Robin Wright
“Estoy cansada de morderme la lengua”
Tras separarse de Sean Penn y romper con su pasado, la actriz es hoy una mujer segura que triunfa en el amor y en su profesión
“Llevo en esta industria 30 años y estoy cansada de morderme la lengua”. Así empieza la entrevista Robin Wright. Viste de pies a cabeza de Ralph Lauren, firma a la que se declara adicta desde que le mandaron “una bolsa llena de prendas” con las que evita ir todo el día en vaqueros y zapatillas. La nueva dama de hierro de la televisión deja claro desde el minuto uno que viene pisando fuerte. Habla de trabajo, de su carrera, de su éxito profesional en televisión —en 2014 ganó un Globo de Oro por su papel de Claire Underwood en House of Cards—, medio en el que comenzó antes de dedicarse al cine, y de sus primeros intentos como directora en una industria dominada por hombres. Tiene muy claro que su momento de brillar con luz propia ha llegado. “Tuve hijos muy pronto y en esta industria todo son apariencias. Uno tiene que saber quién es”, afirma ahora con total seguridad en sí misma.
También habla de amor, de sexo, de encontrarse a las puertas de los 50 y sentirse más deseada que nunca. Por su hombre, Ben Foster (al que le saca casi 15 años), por la industria y por el público. “Supongo que crecí tarde. Me llevó tiempo. Pero ahora estoy lista”, añade. Lista y sin pelos en la lengua, últimamente lo larga todo. De lo único que no habla es de su exesposo, Sean Penn, el hombre junto al que pasó casi 19 años entre bodas, separaciones, reconciliaciones y divorcios y con el que tuvo dos hijos, Dylan y Hopper, ahora adolescentes y haciendo su propia vida fuera de casa. Como dice en la revista Vanity Fair, que le dedica su portada en el número de abril, respeta demasiado a Penn y a sus “extraordinarios” chavales como para dedicarse a vender “felicidades y penurias pasadas” para consumo del público. Con el resto de su vida no se corta. Si en la revista reconoce que nunca había sido tan feliz, que nunca se había reído tanto y que nunca había tenido tantos orgasmos, ahora añade como quien no quiere la cosa que besar a su nuevo amor “es mi comida favorita”.
La princesa Buttercup que necesitaba ser rescatada en La princesa prometida, la joven a la sombra de Forrest Gump en todas sus andanzas, la esposa y madre eclipsada por ese huracán llamado Sean Penn, nunca había brillado tanto. Le ha costado tres décadas llegar a este punto. Ahora su apellido ya no necesita apoyarse en el de su exmarido como hizo durante años (cuando cambió su nombre al de Wright-Penn). Lo único que no le gusta de esta transición es la gravedad. Habla de esa fuerza terrestre que hace que, a su edad, sus carnes cuelguen más de lo que le gustaría. Algo increíble teniendo en cuenta el cuerpo que luce como primera dama en House of Cards, serie en la que se enfunda en sobrios y ceñidos vestidos, faldas de tubo, altos tacones de aguja e infinidad de mallas para salir a correr. “Es una armadura”, confiesa, un estilo diseñado por Kemal Harris, su estilista, y que necesita de una buena faja más incómoda que un corpiño. “No sé a quién se le puede ocurrir vestir algo así a diario”, se queja pese a la envidiada figura que le proporciona en pantalla.
Si se le pregunta por su cuidado personal prefiere tirar balones fuera. “¿De verdad quiere saber todos mis consejos de belleza? ¡Contar con un buen equipo de maquilladores! Yo, ni me visto”, se quita importancia. Su única recomendación es la meditación, algo que practica casi todos los días unos 15 minutos desde que tenía 16 años. Y tener a su lado un hombre llamado Ben Foster: “Él me inició en la meditación trascendental, algo que lleva practicando desde que tenía cuatro años”.
Foster ocupa en el centro de esta nueva mujer, nacida en Texas hace 48 años, que ha roto con su pasado. Una relación que nació como todas las relaciones de la actriz. A su primer marido, Dane Witherspoon, lo conoció cuando rodaban la serie Santa Bárbara. Duraron dos años. A Penn, en el rodaje de El clan de los irlandeses (1990), y además de su amante y esposa fue su musa para sus primeras películas como director. Con Foster se cruzó en el rodaje de Rampart, pero en este caso ella ya ha dejado de llevar la etiqueta de “mujer de” y es él quien ha asumido el papel de “el novio de”. Eso sí, ella siempre le tiene en sus labios. “De él me gusta todo”, dice de un actor y productor que Wright siente “en la médula” que es el hombre de su vida.
Las cosas no son tan fáciles como parece reflejar su euforia. A pesar de sus anillos de compromiso o de sus tatuajes (una R en el anular de Ben, una B en el mismo dedo de la mano de Robin), a finales de 2014 la pareja puso fin a la relación que les unía desde 2011. Pero ahora han vuelto a desfilar juntos en las alfombras rojas. “Ya pasará” es su lema. “Es lo mejor de hacerse mayor, uno deja de preocuparse por pequeñeces”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario