domingo, 31 de octubre de 2010

Jane Bowles / 23 años después

Jane Bowles: un libro, una tumba, una sombra y una avenida de Málaga
Jane Bowles, entre Truman Capote y su esposo Paul

A.L.


23 años después

A. L. 3 NOV 1996

No conocí a Jane; tal vez no debería haberme cruzado en su historia, pero cuando fui a visitar sus restos me di con una pegatina naranja que decía: "¡Atención! Esta unidad de enterramiento va a ser desalojada urgentemente. Rogamos nos llamen a los teléfonos..."
Llamé y me dijeron que si nadie se hacía cargo iría a parar a una fosa común.
Tomé la decisión que creí debía. Tal vez me esté equivocando, pero quien podría decírmelo es su marido, Paul Bowles, el cual no lo ha hecho.
Porque Jane ante todo es un ser humano, por encima de una escritora de culto o un mito del cosmopolitismo intelectual. Es una persona, un ser que debe descansar en paz, al cual ruego respeto. Jane no es una reliquia, no es algo de lo que tengamos que hacer un circo; pues una exhumación y traslado a un osario no es ningún rito, no es un evento..., es simplemente la única vía que una estudiante de 18 años ha encontrado para preservar su huella.
Posiblemente el camino a seguir habría sido otro, pero la lucha por San Miguel ofrece síntomas de fatiga, que no ayudan a prevenir las numerosas exhumaciones que hace algún tiempo se están llevando a cabo. Yo pido perdón a todos aquellos que se hayan sentido ofendidos y sólo exijo un atisbo de intimidad y duelo.
Jane, descansa en paz.
A. L. son las iniciales de la joven de 18 años que ha evitado el traslado de los restos de Jane Bowles a la fosa común.



Evelio Rosero por Antonio Ungar


Rosero.jpg
Evelio Rosero by Antonio Ungar

BOMB 110/Winter 2010 cover

Esta entrevista es la versión original de la publicada 
en traducción al inglés en BOMB 110.
FRAGMENTO: INTRODUCCIÓN
Es Evelio Rosero un ave rara en el agitado corral de los escritores colombianos de su generación. No aparece en los periódicos, no escribe textos para revistas, no se hace tomar fotos en eventos públicos, no tiene columna semanal, no acepta cargos burocráticos ni diplomáticos, no asiste a cocteles ni a presentaciones de libros, no disfruta del show de las ferias y los encuentros literarios. Pocos ciudadanos de a pie no conocen su cara. Es un escritor, a secas, uno que ha estado dedicado durante treinta años a escribir y nada más, sin detenerse a pensar si la prensa cultural —“papagayos”, según su propia definición— se fija o no en su persona.
Desde muy joven se propuso Rosero vivir de escribir, y a fuerza de escribir sin descanso (y de participar en todo tipo de concursos), lo ha venido consiguiendo. Ha publicado novelas juveniles, cuentos infantiles, obras de teatro, poesía, novelas largas, novelas cortas, relatos de todo tipo. Diecinueve títulos y siete concursos ganados en veinticinco años lo hacen uno de los escritores más prolíficos de su generación en América Latina, solo comparable en este sentido con el siempre abundante César Aira.
Educado en colegios católicos en la ciudad andina de Pasto y en Bogotá (ciudad en la que ha pasado la mayor parte de su vida), Rosero reconoce que de sus años con los curas le quedó una rabia profunda, una que sin duda ha sabido dosificar y utilizar en su provecho para la construcción de varios de sus libros. Atraído por el canto de sirenas de Europa, como escritor latinoamericano que se respete vivió unos años en Barcelona y otros en Paris, lo que solamente le sirvió para confirmar cuánto disfruta de la existencia en Colombia. Desde hace unos años es su vida cotidiana tan austera y ordenada como su escritura: vive en un conjunto de apartamentos de clase media que mira a un lago con aves silvestres, recorre Bogotá en bicicleta, tiene una pareja estable. Parece haber domesticado a los monstruos, parece haberlos confinado en esos libros suyos infestados de seres solitarios e incomprendidos, que con frecuencia están también desesperados, enfermos, locos, seniles. Héroes colombianos todos, lanzados a búsquedas sin retorno, casi nunca fructíferas.
Traducidos a una docena de lenguas europeas, publicados en las mejores editoriales en castellano, elogiados por la crítica, estudiados en universidades, los mundos oscuros de Rosero han conseguido ser comunicados a un público amplio. Pájaro raro es éste, que a pesar del reconocimiento nunca salió de su escondite, que ha defendido siempre su absoluta independencia, que nunca se dejó impresionar por los destellos de baratija que ofrece la popularidad. Pájaro que afirma sin vergüenza que la literatura puede y debe cambiar la realidad social y que es esa una de sus funciones principales, lo que prácticamente ninguno de sus colegas se atreve a decir ya, a riesgo de parecer demasiado modernos y por lo tanto demasiado comprometidos.                    
Encerrado en mi apartamento por una peligrosa enfermedad en las vías respiratorias (sintiéndome casi como al final de una aventura escrita por Rosero) realicé esta entrevista vía e-mail desde otro barrio de la gigantesca ciudad de Bogotá. Hace unos días me escribió Rosero en uno de sus correos electrónicos que últimamente había perdido el entusiasmo por escribir. Leyendo sus libros (intensos, pulidos, sinceros, incómodos, sin concesiones) y sobre todo contando cuántos ha escrito, se me hace difícil creerle.



