jueves, 30 de abril de 2015

Oscar Collazos / La popularidad y el poder

Portrait of a Dead Man
Damien Mammoliti

La popularidad y el poder
Por ÓSCAR COLLAZOS |

Óscar Collazos

El exalcalde Terán nadó en la superficie de una popularidad mal entendida, ignoró las profundidades del poder y 
fue presa fácil de sus ambiciones personales.
Cartagena de Indias es algo más que la capital de un departamento; con los años, se ha convertido en la segunda capital social de Colombia. Nada importante de lo que sucede allí es indiferente a los colombianos. Por eso, la muerte de Campo Elías Terán Dix, elegido alcalde para el período 2012-2016 por una mayoría superior a los 160.000 votos, ocupa desde el martes por la noche las primeras páginas de los informativos nacionales.

Su sepelio va a ser recordado como uno de los más multitudinarios de la Heroica. Fue un fervor popular mucho mayor que la hipocresía de los oportunistas. Antes de embarcarse en la aventura de ser alcalde, Terán Dix era un periodista radial de enorme popularidad. Por saberse popular y protagonista de un periodismo de alta audiencia en las barriadas cartageneras, el locutor, graduado de Comunicador Social por una universidad regional, cometió el más grande de sus errores: pensar que el capital de su fama podía servirle para ser alcalde y cumplir con las innumerables promesas que les hizo a sus electores.
“Hubiera preferido recordarlo como un gran locutor y no como el mal alcalde que es”, me dijo en un supermercado una persona sencilla. Lo mismo se siguió diciendo hasta la indignación entre agosto del 2012 y abril del 2013: una cosa es lidiar admirablemente contra una enfermedad y otra mentirles a los ciudadanos que merecen conocer su gravedad. Extrañaban los días en que escuchaban en La Cariñosa al extravagante Campo Elías, pero lamentaban que, en unos pocos meses, la ciudad hubiera caído en las improvisaciones y la charlatanería acaso bien intencionada de su alcalde.
La enfermedad padecida por Campo Elías –un cáncer de pulmón– estuvo blindada por el misterio de diagnósticos que nunca se conocieron, por el explicable optimismo del paciente y por los frecuentes cambios en el gabinete de gobierno. Su fama de periodista radial pasó a un segundo plano. Quienes hubiéramos preferido la sinceridad del gobernante enfermo para acompañarlo con nuestra solidaridad lidiamos con sentimientos contradictorios: recordar con admiración al locutor popular sin renunciar al derecho de ser severamente críticos con quien estaba propiciando el alarmante desgobierno de Cartagena.
Campo Elías fue durante más de un año el origen del problema y el principio de la solución. Pero él y su familia prefirieron, desde agosto del 2012, seguir siendo apenas el problema. Cartagena entró en un estado de provisionalidad que enturbió aún más la atmósfera de la política, que sacó a flote el peso de las castas familiares locales en el gobierno y la nefasta influencia que venían ejerciendo en los negocios públicos, en la contratación y en las nóminas burocráticas.
Se decía que Terán no necesitaba de alianzas con financistas de campañas para que su popularidad se viera reflejada en los votos. No es cierto: el capital de la fama mediática no es siempre un capital político. Necesita instrumentos más perversos que la buena fe. El candidato lo sabía. Y fue tanta su obsesión de poder político que buscó aliados donde han estado siempre: en el clientelismo, en las microempresas electorales, en los tiburones de la contratación pública, dejando de lado a los primeros aliados de su proyecto populista. Sin embargo, a finales del 2012, la popularidad del antiguo locutor era un capital dilapidado.
Su muerte, que llena de tristeza a Cartagena, no alegra a nadie, ni siquiera a los contradictores y críticos, graduados de “enemigos” por su familia. El exalcalde no tuvo enemigos en la sombra, sino alianzas desafortunadas. Nadó olímpicamente en la superficie de una popularidad mal entendida, ignoró las profundidades del poder y fue presa fácil de sus ambiciones personales.




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