LETICIA BLANCO
06/02/2016 04:17
Dice Manolo Blahnik (Santa Cruz de La Palma, Canarias, 1940) que es "un hombre antiguo". Que hace tiempo que dejó de interesarse por la moda, que se ha convertido en "un espectáculo para entretener a gente simple que no tiene ilusión" y que su hogar está en otro sitio: en las salas de El Prado, a donde acude cada vez que pisa Madrid, o en El gatopardo, el libro que su madre le leía a él y a su hermana Evangelina por las noches cuando era pequeño para que no tuviera pesadillas. "Cada página de ese libro significa algo para mí, algo que no se ha perdido hasta hoy. Todavía releo la novela un par de veces al año y he visto la película centenares de veces. Lo que hay ahí es, para mí, mucho más importante que todo".
El zapatero más famoso del mundo visitó ayer Barcelona para recibir un homenaje de la pasarela 080 y promocionar su último libro, Manolo Blahnik: Fleeting Gestures And Obsessions (algo así como Gestos fugaces y obsesiones). Vestido con un traje malva de tres botones, pajarita a cuadros, zapatos de ante tostado y calcetines a juego, el canario derrochó encanto y, sobre todo, sentido del humor: se le escapó un resoplido juguetón cuando alguien le mencionó la serie de televisión Sexo en Nueva York (la que catapultó su fama a nivel planetario) y afirmó sentirse muy cómodo con el hecho de que sus zapatos sean los únicos a los que todo el mundo llama por el nombre de pila de su creador. "Manolos. Parece el nombre de un bar de toreros retirados o de una compañía de transportes, ¿no?", bromeó.
Blahnik no se lleva especialmente bien con su enorme popularidad. "¿Fama, yo? Eso es algo estúpido y falso. Si fuese Unamuno, o Hemingway o Valle-Inclán vale, porque ellos estarán ahí siempre. Pero, ¿un par de zapatos?, eso es algo que acabas tirando". En realidad, no. Los zapatos de Blahnik se han convertido en codiciadas piezas de coleccionista y él mismo conserva alrededor de 30.000 pares que almacena "a la temperatura adecuada". Ejemplares que formarán parte de una exposición que está preparando ("una tortura", confiesa) que recorrerá medio mundo el año que viene y se sumará a otra cita muy especial: el estreno, en el Festival de Venecia, de una película sobre su vida dirigida por Michael Roberts con Rupper Everett en el papel de Blahnik.
Fleeting Gestures And Obsessions es mucho más que libro con fotografías bonitas. También puede entenderse como una colección de conversaciones sobre lugares y personas que han marcado la vida y el carácter de Blahnik. Una especie de homenaje a los nombres que han guiado su educación sentimental y estética como Cecil Beaton, Diana Vreeland, El Escorial, África y el Caribe, Anna Piaggi y, como no, Luchino Visconti. Todos se dan cita en un volumen editado por Rizzoli en el que el canario recuerda cosas como la primera vez que vio una película dePedro Almodóvar. Fue Entre tinieblas, en el 83, en un cine de Kings' Road, Londres. Años más tarde le confesaría a Almodóvar el shock y la "reconexión" instantánea con sus raíces españolas que sintió gracias a las monjas politoxicómanas de la película. Gore Vidal es otro de sus imprescindibles: "Leer Myra Breckinridge me cambió la vida. Adoro todo lo que ha escrito, pero esa novela me marcó especialmente porque cuando la leí era muy joven y por aquel entonces nada estaba normalizado. Hoy tenemos a Bruce Jenner, que ahora es Caitlyn Jenner. Y eso es estupendo", afirma el zapatero.
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Sarah Jessica Parker |
Blahnik lleva más de media vida afincado en Londres y cuando habla, su castellano se mezcla sin querer con el inglés y el francés. Dice sentirse "en casa en todas partes, como un gitano", aunque también confiesa que una de las cosas que más echa de menos es el cine español. Ayer, en una charla distendida con su amigo Carlos García-Calvo, habló como si volviese a ser un niño de Conchita Montes y casi se arranca a cantar una copla de Concha Piquer. También dijo que Maribel Verdú, Aitana Sánchez-Gijón y Ángela Molina son sus actrices favoritas y que no tiene musas ("me gustan todas las mujeres, ¡guapas y feas!"), pero lo cierto es que hace años bautizó unos zapatos con el nombre de Lola Flores.
Y luego está El Prado, otra de sus obsesiones. El libro recoge un delicioso paseo por la pinacoteca de la mano de Manuela Mena, experta en Goya y jefa de Conservación de Pintura del Siglo XVIII, "un tesoro nacional" en palabras de Blahnik. Los dos caminan juntos por las salas del museo y charlan sobre Velázquez, Zurbarán y los zapatos que aparecen en los cuadros de Goya y Luis Paret y Alcázar.
"Me hago mayor", parece querer disculparse Blahnik al reconocer que no sigue la moda actual y que los desfiles le parecen algo "demodé y monótono". "Es un sistema caduco. Yo volvería a los tiempos de la couture, con aquellos pequeños shows en los que las modelos salían con un cartelito y un número. Sin música. Esa manera de caminar, ¡esas chicas sabían andar! Recuerdo cuando, de joven, mi amiga Loulou de la Falaise nos entraba a desfiles en París. Eran estupendos, el triunfo de la perfección. Saint Laurent, Alaïa... No creo que se repita algo así de hermoso en mi vida. No quiero hablar de cosas viejas que ya no existen, pero yo, en el fondo, pertenezco a esa estética. Ahora todo ha cambiado. Hasta los 80 existía cierto decoro en la sociedad. Creíamos que nuestros presidentes eran fabulosos y las iglesias estaban llenas de fieles. Esa parte de la sociedad ha desaparecido y la forma de vestir, también", reconoce el canario. Pese a todo, Blahnik sabe que siempre nos quedarán, pase lo que pase, sus manolos. Esos zapatos que se renuevan cada temporada para, como diría su adorado Lampedusa, no cambiar. Es lo que tiene haber conquistado un pedacito de eternidad.
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