viernes, 30 de noviembre de 2007

García Márquez entrega el Premio Juan Rulfo a Rubem Fonseca

Rubem Fonseca y Gabriel García Márquez
Guadalajara, 2003

García Márquez entrega el Premio Juan Rulfo 

a Rubem Fonseca

La Feria del Libro de Guadalajara celebra la brillante obra del escritor brasileño

JOSÉ ANDRÉS ROJO Guadalajara 30 NOV 2003

"Juan Rulfo sigue teniendo algo que decir a sus lectores y sigue teniendo algo que enseñar a sus colegas de oficio". Con esas palabras terminó Rubem Fonseca (Minas Gerais, 1925) su breve intervención para agradecer el premio que Gabriel García Márquez le entregó ayer en la ceremonia de inauguración de la XVII edición de la Feria del Libro de Guadalajara, en México. Fue un acto cargado de emoción, en el que los dos grandes colosos de la literatura latinoamericana fueron ovacionados por un público entregado.
A lo largo de los pasillos de la Feria del Libro (FIL) cuelgan las imágenes de los diferentes escritores que han ganado el prestigioso Premio Juan Rulfo, y junto a ellas hay una frase que define el talante de cada uno de ellos. "Soy un hombre consumido por el presente", se lee en la que figura al lado del rostro de Rubem Fonseca. Y es verdad que es el presente de Brasil, el mundo cotidiano de sus hombres y mujeres, el que ha alimentado su literatura entera, cargada de latigazos fulminantes y que revela con una prosa descarnada y llena de sentido del humor el frágil esqueleto de unas gentes que habitan una realidad cargada de violencia y a las que el autor se acerca con una inmensa ternura.
Rubem Fonseca no concede entrevistas. Considera que cuanto tiene que decir está en sus obras. No es amigo de campañas de promoción y si firma, que los firma, manifiestos de apoyo a distintas causas lo hace sólo si su nombre no aparece en primer lugar. El fallo del jurado del Premio Juan Rulfo (dotado con 100.000 dólares), concedido por unanimidad, destaca de Fonseca el haber renovado la prosa narrativa en lengua portuguesa, aprovechando y reelaborando las formas de la literatura popular (la novela negra, la política, la social, la erótica). Resalta también su estilo directo, su poética tremendamente personal y su capacidad para reflejar la condición del mundo contemporáneo.
Las pocas palabras que dijo Rubem Fonseca las dijo en portugués y habló despacio. Recordó la vieja anécdota que cuenta García Márquez: hace mucho, un día llegó Álvaro Mutis y le entregó el Pedro Páramo, de Juan Rulfo, "para que aprenda". Su lectura fue una conmoción para el escritor colombiano y lo fue también, contó Fonseca, para él mismo cuando lo leyó por primera vez.
La presencia de Rulfo, pues, llenó los primeros pasos de esta FIL, que tiene a Fonseca como uno de sus grandes protagonistas y a Quebec como invitado de honor. Como todos los años, hubo discursos de distintas personalidades políticas y académicas. La semblanza de Fonseca la hizo Jorge Sánchez, cónsul mexicano en Río de Janeiro, la ciudad donde vive el escritor brasileño desde los ocho años. García Márquez prefirió no hablar ("yo le entrego el premio al flaco Fonseca pero no me pongas ante el terror de tener que escribir algo para una fecha concreta", cuenta que le dijo). Sánchez habló de las dificultades de dar cuenta de un personaje tan esquivo, trazó sus grandes coordenadas biográficas, se detuvo en los problemas que tuvo con la censura de su país (tacharon uno de sus libros de atentado a la moral y a las buenas costumbres y también lo acusaron de incitar a la violencia y de hacer apología del crimen) y analizó los distintos niveles de su escritura, además de llenar su intervención con divertidas anécdotas y brillantes citas de los libros de Rubem Fonseca.
En cuanto a Quebec, fue la ministra de Cultura de la región canadiense, Line Beauchamp, la que se encargó de hacer la presentación oficial. Dijo que una cita de estas características es decisiva para potenciar, reforzar y reafirmar la diversidad cultural, y se refirió a algunas de las semejanzas que comparten México y Quebec: proceden de antiguas colonias europeas, su población es mayoritariamente católica, hablan lenguas surgidas del latín, tienen un vecino poderoso (EE UU) y, sobre todo, insistió, comparten el "sentido de fiesta". Ésa fue la clave, y la invitación para estos días: pasarlo bien.


