'El padrino' en la costa mediterránea
Elsa Fernández-Santos27 de febrero de 1011
¿Realidad o ficción? Un constructor de moda, corrupción, intrigas y turbios negocios inmobiliarios son los ejes de 'Crematorio', una serie de ocho capítulos para Canal + con un reparto de lujo y calidad de cine.
La historia reciente de España no se entendería sin tipos como Rubén Bertomeu, un arquitecto, un constructor, que un día hizo balance entre la rentabilidad de una naranja y la de un ladrillo y lo tuvo claro: cualquier camino está justificado para construir la prosperidad urbanística que ha cimentado no pocas fortunas que han dejado sin un centímetro de costa mediterránea decente a este maltrecho país. Bertomeu es el centro sobre el que gravita Crematorio, una serie de televisión sobre las cenizas de un progreso corrupto y enfermo. Basada en la novela homónima de Rafael Chirbes de 2007, es la historia de un patriarca (nada que ver con un tosco empresario; un hombre con modales, sangre fría y ambiguos valores), los suyos y su histórica tragedia. Una serie de televisión con ambición de actualidad y de espectáculo cinematográfico.
Protagonizada por el actor José Sancho en el papel del rico valenciano, la serie se divide en ocho vertiginosos capítulos en los que se van despachando las diferentes tramas: mafias rusas, conflictos familiares, enfrentamientos de sangre, pobres perdedores y el peaje de la corrupción. Con aire de gigantesco culebrón, la serie arranca con un muerto (el hermano de Bertomeu, Matías, el idealista que perdió la batalla) y una conversación a lo Padrino con otro hermano, el mafioso ruso, el presidente de un equipo de fútbol local, que ha pasado de ser amigo útil a sospechosa compañía.
En la novela, Chirbes pone en boca de su personaje central: "Jugamos sucio un tiempo, hicimos lo que tocaba hacer, a eso los clásicos de la economía lo llamaban la acumulación primitiva de capital, este país necesitaba formar una clase y no tenía con qué; ahora la clase cierra las fronteras, está el cupo cubierto, toca procurar que no haya toda esa movilidad social, esa permeabilidad entre clases. La permeabilidad absoluta es el desconcierto, y una sociedad desconcertada está condenada a la ruina".
"Nada más leer el libro vi claro llevarla al cine; al principio pensé en una película, pero era imposible, no cabía todo", dice Fernando Bovaira, productor de Crematorio. El mimo, el tiempo, el reparto, todo en la serie responde a una producción de cine. La casa de Bertomeu (en una urbanización de lujo que en los años setenta concentró a un vecindario tan dispar como Gloria Fuertes y Julio Iglesias) destila el dinero, el poder y el gusto por la buena vida de su protagonista. A Bovaira le bastan un par de palabras para justificar la elección de Pepe Sancho como hombre de todo esto: "Transmite aplomo, poder y dinero. Es un actorazo".
Chirbes recuerda así la gestación del proyecto: "Fernando y yo quedamos en un sitio de arroces para hablar. Entre bromas le dije que yo no estaba en la literatura para hacerme rico y él me dijo que tampoco estaba en el cine por dinero. La novela está escrita sobre las palabras, y la serie, sobre la tensión de la acción". Para Chirbes, Crematorio tiene mucho de testamento personal. "¿Qué hemos hecho con este país?", se pregunta en un hotel-campo de golf cercano a Alicante. "Esta no es una historia sobre el boom inmobiliario, sino sobre un estado de ánimo. Es un repaso a mi generación y a mí mismo. Es la historia de nuestro gran fracaso".
En Crematorio hay corrupción política, pero no se habla de partidos, hay hijos que reniegan de sus padres corruptos cuando en el fondo viven cómodamente gracias a su dinero, y hay nietos que ya no saben distinguir entre el bien y el mal. Un mundo de parásitos alimentados por la bestia. "Parece que estamos despojados de la ideología, pero no es verdad, se ha quedado una sola, que es la que domina todo", afirma el escritor.
