Mark Ruffalo Fotografía de Sebastin Kim |
Mark Ruffalo, el ‘hippy’ que soñó con vivir en Málaga
El actor presenta su película ‘Spotlight’ y rememora su juventud en la costa andaluza
OMMASO KOCH
Madrid 24 ENE 2016 - 08:12 COT
A Mark
Ruffalo le encantaba vivir en Málaga. Tanto que se planteó no irse nunca más.
Llegó con 22 años, una mochila y las últimas pesetas en el bolsillo. Tras
recorrer Europa en tren, el plan preveía unos días en la playa andaluza y el
regreso a EE UU. Pero Ruffalo (Kenosha, 1967) se las apañó para quedarse. “Con
dos chicos argentinos hicimos de jurados en la feria. Nos alquilaron un
apartamento que no tenía agua caliente. Vivíamos de ir por la playa a vender
brazaletes o hacer trenzas, sobre todo a chicas en toples. Llegué a pensar:
‘Esta va a ser mi vida”, recuerda el actor. De repente, una de las cientos de
mesas redondas de promoción que se celebraban en septiembre en el festival de
cine de Venecia se vuelve única para el intérprete: “Es la primera vez que
hablo de esto”.Spotlight, el filme que presenta –y se estrena el próximo
viernes 29 en España-, pasa en segundo plano. Y Ruffalo bucea entusiasta en su
pasado hippy.
“Mis
amigos argentinos tenían un lema: ‘Lánzate al mundo y cuidará de ti”, continúa.
Los hechos les dieron pronto la razón. El actor explica que paseaba por Málaga
y se cruzó con “una chica guapísima”. A medida que se acercaban empezó a buscar
un pretexto para hablarle. No se le ocurrió nada. “Pero justo cuando estábamos
uno frente al otro, desde un balcón cayó una flor ante mis pies. La cogí y se
la di. Mis amigos me miraron: ‘¿Ves?”, se ríe Ruffalo. De aquella flor salió
una noche de amor veraniego, pero la fábula de vivir en la playa nunca se
escribió. Menos mal, dirían los cinéfilos. Porque aquel soñador que no tenía
nada es hoy uno de los actores más apreciados y respetados de Hollywood, que
vuelve a optar al Oscar por tercera vez.
En el
fondo, la madera de intérprete siempre estuvo ahí. “En algún lugar dentro de mí
confiaba en que tenía algo que aportar. Sabía que pertenecía a los actores,
solo tenía que convencer a los demás. Nada bueno que saques de la mierda va a
ser fácil”, asevera Ruffalo. Aparte de hijo de las flores, se ganó tras la
barra de un bar el dinero y el margen para seguir subiéndose a los escenarios.
“Hasta que en un momento dado lo había hecho ya tantas veces que no me
imaginaba en otra cosa. Había arruinado todas las demás posibilidades. Pese a
ser tan pobre amaba el teatro, lo hacía todo el tiempo y era feliz. Era lo que
me hacía seguir adelante”.
De
hecho, siempre creyó que se quedaría en las tablas. Y que, si algún día llegaba
al cine, solo sería para una “bit part [un personaje que no pronuncia más de
cinco frases]”. Nada más lejos de la realidad: Ruffalo lleva años demostrando
por qué se le considera uno de los actores más versátiles de la industria.
Mezcla lo indie y las superproducciones, es creíble como productor musical
fracasado en Begin Again, como enfermo mental en Infinitely Polar Bear o en la
piel verde deHulk. Y, ahora, en el rol de Mike Rezendes, uno de los periodistas
de investigación de The Boston Globe que destapó el escándalo de los curas
pederastas en EE UU.
Entre
la historia real y la temática tan compleja, Spotlight fue un reto mayúsculo
para Ruffalo. “Interpretas a reporteros que están ahí delante de ti mientras
actúas. Estás hablando de víctimas que sufrieron. Y lo haces en contra de una de
las instituciones más monolíticas de la historia. Todo ello aumenta la
importancia de tu trabajo”, resume el actor. Para ello, el estadounidense
aplicó el método que tan bien le funciona siempre. Aquel que le enseñó a base
de gritos un profesor de teatro. “Decía que tenía que conocer todo de mi
personaje: ideas políticas, música que escucharía, su ropa, por qué piensa lo
que piensa. Como joven actor pasé casi más tiempo en la biblioteca que en el
escenario; a veces se parece a una investigación periodística”, añade.
De ahí
que, como buen reportero, se reuniera una y otra vez con Rezendes, hasta
aprender su extraña manera de moverse, su curiosidad innata y hasta su peculiar
acento. Tras el trabajo de campo, sin embargo, a Ruffalo le quedaba otro asunto
pendiente: “El problema de interpretar a personas reales es no hacer una
litografía sino algo vivo. Conozco a muchos actores que no lo intentarían,
porque sienten que se pierde el arte”.
Él sí
se lanzó. Quizás fuera el lema de sus amigos argentinos, o tal vez simplemente
el papel encajaba en sus criterios para escoger roles: “Lo primero es el
personaje. ¿Lo he hecho ya? ¿Me da miedo? ¿Expresa algo que siento? Luego viene
con quién trabajo. También me importa dónde y cuánto tiempo estaré lejos de mi
familia. Finalmente, cuánto dinero voy a ganar”. Aunque su libre albedrío choca
con el interés de productores e inversores, además de buena parte del público,
en verle sobre todo en blockbusters. Ruffalo ha negociado un compromiso consigo
mismo que se resume en aceptar las superproducciones que no traspasen sus
creencias “sobre el arte y la moralidad” de su trabajo, porque estas le
permiten volcarse más en filmes independientes. Ante su fama, en cambio, el
actor todavía no tiene un método válido: "Es una realidad que trato de
ignorar porque no sería capaz de darle sentido. Estoy empeñado en negarla: si
la miro, me aterra".
Al
menos, ser una estrella le sirve para reforzar sus batallas por el
medioambiente o los derechos de las minorías. El intérprete se ha vuelto aún
más popular gracias al papel de Hulk en Los vengadores. Aunque el final de la
segunda entrega, La era de Ultrón, deja incierto el futuro del héroe: “Estaba
en el guion del tercer filme pero lo quitaron. Supongo que contar dónde está es
una revelación tan grande que quieren guardársela. Estará perdido por algún
lado”. Eso sí, Hulk no necesita lanzarse al mundo y que cuide de él. Ya se
basta solo.
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