Elmer Mendoza / El narrador de la frontera



ELMER MENDOZA
Foto de Daniel Mordzinski

Elmer Mendoza

El narrador de la frontera

Elmer Mendoza, ganador del Premio Tusquets de Novela, descubre los secretos del narcotráfico en México


JOSÉ ANDRÉS ROJO
Guadalajara 29 NOV 2007

"Hay un lenguaje especial y una forma especial de vivir, aquí en el Norte, en la frontera. Somos los ricos y el resto del país es pobre, hemos transformado el desierto y los demás no han sabido hacerlo, tenemos iniciativas, somos trabajadores y parlanchines". Habla Elmer Mendoza, nacido en Culiacán (Sinaloa) en 1949. Arturo Pérez-Reverte ha dicho de él que es su amigo y su maestro, la crítica lo tiene como el narrador que mejor ha sabido recoger el efecto de la cultura del narcotráfico en México. Ganó el martes el III Premio Tusquets Editores de Novela (20.000 euros y una estatuilla diseñada por Joaquín Camps).
El jurado ha sido de excepción, y ya se sabe que este premio nació con voluntad de calidad y se declaró desierto en su primera edición. Juan Marsé, Almudena Grandes, Jorge Edwards, Evelio Rosero (el ganador del año pasado) y Beatriz de Moura (en representación de la editorial) han sido quienes decidieron por unanimidad conceder el galardón a Las balas de plata, de Tomás López (seudónimo). Cuando se abrió la plica, el autor resultó ser Mendoza (que publicó anteriormente en esta editorial El amante de Janis Joplin) y el título Quién quiere vivir para siempre.


"No quiero tener miedo allí donde vivo, así que sólo cuento e imagino"

El protagonista es Edgar El Zurdo Mendieta, un agente de la policía ministerial que se ve embarcado en un caso en el que se suceden los cadáveres. ¿Es cosa de los narcos, de los políticos, de los miembros de una curiosa secta? Hay mucho dinero, luchas por el poder, a nadie le interesa investigar. Salvo al Zurdo, que nada tiene que perder. "Es un tipo que sufrió mucho de niño, inadaptado profesionalmente, con mal de amores, un atormentado de los que piensan todo el rato '¿qué hago yo aquí?', si merece la pena to be or not to be", explica Mendoza gesticulando y con una sonrisa.
"Sólo he querido narrar una historia, ni hacer juicios ni dar enseñanzas morales, no quiero tener miedo allí donde vivo, así que sólo cuento, imagino y supongo", dice Elmer Mendoza, que reconoce como sus dos maestros indiscutibles a Juan Rulfo y a Fernando del Paso, y en tercer lugar a un poeta, Octavio Paz. "Los narcos han desarrollado una cultura con características propias. La música, la forma de vestir, las casas donde habitan son inconfundibles. Influyen en todo. En el mismo lenguaje. Si dicen 'voy a hacer un jale' para referirse a un negocio, una temporada después todos en el Norte hablan de salir a hacer jales". ¿No hay mucha corrupción cuando el dinero entra con tanta facilidad? "¿Quién dijo que llegaba fácil? Para nada. Sólo se ha aprovechado una oportunidad como hace toda la gente emprendedora. Estamos en la frontera del país que consume más drogas del mundo. Pero, fíjese, el 90% de los beneficios se quedan en Estados Unidos".
¿Y cómo obtiene la información con la que hace sus libros, dónde se mueve, cómo atrapa esa manera tan especial de hablar? "¡Épale!", reacciona Mendoza, "ésas son cosas que no se dicen". ¿Y las cosas que cuenta, no pueden provocar desconfianza en los narcos? "Me siento bien plantado. Las revelaciones que puede contener mi novela fueron operativas hace ya años. Ahora ya todos saben que los narcos ponen la plata que haga falta para que en las elecciones ganen los políticos que ellos prefieren y saben también que no les hace falta colocar su dinero en paraísos fiscales porque colocándolo aquí obtienen las mismas ventajas. Y costumbres como la que tienen de envolver en mantas a los que liquidan, eso ya ha llegado incluso a las paredes de una galería de arte. Ahora las cosas habrán cambiado del todo. Estos narcos son mesiánicos. Se preocupan de su gente, la cuidan".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de noviembre de 2007


jueves, 29 de noviembre de 2007

Rubem Fonseca / Rulfo siempre tendrá qué decir y qué enseñar

Rubem Fonseca
Rubem Fonseca
"Rulfo siempre tendrá qué decir 
y qué enseñar"
BIOGRAFÍA DE JUAN RULFO

