Banda de secuestradores del violento barrio de Antimano, en Caracas, en uno de los pisos donde ocultan a sus víctimas. NATALIE KEYSSAR |
Fotos memorables
BANDA DE SECUESTRADORES
Fotografía de Natalie Keyssar
Texto de Cristina Marcano
Somos jugadores involuntarios de una tenebrosa lotería que cada media hora despacha a alguien. Cada día a 52. Cada mes a 1.565. Una colina de 4.696 en el primer trimestre de este año. Una montaña de 17.778 personas en 2015 (una tasa de 58,1 por cada 100.000 habitantes, según datos de la Fiscalía). O una cordillera de 27.875 venezolanos (90 por cada cien mil), según el OVV. Demasiados entierros y cremaciones, miles de huérfanos, viudos, padres desolados.
En Venezuela puedes encontrar a la gente más cálida y afectuosa. También, a los criminales más fríos y despiadados. Y a seres que van mutando en ese caldo de violencia e impunidad, tan inusual, tan nunca visto, en un Gobierno con una presencia militar tan fuerte y extendida. Seres como quienes suben a Twitter vídeos de ladrones en llamas, víctimas de las más macabras representaciones de Fuenteovejuna. En los primeros cuatro meses del año ha habido 74 linchamientos, en los que la mitad de los delincuentes murieron, según la Fiscalía. Un promedio de 18 mensuales. Hartos de demandar seguridad y justicia, sin obtener respuesta, entre el 60% y el 65% de la población aprueba la barbarie, de acuerdo con un estudio del Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV).
Sobrevivimos desde hace tanto con tanto miedo. En un estado de alerta permanente, con una mirada estroboscópica. Enclaustrados detrás muros y cercos infinitos. Agobiados por un enjambre de motociclistas anárquicos, sin poder distinguir cuáles están armados y dispuestos a volarte los sesos si no les das tu móvil, la cartera o el coche.
Los secuestros exprés van in crescendo y se han dolarizado con el hundimiento del bolívar. Los raptores pueden tratarte bien o golpearte. Conformarse con lo que llevas encima si te creen que tu familia está pelando, que apenas tiene para el día a día. O lanzarte en la autopista como un perro y darte un tiro en una nalga. Algunos tienen la cortesía de darte dinero para el taxi después de cobrar el rescate. Otros te matan.
¿Qué tipo de secuestradores son esos tres jóvenes enmascarados que posan altiva, y a la vez dócilmente, ante la cámara? Uno de ellos le confía a la fotógrafa que no vio otra opción para salir de la pobreza. Que, en realidad, no quieren hacerle daño a nadie. Pero le explica: “Si te secuestrara y me trataras con respeto, tomaríamos tu dinero y vivirías. Pero si no, tendría que matarte. No lo pensaría dos veces”.
Me pregunto si la pistola que empuña el del medio como una extensión de su mano habrá pertenecido a algún policía asesinado para robarle el arma. Como Osmary Tavare, de 27 años, muerta de un balazo en la cabeza mientras patrullaba en bicicleta por el este de Caracas una bonita mañana de abril.
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