Dorothy Parker |
Barcelona y
Dorothy Parker
Biografía
ENRIQUE VILA-MATAS
29 JUN 2000
Dorothy Parker fue en los años veinte la neoyorquina por
excelencia, la primera mujer en contar la vida de esa ciudad que por aquellos
días comenzaba a convertirse en la capital del mundo. Vivía en el hotel
Algonquin, donde todos los días, al caer la tarde, pedía hielo y White Rock y
bajaba a la animada tertulia de esa famosa Mesa Redonda de escritores donde
ella se forjó la fama de ser la mujer más lista de Estados Unidos.Todos los
días, al caer la tarde, a esa hora sobre la que Scott Fitzgerald, amigo de Dorothy,
decía: "Cuando oscurece, siempre necesitamos a alguien".
A Dorothy Parker la llamaban en el
Nueva York de los años veinte la gran moderna, se adelantó a su tiempo, era de
carácter indomable y lengua venenosa, fumadora empedernida y gran bebedora de
whisky, feminista, izquierdista (precursora del radical chic), culta y de
escritura refinada que acabó por tener un lugar de honor en la historia de la
generación perdida aunque, a diferencia de sus compañeros de camada, ella
apenas tuvo relación con Europa y el París de las entreguerras.
Como la leyenda de Dorothy está
asociada como uña y carne a Nueva York, resulta chocante saber que en los años
26 y 37 pasó por Barcelona. Cuando me lo dijeron por primera vez, no podía
creérmelo. ¿Dorothy Parker en Barcelona? Fue como si alguien me hubiera dicho
que Unamuno tomaba copas en el bar del Plaza de Nueva York.
Empecé a saber de la existencia de
Dorothy hace 10 años, cuando la desaparecida Versal publicó de ella dos
volúmenes de relatos, La soledad de las parejas y Una dama neoyorquina, así
como una biografía de su vida de nicotina y whisky firmada por John Keats.
Ahora, tras unos años de silencio editorial, nos llega una nueva biografía
escrita por Marion Meade y publicada por Circe en la que he vuelto a encontrar
datos sobre su paso doble por Barcelona.
Ya sabía de sus fugaces estancias
barcelonesas cuando hace dos años visité el Algonquin de la calle 44 Oeste y vi
esa Mesa Redonda en la que Dorothy ejercía de Ginebra en aquella especie de
Camelot literario de su ciudad. Recuerdo que recordé ante la mesa vacía (debajo
de la cual descansaba la vieja gata Matilde, que vivía en el Algonquin) unas
palabras de la escritora: "Prefiero vivir en un hotel porque sólo necesito
el espacio suficiente para tener un sombrero y algunos amigos".
Me hubiera gustado conocer a
Dorothy y verla tomarse de golpe varios tragos largos bien cargados. Y me
hubiera gustado verla cuando en 1926 viajó con unos amigos y su sombrero
preferido a París y allí Hemingway la animó a visitar España. Un día de
primavera, llegó a Barcelona. Tan absorta estaba con las corridas de toros
descritas por Hemingway que olvidó por completo que ella adoraba los animales.
Recién llegada a Barcelona, desde un asiento de sombra, vio cómo un toro
embestía al caballo de un picador, le partía el vientre y sembraba la arena con
trozos de sus intestinos. Dorothy, que sólo estuvo cinco minutos en la plaza,
quedó tan horrorizada que dejó aquel mismo día la ciudad, a la que asociaría
para siempre con un ruedo ensangrentado, más redondo que su Mesa Redonda.
Siguió viaje por España y en Sevilla se cerró el círculo de su horror cuando
descubrió que en la calle la costumbre de los hombres era pellizcar el culo de
las mujeres.
Cuando Hemingway se enteró de todo
esto, se burló de ella dedicándole un poema: "Los españoles pellizcaron/
las judías nalgas de tu gordo culo/ en Semana Santa, en Sevilla/ olvidando a
Nuestro Señor y su Pasión./ Regresaste a París, con el culo intacto/ para
escribir más poemas para The New Yorker...".
En 1937 su izquierdismo militante
la empujó a dejar el Algonquin y viajar a Barcelona en plena guerra civil, pero
nada más llegar el repentino recuerdo de la Barcelona torera (un recuerdo
exagerado pues, a fin de cuentas, apenas si la había entrevisto en su fugaz
asiento de sombra) la condujo a salir disparada de la ciudad. En Valencia
encontraría inspiración para un buen realato, Soldados de la República
(incluido en Una dama neoyorquina), en el que habla de su admiración por los
milicianos a pesar de que, según ella misma desvela, sigue persiguiéndola la
Barcelona torera, pues los hijos de los milicianos, "demasiado inocentes
para disimular", se parten de risa al ver su sombrero y, señalándola con
el dedo, le gritan: "¡Olé!".
"Dejé de ponerme el
sombrero", escribe, "y ya no hubo más risas. En cualquier caso, no
era un sombrero cómico, era simplemente un sombrero". ¡Olé, Dorothy!
Estaría bien que supieras que aquí en Barcelona cuando cae la tarde, cuando
oscurece, algunos te apreciamos.
EL PAÍS
Poemas
FICCIONES
Casa de citas / Dorothy Parker / Dios y el dinero
Casa de citas / Dorothy Parker / Las mujeres y los elefantes
Casa de citas / Dorothy Parker / Departamento
Casa de citas / Dorothy Parker / Las mujeres y los elefantes
Casa de citas / Dorothy Parker / Departamento
DE OTROS MUNDOS
Enrique Vila-Matas / Barcelona y Dorothy Parker
Manuel Vicent / Dorothy Parker / El humo de lejanas fiestas
Elvira Lindo / Las huellas de Dorothy Parker
Dorothy Parker según Marion Meade
Dorothy Parker / Colgando de un hilo / Reseña
Narrativa completa / Incorregible Dorothy Parker
Enrique Vila-Matas / Barcelona y Dorothy Parker
Manuel Vicent / Dorothy Parker / El humo de lejanas fiestas
Elvira Lindo / Las huellas de Dorothy Parker
Dorothy Parker según Marion Meade
Dorothy Parker / Colgando de un hilo / Reseña
Narrativa completa / Incorregible Dorothy Parker
Poemas
Cuentos
KISS
DRAGON
No hay comentarios:
Publicar un comentario