fernández. "Los lectores pasan y Cortázar sigue escribiendo mejor cada día, así como Gardel canta cada día mejor. Pronto va a cumplir 90 años, como lo ha recordado José Saramago, pero todavía es un adolescente que, como los dioses, está destinado a no morir", dijo.
La obra fundacional del augusto homenajeado no muere, porque se mueve de una generación a otra y porque es cantera inagotable de percepciones e imaginarios, según reiteraron los ponentes del foro de Guadalajara, invitados a un concierto de jazz, con piezas recogidas en Rayuela: Body and soul, de Coleman Hawkins, o Good bait, de Dizzy Gillespie. El prócer difunto escribía casi improvisando, como si tocara jazz, y aquella soltura fascinó a los escritores jóvenes, que empezaron a escribir cuentos con mucho jazz y marihuana, soltando comas por aquí y por allá, según observó el fallecido Augusto Monterroso. No advirtieron que "detrás de la soltura y la aparente facilidad de la escritura de Cortázar había años de búsqueda y ejercicio literario, hasta llegar al hallazgo de esas apostasías julianas".



jueves, 14 de febrero de 2008

Eugenio Montejo / "Chávez viola el significado de las palabras"


Eugenio Montejo

EUGENIO MONTEJO

BIOGRAFÍA

"Chávez viola el significado de las palabras"


Javier Rodríguez Marcos

14 de febrero de 2008




"La tierra giró para acercarnos, / giró sobre sí misma y en nosotros, / hasta juntarnos por fin en este sueño". En la película 21 gramos, Sean Penn recita estos versos a Naomi Watts en un restaurante chic. El personaje de Penn habla del autor de esas palabras como de su "poeta favorito". Pues bien, ese poeta es Eugenio Montejo, venezolano de 69 años, que acaba de publicar El cuaderno de Blas Coll (Pre-Textos). Montejo recuerda la primera noticia que tuvo de la película de Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu que dio a su poesía una popularidad poco habitual para el género: "Recibí un e-mail en el que un chico me decía que iba a usar unos versos míos. Pensé: cosa de universitarios. Al poco me contaron que en una película de Hollywood citaban a un venezolano. El chico que me había escrito el mensaje resultó ser Arriaga, que me dijo luego que a Penn le costaba mucho pronunciar Eugenio. El sonido jota es una tortura para los anglosajones. En Londres, una profesora me dijo: 'Mejor te llamo Jeremy".


Eugenio Montejo, en la Residencia de Estudiantes. 
Foto de GORKA LEJARCEGI 





El filme '21 gramos' popularizó los versos del poeta venezolano

La memoria del escritor de Caracas sale del cine y tropieza con el pan que tiene en la mesa. Su padre tenía una panadería y él se refugiaba allí. "Me impresionaba", cuenta, "la harina por todas partes, el rito de poner el horno al rojo vivo, el sentido de la responsabilidad de aquella gente, trabajando toda la noche. Ése fue mi taller literario". Lo dice mientras da cuenta con parsimonia del menú que la Residencia de Estudiantes sirve en platos diseñados por Laura García Lorca. "Aquí la comida tiene memoria", apunta Montejo. "Seguro que esta merluza le gustaría a Juan Ramón".
Entre plato y plato, el poeta recuerda también el descubrimiento que marcó su infancia, el alfabeto: "Me fascinó que el universo cupiera en 28 caracteres". Y recuerda siempre la respuesta de un barbero de barrio en sus años de diplomático en Lisboa cuando él llamó analfabeto a un político: "No hable mal de los analfabetos. Ellos inventaron la escritura".
La comida desemboca en una naranja preparada, y la conversación, en la política. El autor de clásicos de la literatura latinoamericana actual como Adiós al siglo XX hubiera preferido seguir hablando de poesía, pero no se escabulle cuando se le pregunta por el Gobierno de su país: "Hay una regla de oro de la diplomacia: no hablar de cuestiones internas de tu país fuera de él. Si me siento autorizado es porque ha sido el Gobierno mismo el que, en la famosa cumbre de Chile, llamó fascistas a los estudiantes. Chávez viola todas las normas, empezando por el significado de las palabras. Cuando los estudiantes marcharon pacíficamente hasta la Asamblea Nacional los esperaban pistoleros motorizados. ¿No son éstos los que se parecen a los fascistas italianos?". A Eugenio Montejo le "complació infinito" el no en el referéndum constitucional, aunque prevé un futuro lleno de tensiones "ahora que al presidente se le ha confirmado, contra su deseo, la fecha de salida".
El comedor se va vaciando y el poeta recuerda el consejo medieval: "Ponello en las menos palabras que puedan ser". Y apostilla: "Eso es la poesía, ¿no?". Sí. Y el periodismo.