José Sancho dice que pese a las evidentes distancias hay mucho de él en este personaje: "Yo no tengo nada de este señor, pero ahora él lleva mi piel y mi sangre y por tanto he sacado mucho de mí mismo". El actor tiene algo de superviviente ("las crisis me asustan lo justo, me meto en una función de dos personajes y me voy por los pueblos") y de hombre de ideas claras: "Yo defiendo el desarrollismo, lo que no defiendo es la trampa. Los ecologistas lo han explicado mal, y los constructores, peor. Al final, a río revuelto, ganancia de pescadores. Yo soy de esta tierra, soy del Mediterráneo. Me gustan las fallas y las hogueras de San Juan". Lo dice con el pelo del pecho blanco, la piel cetrina, la barba bereber y la voz de trueno. "Cada vez es más difícil aprender porque cada vez hay más gente que se cree que lo sabe todo", continúa. En un momento de la serie, ante una fotografía del sky line de Nueva York que ha comprado en la galería de arte que regenta Silvia (su hija en la ficción, interpretada por Alicia Borrachero), añade: "A la gente que critica el cemento no debería gustarles esta ciudad".
En Crematorio, Sancho está rodeado de mujeres tan fuertes como frágiles. Su madre (la dueña de las tierras de naranjos, interpretada por Montserrat Carulla); su joven, guapa y ambiciosa compañera (Juana Acosta); su hija, que reniega de su sangre, pero es su sangre, y su desnortada nieta (Aura Garrido). En paralelo, hombres tan fieles como débiles: la sombra de Bertomeu (Vicente Romero), su abogado (Pau Durá) y su mano derecha, esa que no le podía contar a la izquierda sus corruptos movimientos (Pep Tosar), el capo ruso (Vlad Ivanov) y el oportunista político (Manuel Morón) se suman a un engranaje de intereses, estafas, prevaricaciones y trampas.
"Cuando empecé a leer la novela me encantó, pero empecé a sudar tinta. Era el monólogo de los personajes sobre nuestro enriquecimiento de los últimos 30 años", recuerda el director de la serie, Jorge Sánchez-Cabezudo, que con un equipo de guionistas estructuró las tramas para convertir el material literario en cinematográfico. "Una tramas de corrupción que cada día encontrábamos en los periódicos".
Explicar la podredumbre mental a través de la acción. Una tarea que convierte cada capítulo de Crematorio (en los que hay alcaldesas, putas, artistas y caballos purasangre convertidos en muleros de droga) en un crescendo que va resolviendo cada personaje. Misent es la tierra violada: "La economía es una actividad eminentemente nerviosa, y aún más la construcción, quizá la mayor metáfora del capitalismo. Crecer supone destruir, y de eso no tengo yo la culpa". Lo piensa Bertomeu, el hombre que no ha dejado un metro de tierra libre. Un tipo que, dice Sancho, no es un cínico. "Él está convencido de lo que hace, sin excesivos escrúpulos. Si alguien se vende, él está para comprarlo. Cree que si no construye él, vendrán otros a hacerlo. Vende paz, como los sepultureros, la paz del Mediterráneo".
La serie viaja al pasado, al principio del principio, cuando eran los ochenta y Rubén Bertomeu y su hermano bebían vino de la tierra y comían naranjas con las manos. Matías (el bueno, el que a ojos de todos no traicionó su legado) se fue a un despacho socialista en Madrid para luego regresar al pueblo y dedicarse en solitario a la agricultura ecológica. Rubén utilizó esos mismos despachos para construir su imperio. Detesta los ideales, pero todos (su hermano también) comen de su bolsillo.
La actriz Juana Acosta conoce bien las series de calidad. Es uno de los personajes de Carlos, el acontecimiento del género en 2010, una trilogía para la televisión de Olivier Assayas que para muchos representa lo mejor que se ha rodado en tiempos sobre cine político y de acción. Una serie que salió a hombros de la crítica internacional en el pasado Festival de Cannes, donde su calidad planteó que la dicotomía televisión-cine es un debate añejo. "Este ha sido un equipo de cine con calidades de cine", dice Acosta, para quien su personaje viaja del cliché de guapa, joven y ambiciosa al de mujer enamorada y, finalmente, más íntegra que los que la rodean. José Sancho, por su lado, trabajó en la legendaria Curro Jiménez (allí era El Estudiante). "La hacían Mario Camus, Pilar Miró, Rovira Beleta o Antonio Drove. Era cine". Y esto no es una serie, sino una película de ocho horas.
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