Daphne du Maurier / Alfred Hitchcock
Soñar Manderley otra vez
JORDI BATLLE CAMINAL
12 ENE 1987
Habría que emular distinguidos clubes nocturnos donde, con jactancia afrancesada, hay que tener carné privé para mezclar en el cuerpo la ginebra con la tónica. La tónica sería la siguiente: sólo los socios entran en Manderley. Hay crueldad en la selección; esas mentes malpensantes que compran televisores porque "hasta los anuncios ganan en color" tendrían, qué duda cabe, su entrada prohibida en Manderley. No es fácil, ciertamente, subir a Manderley, paraíso etéreo conquistado por el cine y generador de fantasías sobrehumanas que albergan, como todas las fantasías sobrehumanas hechas con talento, verdades humanas. Rebeca es una historia de amor muy humana, pero es el suyo un amor de ultratumba, un lazo invisible hecho visible por los tejidos del sueño entre este mundo y el otro. Para establecer el lazo, el plano se eleva y el decorado se sitúa en un limbo cualquiera, llamado Manderley, que es un nombre hermoso; un espacio gótico germinado por las gráciles hierbas literarias de Daphne du Maurier. Ahí las tinieblas, las nubes de algodón, los acantilados y las olas encrespadas se funden en un espectro onírico letal que sólo puede purificar su maldad, inquisidoramente, a través del fuego.
Rebeca, de 1940, fue la primera película norteamericana de Hitchcock, ingresado en las filas hollywoodienses por la puerta faraónica de David O. SeIznick, que en su haber tenía ya, desde hacía un año, Lo que el viento se llevó. Hitchcock contó a Truffaut: "Rebeca es un filme que, a pesar de los años transcurridos, todavía se mantiene en pie, y yo me pregunto cómo".
¿Cómo? Entre otras cosas porque paraísos perdidos por el hombre y hallados por el cine como Manderley ha habido pocos. Y con tanta fascinación, menos; acaso Xanadú, del mismo año, o Sangri, en la versión Capra, de 1937. Y más rara fina obra donde la, presencia de un ser ausente, la auténtica protagonista de la película, sea tan fuerte, tan agotadora y obsesional tanto para personajes como para espectadores. Con todas estas cartas de mago a su favor, don Alfredo, cómo no va a mantenerse en pie hoy y siempre.
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