RESIDENCIA DE ESTUDIANTES. MADRID


- Habas con jamón
- Merluza a la plancha
- Fruta
- Dos aguas minerales
- Dos cafés
Total: 26 euros (dos menús)

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 14 de febrero de 2008

sábado, 2 de febrero de 2008

Novela negra / El 'estilo Vargas'


Fred Vargas


El 'estilo Vargas'

JOSÉ MARÍA GUELBENZU
2 FEB 2008


Fred Vargas no se conforma con un solo detective, como suele ser lo común tanto en la novela policiaca como en la novela negra. Su primer libro editado en España (Los que van a morir te saludan) cuenta con tres estudiantes franceses que viven en Roma: Claudio, Tiberio y Nerón. El lector se pone en guardia ante esta oferta, que parece una gracejería de la autora, pero cuando descubre que el padre de Claudio, un coleccionista de arte, ha sido asesinado por medio de una copa de cicuta, empieza a tomar en serio esta emocionante aventura que tiene ya todos los ingredientes del estilo Vargas.
El resto de su obra se divide entre los llamados Evangelistas; a saber: Mathias, un especialista en prehistoria; Lucien, un estudioso centrado en la Segunda Guerra Mundial, y Marca el medievalista: no cuesta nada imaginar la capacidad de análisis de los tres juntos pastoreados por un ex policía, Louis Kehlweiler, alias El Alemán, capaz de rastrear un crimen a partir de un fragmento de hueso humano hallado entre los excrementos de un perro. Que se levanten los muertos, Más allá, a la derecha y Sin hogar ni lugar son los libros que recogen las andanzas de estos cuatro. Y, finalmente, el comisario Adamsberg y su gente, cuyas andanzas comenzaron con una serie de pintadas en las 13 puertas de un edificio de París a la vez que, en la otra punta de la ciudad, un viejo marino empieza a recibir cartas incomprensibles en su buzón. Así comienza al misterio de Huye rápido, vete lejos.Y si las pintadas eran cuadrados negros, en El hombre de los círculos azules éstos, trazados en las calles de París, encierran un trombón, una bombilla, unas patas de paloma... Pero es en Bajo los vientos de Neptuno donde nuestro comisario se traslada al Quebec francés donde otro asesino fantasmal persigue al joven comisario, que de ésta se gradúa cum laude.


Fred Vargas / El ingenio de los símbolos


Fred Vargas

El ingenio de los símbolos

JOSÉ MARÍA GUELBENZU
2 FEB 2008

Fred Vargas es probablemente la autora más interesante del género policiaco en Europa en el momento presente. Lo es por varias razones. En primer lugar, por la peculiar complejidad de sus tramas, todas ellas historias muy alambicadas que se caracterizan sobre todo por su apariencia de dispersión: normalmente abre varios frentes que parecen no tener nada que ver entre sí, frentes que contienen misterio y aventura además de cadáveres, naturalmente. En segundo lugar, por sus referencias cultistas, que expone al lector sin crearle prejuicio alguno y que integra muy bien en el relato; en tercer lugar, sus detectives, aficionados o profesionales, son verdaderamente singulares, tanto esa banda de disparatados amateurs que son los Evangelistas como el comisario Adamsberg, que se distancia del clásico pelmazo taciturno y depresivo con que se nos obsequia ahora constantemente en la novela negra sin que por ello perdamos de vista sus problemas personales, y en cuarto lugar, por su estilo recargado, dilatorio, de lento avance hasta que, sin perder esas características, empieza a coger velocidad, a atar cabos y juntar los frentes abiertos y sacude al lector de arriba abajo con nudos tan ficticios que parecerían propios de una mente demasiado calenturienta y liante si no fuera porque su verosimilitud la acepta el lector convertido en cómplice final con un "si no lo veo no lo creo" en los labios.