Lea la entevista completa en DRAGON:
Evelio Rosero by Antonio Ungar

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sábado, 30 de octubre de 2010

Paul Bowles / Mito y residente en Tánger


Paul Bowles


Bowles: mito y residente en Tánger

BIOGRAFÍA DE PAUL BOWLES


La ciudad celebra el centenario del bohemio autor de 'El cielo protector'



Hay ciudades que pugnan por sacudirse el polvo de sus recuerdos. Y sucede que en ocasiones la sombra de lo que fueron ensombrece lo que serán. Tánger, urbe que presume (frente a todos los pronósticos del mito) de poseer un futuro, se ve obligada de cuando en cuando a rememorar su pasado. Ayer fue uno de esos días. Por unas horas volvió a ser la ciudad internacional que resonaba en los anhelos de bohemios,beatniks, hippies tempraneros y otros especímenes que surcaron el siglo XX. El responsable era Paul Bowles, principal inoculador global del virus de Tánger.
El centenario del nacimiento del escritor estadounidense (Nueva York, 1910-Tánger, 1999) devolvió a la ciudad marroquí ese espíritu cosmopolita que tanto disfrutaron los Bowles (Paul y Jane), sí, pero también William S. Burroughs, Jimi Hendrix, Matisse o Fortuny. Algunos de sus viejos conocidos, como Pepe Carleton, Rachel Muyal o Tessa Codrington, asistieron el jueves a la inauguración de la exposición Los años dorados: Paul y Jane Bowles en Tánger en el Instituto Cervantes de esta ciudad.

