LA RAZÓN DE ESCRIBIR
De todas las cosas que han sucedido y de todas las cosas tal y como existen, y de todas las cosas que uno sabe, y de todas las cosas que uno puede saber, se hace algo a través de la invención, algo que no es una representación sino una cosa totalmente nueva, más real que cualquier otra cosa verdadera y viva, y uno le da vida, y si se hace suficientemente bien, se le da inmortalidad. Es por eso que yo escribo y por ninguna otra razón.
Nadie sabe lo que hay dentro de él hasta que intenta sacarlo. Si no hay nada, o muy poco, el choque puede matar a un hombre. Aquellos primeros años que pasé en París, cuando efectué mi fuga y renuncié a mi empleo de corresponsal extranjero del Star de Toronto para colocarme en la fila, sufrí mucho. Finalmente había tirado el trabajo de periodista del que tanto me quejaba y finalmente escribía las buenas cosas que me había prometido. Pero cada día los manuscritos rechazados regresaban a través de la ranura de la puerta de aquel cuarto desnudo donde yo vivía, sobre el aserradero de Montmartre. Caían a través de la rendija del suelo de madera, con la más salvaje de todas las reprimendas engrapada: la nota de rechazo impresa. La nota de rechazo es muy difícil de soportar con el estómago vacío, y hubo veces en que me senté a aquella vieja máquina de madera y leí una de esas frías notas que había sido añadida a un cuento que yo había amado y en el que había trabajado mucho, y en el que creía, y no podía menos que llorar.
Escritorio de Hemigway en Key West |
Nadie sabe lo que hay dentro de él hasta que intenta sacarlo. Si no hay nada, o muy poco, el choque puede matar a un hombre. Aquellos primeros años que pasé en París, cuando efectué mi fuga y renuncié a mi empleo de corresponsal extranjero del Star de Toronto para colocarme en la fila, sufrí mucho. Finalmente había tirado el trabajo de periodista del que tanto me quejaba y finalmente escribía las buenas cosas que me había prometido. Pero cada día los manuscritos rechazados regresaban a través de la ranura de la puerta de aquel cuarto desnudo donde yo vivía, sobre el aserradero de Montmartre. Caían a través de la rendija del suelo de madera, con la más salvaje de todas las reprimendas engrapada: la nota de rechazo impresa. La nota de rechazo es muy difícil de soportar con el estómago vacío, y hubo veces en que me senté a aquella vieja máquina de madera y leí una de esas frías notas que había sido añadida a un cuento que yo había amado y en el que había trabajado mucho, y en el que creía, y no podía menos que llorar.
El joven Hemingway en una ambulancia americana Italia, 1918 |
Uno inventa la ficción, pero lo que cuenta es de dónde la inventa. La ficción verídica tiene que salir de todo lo que uno ha conocido alguna vez, visto alguna vez, sentido alguna vez, aprendido alguna vez. Todo lo que me pasó en Italia figura en Adiós a las armas, en una forma o en otra. La muchacha de Turín con quien casi me caso es Catherine Barkley y también lo son algunas otras. Lo que el teniente Henry siente cuando Catherine se deja suelto el cabello y se mete en su cama de hospital fue inventado de aquella muchacha de Turín: no copiado, inventado. La verdadera muchacha de Turín era una enfermera de la Cruz Roja. Era hermosa y tuvimos un maravilloso idilio mientras yo estaba hospitalizado, durante el verano y el otoño de 1918. Pero nunca le hicieron una cesárea ni estuvo embarazada. Lo que pasó entre la enfermera de la Cruz Roja y yo es bastante cercano a lo que escribí en Un cuento muy corto. Quien realmente tuvo una cesárea fue Pauline. Sucedió mientras yo escribía Adiós en Kansas City. Así que eso es parte de Catherine; y Hadley es parte de Catherine. Pero la enfermera de la Cruz Roja fue la mayor parte de Catherine, más algunas cosas que no eran de ninguna mujer que yo haya conocido.
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