domingo, 21 de agosto de 2016

Ricardo Piglia / La insistencia en publicar





Ricardo Piglia
Foto de Alberto Estévez

Ricardo Piglia

 BIOGRAFÍA

"La insistencia en la publicación no debe ser el horizonte de un escritor"

Recientemente premiado por el conjunto de su obra, el autor de Respiración artificial adelanta en esta entrevista los pormenores de su próxima novela, que transcurre en Estados Unidos. Además, habla de su trabajo crítico y de la intensidad de sus lecturas

Por Verónica Dema   
LA NACION
21 de diciembre de 2012

Por circunstancias que considera fortuitas, Ricardo Piglia pasó los últimos quince años viviendo la mitad de su tiempo en Estados Unidos y otro tanto en la Argentina. Esta existencia en tránsito lo inspiró para la novela que escribe en la actualidad y que tiene a Emilio Renzi, su álter ego, como narrador de la historia. "Es un personaje del que me gustaría contar toda su vida en mis libros -dice Piglia de él-. Me interesa la idea de acompañar hasta su muerte a un personaje que me resulta muy cercano", dice Piglia en su estudio en Buenos Aires.
En la conversación con adncultura , el escritor, que acaba de recibir el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes (FNA), autor de Respiración artificial La ciudad ausente Plata quemada Blanco nocturno , repasa su historia como escritor. La cuestión de la extranjería aparece desde el comienzo, cuando a los dieciséis años su familia se vio obligada a mudarse de Adrogué, donde nació, por problemas políticos de su padre luego de la caída de Perón. Desde entonces, nunca más pudo decir que se sentía de otro lugar más que de Adrogué. Pero vuelve allí donde también es, de alguna forma, extranjero.
-¿Cómo reparte el día para poder escribir?
-Trabajo a la mañana desde siempre. La rutina como superstición; una especie de costumbre repetida, un poco idiota, para asegurar la concentración. Levantarme temprano, desenchufar el teléfono y sentarme a trabajar tres o cuatro horas todos los días a la mañana más allá de cómo funcione eso. No siempre los resultados son buenos. Trato de ser lo más espontáneo posible en el momento de escribir pero manteniendo cierto hábito fijo de trabajo.
-¿En qué está trabajando ahora?
-Estoy escribiendo una novela. Sucede en Estados Unidos, donde he estado viviendo cerca de quince años, y está ligada a ciertas experiencias mías allá. Es una historia imaginaria pero tiene como base algunos hechos reales y un acontecimiento extraño del que fui testigo.
-¿Cómo fue esto de vivir allá y acá alternativamente?
-Fue sucediendo, como pasa siempre. No fue deliberado. Empecé a ir como profesor visitante y fui quedándome. Lo que más me gusta de esa experiencia es la fantasía de cambiar de vida. Uno llega allí y se convierte en otro, tiene otros amigos, otras circulaciones, otros hábitos, y eso siempre es atractivo. Es atractivo tener un lugar en el que uno imagina que es posible vivir de una manera distinta de como vive habitualmente. Como si uno fuera el personaje de una novela? Un poco, si quiere verlo así. Pasar de una trama a otra.
-¿Cada cuánto va a Estados Unidos?
-Ahora poco, muy esporádicamente porque estoy retirado. Durante mucho tiempo pasaba un semestre y después acepté un cargo estable y estuve viviendo cerca de diez años. A veces pasaba dos años en Estados Unidos y un año en Buenos Aires.
-¿Esta situación de tránsito lo inspiró para la novela?
-En un sentido, lo que más me inspira en la novela es la experiencia de ser un extranjero, eso me interesa como situación narrativa. La cualidad diferente que adquiere lo cotidiano en la medida en que estás en un lugar en el que te sentís cómodo, pero no sos de ahí. La novela intenta ver cómo se puede narrar esa sensación de estar en un lugar y ser a la vez, en cierto modo, un hombre ajeno, casi invisible, también. Hay cierta extrañeza y cierto desinterés en esa vida que no tiene la densidad cotidiana del lugar del que uno es. Tiene que ver con emociones, sentimientos, recuerdos. Las personas te conocen relativamente, te conocen por lo que estás haciendo ahí, casi no hay pasado. Hay entonces una distancia, cierta impersonalidad, que narrativamente es muy atractiva.
-¿Se reflexiona sobre la extranjería que uno puede tener en su propio país?
-Es más difícil ¿no? Habría que encontrar una escena narrativa que no se restrinja a esa situación real. Ser un extranjero es tratar de averiguar: qué quiere decir ser de un lugar, porque en definitiva creo que uno es del lugar de la niñez. Si me pregunta de dónde soy, le digo que soy de Adrogué. Esos quince años que viví ahí. Después de que me fui de ahí ya no encontré nunca más un lugar en el que dijera que me es propio. Incluso cuando vuelvo a Adrogué, tengo sensaciones muy extrañas. Uno ve gente a la que cree reconocer, no sabe bien de dónde, como si fueran apariciones.
-¿Cómo avanza en el proceso de escritura de esta novela?
