Les Murray
Espacio Trampa Alta Velocidad
Traducción de Charles Olsen y Miguel Ángel Arcas
A casa desde el pueblo a toda velocidad
en la lluviosa oscuridad. Nos precipitábamos
por las estrechas carreteras de entonces.
Un camión pisándonos los talones, salta, enciende los espejos,
fresas gemelas mantuvieron tenues nuestras luces
y nuestro carril amurallado
por árboles de corteza espumosa. Sin poder evitarlo
de repente salió de entre los troncos un cuadrúpedo
de cuello ancho, hocico y astas, contemplando con calma
el juego de velocidad y contra-velocidad.
Sus pezuñas se clavaron en el asfalto
y nuestra pequeña estancia se precipitó hacia una descabezamiento
o a ser tragada por la alta proa del camión.
Ningún salto en picado desde mi asiento me lanzaría
lo suficientemente abajo para evitar el giro de grúa de aquella cabeza
y su inminente carnicería y vidrio.
Pero desapareció.
Esa quijada monstruosa debería haber reculado
de un solo trago para concederme la supervivencia.
Mi cerebro aún estaba lleno de labio grasiento,
del baboso rumiante. En todo excepto en la realidad
había ocurrido el hachazo explosivo.
El cristal fantasmagórico y los escupitajos de lluvia seguían saliendo
desde mi rostro hasta el hombre
que con la fuerza de sus manos había tenido que
evitar un volantazo.
en la lluviosa oscuridad. Nos precipitábamos
por las estrechas carreteras de entonces.
Un camión pisándonos los talones, salta, enciende los espejos,
fresas gemelas mantuvieron tenues nuestras luces
y nuestro carril amurallado
por árboles de corteza espumosa. Sin poder evitarlo
de repente salió de entre los troncos un cuadrúpedo
de cuello ancho, hocico y astas, contemplando con calma
el juego de velocidad y contra-velocidad.
Sus pezuñas se clavaron en el asfalto
y nuestra pequeña estancia se precipitó hacia una descabezamiento
o a ser tragada por la alta proa del camión.
Ningún salto en picado desde mi asiento me lanzaría
lo suficientemente abajo para evitar el giro de grúa de aquella cabeza
y su inminente carnicería y vidrio.
Pero desapareció.
Esa quijada monstruosa debería haber reculado
de un solo trago para concederme la supervivencia.
Mi cerebro aún estaba lleno de labio grasiento,
del baboso rumiante. En todo excepto en la realidad
había ocurrido el hachazo explosivo.
El cristal fantasmagórico y los escupitajos de lluvia seguían saliendo
desde mi rostro hasta el hombre
que con la fuerza de sus manos había tenido que
evitar un volantazo.
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