Isaac Bashevis Singer |
Cien años sin la verdad
Marcelo Birmajer
17 de julio de 2004
Tuvo Singer tal deseo por conocer la verdad que llegó a desear la muerte en caso de no conseguir su propósito.
Desde octubre de 2002 y hasta mayo de 2003 no hice otra cosa más que traducir del inglés al castellano el libro de cuentos La muerte de Matusalén, de Isaac Bashevis Singer -quien siendo el más grande de mis maestros, tiene la suerte de no saber que soy su alumno-, publicado en estos días por la editorial Norma. Luego de estos siete meses de espiritismo mudo y obsesión sorda, me sobrevino una de las mayores depresiones de mi vida adulta. En su autobiografía, Amor y exilio, Singer le pide a la Providencia que, o bien le revele la verdad, o bien lo deje perecer. Tal parece que la verdad nunca nos será revelada, pero a todos nos es permitido morir. Y por eso hoy celebramos los cien años de un hombre que existe sin estar vivo. Pero nada había dicho Singer acerca de que encontrar la verdad en sus escritos podía llevarnos al vacío.
Sean los judíos de izquierda y el estalinismo o el amor después de la Shoa, cualquier tema vale en sus manos
El libro que traduje comienza con una nota de autor que podría ser un libro en sí misma, por su inusual parcela de esperanza y consistente sabiduría; un párrafo reza: "El arte no debe ser sólo rebelión y resentimiento; puede incluir, también, el potencial de la construcción y la corrección. El arte puede, en su discreto modo, intentar enmendar los errores del Eterno Constructor a cuya imagen el hombre fue creado".
Pero este mismo libro, que me robó el corazón y el alma y me los reintegró sólo después de otros siete meses, se cierra con una verdad demoledora. Se refiere al título del libro, la muerte de Matusalén, situada por Singer en las vísperas del Diluvio, y dictamina: "...finalmente Él prometería por medio del Arco Iris entre las nubes nunca más lanzar un Diluvio para destruir toda carne. Resultó claro para el Todopoderoso que cualquier castigo era vano, pues carne y corrupción eran lo mismo desde el origen y continuarían siendo siempre la escoria de la Creación, el exacto opuesto de la sabiduría divina, de su misericordia y esplendor. Dios había dotado a los hijos de Adán con un exceso de amor propio, el precario don de la razón, como así también con la ilusión del tiempo y del espacio; pero sin ningún sentido de propósito o justicia. El hombre podía arrastrarse de un modo u otro, por la superficie de la Tierra, avanzando y retrocediendo, hasta que el Pacto establecido entre Dios y él finalizara, y su nombre fuera borrado para siempre del libro de la vida".
De entre las mujeres que conozco, la que más sabe de literatura vive en Barcelona, y como soy un caballero no pienso revelar su nombre, pero sí una verdad que una vez me dijo y yo no olvidé: "La literatura consiste en el punto de vista del autor". El propio Singer podría refrendar sus palabras con su trilogía de mandamientos sobre lo que un autor debe poseer para serlo: a) El autor debe poseer una historia que valga la pena contar. b) El autor debe sentir un deseo apasionado de escribirla. c) Ha de tener la convicción, o al menos la ilusión, de que es el único capacitado para abordar este tema concreto.
Lo cierto es que con Singer ocurre, en el lector, una sensación inversa: cualquier tema que aborde, pareciera que él es el más capacitado para abordarlo: ya sea la relación entre los judíos de izquierda y el estalinismo, la salida de los judíos religiosos al siglo XX laico o el amor después de la Shoa. En mi siempre falible opinión, Singer es el más grande de los escritores judíos de los siglos XIX, XX y XXI, aunque sólo haya vivido en uno de ellos. El modo en que lidia con el amor, el suspenso que logra imprimirle a los más imperceptibles sucesos y su ritmo inimitable lo vuelven el narrador que, junto al fuego, convierte a los humanos en una tribu hambrienta de historias que no se sabe si son inventadas o reales.
Maestro, en su primer centenario, le escribo desde este siglo en desconcierto, para decirle que yo tengo para usted un reclamo menos exigente que el que usted elevó a la Providencia: si no puedo encontrar la verdad, al menos déjeme vivir.
Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966) es autor de Tres mosqueteros (Debate) y Últimas historias de hombres casados (Alfaguara); y coautor del guión de la película El abrazo partido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de julio de 2004