"La pareja me abrió un mundo nuevo", recuerda su amigo

Pepe Carleton Miquel Barceló ha realizado un retrato de la escritora Jane Bowles
La muestra se suma al recuerdo de la obra y la vida del autor de El cielo protector, que se instaló en la ciudad en 1947 y aquí vivió hasta su muerte. Fotografías inéditas tomadas por sus amigos se mezclan con las imágenes más conocidas de la pareja de escritores en las que aparecen junto a Truman Capote, Burroughs o Cecil Beaton. "Paul y Jane me abrieron un mundo nuevo. Ellos fueron para mí todo un descubrimiento y me uní a sus reuniones, que siempre eran nocturnas. Para Paul todo lo referido al Magreb era muy importante, descubrió esta región a finales de los años treinta", explica Pepe Carleton, de 85 años, el único español vivo del círculo tangerino de los Bowles. Era un adolescente cuando tuvo su epifanía de los Bowles, "nómadas de lujo", como los llama Alfredo Taján, escritor y director del Instituto Municipal del Libro de Málaga.
Carleton, enciclopedia viviente de ojos intensamente azules, es además uno de los protagonistas del documental Jane Bowles, último equipaje,del malagueño Jorge Agó, que se estrenó junto a un retrato que Miquel Barceló ha hecho de la escritora. "Es un documental, pero hay también una parte dramatizada en la que dos actores encarnan a la pareja. No existen, o no las conocemos, imágenes filmadas de ellos", explica el realizador.
Desde que Bernardo Bertolucci llevó al cine El cielo protector en 1989, la novela autobiográfica de Paul Bowles, el músico y escritor dejó de ser un existencialista exótico admirado por dos generaciones, la perdida y labeat, para convertirse en "una atracción turística", como él mismo reconoció en la revista malagueña Puerta Oscura en 1986. "Los americanos llegan a Tánger y, después de visitar el palacio del Sultán y las cuevas de Hércules, vienen a verme a mí. No son mala gente, personas educadas; están un rato aquí y se van. Nunca los vuelvo a ver".
"De cuantos homenajes se están celebrando este año, Málaga y Tánger son las ciudades que más se han ocupado del Bowles expandido, es decir de su lado académico y artístico; pero también del íntimo", asegura Taján. A Tánger, la ciudad donde durmió Hércules antes de encarar sus 12 trabajos, todos esos nómadas internacionales le imprimieron carácter. "Seguirá siendo siempre cosmopolita", dice convencida Rachel Muyal, ex directora de la librería tangerina Des Colonnes y una de las amigas del escritor. El mismo que dejó dicho: "Tánger es la ciudad de un sueño, nunca le diré adiós"


viernes, 29 de octubre de 2010

Javier Rodríguez Marcos / Los Bowles vuelven a Málaga



Jane y Paul Bowles, 1949

Los Bowles vuelven a Málaga

Un congreso y la edición de varios libros rinden tributo a la pareja de escritores


JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS Málaga 6 ABR 2010



"La diferencia entre un viajero y un turista es que el primero no compra billete de vuelta". Antes de vaciar, en 1947 y para casi siempre, sus maletas en un apartamento de Tánger en el que fue rodeándose de cajas de medicinas, ceniza de kif y cartas de correo aéreo, Paul Bowles siguió fielmente la frase que le atribuye la leyenda. A Marruecos llegó con su esposa Jane tras patear media Europa, toda América y una parte de Asia. Antes del viaje africano habían gastado unos meses en una pensión de Brooklyn Heights. Allí se los encontró Truman Capote, que recordaba que entre el resto de inquilinos estaban W. H. Auden, Benjamin Britten, Carson McCullers y "un domador de chimpancés".