 El escritor brasileño recibe en la FIL el galardón que lleva el nombre del jalisciense

 Acude García Márquez al encuentro libresco para acompañar en la premiación a su amigo El Flaco 

 El agasajado se abstiene de sus recurrentes efugios y recorre los tendidos de la feria

MONICA MATEOS-VEGA Y JOSE DIAZ ENVIADA Y CORRESPONSAL

Guadalajara, Jal., 29 de noviembre de 2003. La presencia de Gabriel García Márquez a la inauguración de la 27 Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) provocó que el auditorio donde se celebró el acto se abarrotara. El Nobel colombiano explicó que su asistencia se debía a que deseaba entregar personalmente el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo a su amigo El Flaco: el brasileño Rubem Fonseca.
Ambos escritores fueron recibidos de pie, con una larga ovación que confirmó la presencia de fieles apasionados a la literatura. Fonseca, poco afecto a la vida pública y a la prensa, simplemente se dejó querer, y en su breve discurso de aceptación del galardón manifestó su admiración por Juan Rulfo.
El narrador relató la tarde en que García Márquez dio un libro al escritor Alvaro Mutis con la recomendación: "lea para que aprenda". Se trataba de Pedro Páramo, novela con la que, "cuenta Gabo, se pasó toda una noche leyendo y nunca sintió una conmoción tan grande, a excepción de cuando leyó La metamorfosis, de Kafka, en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá".
''Era un secreto'', interrumpe García Márquez, bromeando.
Fonseca continúa: "en Gabo ese asombro permaneció intacto. Leí Pedro Páramo y El llano en llamas en una traducción portuguesa, y sentí el mismo impacto. Quedé impresionado con la riqueza de los personajes de Rulfo, que hacen que el lector participe creativamente, mezclando aquello que ha vivido con aquello que ha imaginado, que ha soñado o que es real.
''Carlos Fuentes dice que con Pedro Páramo Juan Rulfo percibió que toda gran visión de la realidad es un producto de la imaginación. Quizá es cierto, y como dice un filósofo, una realidad es una realidad de la imaginación.
''En mayo de 1993 estuve aquí, en México, participando en un homenaje a Juan Rulfo. En aquella ocasión recibí de regalo una foto de él, grabada en metal, la cual tengo en mi librero y la veo constantemente. Pero Rulfo no está reposando, callado en nuestros estantes de libros. Rulfo está entre nosotros, continuamos oyendo lo que él quiere decir. Porque Rulfo tendrá siempre qué decir a sus lectores y qué enseñarnos a sus colegas de oficio."
Jorge Sánchez ofreció una semblanza de Fonseca y reveló por qué el escritor brasileño prefiere permanecer en el anonimato: "él dice que si nadie sabe quién es puede espiar ferozmente a su alrededor''.
Agregó que a 40 años de la aparición de su primer título, Los prisioneros, Fonseca asegura que todo lo que tiene que decir está en sus libros, ''y ha conseguido mantener, ante el asedio de conocidos y desconocidos, un personaje que a veces se confunde con ese yo, primera persona de sus novelas.''
Lo calificó de "espléndido escritor, con una prosa impresionantemente ágil, económica y fulminante, de frases certeras, llenas de humor, a veces negro, no pocas veces pegajoso y acre."
También recordó cuando en 1976 Fonseca fue perseguido por la justicia brasileña, por "atentar contra la moral y las buenas costumbres" con su libro Feliz Año Nuevo. La novela se convirtió en "símbolo y ejemplo de la intolerancia. El escritor emprendió una acción legal contra la unión, lo que significaba demandar a las cámaras legislativas y señalar que el Estado no puede tener el arbitrario poder de prohibir un libro''.
Fonseca ganó la batalla, y a partir de entonces se convirtió en un relator de las injusticias y perversiones de la sociedad que le tocó vivir, en un "inventor de las palabras''.
''Que nadie se engañe: el lenguaje de Rubem Fonseca es altamente sofisticado; el habla de los marginales, por ejemplo, es siempre recreada, lo que le da la autonomía y la resistencia que no se encuentran en las prosas naturalistas condenadas a envejecer, como envejece la jerga callejera", citó Sánchez a un crítico brasileño, al abundar sobre la pasión por el cine de Fonseca, el tenor camaleónico de su personalidad y su fobia a los actos públicos: "él ha dicho: preferiría morir que presentarme a firmar libros".
No obstante, al término de la premiación, Fonseca recorrió las instalaciones de la FIL (que este año espera recibir 400 mil visitantes), en medio de tumultos y apretujones, siempre con una gran sonrisa y saludos. Su amigo Gabriel García Márquez fue quien protagonizó, como siempre, la graciosa huida ante el acoso de la prensa. Pero Fonseca, inclusive, acudió al brindis de honor por la apertura del pabellón dedicado a Quebec, provincia canadiense invitada de honor de este encuentro, y espera gustoso el encuentro Mil jóvenes con Rubem Fonseca, que se realizará el próximo lunes. 

