martes, 28 de abril de 2015

Oscar Collazos / Carlos Fuentes


Oscar Collazos


Carlos Fuentes

"El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada", confesó Carlos Fuentes en la pasada Feria del Libro de Buenos Aires. Había entregado los originales de su último libro, Federico en su balcón, y se alistaba para el próximo, de nuevo sobre una de sus obsesiones de escritor: interpelar a la Historia desde las conjeturas de la novela.

En los últimos días de enero del 2012 fue uno de los invitados de honor del Hay Festival de Cartagena. Si algo maravilló a quienes atiborraron el Teatro Adolfo Mejía fue la extraordinaria lucidez de un hombre que había cumplido ya, sin mayores tropiezos, los 83 años de edad, soportando, sin rajarse por dentro, la muerte de Carlos y Natasha, sus hijos.

Su obra literaria es inmensa y abarca todos los géneros: la novela, el cuento, el ensayo, el teatro, el periodismo, pero su celebridad venía desde 1958. Ese año publicó La región más transparente e introdujo a su personaje, Ixca Cienfuegos, en la galería de grandes personajes literarios de América Latina. En 1962 daría a la literatura otro personaje memorable, Artemio Cruz, la agónica conciencia de la épica y el fracaso de la revolución.

Fuentes inauguró una prosa narrativa atravesada por la permanente reflexión crítica. Allí se encuentran su consistencia de gran escritor y su fragilidad de novelista: en algunas de sus obras pesa demasiado la conciencia abrasadora del intelectual. A menudo, las imágenes literarias se entreveran con el borbotón de las ideas filosóficas, sociales y políticas del escritor.

Continuó la aventura empezada por Octavio Paz en El laberinto de la soledad: preguntarse y responderse sobre el ser mexicano. México y la Ciudad de México (el territorio de "la demasiada gente", que diría Monsiváis) fueron recreados desde la Historia, los mitos precolombinos y la crónica del presente. Pero el México de Fuentes dialoga también con España, con Europa, con Norteamérica. De esta panorámica surge la densidad épica de Terra Nostra, su inmensa novela de 1975.

Fuentes fue un "excéntrico", un hombre "fuera del centro". Su excentricidad explica su cosmopolitismo y trashumancia y la devoradora curiosidad intelectual que dejó registrada en artículos, ensayos y novelas. Explicable: como mexicano, venía de la tradición de Alfonso Reyes.

Marcó distancias, por un lado, con el neoliberalismo, que profundiza las injusticias y desigualdades de hoy, y, por el otro, con la ortodoxia izquierdista, que coquetea con el Estado totalitario. Desde la centroizquierda, se situaba al costado izquierdo de Mario Vargas Llosa y al derecho de Gabriel García Márquez, dos de sus amigos entrañables. Tal vez esto explique sus diferencias con Octavio Paz y el séquito de escritores que protegía el legado político de este.

Fue casi imposible seguirlo en la sucesión cronológica de sus obras. El escritor iba más rápido que sus lectores. La vertiginosa velocidad de su escritura, la puntual agenda de sus citas editoriales volvieron casi imposible la empresa de leerlo todo. El siempre lúcido polígrafo, el hombre público cercano al poder y a los poderosos, atraía y repelía por el peso a veces excesivo y lujoso de su equipaje.

Fuentes llenó la historia literaria de México durante 65 años. Y parte de esa historia irradió hacia América Latina, pero también hacia la vida cambiante y fértil del idioma castellano. No se debería juzgar su obra por los grandes alcances del novelista o por la sugestiva luminosidad de sus ensayos. Fuentes fue un gran escritor: desde el lenguaje, su patria, rompió las fronteras de los géneros y los muros de las nacionalidades.




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