Se conmemora el centenario del autor de 'Memorias de un nómada'
Cuando el matrimonio llegó a Tánger la escritora era ella, una mujer que se definía a sí misma como "judía, lesbiana y coja" y había publicado cuatro años antes su única novela, Dos damas muy serias, recién rescatada por Anagrama en un volumen que se completa con el libro de relatos Placeres sencillos. Él, además de nómada, era compositor. Hasta 1949 no publicaría El cielo protector, la novela autobiográfica cuya adaptación cinematográfica a cargo de Bernardo Bertolucci cuatro décadas más tarde convertiría el apartamento tangerino de Bowles en lugar de peregrinación, si es que alguna vez dejó de serlo desde que Tánger fuera puerto de tránsito para los miembros de dos generaciones de relumbrón: la perdida y la beat.
El propio Paul Bowles consignó en sus diarios cómo el mismo año en que el cineasta italiano le habló de su proyecto pasaron por allí Patricia Highsmith, Liz Taylor y Mick Jagger. Y cómo un editor francés le propone hacer un libro en colaboración con un pintor mallorquín llamado Miquel Barceló.
La película tiró del resto de su obra -Déjala que caiga, La casa de la araña, La tierra caliente...- y, de paso, de la de Jane. Pero aquella muchacha radicalmente independiente a la que su amigo Capote retrató con cabeza de gardenia, porte de golfillo y la leve cojera que le dejó la caída de un caballo no vivió para ver todo aquello. Nacida en 1917, murió en 1973 en Málaga. Aquí se celebra esta semana el congreso El mundo de los Bowles, que coincide con el centenario de Paul, nacido el 30 de diciembre de 1910 en Nueva York, ciudad a la que fueron llevadas sus cenizas tras fallecer en Tánger en 1999.
El congreso, que saca a los dos escritores del purgatorio en el que parecían instalados tras el subidón cinematográfico, arrancó ayer con una visita a la tumba de Jane y siguió con la presentación de cuatro libros que abren nuevos territorios a la zigzagueante geografía de una pareja símbolo de la independencia vital, la libertad sexual y la gran literatura.
Así, a la recopilación de Anagrama -el editor Jorge Herralde inició conDos damas muy serias su famosa colección amarilla hace 30 años-, se suman tres títulos. El Ayuntamiento de Málaga ha publicado dos joyas,Una pareja en discordia, reedición de una pieza para marionetas de la narradora, y Jane Bowles. Últimos años, monumental recorrido colectivo -de Rodrigo Rey Rosa a John Giorno- por los días malagueños de la escritora que, según el escritor Alfredo Taján, director del Instituto Municipal del Libro, incluye dos grandes novedades. Por un lado, documenta el lugar real de la muerte de Jane, una clínica de reposo dirigida por un neurólogo y no el hogar de acogida de unas monjas como sostiene la versión mítica. Por otro lado, demuestra que Paul no se desentendió nunca de ella. "Pagaba semanalmente la factura de la clínica y la visitaba con cierta frecuencia", cuenta Taján.
La gran novedad, no obstante, es la primera traducción al castellano deEn el cenador (Alfama), la obra de teatro estrenada por Jane Bowles en 1953. Para Miguel Martínez-Lage, uno de los traductores, "no extraña que Jane, que tenía un talento fuera de lo normal para los diálogos, terminara escribiendo teatro". Para el otro responsable de la versión, Carlos Pranger, la obra destila lo mejor de la narrativa de la escritora y demuestra que de los dos Bowles, "el genio era ella".




jueves, 28 de octubre de 2010

Nuria Barrios / Paul Bowles y los visitantes

Paul Bowles



Paul Bowles y los visitantes



La primera vez que vi a Paul Bowles, él vestía un pijama y estaba recostado en el inmenso lecho de un palacete madrileño reconvertido en hotel. Las sábanas eran de un blanco resplandeciente y las almohadas de plumas se curvaban suavemente tras su espalda. Pero Bowles no estaba cómodo.
La noche anterior, la sed lo había despertado. No recordaba dónde estaba el interruptor de la luz. Tanteando, encontró una caja de cerillas encima de la mesilla que tenía a su lado. Encendió un fósforo y empezó a desplazarse hacia la otra mesilla, donde debía de hallarse el vaso de agua. Apenas había llegado al centro de la cama cuando la llama se apagó. Repitió varias veces la operación. Aquel colchón era tan desmesurado que la luz se extinguía antes de que pudiera atravesarlo. Bowles no bebió aquella noche. Al contármelo se reía. Era 1993. Él tenía 82 años.

