CONTRA BENEDETTI
La muerte de
Mario Benedetti ha dejado una estela unánime de panegíricos y reverencias. Las
necrológicas, sin embargo, parecen escritas en serie. Es muy curioso que un
escritor extremadamente prolífico, conocido en el mundo entero, famoso como
ningún poeta hispanohablante vivo, un poeta cuyas obras –junto a las de Joaquín
Sabina– son un pilar financiero de la editorial de poesía más importante de
España, quede reducido, en la hora de su muerte, a dos poemas citados al tuntún
(uno de ellos, “Te quiero”, ha salido hasta en la sopa, siempre casi cantado,
como imitando a Sandra Mihanovich y Celeste Carballo) y al título de una novela
(La tregua).
Esa
frugalidad en el balance literario de Benedetti esconde cierta hipocresía de
los intelectuales. Hasta hace unos días, podía decirse que el autor uruguayo
estaba tachado del panorama poético latinoamericano. Se le consideraba, a lo
más, un letrista. Yo mismo, más de una vez, he usado su nombre como sinónimo de
mala poesía. Daba la sensación de que Benedetti encarnaba una injusticia, la de
alzarse por medios extraliterarios desde su medianía a los lugares más vistosos
de los escaparates. Al respecto, si de Uruguay se trata, resulta incomprensible
que Benedetti haya sido más conocido, divulgado y reconocido que la poeta
uruguaya Idea Vilariño, que a todo esto murió hace dos o tres de semanas. Ambos
no sólo eran coterráneos, sino que pretendían con igual entusiasmo la simpleza
de los temas y las palabras, pero un solo poema de Vilariño pesa muchos de
Benedetti, entre otras razones porque ella nunca cayó en las trampas de la
complacencia con el lector: más bien, allí donde Benedetti apuesta, por
ejemplo, por anular la soledad humana a punta de buenos deseos y mensajes
esperanzadores, Vilariño se remitió a ser sencilla para explicar los
enmarañamientos del yo en relación con los otros. Como narrador, en tanto, su
novela La tregua no le daba el ancho para aspirar a compararse con Onetti, por
nombrar otro compatriota coetáneo suyo. Como ensayista, aunque sus textos
críticos son, a mi juicio, lo más interesante y valioso que escribió, sería una
maldad ponerlo a lidiar con otro compañero de generación: Ángel Rama.
Pero
Benedetti era bueno. Era bueno de cara, de andar, de saludo, de ideas y de
todo. Hasta de bigotes era bueno. Su bondad traspasa las fotografías. Su voz es
acogedora, por decir lo menos. Su biografía es la de un hombre perseguido y
libre. Por eso es muy difícil hacer su balance literario póstumo, porque hay
que ponderarlo por sus medallas al mérito.
Yo tenía
diecinueve años cuando Benedetti vino a Santiago y leyó sus poemas en la
Estación Mapocho. Por supuesto, hice lo que pude para entreverarme y verlo de
cerca. Era el poeta de las cosas sencillas, pero también una especie de
fantasma político, una visita ilustre para el Chile postdictatorial. Como
resultado, la ovación fue total. Ni siquiera el Colo Colo del 91 se llevó
tantos minutos de aplausos. Es una pena que ahora no recuerde absolutamente
nada más: sólo aplausos. Tal vez ése era el destino de los poemas que leyó
Benedetti esa noche: ser aplausos y nada más.
Leonardo Sanhueza
Bueno hasta los bigotes,
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