domingo, 24 de agosto de 2014

Maribel Verdú / Anda, atrévete


Maribel Verdú

Maribel Verdú

Anda, atrévete



La actriz Maribel Verdú. / JORDI SOCÍAS
A las ocho de la mañana en las paradas de autobús había pasajeros silenciosos e incomunicados bajo la marquesina, cada uno con sus sueños y problemas a cuestas, que se disponían a acudir al trabajo. En uno de los paneles laterales de cada parada el cuerpo adolescente de Maribel Verdú exhibía una lencería sugerente, mínimas bragas caladas, un sostén rebosante y un mohín oferente entre ingenuo y malvado en los labios. Era entonces Maribel una modelo publicitaria explosiva de 13 años, un auténtico pastel de carne. A muchos hombres no les importaba en absoluto que el autobús se retrasara, puesto que eso significaba seguir dándose un banquete mirando de soslayo aquellas formas desnudas adorables. Cuando los pasajeros subían al vehículo Maribel Verdú les seguía con la mirada intensa, incluso a través de la ventanilla, hasta doblar la esquina. Cada pasajero creía que aquella mirada oscura era exclusiva para él y parecía algo más que una invitación a comprar esas prendas íntimas. Era una tentación a romper con la vida anodina y a huir con aquella chica de la valla lejos, muy lejos, a cualquier paraíso perdido.
Después de un día de trabajo con todas las frustraciones y miserias que se acumulan al final de la tarde, los pasajeros se apeaban en la parada y allí estaba Maribel Verdú, sonriente e intacta, esperando con otra oferta en la mirada. Se trataba ahora de navegar la noche con ella más allá de los sueños. “Mira cómo estoy, quédate conmigo hasta la madrugada. Anda, atrévete”, parecía decirles a los jóvenes oficinistas, a los empleados honrados, solteros o casados, gente común, generalmente derrotada. Mientras ellos volvían a casa ella se quedaba allí a esperar a que alguien se la llevara y algunos caballeros soñaban de noche con esa chica y al día siguiente ella les volvía a invitar a una excitante e imposible huida. Ese era el juego excitante de cada día, invierno o verano, que también se repetía en las estaciones de metro. Desde el convoy, los pasajeros veían el panel donde la chica mostraba sus curvas malvadas como una ráfaga sobre la multitud que llenaba los andenes. Era un tiempo en que el ciudadano comenzó a interiorizar el cuerpo de esta chica como una categoría a priori de todos los sueños imposibles de alcanzar, los cinco sentidos que convergían en una mirada que te acompañaba bajo las acacias de la ciudad hasta el interior de la almohada. Pero una madrugada, Maribel Verdú fue secuestrada, cosa que no sorprendió a nadie. En varias paradas de autobús el panel había desaparecido. Un enamorado anónimo la había arrancado de cuajo, se la había llevado a casa y la había encerrado en un sótano amordazada solo para adorarla. No pidió rescate. Era ella misma el precio a pagar.
A la edad de 15 años, Maribel Verdú pasó de los spots publicitarios y los catálogos de modas al cine de la mano de Vicente Aranda, su más devoto oficiante. Desde el principio la actriz tuvo que pelear con su karma. El espectador se cabreaba si a los diez minutos Maribel Verdú no aparecía desnuda en pantalla. “¿Cómo, llevamos un cuarto de hora de película y todavía está vestida?”. Durante algunos años la gente se saciaba con su cuerpo y no trataba de ir más allá. ¿Para qué si, ya con la piel de aquella Lolita que olía a lavanda, con la alegría saludable que le manaba por todos los poros y su inocencia malvada que te llevaba cualquier perversión, había de sobra para dar vida a todos los fantasmas? La carrera de esta actriz ha sido el denodado esfuerzo para hacer olvidar su cuerpo y demostrar que era capaz de expresar hasta el fondo los sentimientos más sutiles y las pasiones más enrevesadas cuando la moldeaba un director de talento. Desde el primer momento el espectador supo que Maribel Verdú era una gran actriz solo a merced de quien supiera explorarla.
En el momento en que su cuerpo y su alma de artista se encontraron, este país pasaba por un tiempo pletórico de lujo, cuando nadie era nadie si no era rico. La corrupción política ya estaba aflorando y todo parecía oler a podrido. Pero la belleza de Maribel Verdú parecía un regalo que hacía olvidar otras miserias.
En el papel de drogadicta en una película de Armendáriz rompió su propio molde y en Belle époque, de Fernando Trueba, era la más descarada y la que aceptaba el sexo como un fruto alegre y natural de la vida. Pero es Amantes, de Vicente Aranda, la que marca su ruptura, y a partir de ahí comenzaron el éxito y los premios en cine y teatro, toda una carrera en la que la actriz ha trascendido la edad, toda una mujer muy bien hecha por dentro, en favor de la estética, un don que es más profundo y que va más allá de la belleza.





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