Cristina Marcano
Los falsos rojos
Nicolás Maduro y su entorno han reaccionado con torpeza tras su exigua victoria en las elecciones de Venezuela. Han iniciado una caza de brujas para detectar a aquellos de los suyos que votaron a la oposición
22 ABR 2013 - 17:01 COT
Por pura
casualidad la tarde del lunes 15 de abril presencié en primera fila la escena
que dio inicio a las protestas de la oposición en demanda de la revisión de los
resultados de las elecciones presidenciales en Venezuela. El tránsito en
Caracas era milagrosamente fluido y el ambiente tranquilo pero demasiado
sombrío para el trópico. Poca gente y escasos coches en las calles como si el
domingo hubiera sido prorrogado.
De pronto, faltando apenas minutos
para la proclamación presidencial de Nicolás Maduro, estalló la acción. Unos 30
militares, felinamente agazapados tras unos arbustos, echaron a correr al
tiempo que decenas de jóvenes aparecían gritando consignas y agitando banderas
por la ancha avenida hacia la que se dirigía el taxi.
Nada extraordinario en la capital
venezolana, a no ser por un detalle que llamó mi atención y la del conductor.
Habiendo podido impedir que la multitud tomara la principal autopista de la
ciudad, con un par de bombas lacrimógenas como acostumbran, los soldados los
dejaron hacer y permanecieron alineados al borde, tan solo mirando.
Me pregunté si esperaban órdenes
de sus superiores para actuar o una reprimenda. ¿Habrían votado
disciplinadamente por Maduro o la mitad de ellos lo habría hecho por su rival,
Henrique Capriles? ¿Obedecía esa inusual permisividad a que eran traidores o
infiltrados, como cataloga el Gobierno a quienes comen de su mano y votan por
la oposición?
Esa misma interrogante, aplicada a
un universo de 19 millones de electores, mortifica desde entonces a un Gobierno
sorprendido por el aluvión de votos que recibió la oposición, a un presidente
inseguro y errático. Sorprendido por cifras difíciles de digerir y aturdido con
las cacerolas, que retumbaron hasta en las barriadas pobres. Ilegítimo para
millones y bajo sospecha internacional hasta que se demuestre lo contrario.
Lo que iba a ser una gran fiesta
para el candidato oficial, confiado en alzarse con un mínimo de ocho puntos de
ventaja, terminó siendo un baño de agua helada. Lo que se preveía como una luz
verde para la aplanadora chavista y la radicalización de su proyecto político
no ha sido más que una exigua victoria con sabor a descalabro.
El hechizo de Chávez no funciona
igual desde el más allá. Aunque se invoque su memoria, el carisma no es
hereditario. Incluso dando por buenas las cifras que las autoridades
electorales aceptaron revisar tras cuatro días de protestas, la realidad es que
el equilibrio de fuerzas ha cambiado y la hegemonía chavista en las votaciones
ya no es tal.
El hechizo de Hugo Chávez no funciona igual desde el más allá; el carisma no es hereditario
Con la
desaparición del caudillo se esfumaron miles de votos, disparando una tendencia
que se observa desde 2006, aunque no a semejante velocidad. Desde su reelección
en octubre pasado, sus discípulos dilapidaron más de 100.000 votos mensuales.
Políticamente, el país es una
naranja cortada a la mitad con precisión, aunque sin balance alguno. Maduro
lleva el revés tatuado en el ceño, pero actúa con la misma prepotencia de
antes, como si su piso político hubiera quedado intacto. El Gobierno sabe, amargamente,
que su ventaja se desplomó de 11 a menos de dos puntos en seis meses mientras
que la oposición creció cinco.
Pero antes que reflexionar a fondo
sobre las causas, hay quienes, atemorizados por la posibilidad real de perder
el poder, buscan conjurar los fantasmas con el simplismo de la depuración
ideológica.
Ante el campanazo de los
venezolanos, Maduro y compañía han reaccionado torpemente. De manera paranoica
y autoritaria. Y, desde hace una semana, propician una cacería de brujas en la
Administración pública para detectar a los “falsos rojos”, como algunos
denominan a quienes ejercen sus derechos constitucionales.
Ha habido reportes de revisión de
los teléfonos de agentes policiales y del cateo de escritorios en ministerios
en busca de algún rastro de libertad de pensamiento; de despidos y amenazas a
empleados públicos, de arresto a militares presuntamente cercanos a la
oposición, y surgió una cuenta en Twitter —@cerotraidores— con mensajes como el
siguiente: “Esta señorita de la foto trabaja en Petropiar Anzoátegui PDVSA y
apoya libremente a Capriles”.