LA JORNADA




martes, 27 de noviembre de 2007

Kazuo Ishiguro recibe el premio de novela del Casino de Santiago


Nunca me abandones
Kazuo Ishiguro

Ishiguro recibe el premio de novela del Casino de Santiago


Oscar Iglesias
Santiago, 27 de noviembre de 2007
"Hay más argumento en los escritores anglosajones, son más anticuados. Los autores europeos, sí hablamos de Francia o Alemania, no parecen contar historias. Por influencia de la II Guerra Mundial, su energía se dirige hacia adentro". Para el autor británico Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954), que ayer recibió en el Casino de Santiago el Premio Novela Europea 2006 por Never let me go (Non me deixes nunca, en la versión de Eva Almazán que publica Galaxia), los europeos no se identifican con el relato clásico. "Todavía hay muchas cosas que no se quieren examinar", señaló a este periódico entre despacho y despacho de periodistas.
Pese a que el "cautiverio de la razón" -en expresión de Ishiguro- que precedió al conflicto ancla algunas de sus novelas anteriores, tanto las primeras, ambientadas en Japón, como The remains of the day (1989), que luego serviría de guión a James Ivory, Non me deixes nunca fija el relato en un colegio inglés de finales del siglo XX. Los alumnos, educados como élite, son huérfanos estériles. La crítica ha elogiado la delicadeza con la que Ishiguro administra una verdad próxima a algunas antiutopías de la ficción científica.
Ishiguro, encajonado generacionalmente por la revista Granta a comienzos de los ochenta -con Barnes, Amis y McEwan-, encuentra similitudes con su obra anterior. "Utilizo la memoria del narrador", dice. Además, "ningún tema es cuestionable por separado". Si bien la crítica de divulgación ha apuntado el supuesto "clasicismo narrativo" de Ishiguro, también en comparación con sus compañeros de promoción, el autor de A pale view of hills (1982) huelga dignificarse más allá de lo escrito. "Me gustan tanto los rusos como los ingleses del XIX con los que me crié", resume, " y Beckett y Kafka".

Japón y el multiculturalismo

Si hubiera que promover fracturas, antes que el género en sí propone una tradición narrativa contemporánea vinculada al experimentalismo. "No me siento parte de ninguna tradición posmoderna", insiste. Y -con cierta ironía- se asume como un autor "de los que todavía narran".
"Otros escritores pertenecían a un país del imperio europeo y después dejaron de hacerlo; yo no me siento parte de eso. Mis libros no abordan el hecho de pertenecer a un pequeño grupo étnico, como Amy Tan", relata Ishiguro, residente en Londres desde los seis años. "Sí me siento influenciado por la cultura japonesa... Pero Kawabata o Mishima me resultan ajenos. No entiendo ni sus emociones ni sus ideas". Sus códigos sí encajan con la obra más contemporánea de Oé o Murakami.
Ishiguro considera el mercado español "muy abierto" en comparación con el inglés. "No es que no me gusten las traducciones, es que no llego a ellas", bromea. ¿Un autor peninsular actual? "Uno que hizo un bestseller... Carlos Ruiz Zafón".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 27 de septiembre de 2007



