jueves, 30 de abril de 2015

Oscar Collazos / Polo a tierra


Oscar Collazos

Polo a tierra

EL TIEMPO, 19 de abril de 2012

Durante ocho años, con George W. Bush en la presidencia de Estados Unidos, el presidente de Colombia trató de convertir al país en la cabeza de playa de la política norteamericana en América Latina. Partidario, como su homólogo estadounidense, de la extrema bipolaridad política, Uribe montó (o le montaron) un aparato de propaganda que llevó la bipolaridad a la misma pedestre argumentación de Bush, sobre todo después de los ataques terroristas del 11-S.

Si no se estaba con Bush se estaba con el extremismo islámico y el terrorismo; si no se estaba con Uribe, se estaba con las guerrillas. El argumento siempre tuvo el perverso cuidado de acusar a demócratas de izquierda, centro e incluso derecha que pusieran en cuestión la Seguridad Democrática, un sistema que pervirtió todo código de ética y minimizó el terrorismo de Estado de los mal llamados "falsos positivos".

Uribe y sus áulicos -que aún son muchos y siguen aferrados al aparato de propaganda que busca el regreso del Mesías o de su representante en la tierra- levantaron el mito de un dirigente que batallaba infatigablemente contra el comunismo bolivariano de Chávez, que amenazaba extenderse por el subcontinente americano.

Como había que darles territorio y nombre a los "enemigos" que debía combatir el mejor amigo de Bush en su patio trasero, se señaló el grupo, la facción o bloque. Se salvaban pocos, quizá Alan García. Con Lula no se podía. Y era imposible meter a Michelle Bachelet, la presidenta de Chile, en el combo del chavismo "en expansión". Por eso, la derecha liderada por Uribe respiró mejor cuando fue elegido un multimillonario de centroderecha, Sebastián Piñera.

Durante sus 8 años de gobierno, Uribe trató de construir un liderazgo continental necesario a esa bipolaridad: Chávez de un lado y él del otro. Pero en el 2010, esa bipolaridad ya no le servía ni siquiera al presidente Obama, que empezó a desmontar el discurso antiterrorista de Bush.

A medida que se fue poniendo en su sitio la influencia de los petrodólares chavistas en América del Sur -que sigue siendo efectiva en Cuba y Nicaragua-, Uribe se quedó sin antagonista externo y manoteando solo. Al subir Santos, solo le quedaban dos, pero su antiguo ministro de Defensa hizo lo que debía hacer un diplomático: desactivar las tensiones con los vecinos.

Lo que estaba sucediendo en el subcontinente no favorecía la bipolaridad que necesitaba Uribe para su liderazgo. Hoy, al más pinturero de sus propagandistas, le ha dado por comparar a Uribe con Aznar (un tonto de solemnidad) y decir que el triunfo de Rajoy (de mayor consistencia en la derecha) es también un triunfo de la corriente liderada por Uribe.

Fuera de la bipolaridad que reinó en Colombia y de la que aún no nos liberamos, Lula estaba llevando al Brasil hacia un modelo de gestión capitalista socialmente solidario, estructuralmente distinto al modelo chavista. Sin ruidos y con mucha dignidad internacional, Brasil rompió la ficción de la bipolaridad y llevó su protagonismo al escenario mundial. América del Sur ya no se divide -esa división fue una construcción ideológica del uribismo- entre un Chávez fanfarrón y un Uribe camorrero.

Si hay un resultado positivo de la Cumbre de Cartagena es la desaparición de esa bipolaridad. Los ausentes tuvieron razones para no estar presentes y, como se esperaba -sin Chávez, Correa y Ortega-, la sombra de Cuba sobrevoló Cartagena. Y no porque no existan serias objeciones al régimen de La Habana, sino porque la idea de comunidad tiene más futuro que la idea de bloque ideológico, herencia de la Guerra Fría.

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