Si ese es el camino escogido por
Maduro, su Gobierno tiene un arduo e inútil trabajo, que hará más ineficiente
una burocracia donde la fidelidad política está por encima del profesionalismo.
Salvo contadas excepciones de quienes se niegan a disfrazarse, no podrá
identificar a los casi 700.000 “falsos rojos” que le arruinaron la celebración.
Y si algún pajarito se lo pudiera decir, esos votos no volverán.
Formados en la escuela de
polarización de Chávez, sus pupilos no conciben otra manera de relacionarse con
la oposición, y sus líderes, que la amenaza y la satanización. Soplan otros
vientos, pero siguen anclados a esa dinámica. Y asoman el rostro de lo que va
siendo el chavismo sin Chávez: más de lo mismo, pero sin su liderazgo
carismático y su olfato político, con la tentación de compensar la debilidad
con el uso de la fuerza.
Henrique Capriles ha salido fortalecido como líder, ganándose el respeto de la masa opositora
Maduro
tuvo un agrio estreno. En lugar de exponer sus planes, repartió amenazas a
diestra y siniestra. Prohibió una manifestación, censuró a dos televisoras por
transmitir en vivo una rueda de prensa de Capriles —“defínanse con quién están,
¿con la patria o con el fascismo?”— y acusó a la oposición de desmanes que
nunca ocurrieron como el incendio de centros de salud, desmentido con pruebas
por la prensa y ONG. Innecesaria su advertencia de que gobernará con “mano
dura”.
En medio
del desconcierto y las críticas en sus filas, el sucesor ruge con mirada
asustadiza y apela al viejo guion de los planes diabólicos de la burguesía para
reanimar a sus seguidores sin mayor éxito. No ha sido una reacción aislada. Las
damas rojas que presiden la fiscalía, la Defensoría del Pueblo y el Tribunal
Supremo lo han respaldado, como cabía esperar, y adelantaron la posibilidad de
enjuiciar a Capriles y miembros de su comando por instigación a la violencia y
rebelión.
En esta
coreografía del poder destacó notablemente el exmilitar Diosdado Cabello, jefe
de la Asamblea Nacional, quien mostró su talante al negar la palabra a los
diputados opositores si no reconocían a Maduro como presidente. Toda una
declaración de intenciones. Pero ninguna amenaza puede ocultar su
estremecimiento.
Hace un
mes pensaban que Capriles se inmolaría y, en cambio, ha salido fortalecido como
líder, ganándose el respeto de la masa opositora y, algo clave, el de los
dirigentes de la coalición. Ganó esa batalla y otra, que el propio oficialismo
le sirvió en bandeja de plata. El rechazo inicial de los poderes a revisar los
votos le permitió mostrar músculo y lograr que su reclamo cobrara un tono épico
que no habría tenido si hubiera sido atendido de inmediato.
A la
oposición le tomó años admitir que el chavismo caló profundamente como
movimiento, algo que no puede perder de vista. La venda que debería caer ahora
es otra. Pero el Gobierno no luce dispuesto a quitársela, preso de su adicción
al poder y de sus prejuicios ideológicos.
Venezuela
tiene por delante un largo mes y un panorama difícil independientemente del
resultado de la auditoría. Si hubo fraude, Capriles habrá hecho historia, pero
gobernará en condiciones políticas y económicas muy adversas. Si no ¿podrá
mantener la moral de sus seguidores y conducirlos asertivamente hacia la
próxima gran batalla? En el horizonte brilla la posibilidad de ganar las
parlamentarias de 2015 y ejercer un verdadero contrapeso a la presidencia.
La
ratificación de Maduro le daría cierto aire. Puede seguir cazando fantasmas y
embestir a la oposición. Pero difícilmente su precaria ventaja le permitirá
radicalizarse e imponer un modelo hegemónico. ¿Podrá controlar ese misterio que
son las fuerzas armadas? ¿Confía en la lealtad de sus copartidarios? ¿Logrará derrotar
a su gran enemigo, al que ni siquiera pudo vencer Chávez? Ese monstruo de 1.000
cabezas en que se ha convertido el aparato estatal, corrupto e incompetente,
que no puede ni con la economía ni con el hampa, seguirá engendrando “falsos
rojos” día tras día.
Cristina Marcano es periodista y escritora. Ha publicado, junto a Alberto Barrera Tyszca,Hugo Chávez sin uniforme. Una historia personal (Debate), una biografía del expresidente de Venezuela.
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