RETRATOS AJENOS

FICCIONES


sábado, 10 de noviembre de 2007

Sam Savage / Un roedor de palabras



Sam Savage

Un roedor de palabras


JAVIER APARICIO MAYDEU
10 NOV 2007
Sam Savage, un antiguo y valleinclanesco profesor de filosofía de Yale, pescador de cangrejos en South Carolina, mecánico de bicicletas y escritor frustrado, un alternativo con la cabeza muy bien amueblada, se autorretrata como un ratoncito de Boston que se alimenta de los libros que se apilan en el sótano de la librería de viejo Norman y que aspira a convertirse en un gran autor, todo un irónico y tierno homenaje a los lectores empedernidos de buena voluntad (que no a las ratas de biblioteca), y poderosa metáfora de las virtudes redentoras de la lectura. Firmin, librito delicioso donde los haya, también es un viaje iniciático por el mundo del libro y de la ficción de la mano de su insólito protagonista, y una máquina de guiños literarios sin duda estimulante, que se pone en funcionamiento en la primera página, cuando el ratoncito Firmin, cónsul de las letras bautizado no por azar como aquel Geoffrey Firmin de Bajo el volcán, de Lowry, se obsesiona con el comienzo de la crónica de su vida que está componiendo en su cabeza, reclama para sí el talento de tipos como Nabokov, capaces de abrir una novela con frases brillantes como "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas", saca del cajón el viejo tópico del escritor bloqueado y de los beginnings, y arranca su extenso monólogo interior desde las catacumbas de la soledad, la marginación -rata que veas leer, déjala correr, se dicen sus congéneres- y el lento aprendizaje de la decepción (uno de sus arranques favoritos es aquel impactante "ésta es la historia más triste que jamás he oído", de El buen soldado, de Madox Ford), un monólogo que Savage construye sobre el modelo del primer capítulo, 'La ratonera', de las Memorias del subsuelo (1864) de Dostoievski, la crónica personal que un proscrito le cuenta a un lector imaginario en un apóstrofe de doscientas páginas.





Firmin, aventuras de una alimaña urbana

Sam Savage
Traducción de Ramón Buenaventura
Seix Barral, Barcelona, 2007
222 páginas. 16,50 euros

Firmin vive literalmente de los libros, que digiere a la vez en su estómago y en su cerebro, convirtiéndose de forma paulatina en un humano encerrado en el cuerpo de una rata, que reescribe el Retrato del artista adolescente (en inglés leeríamos en realidad A portrait of the artist as a young rat), y que a fuerza de morder y deglutir páginas se vuelve un crítico literario de envidiable talento, capaz de atropar autores como Carson McCullers, el Joyce de Finnegans Wake, Tolstói, George Eliot, Proust o el Dickenks de Oliver Twist, con cuya legendaria desgracia siente empatía el bueno de Firmin, a la vez que suscribe con ironía la necesidad de un canon (repitiendo una y otra vez "éste es uno de los Grandes") y pasa revista con delicioso humor a los tópicos del mundillo literario, el bourbon hasta altas horas junto a una Underwood, autores firmando ejemplares, ediciones de bolsillo del Henry Miller más obsceno llegadas por contrabando desde París o editores rechazando magníficos originales de tres al cuarto. El monólogo de Firmin atraviesa párrafos de divertida dietética libresca -¿Scott Fitzgerald tal vez más agridulce que D. H. Lawrence?- y de una entrañable picaresca de la supervivencia que une a nuestro roedor de palabras con las tribulaciones de Lennie y de George, aquellos roedores de mendrugos de De ratones y hombres (1937), de Steinbeck. Firmin no soporta ni a Micky Mouse ni a Stuart Little (con Ratatouille, en cambio, harían sopa de letras), pero se tratan como hermanos con el infalible librero Norman ("nunca le ponía Peyton Place en las manos a alguien que habría sido mucho más con El Doctor Zhivago") y traba una amistad de cuento de hadas con el rechoncho Jerry Magoon, un escritorcillo de ciencia-ficción con el que escucha a Charlie Parker a todo trapo y ve películas en tecnicolor, y que recuerda sin esfuerzo a Kilgore Trout, aquel estrafalario escritor de serie B concebido por Kurt Vonnegut, cuya obra, con la farsa de la creación que tituló El desayuno de los campeones a la cabeza, estuvo muy presente en la memoria de Savage mientras redactaba Firmin. Nuestro letraherido ratoncito quisiera ser personaje de todas las novelas que le han encandilado y, como Alicia en el País de las Maravillas, ve en la ficción una válvula de escape de la rutina de la vida, nos contagia sin remedio esa visión y, siendo en ocasiones Anna Frank y a veces Fred Astaire, disfrazándose de Gatsby y de bostoniano de Henry James vuelto del revés, Mr. Firmin nos conmueve para siempre con sus lecciones de humanidad, sentido del humor y aguda sátira de nuestro loco mundo, nos empuja a leer aún más y nos impide volver a gritar ¡malditos roedores! 

