Edna O'Brien |
«Chica de campo»: Edna O’Brien, amor, desamor y amigos de copas
Alabada por Philip Roth, entre otros, Edna O’Brien es la gran dama de las letras inrlandesas. Estas memorias rompen moldes
«Alguien a quien una vez amé me regaló una caja llena de oscuridad. Me llevó años comprender que esto también era un regalo», dice un poema de Mary Oliver. Para la escritora irlandesa Edna O’Brien (1930), esa caja de oscuridad es el pequeño pueblo rural del oeste de Irlanda que la vio nacer. Autora de treinta novelas, considerada como la «grande dame» de las letras irlandesas y, admirada, entre otros, por Alice Munro o Philip Roth, de O’Brien nos llegan ahora sus memorias con un título, «Chica de campo», que es ya una declaración de intenciones.
No hay que olvidar que su primera novela, «Las chicas de campo», conmocionó la Irlanda rural de hace cincuenta años. A raíz de su publicación, O’Brien fue señalada como enemiga de Irlanda, el párroco de su pueblo llegó incluso a quemar tres ejemplares de su ópera prima en la plaza pública. De manera que este libro es, empezando por el título, un guiño, un mensaje que dice «aquí sigo».
Estas no son unas memorias al usosino más bien una reconstrucción onírica, un tapiz que va hilándose a partir de impresiones y «flashes» que van hacia delante y hacia atrás, y que, escrito con una prosa espontánea pero llena de matices, dibuja un mapa vital lleno de lugares, desventuras, tropiezos y amores en el que la memoria se entremezcla con la literatura y el poder de las palabras.
Edna O’Brien fue la menor de cuatro hermanos y creció en la asfixiante atmósfera del nacionalcatolicismo irlandés de los años cuarenta. Su infancia, marcada por el alcoholismo del padre y el fanatismo religioso de la madre, le proporcionó, como ella misma dice, el «dramatis personae» de su literatura. «Chica de campo» es testigo de sus primeros pasos como escritora, -su primera creación fue una obrita de teatro llamada «La hija de Drácula»-, sus amores de adolescencia con una monja o la adoración sin fisuras que sentía por su madre.
Una vida nómada
Pronto logró abandonar su pueblo para estudiar Farmacia en Dublín, donde trabajó como boticaria hasta que conoció al escritor Ernest Gébler, que sería su marido. Con él se instaló en Londres y tuvo dos hijos, aunque la pareja se divorció diez años después. Su vida de adulta transcurrió ahí, en Londres, ciudad en la que se hizo famosa por sus fiestas, a las que acudía lo más granado de la sociedad de la época. Escribía, sí, pero también disfrutaba de ese otro mundo, el de las fiestas, el desenfreno y la resaca que tan mal casaba con el de la literatura.
El elenco de personajes que se pasean por estas páginas es variadísimo: desde Sean Connery, Samuel Beckett,Marguerite Duras o Marlon Brando. Fue este último quien le preguntó: «¿Eres una gran escritora?», a lo que respondió: «Lo intento». Y es en ese «lo intento» donde reside lo verdaderamente único de este testimonio valiente y lúcido, radicalmente alejado de la autocomplacencia. Porque la vida de O’Brien se lee como una vida nómada, llena tentativas, mudanzas y, sobre todo, llena de la búsqueda del amor que, en su caso, no siempre encontraría un final feliz.
Un amor que, como suele ocurrirles a muchos escritores y como ella misma anota, a menudo se confunde con la literatura: «¿Por qué la vida no podía vivirse con esa misma intensidad? ¿Por qué solo en los libros encontraban salida mis emociones?».
«Chica de campo». Edna O’Brien
Memorias. Errata Naturae, 2018. 424 páginas. 22 euros
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