Los marroquíes creen que quedarse en la cama atrae la muerte. Quizá era eso lo que hacía Bowles: aguardar la muerte

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Volví a verle en el invierno de 1995. De nuevo en pijama, pero en otra ciudad, Tánger, y en otra cama, la suya, un catre esquinado cubierto por una manta oscura. Su salud había empeorado y apenas se levantaba. Pero cada día, reclinado sobre un tapiz ocre y deshilachado, asistía en su dormitorio a una extraña función. Periodistas, escritores, traductores, editores, fotógrafos y curiosos entraban y salían de la habitación como si se tratara de un escenario. "No hay tarde", aseguraba el anciano, "en la que no reciba la visita de alguien a quien no he visto nunca ni, probablemente, vuelva a ver".
Llegar hasta él no era, sin embargo, fácil. Para empezar, Bowles no tenía teléfono. Aunque residía en Tánger desde 1931, casi nadie en la ciudad parecía conocer su existencia. El propio inmueble donde residía era un acertijo. En aquel feo edificio de cemento no había portero ni buzones. El ascensor, decorado a punta de navaja, solía estar estropeado. Y, a menudo, tampoco funcionaba el timbre de su piso.
Cada visitante tenía una estrategia para encontrar el camino. Bowles recordaba con ironía a una joven alemana que inventó que era su hija para que la condujeran a su piso. Así lo contaba él:
"Dos marroquíes de aspecto poco tranquilizador llamaron a mi puerta a eso de las dos y media de la tarde. No parecían saber por dónde empezar. 'Su hija desea verle', dijo uno. Cuando respondí que no tenía ninguna hija, él se limitó a reír. El otro dijo: 'Sí que la tiene y está aquí. Se llama Catherine y viene de Alemania. No le ha visto nunca y quiere venir a conocerle'. 'Yo no quiero conocerla a ella', les dije. '¿Se la traemos a las cinco?' '¡No, no, no! Yo no tengo hijas. Muchas gracias, pero no deseo verla".
Unas horas después llamaban a su puerta: "Allí estaban otra vez y parecían sostener a una mujer entre los dos. 'Es su hija -me dijeron-. Ha venido de Essen'. La cosa era ya tan fantástica y ridícula que cedí a la tentación de dejarla entrar, pero obligué a los marroquíes a quedarse fuera. La muchacha divagaba y era difícil seguir la conversación. Empecé a preguntarme cómo librarme de ella. Durante su cháchara, declaró que deseaba morir. Esto hizo aumentar mi afán por hacer que se marchara. Le di una taza de té. Mientras se lo tomaba, me explicó que había querido morir en Merzouka, en lo alto de una gran duna, pero no había podido. Le dije que me parecía una lástima y estuvo de acuerdo".
Así era Bowles: capaz de decirle a alguien que era una pena que no estuviera muerto de tal manera que el otro, lejos de ofenderse, agradecía el gesto.
Atraídos por la leyenda del exiliado norteamericano más famoso del siglo, los visitantes entraban en el dormitorio del escritor, se sentaban a los pies de su cama y le contemplaban con devoción. Entre aquellas cuatro paredes siempre era de noche: una cortina negra, grande como un telón, cegaba el ventanal. Pero lo que allí sucedía no era una versión de Las mil y una noches, con Bowles rememorando su vida, aconsejando a escritores principiantes, hablando de Burroughs, de Dalí, de Sartre o de Capote... No. Nada más lejos de la realidad.
Lo habitual era que callara.
Murmuraba que no oía o que no entendía y permanecía con la mirada prendida en la nada. De vez en cuando, tamborileaba con los dedos, siguiendo un animado ritmo que sólo él oía. A la hora de merendar, merendaba, y cuando la fatiga le cerraba los ojos, dormía. No había nada hostil en su silencio y ese asombroso desapego se convertía en una hospitalidad extravagante y única. En el dormitorio, caliente y en penumbra como una madriguera, no se oían más ruidos que el silbido de una estufa de gas y el crepitar del fuego en la chimenea del salón contiguo.