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de noviembre de 2007

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Ali Smith / "La familia es un universo perfecto para un novelista"


Ali Smith, durante una reciente visita a Madrid.Ali Smith, durante una reciente visita a Madrid.ULY MARTÍN

Ali Smith

"La familia es un universo perfecto para un novelista"


José Andrés Rojo
7 de noviembre de 2007

No todas las situaciones se pueden contar de la misma manera, ni las emociones de los personajes, ni las vueltas de una historia. Lo sabe Ali Smith (Inverness, Escocia, 1962) y por eso en su última novela, Accidental (Alfaguara), se sirve de distintas estrategias para narrar los abruptos cambios que desencadena una misteriosa joven cuando se introduce en el interior de una familia de clase media que pasa sus vacaciones en Norfolk (Inglaterra). A ratos cuenta las cosas de manera lineal, otras veces se sirve de poemas, hay entrevistas, saltos temporales, su escritura puede servirse de metáforas o ser directa y sobria. "Cada libro pide su propia forma", explica Ali Smith. "Y el escritor tiene que estar atento para encontrarla, pues cada historia sólo puede adoptar la forma que está preparada para ella".

Son cuatro. El padre es profesor y un poco mujeriego. La madre tolera sus desmanes, es escritora e inventa las vidas que podrían haber vivido personas que murieron antes de la Segunda Guerra Mundial. El hijo mayor de 17 años, tímido y un tanto excéntrico, es un genio de las matemáticas. Y la niña, de 12, no deja de filmar cuanto ocurre a su alrededor. A esa familia llega Alhambra, se instala con ellos, les va transformando la rutina (la que siguen en sus vacaciones). "En una familia conviven personas muy diferentes y de distintas edades", cuenta Smith. "Están, además, mucho tiempo juntas y viven situaciones semejantes. Es un universo perfecto para un novelista. Puede contar lo que pasa desde múltiples perspectivas y atrapar así las variaciones de la vida".

Los menores de la novela, el adolescente y la chica que va a dejar pronto de ser niña, le sirven a la escritora escocesa en Accidental (candidata al Booker Prize y ganadora del prestigioso Whitbread) para dar una visión poco previsible del mundo que nos rodea. Ali Smith: "Me interesa la adolescencia. Es una época donde no hay gradación de grises, las cosas son buenas o malas. La niña, además, vive esa época tan fascinante en que lo que vaya a ocurrirle después puede ser distinto según salga de una u otra manera de la infancia. En la cultura actual, con todo ese consumismo, se les exige a los adultos que sean cada vez más jóvenes. Y por eso los niños tienen al final más sabiduría, porque los adultos están infantilizados".

Autora de dos libros de relatos y de otras dos novelas -la anterior, Hotel world (Alfaguara, 2004), fue también candidata al Booker-, Ali Smith encontró la madera para construir Accidental durante un sueño. "Me desperté en medio de la noche y escribí unas cuantas frases que me asaltaron mientras dormía. Al día siguiente volví a leerlas y vi que allí había un libro. Lo que viene después ya es cuestión de dedicar horas y horas". Y bromea: "Hay que tener cuidado con lo que ocurre durante nuestros sueños. Ahí empiezan nuestras responsabilidades, y los sueños pueden llegar a estropearnos la vida".

