miércoles, 5 de abril de 2017

Elmer Mendoza / Qué onda, mi Sergio



Qué onda mi Sergio

Puso a las muertas de Juárez en la solapa de los gobernantes para que las pudieran ver todos los días


ÉLMER MENDOZA
4 ABR 2017 - 06:43 CEST

Carnal, tengo nieve en las manos y me duelen los ojos de mirar el desierto como lo descubriste. Samalayuca son unas dunas viejas que cruzó Juárez en el séptimo sueño. ¿Qué onda contigo bato? Sé que te gustaban las madrugadas para irte pero nunca pensé que tan lejos. A ese lugar donde seguramente maldita la falta que haces. Pero uno no sabe Serge querido. Encuentro alambiques despedazados y pienso que fue Rulfo, Leduc o Leñero, pero no Sergio González Rodríguez que no sabía de caballos pero si de caballitos. Que sabía de llanto pero no de quebrarse. Hay lluvia de limones en Culiacán y suenan los teléfonos. Y yo me siento a contar con cariño verdadero, con el inmenso cariño que sólo se tienen los alambristas a la hora de caer.
Sergio González Rodríguez






Sergio detestaba la violencia y lo decía recio y quedito

Sergio González Rodríguez escribió muchos libros. En unos jugó a ser Dios y contó lo que le vino en gana, pero en otros fue hombre y tuvo el valor de contar el México que se desangra, que duele; el México herido e indefenso que se hunde en el estercolero de una clase política que sólo sabe de saña y enriquecimiento inexplicable. El México de fosas y cenizas. Sergio señaló sin ambages los condicionamientos judiciales y el grave vicio de los canallas de desvirtuar la palabra. Huesos en el desierto dio un giro al lenguaje con que se contaba un genocidio mexicano cruel e insoportable y lo sacó de lomas de Poleo. Únicas lomas en el mundo sin paisaje. Además, puso a las muertas de Juárez en la solapa de los gobernantes para que las pudieran ver todos los días y pensaran dos veces antes de hacer declaraciones estúpidas y donaltrompianas. Esas muertas aún claman justicia.
Sergio detestaba la violencia y lo decía recio y quedito. Le cansaba la estulticia con que los poderosos fingían no escucharlo. Pero llevaba a México en la sangre y diariamente renovaba su esperanza de que la justicia se asomara por algún lugar; aunque su conocimiento de la sociedad le dijera que nada iba a pasar, que es una sociedad moribunda, que a los mexicanos nos preocupan los problemas pero por alguna extraña razón preferimos reflexionar primero en los de otros países que en los nuestros. Como periodista Sergio señaló todo el desguasamiento aniquilador a los 43 de Ayotzinapa, denunció la farsa; nos contó de los doce mil puntos en la frontera norte por donde pasan armas y la forma impía en que las bandas depredan un país y siguen tan campantes. Un periodista incómodo poco sabe de agujas y pajares, simplemente vive su día con el más significativo de sus deseos: escribir para que el país mejore.





Como periodista, señaló todo el desguasamiento aniquilador a los 43 de Ayotzinapa, denunció la farsa

Todos los años el Serge publicaba su lista de los libros que consideraba imprescindibles. Durante meses, leía sin descanso y con ojo crítico. ¿Por qué lo hacía? Porque todo escritor necesita un editor y un crítico, y este segundo es como un gemelo indeseable. Diciembre era el mes en que le deseaban lo peor y lo mejor. Sus evaluaciones eran palmadas reconfortantes o auténticas cuchillas de guillotina cayendo sobre hermosas e inteligentes cabezas. Y las voces se desbordaban, lo mismo que los tarros y los cigarrillos de humo negro. Esos filos calaban hondo, no digan que no. Carnal, estoy pisando nieve, y Culiacán está a treinta y nueve grados, los mismos que tiene el tequila sin nombre que expande mi ventana.
Élmer Mendoza es escritor 

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