En aquellas ocasiones, Bowles me recordaba a Singer, el protagonista de El corazón es un cazador solitario, la novela de Carson McCullers. Singer es un sordomudo cuya compañía anhelan una niña, un doctor negro, un comunista alcoholizado y el propietario de un restaurante. Todos son personas que sufren por su aislamiento y encuentran en él comprensión y consuelo. La puerta de Singer siempre está abierta. Una vez con él, cada uno le cuenta sus frustraciones, sus sueños, sus secretos...
El sordomudo nunca les contesta, pero los visitantes se van siempre con una extraña paz, convencidos de que sólo él les entiende. A Singer le atribuyen todas las cualidades que desean que tenga. La niña, que quiere ser compositora, está convencida de que Singer, aunque sordo, adora la música. Él es testigo paciente de quienes van a verle, pero su corazón está en otra parte, lejos de esa habitación y de esa gente.
El trance hipnótico de los visitantes de Bowles duraba hasta que llegaba Abdelhuahid, el tangerino que cuidó al escritor durante más de 20 años. Con dos palabras, aquel hombre alto y fuerte ponía a los extraños en la puerta. Sus recelos estaban justificados: a Bowles le habían robado, entre otras cosas, un libro de Joyce con la firma de ambos escritores. Su agente le llamó desde Holanda para decirle que lo habían vendido por una cifra altísima.
Él citaba irónico al compositor Virgil Thompson: "El problema de haberse convertido en un monumento público es que los perros suelen venir y mearse encima de ti". Y, a la tarde siguiente, recibía con paciencia a nuevos y desconocidos visitantes.
Los marroquíes creen que quedarse en la cama atrae la muerte. Como si la posición horizontal amansara el corazón hasta detenerlo, igual que cuando se tumba un péndulo. Quizá era eso lo que hacía Bowles: aguardar la muerte. Ya no escribía, porque decía que no le quedaban ideas. En la habitación donde antes trabajaba, estaba ahora la lavadora. La pérdida de visión le impedía leer. "Me estoy quedando ciego", comentaba. Y añadía: "Ya era hora, supongo". Pronunciaba un epigrama de Valéry: "Adiós -le dice el moribundo al espejo que sostienen delante de él-. No volveremos a vernos". Y, a continuación, declaraba que para que esa despedida fuese correcta, el moribundo tendría que añadir tres palabras: "¡A Dios gracias!".
En El corazón es un cazador solitario, el sordomundo Singer se suicida un día. Los cuatro personajes que acudían a visitarle se dan cuenta entonces de que no saben nada de él. Bowles falleció en 1999. Le gustaba fumar kif, el cementerio de perros y gatos de Tánger, Camarón, ver las noticias de ciclones y anticiclones en el telediario español, el chocolate... Juan Cruz, que fue su editor, intentó averiguar cuáles habían sido sus últimas palabras. "Al vernos entrar en la habitación del hospital a la cocinera y a mí", le contó Abdelhuahid, "Paul dijo: 'Mi verdadera familia". "¿Fueron ésas sus últimas palabras?", insistió Cruz. Abdelhuahid alzó los hombros.
A Bowles le hubiera gustado aquella escena.
Regresé a Tánger un año después de que hubiera muerto. Sobre la puerta de su piso todavía estaba la minúscula y sucia placa de cobre con su apellido. Todas las cortinas de la casa estaban descorridas. Varios hombres trasladaban el contenido de las estanterías a cajas de cartón, otros hablaban por móviles. El dormitorio de Bowles estaba vacío.
Sus objetos se vendieron. Alguien alquiló el piso.
El camino que llevaba hasta él ha desaparecido.