La obra de Ali Smith ha sido muy bien recibida por la crítica por la frescura de su mirada y la variedad de sus recursos narrativos, por su audacia imaginativa, por su perspicacia para contar lo más inmediato. Sólo escribe ficción y reconoce que sus libros no son fáciles de adaptar al cine. "La vida de un escritor es muy aburrida, sentarse en una silla y trabajar un montón de horas. Podría hacerse una antología de los excesos con que el cine ha contado este oficio, pero si uno se fija bien, al escritor no le sucede nada. Flannery O'Connor lo resumía muy bien. Decía que escribía porque lo hacía bien. A mí me ocurre lo mismo, es lo mejor que sé hacer".


lunes, 5 de noviembre de 2007

Raymond Carver / Carver en claroscuros



Carver en claroscuros

Las dos esposas del escritor, Maryann Burk (Así fueron las cosas) y Tess Gallagher (Carver y yo), evocan su convivencia con él


El autor de Catedral murió en el verano de 1988 de un cáncer de pulmón. Raymond Carver se encontraba en pleno apogeo creativo, se había convertido para entonces en un escritor célebre y respetado y sus obras eran traducidas a una veintena de idiomas. Pero sus 50 años de vida no fueron pacíficos. Durante los primeros 40 hubo algún descenso a los infiernos. Luego vinieron los años "de propina", en los que llegó a ser feliz.
En estas dos vidas tuvo dos mujeres que ahora coinciden en publicar sendos libros sobre su convivencia con él. Y como suele ocurrir a menudo, la historia es muy distinta según quien la cuente. En Así fueron las cosas (Circe), su primera mujer, Maryann Burk Carver, recorre dos décadas junto a un escritor "oculto", que vive al límite y a menudo sumido en el alcohol. La situación cambió radicalmente cuando conoció a la también escritora Tess Gallagher, que cuenta el renacimiento del autor en Carver y yo (Bartleby).
Maryann Burk era una quinceañera que trabajaba de camarera en el bar de los padres de Carver. El día en el que él entró por la puerta, ella lo tuvo claro: "Cuando me miró, pensé con serena y firme certeza: me casaré con ese chico". A partir de ahí vivieron un noviazgo más o menos convencional. Por entonces, Carver se entusiasmaba hablándole de Burroughs. Un día le confesó a su novia: "Voy a ser escritor. Un escritor como Ernest Hemingway. En realidad, voy a ser un escritor tan grande que enloqueceré al mundo". Según Maryann, su infancia de niño gordo había influido en su personalidad y en sus valores. "Siempre simpatizaba con los desamparados y los afligidos. Sin embargo, consideraba importante que no le volvieran a llamar gordo".
Pasaron unos años de penuria económica, algunas alegrías e infidelidades. Sus vidas eran una road movie por un EE UU que vivía la vorágine del sueño americano. En 1976 publicó ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Para entonces, Carver había pasado por cuatro hospitalizaciones por alcoholismo.
El 2 de junio de 1977 deja de beber. Y empieza lo que él llamó su "segundo cumpleaños". Por esas mismas fechas conoce en una conferencia de escritores, en Dallas (Tejas), a la poeta Tess Gallagher, que ya nunca saldrá de su vida. Tendrían que pasar dos años para que Gallagher y él se fueran a vivir juntos.
El relato de Gallagher empieza con un viaje que ambos hicieron por Europa en abril de 1987 donde se encontraron con sus editores y amigos, como Richard Ford y Salman Rushdie. Pasan tardes sentados en la terraza de la Brasserie Lipp de París tomando un café y comiendo poco porque él no se encuentra bien. En septiembre de ese año le diagnostican un cáncer, que se complica. "Buscamos de forma instintiva a Chéjov para recuperar cierta estabilidad", cuenta ella. "Fue una época desconcertante, pero tomamos la decisión de no decirle a nadie que el cáncer se había reproducido para mantener la atención en lo que queríamos hacer". Entonces decidieron celebrar sus 11 años juntos casándose en Reno, Nevada. La boda fue lo que Ray llamó "un asunto francamente hortera". A los dos meses, el London Times tituló: "El Chéjov americano Raymond Carver muere a los 50 años".