En La tercera virgen, perteneciente a la serie del comisario Adamsberg, conoceremos a uno de esos personajes que sólo pueden salir de la pluma de Vargas: el teniente Veyrenc, que se incorpora a la brigada de Adamsberg y que tiene la peculiaridad de hablar en alejandrinos cada vez que se necesita una sentencia que corrobore la acción; es decir: que de vez en cuando habla como Racine, del que está copiando tres tragedias para su madre. La rivalidad entre él y el comisario será uno de los leitmotiv del desarrollo de la trama. Y la misma brigada parece el reparto de una obra de teatro por su modo de estar en la realidad. Es un equipo diferente, lejos del realismo habitual, una verdadera invención literaria, casi un capricho, pero muy bien insertado en la realidad de una investigación y unos crímenes verdaderamente intrigantes; porque Fred Vargas exige a la vez la perspicacia y la complicidad del lector con igual intensidad y a la novela le sucede que, como dice en un momento determinado del complejo enigma, "de hilo tenue a razonamiento improbable, formaba un edificio sin pies ni cabeza, más fabuloso que realista".
Una característica notable de este libro, que relata una excitante historia actual basada en una receta medieval para obtener la inmortalidad, es su carácter fantasmal. Lo fantasmal no sólo aparece en ese extraño espectro llamado La Sombra, que inquieta al comisario, entre otros, que mata sin piedad y que pretende ser la imagen aparecida de una monja sangrienta que asesinó a siete mujeres antes de morir a manos de un curtidor en el siglo XVIII; la autora logra también el efecto espléndido de lo fantasmal a través, precisamente, de la apariencia de inverosimilitud de la historia y el aire de ensoñación que en muchos momentos empaña las mentes de los dos personajes centrales del relato. Todo está cubierto por una neblina que se desliza sobre la lógica del suceso por lo que el ambiente, el desarrollo y la solución de los conflictos abiertos y aparentemente desconectados entre sí se van desplazando, a medida que esa neblina parece disiparse, de lo real fantasmagórico a lo simbólico, pues serán los símbolos los que acompañen a la ingeniosa y compleja solución final.
La galería de tipos es original, rica y muy sugestiva. La formación de la autora (arqueóloga de profesión) se advierte en la paciencia y justeza con que están ensambladas todas las piezas de esta historia, porque lo cierto es que muy bien se le puede aplicar a Vargas el dicho de que "no da puntada sin hilo". El humor que la recorre en segundo plano es un humor sostenido, elaborado, incisivo y un tanto pérfido.
Aquí encontraremos además, descendiendo a detalles menores, al hijo de Adamsberg, tenido con la concertista Camille, con la que no acaba de aclararse. Un niño que se duerme como un bendito apenas su padre le posa la mano en la cabeza -la misma mano en cuya muñeca lleva siempre dos relojes- mientras le lee un tratado de técnica de construcción del siglo XII o le comenta alguno de los aspectos de la investigación en curso. Porque Fred Vargas consigue además que toda esta disparatada troupe que es el conjunto de la Brigada y allegados acabe resultándonos cercana y entrañable y que nos preocupemos por los problemas de todos ellos.
En fin, como se verá, aquello de que el que mucho abarca poco aprieta no vale con Fred Vargas. La compleja, incluso farragosa y desde luego divertida y excitante investigación que pretende acabar con los crímenes perfectamente planeados y ejecutados por La Sombra es una muestra más y otro paso adelante de esta autora a cuyas puertas ya ha llamado el éxito internacional. Que sea enhorabuena, por ella y por nosotros. -
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de febrero de 2008