sábado, 7 de mayo de 2016

Jaime Jaramillo Escobar / Perorata

Fotografía de Terry Richardson
Jaime Jaramillo Escobar
PERORATA

¡Señoras y señores, oh, señores!
Mirad esta caja roja. ¿La veis? En ella traigo mi poema, que se irá desenrollando ante vosotros, aquí frente a vuestras miradas, haciendo sonar sus crótalos de colores y estirando la cabeza para veros mejor y de vez en cuando lanzaros un picotazo.
Ya la voy a abrir, la estoy abriendo, ya se mueve, poned atención, el poema empezará a salir pronto de esta hermosa caja roja con música incorporada, esta caja de sorpresas tan liviana y tan bella.
Mientras muevo mi mano en su interior para amansar el poema, os voy diciendo, oh señores: no leáis poemas pesados, ni ásperos. El poema tiene que ser flexible, escurridizo, ondulante, con un cuerpo frío que os estremezca y en la cabeza una boca capaz de haceros cualquier cosa.
Atención, señores, ya empieza a salir el poema. Mientras sale, os voy diciendo, oh señores: no comáis poemas calientes; el buen poema se come frío.
Yo no os traigo la serpiente más larga, extensa, dilatada o interminable del Amazonas; ni he cazado la flor viva de la victoria regia; ni este animal tiene pico de tucán.
Señores, oh señores, en el aeropuerto de Medellín conversan dos señores: –Mi hijo mayor, ingeniero, se casó, tiene un niño; Inés Clara, su esposa, un encanto, de la mejor familia. Pero Luis Carlos, el menor, qué desgracia, su madre está desconsolada. Hemos hecho todo lo posible, no tiene remedio, ¡qué desgracia tan grande! Se dedica a la lectura de poemas, ¿comprende usted, querido amigo? ¡Y yo que lo creía tan inteligente!
¡Señores, oh señores! Esta caja ha viajado conmigo medio mundo. No siempre he puesto en ella ágiles y rebeldes poemas. A veces también mi muda de ropa. Pero es la caja del poema, de todos modos. Consideradla si queréis como una jaula. En ella he llevado el pájaro que no existe.
Los de más cerca, apártense un poco. Los de más allá, acérquense más. Hagan un círculo perfecto, tómense de las manos, aquí está saliendo esta cosa verde que es el poema. A ver, caballero, ¿cuánto cree usted que tiene en su bolsillo? Déme la mitad y verá el monstruo completo. No es para mí, es para comprarle la leche a él.
Señoras y señores, en cierta ocasión, andando por un lejano país, trabé amistad con un poeta local, uno de su provincia, que no conocía del mundo más que unas cuantas estrellas. Con una que hubiera conocido bastaba, porque todas son iguales, pero la cantidad era importante para él. El mundo es mundo por ser innumerable, me dijo. ¿Qué sería de nosotros si tuviéramos un solo dios?
Aquí donde me veis, he sido muy recorrido desde niño. Estuve en el Brasil, donde toda la tierra se llena de sapos después de los inmensos aguaceros. Del Brasil es esta mano roja con uñas de oro para la suerte, la suerte buena, porque la mala me la curaron en Bahía.
Sí señores, caballeros: no temáis. Este verso es un endecasílabo, bueno para el insomnio; y éstos son tercetos, contra las quemaduras. Y una décima para el dolor de cabeza. Dije una décima; no una pócima.
¡Señores, caballeros! He aquí los seres del bosque, pálidos y mojados entre la lluvia torrencial. En sus cuevas se esconden, en los troncos vacíos, debajo de las hojas grandes se esconden, pero el aguacero implacable crece. Fabricad una casa para el tapir, un palacio para el tigre. Los seres alados con sus alas se cubren, pero el Padre y el Hijo sólo tienen un delgado manto, todo ensopado.
Os voy a decir, señores, sí, os lo voy a decir, qué es lo que hace el poeta:
Poner una veleta en la ventana para desorientar a los pájaros.
Labrar peces de hielo para cambiárselos al Mar por peces verdaderos.
Guardar granizo en la bodega para comer en verano delante de los amigos.
Descubrirse ante el ventarrón y entregarle su paraguas al revés.
Borrar con la manga las manchas de sombra en los cristales.
Subirse en una silla de tijeras para pintarle bigotes a la luna.
Escudriñar el horizonte para ver si en el viento hay un señor con cabeza de pájaro.
Decirle a la Aurora dónde vive un malvado para que no pase por el patio de su casa.
Cuando el arco iris aparece, ir y amarrarlo de pies y manos para ver cómo brilla de noche.
Pescar antenas de televisión y rajarles el buche para sacarles todas las imágenes de mujeres que se han tragado.
Colocar faros de espejo en la alcoba para los grandes bacalaos de ojos de reina.
Ir a contemplar los negritos en la playa, que le arrancan mechones a una nube de verano para hacer ovejas con cara de cera negra. Para hacer palomas con pico negro. Para que sus mamás les regañen por haber dañado el cielo.
Si se encuentra un cocodrilo cantar himnos con él, y en general cantar con todos los seres, hasta con una máquina que es tan fiera, o con un ángel supersónico.
Hacer al jardín la visita de cortesía.
Manejar el agua con el dedo chiquito y decir todo lo que le dé la gana, que para eso es poeta.
No dejar nunca de pensar en lo que está oculto, a fin de descubrirlo. El poeta es el que saca un sombrero del buche de un conejo.
Y muchísimos otros trabajos que no revelo para que vosotros no aprendáis el oficio de poeta.
Os han dicho, sí, yo sé, os lo han dicho, lo que es la poesía. La poesía es todo eso que os han dicho, y también esta cajita roja vacía en la que, como podéis verlo, no hay nada, absolutamente nada, sino ella misma sola por dentro.
Adiós, señores, ya me voy. Viene la policía. Os dejo mi sombra.

Jaime Jaramillo Escobar
Sombrero de ahogado, 1984



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