-Habitualmente tengo una imagen. Por ejemplo, ahora es la imagen de alguien que llega a una casa que no es la de él. Es muy habitual en Estados Unidos que uno alquile una casa que es de un colega que está en año sabático o de viaje. Entonces uno entra en una casa que no es la suya y se instala en el lugar y empieza a encontrar los rastros del otro, incluso hay llamadas para otra persona, llegan mensajes. Esa fue la imagen: lo extraño que supone tener la llave y entrar en una casa que está amueblada, en la que uno se puede instalar y están todos los rastros de alguien que no está ahí, que muchas veces ni siquiera conocés personalmente. Tengo esa imagen inicial y sé cómo va a ser el final, sé que va a haber un viaje y que Renzi va a visitar a alguien que está preso, en la cárcel en Sacramento.
-¿Se impone un ritmo de publicación?
-No. Pasan muchos años entre un libro y otro. Yo hago una distinción que es básica: no es la misma persona la que escribe y la que publica. He tratado siempre de mantener una continuidad en la escritura sin estar pensando en cuándo voy a publicar un libro, en qué momento, con qué ritmo. No soy de aquellos que creen que tienen que estar siempre presentes, para no ser olvidado, como se dice. Al contrario, la idea de que un escritor pueda ser olvidado me parece bien: debe ser olvidado de vez en cuando así en todo caso luego se produce un reencuentro o un cambio. No me parece que la insistencia de la publicación deba ser el horizonte de un escritor. El horizonte debe ser tratar de darle al texto que se está escribiendo la mayor cantidad de tiempo para mejorarlo hasta donde se pueda. Lo que desde luego no garantiza nada.
-¿Por qué considera la novela una utopía?
-Hay una cuestión doble ahí. Por un lado, la novela tendría como utopía la aspiración a construir un mundo paralelo que tiene las características de la realidad pero que no está en la realidad. En ese sentido es un viaje a un universo imaginario que tiene todos los datos de la realidad pero en otro registro o con otra intensidad. Ése me parece el punto inicial para asociar novela y utopía, ese movimiento. Como si hubieran nacido de la misma aspiración a construir una realidad alternativa. Luego hay otras cuestiones, por ejemplo, qué quiere decir construir no sólo una novela sino también una serie de novelas o de narraciones que suceden en un espacio imaginario al que se vuelve o al que vuelven ciertos personajes. En ese sentido la novela, o la literatura, puede ser vista como una utopía personal.
-¿Qué tiempo destina a la crítica literaria?
-Estoy preparando una edición de los cuentos completos de Rodolfo Walsh, en Ediciones de la Flor. He escrito un largo prólogo sobre los relatos de ficción de Walsh. Después, en general trabajo en la preparación de las conferencias que voy a dar; habitualmente son notas de lectura, pequeñas investigaciones. Ahora, además, estoy escribiendo los prólogos para la colección que estoy haciendo en el Fondo de Cultura Económica. Estoy reeditando algunos libros de literatura argentina que se han publicado hace un tiempo oponiéndome un poco a la idea actual sobre qué es un libro antiguo y qué es uno contemporáneo. Cuando empecé, un libro antiguo era del siglo XIX; ahora, uno publicado en 1980 parece que pertenece al pasado más remoto. Entonces estoy haciendo una colección con obras narrativas que se publicaron en las últimas décadas, a las que veo muy actuales. Trato también de enfrentar esa idea de la velocidad de circulación de los libros, que me parece siniestra.
-¿Encuentra un conflicto de tiempos entre escritura y lectura?
-No, en general cuando uno está escribiendo lee menos, también porque no quiere que eso que está leyendo interfiera en lo que escribe. Hay momentos en los cuales se lee más que en otros. No soy un lector que busca estar al día, más bien tengo libros que leo con mucha intensidad y durante mucho tiempo. Ahora estoy leyendo otra vez el diario de Ernst Jünger y por ahí me paso un año leyendo esos diarios. Por otro lado, cuando me interesa un autor leo todo lo que ha publicado. No es que esté atento a todas las novedades que se publican o que trate de manejarme con una cantidad de lecturas determinadas sino que más bien trato de dejarme llevar por el azar y los encuentros inesperados. Otro libro que estoy leyendo ahora con mucho interés son los Relatos de Kolimá de Varlam Shalámov, una especie de Chejov bolchevique metido en un campo de trabajo de Stalin. Estoy leyendo también un libro de cuentos muy bueno de Germán Maggiori, Poesía estupefaciente . Para mí la lectura funciona cuando lo que leo está ligado de algún modo a intereses personales, aunque sean imaginarios; hay siempre una tentación de apropiación de lo que se lee.
-Como escritor, ¿cómo se sintió al explorar otros ámbitos, como la serie de programas que hizo en la televisión pública?
-Me pareció que era importante que un escritor fuera a la televisión y llevara allí un contenido y un tipo de discurso propio, que no aceptara a priori la forma en que la televisión habitualmente se refiere a esas cuestiones. Me interesó llevar la clase, como un modelo bastante tradicional de discusión y de difusión, a la pantalla y no reproducir lo mismo que la televisión ya hacía antes. Ahí me parecía que estaba la posibilidad de comprometerme con la sociedad, como se dice, para usar la vieja nomenclatura. No cambiar de conversación al ir a la televisión.

LA NACION

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