miércoles, 27 de octubre de 2010

Juan Cruz / El último adiós a Paul Bowles


Juan Cruz

El último adiós a Paul Bowles


Los restos del novelista serán trasladados a Nueva York, donde reposaran junto a sus padres
El País / 24 NOV 1999


Paul Bowles, que murió el pasado jueves, un mes antes de cumplir los 89 años, en Tánger, será incinerado en Nueva York, junto a sus padres; su cuerpo, que ahora reposa en el tanatorio del Hospital Duque de Tovar de la ciudad marroquí, será trasladado allí en los próximos días.Paul Bowles le dijo un día, hace meses, a su gran amigo Abdelouahid Boulaich, que trabajó con él durante treinta años: "Si me muero, que me entierren en el cementerio de los animales". El cementerio de los animales está, en Tánger, cerca del cementerio español; era un lugar al que iba casi cada tarde, paseando, el viejo Bowles. Hace años explicó en Madrid: "Quiero que me quemen; quedarse en la tierra desata una estupidez sentimentaloide. Cuando uno no está, desaparece, y las cenizas son mejor que el cuerpo".
Hace mes y medio, Bowles le dijo a Abdelouahid que no había cambiado de opinión con respecto al destino de su cuerpo, pero quería hacer una precisión para el futuro: cuando muriera, sus cenizas deberían reposar junto a sus padres, cerca de Nueva York. Mientras tanto, la casa en la que vivía en penumbra está precintada.
Cada amigo tenía su sitio en la vida de Bowles; al final de su vida estuvo con él Rodrigo Rey Rosa, escritor guatemalteco y uno de los grandes divulgadores de la obra de Bowles. El lunes decía Rey Rosa: "Se me ha muerto un amigo irreemplazable". Estaba también Claude Thomas, su traductora al francés, y estaba por llegar estos días una gran amiga austriaca, que era la que proveía a Paul de las chucherías que siempre tenía a mano: unas chocolatinas rellenas de licor de las que ahora hay inutilizadas muchísimas en la nevera.
Y quienes estaban al borde de su cama, cuando estaba a punto de expirar en Tánger, fueron dos asistentes suyos, Suhad, que cuidaba de la casa, y el citado Abdelouahid, que desde hace 30 años cuidaba de él. Como nos contó Rey Rosa, Bowles tuvo momentos de lucidez alternados con largos instantes de sueño, y en uno de sus momentos de brillantez mental y emocional agarró con sus manos a cada uno de sus asistentes, a los que dijo sonriendo: "Ustedes son los verdaderos amigos de la familia".
A Abdelouahid le gustaba recordar a Bowles así, sonriendo y diciendo breves cosas amables; en realidad, así era este escéptico que vivió en el Tánger de la luz y luego en el Tánger de las sombras. En los últimos años a Bowles le había vuelto la pasión por la música, y su asistente, que fue también su gran amigo, lo recuerda en todo momento tarareando y acompañándose con los dedos, que hacía sonar como en sueños, y en esos instantes, entre la lucidez y la duermevela, también daba la impresión de hacer sonar con los dedos alguna melodía melancólica.
Era un hombre elegante; y esa necesidad de la pulcritud que exhibía la llevó hasta el hospital; en realidad, como recuerda Rey Rosa, no tuvo al final de su vida demasiados problemas graves de salud, así que su ingreso en el hospital, por una afección de orina, parecía tener el carácter de una rutina que luego se fue complicando. Dispuesto al regreso, quiso que el hijo de Abdelouahid, que es barbero, acudiera a afeitarle todos los días; y así, afeitado y brillante, falleció el jueves último.
Es el último de Tánger. La mitología de la ciudad acaba con la muerte de Bowles, y si uno percibe el ambiente es claro que este personaje cierra una etapa de la ciudad africana más literaria. Pero cuando uno oye hablar a Boulaich siente que esa pérdida tiene contornos humanos más perdurables aún que la mitología literaria. "Cuando cerraron la casa y me fui sentí en mi alma que no podía reprimir el llanto". ¿Qué aprendió de Bowles? Boulaich hace un recuento: "Me enseñó a perdonar, a pensar que nadie es mejor que otro, a que no puedes mentir: hay que decir sólo lo que has visto, no puedes decir nada que tú mismo no hayas comprobado, sobre todo si hablas de otras personas. Era un hombre que jamás ordenaba nada: te decía, quizá podríamos hacer esto..., y te dejaba a ti tomar la decisión".
Un día fue a verle una joven, que le besó en las mejillas, y él le devolvió el beso. Ella dijo: "Los mejores besos los da Paul". Y Bowles, tímido siempre, lejano y silencioso, se puso rojo como un adolescente. En esta ciudad literaria, todo parece estar tan en silencio como Bowles cuando oscurecía.